domingo, 5 de abril de 2020

En una burrita y sin ejército...



Reflexión domingo 5 de abril 2020
En una burrita y sin ejército…
(Domingo de ramos)
Íbamos como sociedad por un camino, por un estilo de vida, por un “progreso” y de repente, nos han cortado ese camino. ¿Qué vamos a hacer ahora? Yo de momento, pararme y tratar de escuchar creativamente.
Necesito silencio. Escuchar, acoger, orar, contemplar. Que nos hable Dios, o mejor -Él ya nos habla, nos viene hablando - acoger sus palabras, mensajes.
En los actos religiosos y litúrgicos corro el peligro de la rutina, de la prisa: seguir los ritos y oraciones ¿Cuánto tiempo dedicamos al silencio activo? No para pensar sino como el terreno para acoger el agua, dejarnos mojar y empapar.
El coronavirus ha conseguido lo que no lograron guerras civiles o mundiales en algunos países católicos desde hace tiempo: que no se celebre la procesión de los Ramos. Es el primer acto de la liturgia de este domingo, que recuerda la entrada solemne (y suicida) de Jesús en Jerusalén.
La segunda parte de la liturgia no tiene ese carácter alegre y festivo. Se centra en la lectura de la Pasión según Mateo, que pretende desvelar su sentido. ¿Qué sentido tiene el sufrimiento y muerte de Jesús? ¿Termina todo en el fracaso?
Entremos a lo nuestro amigos, hoy después de orar y compartir con mis hermanas, estas imágenes se quedan en mi corazón…
En tiempos de Jesús, Jerusalén era la capital de la región donde se concentraban los grandes poderes: económico, militar, político y religioso.

Jesús era un desconocido y no podía venir de Dios, había nacido en Belén y elegido vivir en Nazaret, lugares pequeños y periféricos «donde nada bueno podía salir de ahí». El domingo de ramos recordamos esa entrada de Jesús a Jerusalén «ahora si será un rey poderoso como David.

Seguido por un buen grupo y aclamado por muchos, es llamativo que entre en una burrita y sin ejército. Estaba siendo buscado por los poderes reinantes y Él se presenta ante ellos en su «propia cancha» a plena luz del día «con estadio lleno» por la fiesta de Pascua. Eso desconcierta a todos.
Algunos Fariseos del templo se enojaron. Y el imperio se inquietó...

Se despierta una esperanza para los pobres, y los considerados pecadores. Los cuales estaban excluidos de los bienes sociales, económicos e incluso de la cercanía de Dios. Un nuevo orden social más justo e inclusivo impondrá este nuevo rey.
Hay mucha devoción a la bendición de Ramos, en las misas, en las crucecitas que llevamos en el pecho, en el saludo Pascual ¿Son encuentro con el verdadero Jesús de Nazaret?  ¿Son humanizantes para los empobrecidos y considerados más pecadores? ¿O seguimos muriendo en la capital, en sus templos y ritos al servicio de los grandes poderes económicos que tienen el interés de que todo siga desigual, sin reconocer la presencia de Jesús en los excluidos y crucificados de hoy?
Lo novedoso que aporta Jesús es la presencia de Dios y la fuerza de Dios que se mueve con los medios “del pueblo” por eso es reconocido y proclamado a gritos "bendito el que viene en el nombre del Señor...". No buscando reconocimiento por lo material, por lo exterior sino por la vivencia y la proclamación de la verdad y la justicia. Su pertenencia y cercanía a los más empobrecidos y pecadores le da el poder de los muchos sin poder, que cuando se unen son capaces de liberarse de la opresión de cualquier imperio.
En la segunda parte de la celebración de hoy nos adentramos a escuchar su pasión y quiero rescatar esto: Jesús vuelve a invitar a hacer memoria en la cena con sus discípulos y discípulas la víspera de su muerte. Toma el pan y el vino para expresar a través de ellos su entrega y su renuncia, su fidelidad y la gratuidad que brota de su existencia. En el pan y el vino seguimos actualizando nuestra fe y nuestro seguimiento, conscientes de que el camino no es fácil porque la cruz es locura, injusticia y, con frecuencia, la esperanza se quiebra y parece abrirse una ventana al absurdo. Por eso es necesario recordar, hacer presente la Buena Noticia, ungir la vida con el perfume de la profecía.
Al final, la invitación es hacer memoria de la esperanza que sostiene nuestra fe. En los momentos difíciles que nos toca vivir, quizá, el miedo y la desconfianza puedan oprimir nuestro corazón, pero como las mujeres que ungieron y acompañaron a Jesús en sus últimos días en Jerusalén hoy seguimos llamadas y llamados a acompañar la cruz, a sostener la esperanza, a ungir la vida para que la Buena Noticia del Reino siga tendiendo un lugar en el mundo.
En estos días seguiremos profundizando cada gesto de Jesús…el jueves el lavatorio de los pies pero más que nada la ultima cena…el viernes nos entramos de lleno a contemplar la pasión…el sábado entramos al silencio, silencio que asombra y es digno de admirar y sentir porque desde el silencio nace la revolución del Dios vivo…el domingo será el dia donde la muerte llega hacer el paso a la vida eterna…unida a ustedes con la oración…
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 9 de enero de 2020

Jesús está dialogando con Juan el Bautista…


Reflexión domingo 12 de enero 2020
Jesús está dialogando con Juan el Bautista…
Mateo 3,13-17
Este domingo la Iglesia celebra el Bautismo de Jesús. El evangelio está tomado del capítulo 3 de san Mateo y, atención al detalle: recién aquí -capítulo 3- encontramos las primeras palabras que el evangelista pone en boca de Jesús.
«Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos toda justicia»
¿Con quién está hablando Jesús? ¿De qué está hablando? Jesús está dialogando con Juan el Bautista, precisamente a propósito del bautismo que Jesús quiere recibir.
Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.
El bautista no comprendía ese pedido:
Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!»
Y ahí vienen las palabras de Jesús, que quiere cumplir “toda justicia” o “todo lo que es justo”, como dicen otras traducciones. Llama la atención que Jesús hable de cumplir “lo que es justo” o de cumplir “toda justicia” en relación con su bautismo. Eso nos hace pensar que Jesús está hablando de justicia en otro sentido.
Así es… no es la justicia humana (que sigue siendo necesaria en nuestra vida). Es la justicia divina, la justicia de Dios, en su sentido más amplio.
Si esas son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Mateo, tenemos que ver en ellas un programa, el programa de Jesús: llevar a su cumplimiento toda justicia. Veamos como Jesús sigue refiriéndose a esto en el Evangelio de Mateo… por ejemplo:
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5,6)
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. (Mateo 5,10)
Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura. (Mateo 6:33)
La finalidad de la justicia de Dios no es la condena sino la salvación del hombre. Quienes creemos en Dios estamos llamados a buscar “el Reino de Dios y su justicia” por encima de todo. Estamos llamados a vivir y a dar testimonio de su justicia. En nuestra relación con Dios, la justicia va de la mano de la santidad.
En la relación con los demás, la justicia de Dios se vive en el amor al prójimo, con una especial atención a los débiles, indefensos y maltratados, aquellos que claman: Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado. (Salmo 42,1) La primera lectura, del profeta Isaías, nos presenta uno de los cánticos del servidor sufriente, misterioso personaje con quien Jesús se identificará después.
A este servidor, Dios le dice: Yo, el Señor, te llamé en la justicia Y agrega algunas de las obras en las que se manifestará la justicia de Dios por la acción de su servidor: abrir los ojos de los ciegos, hacer salir de la prisión a los cautivos.
Todo esto es el programa de Jesús, a partir de sus primeras palabras. Pero Jesús no dice “es necesario que yo cumpla lo que es justo” sino “es necesario que cumplamos lo que es justo”. Sus palabras involucran al Bautista; Jesús necesita su colaboración. Pero también nos involucran a todos los que hemos sido bautizados.
Frente a eso, podemos sentirnos superados, desbordados. Ser hombres y mujeres justos, viviendo en la justicia de Dios… ¿podemos llegar realmente a eso? pero Jesús tampoco dice “es necesario que ustedes cumplan lo que es justo”, sino que utiliza el nosotros: que cumplamos. Él también se involucra. Es en unidad con Él que podemos realizar su programa, para que se puedan aplicar a nosotros las palabras de Pedro en la segunda lectura:
“en cualquier nación, todo el que teme a Dios y practica la justicia es agradable a Él”
En la vida de Jesús, en su entrega cotidiana, en su cumplimiento de toda justicia, se refleja lo que queda establecido después de su bautismo:
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
 Amigas y amigos: esas palabras del Padre Dios son también para cada uno de nosotros: “tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Caminemos buscando vivir cada día más en la justicia de Dios. Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
Paz y bien

Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana



lunes, 6 de enero de 2020

"¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?"…Una bomba para Herodes.


Reflexión 6/01/2020
“¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?Una bomba para Herodes.
Mt 1,1-12
La inocencia de los niños es el territorio más sagrado que podemos llegar a concebir. Debiéramos ser absolutamente respetuosos en ese aspecto.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que San Mateo NO DICE  los Reyes Magos fueron  tres, ni dice Reyes.
En efecto, Mateo no habla de "tres" sino de "unos" Magos que llegaron de Oriente (Mt 2,1), sin precisar su número.
Tampoco dice que eran "reyes". Sólo habla de "magos". No debemos, pues, imaginarlos como monarcas de ningún lado.
En la antigüedad se llamaba "magos" a los estudiosos de las ciencias secretas, a los sabios, especialmente a los que investigaban el curso de las estrellas en el cielo; eran algo así como los científicos de la época. Por lo tanto, a los "Magos" de Mateo hay que considerarlos como astrónomos, representantes del saber y de la religiosidad pagana de aquel tiempo.
Nos adentremos al contexto:
Los magos vienen a Jerusalén porque han visto en oriente la estrella del Rey de los judíos...
Herodes  se va a enterar de la manera más inesperada, no por delegación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habili­dad narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estre­llas. Omite su descubrimiento y su largo viaje.
La estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar a Belén, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén.

Nada más al llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. Una bomba para Herodes.
Si analizamos en profundidad nuestra actitud ante el Niño, resulta que el miedo de Herodes y de los jefes judíos, es también nuestro miedo. El reinado de Dios es una amenaza para nuestro egoísmo. Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho: esto no lo creo, cuando queríamos decir: esto no me gusta. Estaríamos dispuestos a adorar a un Dios que potenciara nuestras seguridades y nuestro poder. Un Dios que reine sin hacernos reinar a nosotros, no nos interesa.
Como los magos salen de su tierra para buscar, nosotros tenemos que salir de nuestro "ego", de nuestras seguridades terrenas para buscar. Sin esa actitud, aunque haya nacido el Niño, aunque aparezca la estrella, el encuentro no se producirá.
Los letrados lo saben todo sobre el Mesías, pero, instalados en sus privilegios religiosos y sociales, no mueven un dedo para comprobar. Están muy a gusto con lo que tienen. Se quedan con su conocimiento y sus libros.
El mensaje de este relato puede advertirnos a nosotros que el amor a la verdad crea nómadas, no instalados satisfechos. Cuantas veces, los cristianos nos hemos conformado con marcar a los demás la dirección sin mover un dedo para acompañarles. Esta diferente actitud de los magos, nos tiene que hacer pensar. Los paganos adoran al Niño, los judíos intentan matarlo. Los paganos reconocen la Niño, los judíos no lo reconocen. Son tesis propias del evangelio de Mateo.
El hecho de que en un momento determinado, los magos pregunten a Herodes y éste pregunte a su vez a los que conocen las Escrituras es muy interesante. Las Escrituras pueden servir de pauta, pueden indicarnos el camino a seguir cuando atravesamos lugares o tiempos sin estrella. Pero el valor de la Escritura depende de la actitud del que las estudia. A la Biblia hay que acercarse sin prejuicios; no para buscar argumentos a favor de lo que ya creemos, sino abiertos a lo que nos va a decir aunque sea distinto a lo que yo espero.
Ante millones de estrellas que brillan en el firmamento, los magos descubren la de Jesús. Ante las miles de estrellas que llaman la atención en nuestro mundo, nosotros tenemos que descubrir la de Cristo. Si no estamos atentos, nos equivocaremos y elegiremos la que no es.
Todo hombre tiene la obligación de dejarse iluminar por su estrella, pero también de ser guía para los demás. No se trata de "convertir" a nadie. Nuestra obligación es hacer ver a los demás la bondad de Dios, manifestando con nuestra vida su cercanía. Hacemos presente lo que es Dios, siempre que salimos de nosotros mismos y vamos en ayuda de los demás.
No debemos presentarnos como poseedores de la verdad, sino como compañeros en la búsqueda. El verdadero creyente será siempre un buscador de la verdad, no un guardián. Fijaros lo que tiene que cambiar la actitud de los cristianos, sobre todo de sus dirigentes.
Todos recibimos todo de Dios y todos tenemos la obligación de aprender de los demás y enseñar a los demás. Todos tenemos la obligación de encender una luz, en lugar de maldecir de las tinieblas. No podemos seguir mirándonos al ombligo con autocomplacencia sin límites.
El reino de Dios es algo mucho más extenso que los contornos, siempre limitados, de una Iglesia. El amor, la entrega, la capacidad de salir de sí e ir al otro, son posibilidades universales y abarcan a todos los hombres. Esto no quiere decir que todos los hombres tengan que pertenecer a la misma institución, y menos aún a la misma cultura. Lo que celebramos hoy es la apertura de Dios a todos los hombres, no el sometimiento de todos a la disciplina de una Iglesia.
Una breve comparación los magos - la reina
1) Una reina anónima se puso en camino y viajó a Jerusalén desde un lejano país de Oriente (1 Re 10,1). Unos Magos anónimos se pusieron en camino y viajaron a Jerusalén desde un lejano país de Oriente (Mt 2,1).
2) La reina era sabia (1 Re 10,1). Los Magos eran sabios.
3) Ella buscaba al rey de los israelitas para admirarlo (1 Re 10,9). Ellos buscaban al rey de los judíos para adorarlo (Mt 2,2).
4) A la reina la guió una estrella. (La literatura judía dice: "Cuando la reina de Saba se acercaba a Jerusalén, reclinada en su carruaje, vio a lo lejos una rosa maravillosa que crecía a orillas de un lago. Pero al aproximarse más, vio con asombro que la rosa se transformaba en una luminosa estrella. Cuanto más se acercaba, más brillaba su luz".) También a los Magos los guió una estrella (Mt 2,2).
5) La reina de Saba llegó planteando enigmas difíciles de resolver, y halló las respuestas (1 Re 10,3). Los Magos llegaron planteando un enigma difícil de resolver, y hallaron la respuesta (Mt 2,4-5).
6) La reina le ofreció a Salomón los regalos que le traía: oro, incienso y piedras preciosas (1 Re 10,10). Los Magos le ofrecieron al Niño los regalos que le traían: oro, incienso y mirra (Mt 2,11).
7) Luego de admirar a Salomón, la reina regresó a su país y desapareció de la historia (1 Re 10,13). Luego de adorar al Niño, los Magos regresaron a su país y desaparecieron de la historia (Mt 2,12).
Recordemos eran “Magos” no reyes…luego…
Los misteriosos Magos de Oriente que llegaron a Belén para visitar al Niño Jesús cautivaron pronto la devoción y la fantasía popular de los cristianos. Ya en el siglo II se les elevó a la categoría de Reyes; esto se debió a que había un Salmo que decía: "Los reyes de Tarsis y de Saba le traerán sus regalos; todos los reyes se arrodillarán ante él" (72,10-11); y se creyó que los Magos eran estos reyes que habían venido para cumplir la profecía.
Luego se fijó su número; al ser tres los regalos que le ofrecieron al niño (oro, incienso y mirra), se pensó que los Magos tenían que haber sido tres. Más tarde, en el siglo VI, se les dio nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. En el siglo VIII, se los hizo de razas diferentes. Y por último, en la edad media, se empezó a decir que uno de ellos era negro.
Pero quizás lo más pintoresco sea el detalle de sus reliquias. Según una tradición, los Magos murieron en Persia. De allí sus restos fueron llevados a Constantinopla en el año 490. Más tarde aparecieron en Milán. Y finalmente se les trasladó a Colonia (Alemania), en cuya Catedral descansarían actualmente, junto a una ingenua inscripción que dice:
"Habiendo sufrido muchas penurias por el Evangelio, los tres sabios se encontraron en Armenia el año 54 d.C. para celebrar la Navidad. Después de la misa, murieron. San Melchor, el 1º de enero a los 116 años. San Baltasar,  el 6 de enero a los 112 años. Y San Gaspar, el 11 de enero a los 109 años".
      De hecho, los cuerpos de los Magos viajaron mucho más después de muertos,    que durante su vida.
Dios de la vida y de la historia
Que podamos reconocer  que estamos unidos con toda la humanidad
y que por eso debemos trabajar
por la justicia, la paz, la unidad y la esperanza.
Que seamos conscientes de nuestros pensamientos,
sentimientos y acciones y que de esta manera
podamos contribuir a la convivencia y a la paz.
Que no tengamos miedo a cuestionarnos,
a preguntarnos, y a buscar...
Pues la vida nos irá enseñando cada día
una lección de amor y de dignidad
Que sepamos acoger y ser hospitalarios
y que compartamos sonrisas al estrechar las manos
pues así formaremos redes de solidaridad y fraternidad
Que sepamos disfrutar de la naturaleza
y aprendamos a cuidar, con responsabilidad, todo nuestro planeta
que crezcamos en la vivencia de la ternura y la compasión
para que podamos ayudar a quien vive en soledad
que aprendamos a agradecer todos los gestos,
pequeños o grandes,
la cercanía, la comprensión, la caricia,
que recibimos de quienes convivimos.
Que nuestro espíritu esté abierto
para descubrir a Dios que habita en nuestra existencia;
y que nuestra oración sea encuentro de sabiduría
y de entendimiento de los caminos de Dios para nuestras vidas.
Que nuestras vidas este año sean levadura y semilla,
Que sembremos y compartamos nuestra humanidad,
Que abonemos la tierra de nuestras vidas
con actitudes de generosidad.
Y que la bendición del Dios de la vida,
que es misericordioso y compasivo nos acompañe siempre…
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

domingo, 5 de enero de 2020

El misterio de la "encarnación"

Reflexión domingo 5/01/2020
El misterio de la “encarnación”
Juan 1,1-18
Paz y bien Amigos:


  Este domingo leemos de nuevo el prólogo del evangelio según san Juan. Allí tenemos la afirmación más clara y fuerte de la divinidad y, a la vez, de la humanidad de Jesús. Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. “La Palabra era Dios”. Esa Palabra es el Hijo de Dios, que existe desde la eternidad, junto al Padre Dios y al Espíritu Santo. Es, pues, una persona divina, una persona espiritual. Ahí no se habla todavía de ningún rasgo humano. Unos versículos más abajo, Juan dice: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Esa Palabra eterna del Padre, ese Hijo de Dios que existía desde la eternidad, “se hizo carne”. Se “encarnó”, decimos nosotros. Es el misterio de la “encarnación” del Hijo de Dios. 
  Ahora bien… ¿por qué “carne”? ¿Por qué no decir más simplemente “se hizo hombre”? En el lenguaje bíblico, “carne” es una palabra que designa al ser humano, todo el ser humano (no solo su cuerpo) marcando sobre todo su debilidad, su fragilidad, como dice el salmo: …carne, un soplo que se va y no vuelve más. (Salmo 78,39) Al decir que “la Palabra se hizo carne”, el evangelista nos está señalando que Jesús asumió nuestra humanidad, lo que incluye el hecho de ser mortal. Haciéndose hombre, el Dios inmortal, el Dios eterno, se hace mortal. Es tal vez por eso que somos especialmente sensibles a las representaciones de Jesús crucificado. 
  Aunque creemos en el Resucitado, la cruz nos recuerda hasta dónde llegó el amor de Cristo al hacerse uno de nosotros. No puedo terminar sin llamar la atención sobre el versículo siguiente: Habitó entre nosotros. Algunos lo traducen como “acampó entre nosotros”, “puso su tienda entre nosotros”. En aquel pueblo de pastores, que vivió durante siglos armando y desarmando sus carpas, la presencia de un Dios que “acampa” en medio de su Pueblo, que se hace vecino, que comparte la precariedad de la existencia, anticipa la plenitud del amor que se dará en su entrega en la cruz.

  Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera ni en los templos ni en los ritos sino en el hombre... Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios que habita entre  nosotros...
  Gracias,  amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana











viernes, 8 de marzo de 2019

"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre"


Reflexión domingo 7 de octubre 2018
“Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”
Mc. 10, 2-16

“Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”. Con esas palabras de Jesús, el ministro que preside la celebración de un matrimonio refrenda el consentimiento que se han dado el esposo y la esposa, por el que se han recibido mutuamente y cada uno ha prometido al otro serle fiel, en lo favorable y en lo adverso, con salud o enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de su vida.

Cada vez son menos las parejas que hacen esa promesa y escuchan las palabras de Jesús, aunque, por cierto, algunas siguen haciéndolo. Y muy seriamente. Pero es verdad que hay menos casamientos, no sólo en la Iglesia sino también en el registro civil. Muchas parejas simplemente conviven, a veces llegando a formar una familia estable. Otras personas van pasando por diferentes relaciones sin encontrar para sí mismos ni para sus hijos esa estabilidad.

¿Qué sucedía en tiempos de Jesús? Algo nos cuenta el evangelio de este domingo:

Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión:
«¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».
En tiempos de Jesús, la mujer estaba totalmente sometida al varón. El marido podía repudiar a su mujer en cualquier momento, abandonándola. De acuerdo a la tradición judía, ese derecho se fundaba en la Ley de Dios. Los grandes maestros discutían sobre el motivo que podía justificar ese repudio. La escuela del rabino Shammai decía que eso sólo podía ser por causa de adulterio. En cambio, para el rabino Hillel, bastaba que ella hiciera algo que no agradara a su esposo. En cualquier caso, el hombre debía dar a la mujer un certificado de divorcio; pero ella quedaba en una situación difícil, como la de una viuda: no siempre sus padres estaban en condiciones de recibirla, ni encontraba fácilmente la posibilidad de una nueva unión. Si el esposo no le daba el certificado, ella no quedaba libre y si se unía a otro hombre incurrían ambos en adulterio. Era conocida por todos la situación del rey Herodes, a quien Juan Bautista reprochaba: «No te es lícito tener la mujer de tu hermano» (Mc 6,18). Este reproche le costó a Juan la vida. Por eso, la pregunta que le hacen a Jesús huele también a trampa…

Pero ¿Qué dice Jesús? 

«Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer". "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne". De manera que ya no son dos, "sino una sola carne". Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».

Jesús no entra en las discusiones de los rabinos. En todo momento, Él invita a buscar cuál ha sido y cuál es la voluntad del Padre, el proyecto de Dios, que está por encima de leyes y normas humanas. Esta ley se había impuesto en el pueblo judío por “la dureza del corazón” de los hombres que se relacionaban con sus mujeres desde una posición de dominio.

Jesús recuerda que Dios los ha creado varón y mujer: los dos tienen la misma dignidad de creaturas. Ninguno tiene poder sobre el otro. Entre varones y mujeres no debe haber dominación por parte de nadie.

Aquella sociedad había conocido también la poligamia. Jesús habla de “dos”: un solo hombre y una sola mujer, que se hacen uno, una sola carne, un solo ser, complementándose, completándose en el amor. De esa unión nacen los hijos, fruto del amor de sus padres, que asumen así una nueva responsabilidad: cuidar el bienestar y el crecimiento físico, mental y espiritual de los que ellos han llamado a la vida.

La unión de los esposos es para Jesús la suprema expresión del amor humano. En toda la Biblia se compara el amor de Dios por su pueblo con el amor del esposo por la esposa. Es Dios mismo que atrae al hombre y a la mujer a vivir unidos por un amor libre y gratuito, al que Dios pone su sello: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.

A partir de estas palabras de Jesús, la Iglesia ha contado como uno de los sacramentos al matrimonio, y ve en el amor de la pareja un signo del amor “con que Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”.

Casarse por la Iglesia, “casarse en el Señor”, como decían los primeros cristianos, es una decisión libre, al punto de que un “sí” que no se da en plena libertad hace que el sacramento sea nulo. Como tantas cosas importantes de la vida, la celebración del matrimonio se rodea muchas veces de un gran decorado, vestimenta especial, una gran fiesta… sin embargo, nada de eso es esencial. Lo que cuenta realmente es el amor de un hombre y una mujer que asumen desde su libertad el compromiso indisoluble de ser mutuamente fieles, amarse y respetarse en las buenas y en las malas, a lo largo de toda la vida.

Para muchos, esto parece una carga pesada. Jesús, sin embargo, hablando de su ley, dice «Mi yugo es suave y mi carga liviana» (Mt 11,30). A través del Sacramento del matrimonio, Jesús entrega la Gracia que permite a los esposos amarse de manera exclusiva, fiel, indisoluble y fecunda y velar por el bien de sus hijos.

 En su exhortación Amoris Laetitia el Papa Francisco comenta cada una de las características del amor que aparecen allí: la paciencia, el servicio, el perdón, la alegría, el desprendimiento, la esperanza… Les invito a buscar y meditar esas páginas. Vale la pena.
 Paz  y  bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



miércoles, 6 de marzo de 2019

El círculo y la cruz...


Reflexión domingo 30 septiembre 2018
El círculo y la cruz
Marcos 9, 38-48

¿Qué es una secta? En los medios de comunicación esa palabra aparece asociada a una organización religiosa o semi-religiosa en la cual sus integrantes son controlados completamente por un líder o una estructura. Los miembros de esos grupos suelen ser manipulados y aislados de sus familias y amistades, inducidos a dejar su trabajo y a vender sus propiedades y llevados a cortar contacto con el resto del mundo. En ambientes cristianos, una secta es cualquier grupo que se desvíe de las doctrinas fundamentales del cristianismo como la Santísima Trinidad o la encarnación del Hijo de Dios, por ejemplo. En el campo político también se habla de sectarismo, cuando un grupo se cierra sobre sí mismo y corta el diálogo con otros dentro de su mismo partido…
Aunque se entienda de diferentes maneras, hay algo más o menos común que es una pretensión de exclusividad, como si se dijera “nosotros somos los únicos que estamos en la verdad, todos los demás están completamente equivocados”. De ahí se pasa a la exclusión de los otros, porque “no son de los nuestros”.

En el Evangelio de este domingo escuchamos:
Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo porque no anda con nosotros". Jesús contestó: "No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros". "Y si cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará sin recompensa". "El que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí, sería mejor para él que le ataran al cuello una gran piedra de moler y lo echaran al mar. Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos al infierno, al fuego que no se apaga, pues es mejor para ti entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies al infierno, pues es mejor para ti entrar con un solo ojo en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos al infierno, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. 

 Entonces escuchamos a los discípulos de Jesús decir: “no es de los nuestros”. ¿Qué significa eso realmente? ¿Cómo reaccionó Jesús ante esa expresión excluyente de parte de sus discípulos? Nos lo cuenta San Marcos:

Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros».
Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
“No es de los nuestros” se traduce mejor como “no nos sigue a nosotros”.
Leído así, esas palabras hacen aún más ruido. Jesús llama a seguirlo a Él. Los discípulos son seguidores de Jesús. Quienes se agregan al grupo, se unen como discípulos de Jesús.

Esas expresiones: “nosotros”, “los nuestros” insinúan una actitud sectaria de los discípulos, que Jesús corrige. Los discípulos quieren cerrar un círculo alrededor de Jesús. Jesús, en cambio, que toca al leproso (1:41) que come con publicanos y pecadores (2:15-16) que recibe a los pequeños (9:36) abre el círculo. “Nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí”. Aquel hombre hizo el milagro en nombre de Jesús: no usó el nombre de Jesús en vano, sino para hacer el bien. No puede estar contra Jesús. De alguna forma sigue a Jesús, cree en Él.

El Concilio Vaticano II nos enseña que, “por su encarnación el Hijo de Dios se ha unido, en cierta forma a todo hombre”, a toda persona humana. Jesús vino para todos. Al mismo tiempo, creando su grupo de discípulos, Jesús puso los cimientos de la Iglesia, con Pedro como “roca”.

Pero… la Iglesia ¿no se cierra en sus miembros? ¿No forma un círculo, aunque sea grande?
La enseñanza del Concilio también dice:
Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza y promueve paz universal, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios llamados a la salvación. (LG 13)

Entonces… Somos miembros de la Iglesia los fieles católicos, que, como decía un biógrafo de san Juan Pablo II, “somos como los helados: venimos en diferentes sabores”. Esa diversidad dentro de la Iglesia, que es su gran riqueza, también nos llama a prevenirnos de actitudes sectarias internas. No debo discriminar a alguien porque no pertenezca al mismo grupo o movimiento al que pertenezco yo; lo que importa es que siga a Jesús y trate de vivir según el Evangelio, buscando siempre la unidad en el mismo Jesús, la común-unión en Él.

¿Qué pasa más allá de los fieles católicos, qué pasa con otros cristianos?
La Iglesia -sigue diciendo el Concilio- se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, más allá de las diferencias en algunos aspectos de la fe o el reconocimiento o no del sucesor de Pedro (LG 15).

Pero todavía el campo se abre más, porque el Concilio dice que quienes todavía no recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras:

En primer lugar, el pueblo judío, el pueblo de Israel, con el que Dios selló la primera alianza y en el que entró el Hijo de Dios por su encarnación.

También los que reconocen al Creador, entre los cuales están los musulmanes, que confiesan su adhesión a la fe de Abraham y adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día final.

Dios tampoco está lejos de las personas que buscan “en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de Él la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28)”.

Finalmente, de un modo que ignoramos, la gracia de Dios actúa también sobre aquellos que, sin conocer a Dios, escuchan la voz de su conciencia y se esfuerzan en llevar una vida recta: hombres y mujeres de buena voluntad.

Tal como escribe San Pablo a Timoteo, es voluntad de Dios “que todos los hombres se salven” (cf. 1 Tm 2,4). Por eso, Dios no cierra al hombre ningún camino. Como decía el poeta León Felipe: “Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol... y un camino virgen Dios.”

Gilbert Chesterton, el pensador inglés, fue un hombre que de alguna manera recorrió esos caminos… primero como un no creyente pero buscador de la verdad, luego encontrando la fe con su esposa anglicana, para finalmente adherirse, con razón y corazón, a la Iglesia Católica. Chesterton compara los símbolos del círculo y la cruz. El círculo, cerrado sobre sí mismo, no puede cambiar de forma ni de tamaño sin romperse; la cruz, en cambio, puede prolongar sus dos trazos hasta el infinito, sin dejar de ser la cruz, originalmente un signo de muerte del que sin embargo brota vida eterna. La cruz representa a Cristo, camino, verdad y vida, que sigue abriendo allí sus brazos, ofreciendo a todos los hombres el encuentro con el Dios de amor y salvación.
Paz  y  bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



lunes, 14 de enero de 2019

"El que recibe a uno de estos pequeños...a mí me recibe"



Reflexión domingo 23 de septiembre 2018
“El que recibe a uno de estos pequeños…a mí me recibe”
(Marcos 9,30-37)

Hnos. el Evangelio que escuchamos este domingo, precisamente, pone al niño en el centro.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutíais por el camino?" Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado."

Dios hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra su amor al extranjero dándole pan y vestido. (Deuteronomio 10:18)
Se mostraba así una particular atención de Dios a los más débiles; pero Jesús va más lejos, al decir que quien recibe a uno de esos pequeños, lo recibe a Él mismo.

Pero volvamos a las palabras de Jesús… Él no solo nos invita a recibir a los pequeños y a cuidar de ellos, sino que agrega otra dimensión, una dimensión sagrada: quien recibe a los pequeños lo recibe a Él, y quien lo recibe a Él, recibe al Padre. Esto significa que todo lo que toca a nuestra relación con los niños, toca a Dios. El niño es sagrado. Los pequeños se hacen prioridad; los más débiles se hacen lugar privilegiado de la presencia de Dios.

Si lo entendemos así, ¿cómo vemos los horrores por los que pasan muchos niños de hoy, despreciados, explotados, en situación de calle, convertidos en niños-soldado… o en víctimas del abuso sexual, a veces dentro de su propia familia? O cometidos “por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables”, como lo recordaba hace poco el Papa Francisco, en una carta dirigida a todo el Pueblo de Dios en la que exhorta a pedir perdón por los pecados propios y aún ajenos, y a continuar los esfuerzos y trabajos para garantizar la seguridad y protejer la integridad de niños y de adultos vulnerables de cualquier forma de abuso.

Pero las palabras de Jesús, invitándonos a recibir a cada niño como presencia de Dios, llegan, paradojalmente, a continuación de una discusión entre adultos. Los discípulos, en el camino, 

“… habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”.
Tomando a un niño y colocándolo en medio de ellos, Jesús cambia el foco de la discusión y los puntos de referencia de la vida. No son los adultos, deseosos de poder y grandeza los que están en el centro, sino el niño en su humildad y en su necesidad. Recibiendo a ese pequeño se recibe al mismo Jesús que acaba de anunciar que va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán. Sirviendo a los más pequeños, nos hacemos servidores de Jesús y como Él tomamos el último puesto, haciéndonos servidores de todos.

Tal vez convenga aquí decir que poner al niño en el centro no significa transformarlo en “su majestad el bebé”, como un pequeño monarca absoluto, a cuyos caprichos todos obedecen. El niño está para ser amado, pero también está llamado a aprender a amar. Necesita recibir mucho de los demás, pero también aprender a dar. Debe ser cuidado con cariño por otros, pero debe también aprender a cuidar de los demás. En su momento conocerá sus derechos, pero también tiene que conocer sus propios deberes, empezando por el respeto de los derechos de los demás. El amor verdadero no es el amor complaciente, sino el amor exigente, el que hace salir lo mejor de nosotros mismos. Ése es el amor de Jesús, el amor con que nos llama a amarnos unos a
otros, como Él mismo nos ha amado.
 Paz  y  bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana