jueves, 30 de julio de 2015

Estilo de vida



Reflexión domingo 2 agosto 2015
Estilo de vida
Juan 6,24-35
Hoy tenemos una nueva cita con Jesús veamos lo que pasa después de la  multiplicación de los panes la gente se quedó aquella noche, allí mismo, a orilla del mar de Tiberíades. Al darse cuenta de que Jesús no estaba con ellos comienzan a buscarlo.
Cuando lo encuentran, Jesús les echa en cara que no le buscan por haber entendido el signo de los panes, sino porque han quedado saciados. Les está pidiendo que profundicen en su búsqueda, que comprendan que su mensaje va mucho más allá del estómago.
La motivación del discípulo para buscar a Jesús debe ser la fe, la plena comunión con Él y no el interés por los milagros que nos puede hacer, o los problemas cotidianos que nos pueda solucionar. Jesús deja claro que Él no es un repartidor de panes. ¿Qué es entonces lo que Él vino a hacer al mundo? ¿Para qué fue enviado?
Jesús habla de esforzarse por conseguir lo que en última instancia es un don. La gente no entiende a la primera. Jesús procede despacio, poco a poco. Es necesario un camino de madurez de la mente, del corazón y de las acciones.
Hoy, como entonces, para muchas personas lo más importante en la vida es sobrevivir. La vida se desgasta por conseguir lo inmediato y se pierde de vista la trascendencia de la vida, el por qué se hacen las cosas. No es lo mismo trabajar para vivir que vivir para trabajar. Más allá de lo inmediato de la vida, que ciertamente es importante, hay necesidades profundas que se tienen que satisfacer.
La gente busca a Jesús para que repita el milagro de la multiplicación del pan por la imagen que se han hecho de Él. Por ello Jesús habla del pan que les dará el Hijo del Hombre, a quien el Padre ha marcado con su sello. Jesús tiene autoridad y ésta es autentica, le viene porque Dios lo ha ungido con su Espíritu, por ello Él es el único que puede satisfacer el hambre de eternidad de que hay en el corazón de todas las personas.
Ante el imperativo «no trabajen por el alimento que perece…» la gente parece preguntarse ¿cuáles son las obras buenas que tenemos que hacer para ganarnos el favor de Dios? Al responder Jesús corrige a sus interlocutores presentando una perspectiva más profunda: «La obra de Dios es que crean en quien Él ha enviado». Con ello da a entender que lo que Dios espera del hombre es la fe.
Lo que Jesús propone es que construyamos con Dios una nueva relación, menos interesada, que supere la relación de «hago para que me de»; una relación más cercana y profunda, determinada por su Palabra, avivada por la oración, recreada en la comunidad, manifiesta en el estilo de vida y que sea la fuente que de consistencia a nuestras acciones.
La nueva relación con Dios desemboca en un estilo de vida, en una manera de ser de la que se desprenden todas las obras buenas de amor y de servicio, porque lo que hacemos lleva la huella de lo que somos.
En su diálogo Jesús hace nacer el anhelo de ese pan. La reacción de la gente no se hace esperar «Señor, danos siempre de ese pan». Se dirigen a Jesús con un título que reconoce la divinidad, y reconocen también que lo que Jesús ofrece no se consigue con el propio esfuerzo sino que es un «don» que requiere apertura, receptividad; se reconoce la necesidad de ese pan no para un día o dos, sino para siempre. Ya no se trata del pan multiplicado sino de «ese pan».

Llegados a este punto Jesús se auto-revela. «Yo soy el pan que da la vida» El Señor partiendo de una necesidad vital explica la importancia, el valor que Él tiene para nosotros. La expresión «Yo soy» nos remite a la revelación divina. Con la definición que da de sí mismo, Jesús dice que Dios está presente en Él, en función de la humanidad y que se interesa por nosotros, por nuestra vida.
Jesús es el «pan que da la vida» indicando con ello que así como el alimento es vital para sobrevivir Él es necesario para nosotros. Hay que buscar a Jesús con la misma motivación que buscamos la comida todos los días. La vida verdadera es la nueva relación con Dios, que nos lleva a una nueva auto-comprensión de nosotros mismos definida por el amor. Esta comunión de amor es la verdadera vida, la existencia plena.
En Jesús la vida deja de ser un mero «sobrevivir» y alcanza su plenitud colocándose por encima del poder destructor de la muerte. Cada instante de nuestra existencia es verdaderamente vida si está lleno de Dios.
El don de Dios supone de nuestra parte el creer. Hay que venir a Jesús, acudir a ÉL, acercarse, hacerlo amigo, estrechar las relaciones con Él. Venir a Él es aceptar su invitación. La dinámica de la fe es similar a la búsqueda de alimento. Hay que acercarse a Jesús, como alguien accesible, como amigo que nos acoge en la calidez de su morada. Entonces nuestra vida se fundamenta y se fortalece en la misma vida de Él.
Por parte nuestra se requiere la acción de nuestra voluntad, comer del pan, es decir, entrar en relación con él, entregarle l propia confianza, apoyarse en él, identificándose con su propuesta. La fe no es certeza intelectual, ni la repetición de fórmulas teológicas. La fe es relación y nexo de persona a persona. Creo en Jesús cuando me uno totalmente a Él y me dejo determinar completamente por Él.
La vida eterna que Jesús nos ofrece es vida de calidad, distinta y superior. Vida que es totalmente y sólo vida. Vida que no tiende constantemente a su fin, es vida que no pasa, ilimitada, indestructible, llena de significado, de alegría y armonía.
 A Jesús lo seguía mucha gente por los signos que había realizado de curar algunos enfermos y por la multiplicación de panes que había calmado el hambre de muchedumbres. Si bien Jesús sabe que las necesidades básicas deben ser cubiertas para todos los seres humanos. El quiere llevarnos mucho más allá de eso. Su predicación nos trae la buena noticia del amor pleno, de la resurrección, de la misericordia infinita de Dios, del deseo de liberación, de justicia y verdad. (Juan 6, 24-35) En su tiempo muy pocos pudieron creer y acompañarlo en este caminar. La mayoría tenía «vuelo bajo» y lo quería rey para que calmara las necesidades básicas y nada más. Jesús respondía a las necesidades pero sabía que si las personas no se elevan más allá de esto iban a tener nuevamente hambre.

En nuestros días Jesús sigue ocupado por medio de muchas personas e instituciones de buena voluntad en mejorar las necesidades básicas humanas, pero también su Espíritu nos quiere encaminar a una búsqueda más profunda de lo material y afectivo. Una experiencia de liberación del miedo a la muerte, asumiendo la realidad tal cual es, y queriéndonos como somos, disfrutando de lo bueno, procurando mejorar lo posible y sabiendo llevar la cruz que nos corresponde. Como toda amistad para que crezca necesita su tiempo ¿Qué tiempo le dedicamos a encontrarnos con Jesús? en su espíritu, su palabra bíblica, en su presencia comunitaria, en su presencia real en los más empobrecidos y excluidos. Es muy distinto andar por la vida sin saber dónde vamos a creer que al final nos espera el encuentro definitivo con el origen y sentido pleno de nuestra existencia."Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí y cree en mi, jamás tendrá hambre ni sed" Es muy distinto andar en solitario que andar experimentando la compañía del Espíritu de Dios.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial franciscana

viernes, 24 de julio de 2015

El arte de Compartir…



Reflexión domingo 26 de julio 2015
El  arte de Compartir…
Juan 6,1-15
         Esta escena de la vida de Jesús, conocida como la "multiplicación de los panes" es un relato que figura en los cuatro evangelios. Este sencillo dato nos da la pauta de que fue un hecho de vida significativo para las comunidades cristianas de los primeros años de la iglesia y también lo es para nosotros. Sabemos que los evangelios no son biografía de Jesús sino anuncio de su Buena Noticia.
         La multitud sedienta de Dios. ¿Qué los impulsaba a seguirle? ¿Sanación? ¿Paz? ¿Milagros? ¿ Curiosidad? Había allí un hombre bueno que hablaba como bueno, que les decía buenas cosas creíbles, y ellos iban detrás. Una realidad es ineludible: solo Dios puede colmar de vida el vacío del corazón humano. Uno busca y busca, en fórmulas, recetas mágicas, libros, creencias, música, arte… pero Dios es lo que falta, Dios puede colmar el vacío, nuestra eterna búsqueda del sentido de la vida. Ojalá que nosotros siempre estemos en búsqueda, siguiendo a Jesús como  aquella multitud.
      Jesús contempla el gentío y se compadece por ellos. Manifiesta a sus discípulos su preocupación por las necesidades de la gente. Jesús se preocupa por el hambre del pueblo, por lo que podrían o no comer. Practica y vive lo que luego nos enseña: a Dios le preocupa la vida concreta de las personas y juzgará nuestras vidas desde la óptica concreta de la solidaridad y la fraternidad con los hermanos.  
      Es interesante descubrir que Jesús no se queda en el diagnóstico de la situación: "la gente tiene hambre"… sino que se compromete a sí mismo y a sus discípulos a buscar una solución a la situación "¿Dónde iremos a comprar pan…?", que equivale a "Qué haremos nosotros por esta gente”
      Dice el evangelio que Jesús pone a prueba a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". Hay una tentación que es al pecado, al mal, es la tentación del demonio… y esta otra, que tiene un sentido de prueba o purificación.
Y ante esa prueba podemos responder de dos maneras:
 Felipe se sorprende con la pregunta del Maestro y su respuesta está cargada de lógica humana "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan", es la respuesta de Felipe. Un denario era el sueldo de un día de trabajo. Felipe se queja, es un problemólogo, sabe del problema, pero no resuelve nada. Propio de quienes se quedan de brazos cruzados ante tanta necesidad, de los que dicen: ¿qué puedo hacer yo ante esta  situación? Y bajan los brazos, es mejor quedarse en casa, no comprometerse, vivir aislados y seguros al calor del dinero, del confort, de las cuatro paredes de la Iglesia que actúa como refugio, solo refugio. Con sus palabras Felipe quiere decir que cree imposible dar de comer a toda esa gente
       O la otra manera. Andrés dijo: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Andrés, hace un aporte más positivo, aunque también plantea sus dudas e incredulidad. En este relato vuelve a aparecer una actitud característica del discípulo (y por lo tanto de quienes buscamos seguir los pasos de Jesús): es quien es capaz de descubrir a su alrededor los dones que Dios ha repartido, aun cuando no alcance a comprender. Andrés señala que un muchacho tiene algo de alimentos, aunque a su juicio no es suficiente "¿qué es esto para tanta gente?". El que tiene los “ingredientes” básicos para realizar el milagro es un humilde muchacho…
      Jesús interviene tomando la iniciativa. Les da instrucciones a sus discípulos y la gente se sienta en grupos. Las soluciones no son individuales sino comunitarias, Jesús organiza a la gente, le enseña a compartir.


      Jesús acepta el aporte del niño, da gracias, lo reparte… y todos comieron y se saciaron. Un dicho popular de nuestros días afirma "Cuando se comparte, alcanza y sobra 
        Amigos Jesús nos enseña que la dinámica del Reino es el arte de compartir. Quizá todo el dinero del mundo no fuese suficiente para comprar el alimento necesario para los que pasan hambre... El problema no se soluciona comprando, el problema se soluciona compartiendo.
        La dinámica del mundo capitalista es precisamente el dinero. Creemos que sin dinero nada se puede hacer y tratamos de convertirlo todo en dinero, no sólo los recursos naturales sino también los recursos humanos y los valores: el amor, la amistad, el servicio, la justicia, la fraternidad, la fe, etc. En el mundo capitalista nada se nos da gratuitamente, todo tiene su precio, todo se tasa y se comercializa. Se nos ha olvidado que la vida acontece por pura gratuidad, por puro don de Dios.        
      El milagro no es tanto la multiplicación del alimento, sino lo que ocurre en el interior de sus oyentes: se sintieron interpelados por la palabra de Jesús y, dejando a un lado el egoísmo, cada cual colocó lo poco que aún le quedaba, y se maravillaron después de que vieron que al alimento se multiplicó y sobró. Comprendieron entonces que si el pueblo pasaba hambre y necesidad, no era tanto por la situación de pobreza, sino por el egoísmo de los hombres y mujeres que conformados con lo que tenían, no les importaba que los demás pasaran necesidad. El gesto de compartir marca profundamente la vida de las primeras comunidades que siguieron a Jesús. Compartir el pan se convierte en un gesto que prolonga y mantiene la vida, un gesto de pascua y de resurrección. Al partir el pan se descubre la presencia nueva del resucitado.
      Los cristianos no debemos olvidar el compartir: ésta es la clave para hacer realidad la fraternidad, para reconocernos hijos de un mismo Padre. Cuando se comparte con gusto y con alegría el alimento se multiplica y sobra.
       Yo siempre trato de  dejar atrás palabras tan incómodas como pecado, oscuridad, dolor, muerte, para detenernos en los terrenos luminosos de la vida, resurrección, gracia, salvación, amor fe...esto no da la posibilidad de abrir nuestra mente y corazón a la gracia de Dios que actúa siempre en nosotros y así actuaremos como verdaderos hijos de Él.
      Hemos pasado con Jesús a la “otra orilla”. Es nuestra vocación: seguir a Jesús donde quiera que vaya, sin miedos, sin limitaciones, sin condiciones.
Si estamos con Jesús, observaremos el milagro permanente de ver como se multiplican los panes en nuestra vida. Y no sólo estoy pensando en el pan de trigo, sino en el pan del amor, de la alegría, de la felicidad, de la familia unida, de la gracia, de la salud, del trabajo, del amor...
Un niño ofreció al Señor cinco panes, que se transformaron, luego, en numerosos de dones que aliviaron el hambre de la multitud. ¿Qué tengo yo para ofrecerle a Jesús?
     Sobraron muchos pedazos de pan. Jesús mandó recogerlos. Nada tiene que desperdiciarse. Tus obras más sencillas repercuten positivamente en el dinamismo de la salvación de la humanidad. Todo cuanto piensas, dices y haces se proyecta en tu comunidad. No somos seres solitarios, sino personas solidarias.

    Y cuando hayamos sembrado el mundo de bendiciones, retirémonos calladamente y digámosle  a nuestro  Señor: “He hecho lo que tenía que hacer”.
Pero la palabra “multiplicar” no aparece en ninguno de los relatos… pero sí las palabras “partir”, “repartir”, “distribuir”…
    La multitud aparenta reconocer al Mesías esperado, pero Jesús se aleja y busca un lugar adecuado para dialogar seguramente con su Padre, en el monte, en soledad.
La escena termina con Jesús en el monte, en soledad. El monte, lugar de oración y encuentro profundo con el Dios de la Vida, para buscar y conocer su voluntad, para discernir el camino a seguir, para abrevar en el agua que da vida y fuerza para continuar: la presencia del Padre y el diálogo con El.
  Jesús sigue haciendo milagros, pero éstos pasan por nuestras manos, nuestro corazón, nuestros ojos, nuestros labios… El milagro somos nosotros, ofreciendo nuestra pequeñez que Dios convierte en grandeza.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 16 de julio de 2015

Amor con convicción




Reflexión domingo 19 de julio 2015
Amor con convicción
Marcos 6,30-34
Amigos hoy quiero centrarme en la compasión y en el amor…
El evangelio es muy claro necesitamos una fuente de compasión más profunda y duradera que nuestros propios esfuerzos. Porque tener compasión verdadera significa hacer lo que el otro necesita, más allá de lo que nos cueste. Tener compasión verdadera es decir en amor la verdad de la Palabra de Dios, para que sea  bendición. Tener compasión verdadera es quedarse junto al necesitado aún después que todos los demás se fueron, es escuchar al hermano. El problema es que, con el egoísmo que tenemos dentro de nosotros siempre ponemos un límite para nuestro servicio.
Por eso el evangelio, hace una descripción acertada, no sólo de las personas de esa época, sino también de nosotros, cuando dice: "parecían ovejas sin pastor". Es que cuando no estamos conectados con el Dios que nos creó y nos redimió, el mundo aparece quebrantado y sin sentido, y la compasión verdadera hacia el prójimo no es más que un sueño imposible.
Lamentablemente, esta es una realidad que vemos por todos lados, ¿no es cierto? Sólo necesitamos mirar a las familias a nuestro alrededor o nuestras propias familias. En el pasado, la familia era el primer lugar en donde las personas trataban de hacer siempre lo que era mejor para la suya y  los demás. Pero las cosas han cambiado mucho. Si los cónyuges de hoy día no se cuidan mutuamente ni cuidan de sus hijos como deberían, ¿cómo vamos a esperar que cuiden de otras personas?
Sufrimiento, quebrantamiento, parejas viviendo juntas por conveniencia propia y no porque es lo mejor para el otro o para sus hijos. Sí, el mundo necesita mucho amor y compasión.
Pero hoy este evangelio me recuerda que la compasión verdadera es algo que tuvo que venir al mundo para que este mundo pudiera, una vez más, conocer el amor, la alegría, y la paz. La compasión verdadera vino del mismísimo cielo en busca de tì y de mí.. La palabra utilizada en griego es splanjano, que significa 'salido del vientre para que todos lo vean'. Éste es un amor que tiene alma y corazón. Es un amor con convicción y sentimiento, un amor sin egoísmo; un amor que se entrega, se preocupa y cuida a las personas que, en definitiva, no pueden cuidarse a sí mismas. Es la compasión basada en la verdad, en la justicia, y en la santidad de Dios.
Es interesante ver que lo primero que Jesucristo hace al derramar su corazón compasivo en servicio a quienes le habían seguido ese día, según nos dice el texto para hoy, es enseñarles. No se fija sólo en sus necesidades físicas, sino también en su falta de conocimiento. Así es que les enseña quién es Dios y quiénes son ellos; les habla de la responsabilidad que tienen ante Dios, y la posibilidad real de recibir perdón, un nuevo comienzo, y vida eterna. ¡Eso es compasión! Y cuando uno  recibe esa clase de compasión de parte de Jesús, el Salvador que nos ama profundamente y hace lo que es necesario para que nosotros podamos  tener vida y salvación, nuestra  vida cambia. La buena noticia no es sólo que en Cristo encontramos compasión verdadera para nuestra vida, sino también que, en Cristo, Dios nos capacita para que tengamos compasión con los demás.
Cuando dije antes que a este mundo le falta compasión verdadera, lo dije en serio. Pero eso no quiere decir que tal compasión, amor y gracia no estén obrando ya en este mundo, porque lo están a través de todas las personas que han sido tocadas y redimidas por Jesucristo. De la misma manera, tú también puedes vivir y actuar con compasión, porque el amor compasivo de Cristo que vive en ti y en mí a través de la fe nos da todo lo que necesitamos para compartirlo con los demás. Como dice la Biblia: 'a quien mucho se le perdona, mucho ama.'
El sólo hecho de conocer a Cristo y de experimentar en carne propia su compasión, nos capacita para ello. El tremendo amor que recibimos de él a través de su Palabra y sus sacramentos desafía toda explicación y expectativa, y hace posible que muchas vidas, incluyendo la tuya y la mía, sean transformadas. Por eso el servicio necesita su reposo cuando se cuantifica en cualquier clase de esfuerzo humano: intelectual, psíquico o físico. Por otro lado, no se puede concebir nuestra existencia solo por el esfuerzo productivo. Como hemos afirmado, necesitamos otras actividades que nos hagan también personas: orar, leer, compartir la vida en el diálogo personal, en el ocio, en la fiesta. Y ello hay que insertarlo como una parte esencial de nuestra vida, pues, de lo contrario, nos convertimos en máquinas de producir, donde el descanso veraniego, como el del fin de semana, es un tiempo para reponer fuerzas para seguir produciendo. Y esto es pobreza humana, porque la persona se convierte en una máquina. Hay que aprender a perder el tiempo, a ver pasar el tiempo, y hacer cosas distintas a nuestras responsabilidades sociales y, en el amor, entregarnos para constituir sociedades más justas y libres. Y para eso hay que dar y compartir los mejor de nosotros mismos.
PAZ Y BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial franciscana

viernes, 10 de julio de 2015

El Milagro de Amar



Reflexión domingo 12 de julio 2015
El Milagro de Amar
Marcos (6,7-13)
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Este evangelio de hoy Nos invita a salir de nosotros mismos, a ir al encuentro con los otros, a las galileas existenciales, 
 sin miedo al mal, no poniendo la confianza en las cosas materiales, sin imposición, confiados en Su Espíritu  y quien nos quiera recibir.
   En la Iglesia se siente hoy la necesidad de una nueva evangelización. Y a esto nos pueden pasar por la cabeza muchas interrogantes de cómo salir adelante: ¿En qué puede consistir? ¿Dónde puede estar su novedad? ¿Qué hemos de cambiar? ¿Cuál fue realmente la intención de Jesús al enviar a sus discípulos a prolongar su tarea evangelizadora? veamos un poquito:
   Jesús envía a los Doce ligeros de equipaje, con lo imprescindible. Se convierten en instrumentos de su Buena Noticia. Una Noticia que vale por sí misma, que no necesita de especiales infraestructuras para expandirse ni de los servicios de complicados estudios de marketing. Es una vida casi a la intemperie, aunque abierta a las muestras de hospitalidad y de acogida, que son regalos en medio del camino. Así también ha de ser la vida del seguidor de Jesús: más confiada en su continua compañía a nuestro lado que en nuestros propios medios, seguridades y habilidades. Un estilo de vida compartida con otros, de dos en dos, ya que la comunidad es el primer testimonio para la misión. Y, juntos, avanzar en el camino del desprendimiento, que hace creíble el testimonio y nos ahorra el peso de tantas cosas “de repuesto” que nos impiden la fácil movilidad para seguir anunciando el Evangelio.
Por esto, la única manera de impulsar una “nueva evangelización” es purificar e intensificar esta vinculación con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el mundo.
     Sin recuperar este estilo evangélico, no hay nueva evangelización. Lo importante no es poner en marcha nuevas actividades y estrategias, sino desprendernos de costumbres, estructuras y servidumbres que nos están impidiendo ser libres para contagiar lo esencial del Evangelio con verdad y sencillez. Está claro que también lo nuevo es muy importante.
Creo que la Iglesia está  perdiendo este estilo itinerante que sugiere Jesús. Su caminar se hace  lento y pesado. No acierta muchas veces  acompañar a la humanidad. No tenemos agilidad para pasar de una cultura a otra. Nos agarramos a cosas, cultura, lugar, personas. Nos enredamos en intereses que no coinciden con el Reino de Dios. Necesitamos conversión.
     Y hoy la palabra de Dios es clara a este respecto; la Palabra de Dios pone de manifiesto el talante misionero de todo cristiano, una misión para la que no se necesitan títulos especiales humanos, por más que nos empeñemos que eso de "misionar"  sea exclusivo de sacerdotes, religiosos/as, es nuestra misión específica y meta de vida, pero no excluye la misión a los laicos.
    Y la elección y el envío se basan no en los títulos, dineros, inteli­gencia, preparación y capacitación previa, pues sabemos los títulos de que eran portadores los discípulos de Jesús: unos pescadores, otros publicanos, y otros sacados de algún grupo guerrillero de entonces, cobrador de impuesto.
Hermanos estamos invitados como los discípulos a llevar, la experiencia de haber convivido con Jesús, haber compartido la vida con él, haber sido testigos de sus milagros, haber escuchado su palabra en tantas ocasiones, que iba puliendo sus debilidades, haber escuchado su men­saje de amor. El evangelio nos habla de que Jesús les proveyó de poderes especiales, les dio poder sobre los espíritus inmundos. Y ellos confirmaban sus palabras y su invitación a la conversión expul­sando demonios y curando enfermos mediante la aplicación de ungüentos.
     Quizás desde aquí vemos que no se necesitan títulos espe­ciales (sacerdote, obispo, religioso, catequista), ni capacidades particulares para sentimos elegidos por Cristo y enviados a evangelizar, a llevar el evangelio a una sociedad que no es diferente a la de los profeta, con tantas divisiones e injusti­cias, ni tan diferente del mundo de Jesús, pues también hoy abundan los espíritus inmundos, esas fuerzas demoníacas que se posesionan de las personas y les convierten en verdaderas marionetas, títeres sin personalidad, todo aquello que rebaja y esclaviza al hombre.
    Quizás no tenemos esos poderes extraordinarios con que Jesús dota a los apóstoles para hacer aquellos milagros que asombraron hasta a los mismos protagonistas, pero tenemos la capacidad de realizar cada día el milagro del amor en pequeños gestos.
Nuestra vida cristiana tiene sentido en la medida en que vamos realizando el pequeño gesto, el milagro que Dios puso en nues­tras manos, el milagro de querernos y de ayudarnos.
    Pues tan milagroso es para mí devolver la vista a un ciego como la felicidad a un amargado, Y tan prodigioso es multiplicar los panes como repartirlos y compartirlos solidariamente. Y tan asombroso es cambiar el agua en vino como el egoísmo en fra­ternidad. Tan milagroso es expulsar demonios, como suponemos hicieron los apóstoles con el poder que Jesús les otorga, como ayudar a salir de la drogadicción o de la dependencia alcohólica a personas que estos elementos les han robado la personalidad. Y tan milagroso es ungir a los enfermos con aceite y curarlos, como harían los apóstoles con sus poderes heredados de Jesús, como el pasarse días, meses y años al lado de un enfermo cuidando amorosamente de él.
    Y el milagro de amar podemos hacerlo todos, pequeños y grandes, sanos y enfermos, ricos y pobres. Hacer grandes mila­gros no está en nuestra mano, pero sí el milagro del amor para cambiar el mundo, para lograr esa conversión que estamos lla­mados a predicar, conversión total de corazones, personas y estructuras de la sociedad. 

    Y es con ese milagro como vamos corroborando nuestras palabras con las obras y haciendo que el Reino de Dios se vaya construyendo en la tierra, autentificando así el evangelio, la buena noticia de Jesús y siendo colaboradores en la  misma misión de Cristo guiados e iluminados por el Espíritu Santo.

PAZ  Y  BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana