miércoles, 29 de agosto de 2018

Un análisis del corazón humano...


Reflexión domingo 2 septiembre 2018

Un análisis del corazón humano…
 Marcos 7,1-8.14-15.21-23

Hermanos: ¿Cuántas cosas quisiéramos que fueran diferentes en el planeta en que vivimos?
¿Qué cosas tendrían que cambiar?
¿Es realmente posible que haya un cambio en la conducta humana? ¿De qué forma podría llegar a producirse ese cambio?
Muchas veces tenemos la ilusión de que es posible provocar ese cambio desde fuera. 
Las leyes que se da un pueblo a través de sus representantes buscan modificar las conductas. Y cuando se establece una ley que al menos algunos no están dispuestos a cumplir, también se señalan los castigos que le corresponderán al infractor.
Cumplir o no una ley está relacionado así al querer evitar el castigo que trae aparejado el no cumplirla.
Sin embargo, muchas veces la amenaza del castigo no es suficiente… pensemos en lo que realmente puede significar el endurecimiento de las penas por algunos delitos… lamentablemente, esos delitos no cesan.
El problema está en que no hay un cambio en el interior de la persona. 

Nos cuesta  entender bien el significado de los Diez Mandamientos, el significado de la Ley de Dios, si no entendemos el marco en que Dios los entrega. Ese marco es la Alianza entre Dios y los hombres. La Alianza no es una imposición: “Yo soy Dios y ustedes van a hacer lo que yo les diga”. No. Es un compromiso mutuo. Es un encuentro de la libertad de Dios que elige a un pueblo y la libertad de ese pueblo que elige a Dios, que reconoce a Dios como Su Dios. El domingo pasado, la primera lectura nos presentaba uno de esos momentos de elección: Josué, sucesor de Moisés al frente de los israelitas, dice al pueblo:

«Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir (...) Yo y mi familia serviremos al Señor».

Y el pueblo respondió:

«Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud (…) Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que Él es nuestro Dios».

Es en el marco de esa alianza que comprendemos las palabras de Moisés en la primera lectura de este domingo:

«Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que Yo les enseño para que las pongan en práctica. (…) No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo».

Esas palabras son como el telón de fondo delante del cual escuchamos lo que Jesús dice en el Evangelio:

«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. (…) las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».

¿A qué se refiere Jesús con “seguir la tradición de los hombres”? Este pasaje del Evangelio comienza cuando los fariseos le preguntan a Jesús por qué sus discípulos comen sin lavarse las manos. En nuestro tiempo, lavarse las manos antes de comer es un prudente acto de higiene. Así nos enseñaron nuestras mamás: “niños, lávense las manos que vamos a comer”.

Pero para los fariseos, era mucho más que eso. Era un acto de purificación, un acto con el que el hombre pretendía estar puro, limpio, ante Dios. Ese acto debía hacerse de una forma precisa, meticulosa… un verdadero rito: el lavado llegaba hasta el codo; había que enjuagarse dos veces, con una determinada cantidad de agua y no menos; no podía usarse para el agua un recipiente de barro… y varias normas más.

A todo esto, Jesús lo llama “seguir la tradición de los hombres”, es decir, cumplir una serie de normas exteriores con las que pretendemos quedar bien delante de Dios… descuidando el cumplimiento de los mandamientos.

Y aquí viene la palabra fuerte de Jesús, la palabra con la que reclama que la purificación no sea hecha por fuera, sino por dentro, en el corazón:

«Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».

“Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones…” dice Jesús. En el lenguaje de la Biblia, el corazón es el centro de la persona. El corazón es el fundamento de la dignidad, de la libertad, de la capacidad de decisión de cada uno. Por eso el corazón es mencionado en el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…» (Dt 6,5; Me 12,30). 

En la lista que Jesús hace de las cosas que hacen impuro al hombre, podemos ir reconociendo los Diez Mandamientos. El amor a Dios y el amor al prójimo son la clave para elegir entre el bien y el mal. “Bienaventurados los limpios de corazón”, dice Jesús. Mirando a su corazón, pidámosle un corazón nuevo, un corazón puro, un corazón semejante a su Sagrado Corazón.
 A veces tengo la impresión de que predomina entre los cristianos cierta espiritualidad de "cumplimiento para la seguridad": obediencia al magisterio seguro, normas morales fijas y claras, observancia de lo cultual como obediencia. Todas estas cosas tienen que existir, pero no como protagonistas de lo religioso: el protagonismo de lo religioso es la disposición a cambiar urgidos por la palabra, en el ámbito individual y en el colectivo activado por la luz del Espíritu Santo.

No se puede dar mejor resumen de la mentalidad completa de Jesús. Debemos sacar las consecuencias más severas: por decir esto lo mataron, lo mató la otra religión (¿la nuestra?).
Jesús propone entonces un análisis del corazón humano, de aquel centro de decisión, inteligencia y libertad, pues es allí donde tiene lugar lo auténticamente bueno o lo auténticamente condenable.
Escuchar al Maestro es fundamental, pero hacerlo con los oídos del corazón mismo, para que no quedemos en una atención acomodaticia y subjetiva de la Palabra escuchada, sino que en verdad, ella nos lleve a la auténtica práctica.

Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda. Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto las normas, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del Reino de Dios en la sociedad contemporánea.


 Paz  y  bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 23 de agosto de 2018

La crisis de Galilea...



Reflexión domingo 26 agosto 2018
La crisis de Galilea…
Juan 6,60-69
Hay momentos de la existencia donde irse o quedarse son decisiones que marcan el resto de la vida.
A lo largo de toda la historia, hay gente que ha dejado la Iglesia y gente que se ha quedado en la Iglesia. En las comunidades por donde he pasado, empezando por mi propia comunidad parroquial, mi comunidad de bautismo, he encontrado esas personas que permanecen, con una fe “a prueba de balas”, aunque no sea en sentido literal. Casi siempre mujeres, pero también algunos matrimonios, algunos varones, que no se han apartado de la comunidad ni porque hayan pasado situaciones difíciles a nivel personal o familiar, ni porque haya cambiado el rostro y el estilo del párroco de turno… y eso, sin tener tampoco un motivo mezquino para quedarse, como el tener cierto poder dentro de la comunidad o haberse adueñado de un espacio.

El evangelio de hoy nos presenta el episodio conocido como “la crisis de Galilea”. Es un episodio que da un giro importante al camino que venía haciendo Jesús. Desde que comenzó su ministerio en Cafarnaúm, el “éxito” de Jesús, hablando en términos humanos, era cada vez mayor. Recordemos cómo le traían “a todos los enfermos y endemoniados”, como la ciudad entera estaba a la puerta de su casa, como todos lo buscaban… y eso fue apenas el comienzo.
El día que Jesús multiplicó los panes y los peces, había cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, que siempre son muchos más. Todos querían que Jesús fuera coronado rey…
Jesús abandona a la multitud ante semejante perspectiva, pero ellos lo buscan.
Cuando lo encuentran, Jesús se pone a enseñarles largamente. Es su discurso del Pan de Vida, que hemos venido escuchando estos domingos.
Frente a las palabras de Jesús, frente a la nueva perspectiva que Él abre, muchos se desconciertan: no es lo que ellos esperaban y comienzan a abandonarlo.
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Y aquí es donde se produce el desenlace de la crisis. El evangelista Juan nos dice:
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.
Por eso, es natural que Jesús se vuelva hacia los Doce, ese pequeño grupo que estuvo con él desde el principio, y les pregunte:
«¿También ustedes quieren irse?»
Y aquí viene la respuesta decisiva. Es Simón Pedro quien habla, en nombre de todos:
«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».
“Nosotros hemos creído”. Hermosas palabras; hermosas, precisamente, porque no son sólo palabras. Son la razón de una decisión. Ellos han encontrado a Jesús, han creído en Él, han encontrado sentido para su vida.

En el comienzo de su primera carta encíclica, Dios es Amor, el Papa Benedicto XVI nos dejó esta línea muchas veces citada, incluso por el propio Papa Francisco:
“Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Nuestras fuerzas humanas pueden realizar muchas cosas. Nuestra voluntad puede templarse y mantenernos en el rumbo elegido… pero tarde o temprano, encontraremos nuestra fragilidad, nuestra impotencia… pero allí se abrirá la oportunidad para descubrir la fuerza del amor de Dios. Que en ese momento podamos también decir “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”.

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana



Alimentarse de la Palabra y de la Carne de Jesús...



Reflexión domingo 19 de agosto 2018
Alimentarse de la Palabra y de la Carne de Jesús…
Juan 6,51-58
En el evangelio de hoy, Jesús habla de una comida y una bebida que tiene un efecto diferente al de los demás alimentos; más aún, produce el efecto contrario: que al comer y beber seamos transformados en lo que comemos… pero ¿qué es realmente lo que Él nos ofrece para que suceda eso?

Jesús está hablando ante la gente reunida en la sinagoga de Cafarnaúm, junto al mar de Galilea. Se ha presentado diciendo “Yo soy el pan bajado del Cielo”, lo que ha hecho que la gente murmure… muchos conocían a Jesús, conocían a su familia… ¿cómo es que dice que ha bajado del Cielo?

Ahora Jesús va a hacer que sus oyentes murmuren de nuevo, porque agrega: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan   vivirá eternamente”.

Sus oyentes no han entendido todavía qué quiere decir Jesús con que Él es el pan. Tal vez lo han tomado como otras afirmaciones de Jesús: «Yo soy el buen pastor... Yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy la vid verdadera» (Jn 10,7.11; 15,1). Todos saben que Jesús es carpintero, no pastor; y, por supuesto, tampoco es una puerta ni una vid. Jesús ha usado algunas comparaciones para explicar su relación con nosotros. Cuando Jesús dice que él es el Pan, podemos entender que tenemos necesidad de él, tal como necesitamos el pan material.

Más aún, podemos entender que Su Palabra es para nuestra alma como el Pan. Su Palabra nos alimenta. Hay toda una parte de la Misa en la que escuchamos la Palabra de Jesús. Incluso, muchas veces se le llama “la Mesa de la Palabra”, porque nos alimentamos con esa Palabra. Cuando la escuchamos, cuando la hacemos nuestra, cuando la ponemos en práctica, cambia nuestra mentalidad, crecemos espiritualmente.

San Pablo, que trasmitió la Palabra de Jesús, también usó esa comparación: Palabra - alimento. Él mismo dice que fue entregando el evangelio de a poco, tal como se va alimentando un niño. A los Corintios les dice:

“Yo les di a beber leche, no alimento sólido, porque todavía no podían recibirlo” (1 Corintios 3,2).
Eso es verdad y es bueno que todos lo tengamos presente: cuando escuchamos la Palabra de Jesús, nos encontramos con Él, lo escuchamos a Él. Su Palabra nos alimenta y nos hace crecer en la fe.

Jesús nos lleva más lejos cuando nos dice que Él es el Pan de Vida, que tenemos que comer su carne para tener vida eterna.

Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.
La Eucaristía es el gran signo de Jesús. Allí está presente, allí se da a nosotros. En esa forma tan simple, tan frágil… pero cuando lo recibimos con fe, es ese alimento el que nos asimila a nosotros: Jesús, Pan de Vida, nos va haciendo semejantes a Él.

Quienes lo recibimos habitualmente, tenemos que volver siempre a considerar lo que estamos recibiendo y lo que significa. Quienes desean recibirlo y por distintas razones no pueden hacerlo, pueden unirse a toda la comunidad en la adoración del Santísimo Sacramento. Quienes no lo conocen, o no lo entienden, o aún no creen que Él esté allí, están siempre invitados a conocerlo.

Pero el encuentro con Jesús Pan de Vida empieza por escuchar su Palabra. Decía así San Jerónimo, en una enseñanza que la Iglesia sigue presentando a todos:

«La carne del Señor es verdadera comida y su sangre verdadera bebida; éste es el verdadero bien que se nos da en la vida presente, alimentarse de su carne y beber su sangre, no sólo en la Eucaristía, sino también en la lectura de la Sagrada Escritura. En efecto, lo que se obtiene del conocimiento de las Escrituras es verdadera comida y verdadera bebida» (S. Jerónimo, Commentarius in Ecclesiasten, 3: PL 23, 1092 A)
En su Palabra, Jesús habla a todos, ofrece alimento, sigue ofreciéndose Él mismo como comida verdadera. Por eso, no es extraño que Benedicto XVI dijera que

“Alimentarse con la palabra de Dios es (…) la tarea primera y fundamental”. 
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana




lunes, 13 de agosto de 2018

Comunión y Fraternidad...



Reflexión domingo 12 agosto 2018
Comunión y Fraternidad…
Juan 6,41-51
A lo largo de la vida nos vamos encontrando con toda clase de personas. Sólo algunas de ellas dejan huellas en nosotros, huellas que nos acompañarán por el resto de los años que nos toquen vivir. A veces, más que huellas son cicatrices o, peor, heridas aún abiertas, porque nos han lastimado… pero no quiero ir por ahí. Al contrario, pienso en esas personas muy especiales, por las que uno se sentía atraído… ¿qué había en ellas? Recuerdo a una abuela de mi comunidad que me lo solía encontrar cuando iba al pozo por, que falleció hace tiempo. Cuando estaba con ella, ella me escuchaba y me sentías comprendida. Me iba haciendo algunas preguntas y, de repente, te escuchabas vos mismo diciéndole cosas que nunca habías sacado de adentro… y me doy cuenta que eso… era lo mejor que yo tenía. Salía de ese encuentro con ganas de ser más buena, de hacer mejor mi trabajo de cada día, confortada y agradecida.

Mucha gente se sentía atraída por Jesús. Algunos buscaban sus milagros: una respuesta inmediata, un alivio a sus sufrimientos. Otros lo buscaban como maestro, deseosos de sabiduría. Veían en él un hombre de Dios, un profeta que con sus palabras y sus gestos les hablaba de Dios de una manera nueva y los hacía sentir diferentes…

Pero, por momentos, Jesús también los desconcertaba. Desconcertaba porque daba a entender algo que no era fácil de ser entendido. ¿Quién era realmente Jesús? 
Así comienza el evangelio que escuchamos este domingo:
Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y decían: « ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"»

La gente que está escuchando a Jesús murmura al oír sus palabras… Jesús está diciendo que él viene de Dios a traer un alimento que da vida eterna y que ese alimento es él mismo. Esto es demasiado. Muchas de esas personas conocen a Jesús desde hace tiempo. Conocen a su familia. No es alguien que apareció de pronto. Lo han visto crecer. ¿Cómo pueden creer en lo que Jesús está diciendo? ¿Cómo creer que ha bajado del Cielo? ¿Cómo creer que puede darles vida eterna?
Más aún… ¿cómo podemos creerlo nosotros, dos mil años después? ¿Cómo creer que en ese hombre, Jesús de Nazaret, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?

No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió;
La gente ha seguido a Jesús porque se ha sentido atraída por él y por todo lo que dice y hace; pero sigue todavía pensando que lo conoce bien, que sabe cuál es su verdadera identidad. Pero Jesús les hace ver algo muy importante: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”.

Lo que Jesús está planteando es un salto muy grande… es pasar de creer y confiar en Jesús en la misma forma que confiamos y creemos en una buena persona, como mi vieja profesora, a creer en Él como Hijo de Dios, “bajado del Cielo” que promete nada menos que “la vida eterna” desde ahora y para siempre.

Jesús explica que nadie puede dar ese paso de creer en Él de esa forma, si el Padre no lo atrae. Es Dios mismo quien produce la atracción que nos lleva hacia Jesús y nos hace posible creer en Él como Hijo de Dios, como enviado del Padre. Es el don de la fe, don de Dios, que necesita también nuestra respuesta, nuestro sí.

Escuchar la voz de Dios, dejarnos enseñar por el Padre, creer en Jesús como su Hijo, tener FE en Jesús, nos abre a una perspectiva nueva: la vida eterna. 
“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día.”
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A toda aquella gente que buscaba a Jesús para que sanara a sus enfermos, consolara sus tristezas, para que les diera alimento, Jesús les pide mirar mucho más lejos que el horizonte de esta vida y descubrir que están llamados a vivir en Dios, a compartir la eternidad de Dios. 

Seguir a Jesús, creer en Él, es tener vida eterna desde ahora. Es llevar esa vida de Dios en nosotros. Es la vida de comunión que une al Padre con el Hijo. La muerte no pone fin a esa vida:
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera.
El Pan de Vida nos libera de la muerte. Es la carne de Jesús, su cuerpo, que sufrirá la muerte en la cruz, lo que nos da la vida. La encarnación, Dios que se hace hombre, es una gran paradoja: Dios se hace mortal y va a la muerte en su Hijo Jesús, para que nosotros, en Él, encontremos la vida y lleguemos a ser Hijos de Dios.



Comulgar en la carne de Jesús, comer su cuerpo, no debe separarnos de los demás. Los cristianos no estamos llamados a ser fariseos, que significa “separados”. Entre todas las grietas y fracturas que separan y dividen a los pueblos, a los vecinos, a las familias de este tiempo, es bueno que recordemos que nuestra común-unión con Jesús nos une, nos hermana, con todos los hombres y mujeres de cualquier raza, lengua, pueblo, nación… y aún religión. Nos hace descubrir que toda la humanidad está llamada a ser familia de Dios y no podemos mirar a nadie como extraño o extranjero.

Alimentándonos con su Palabra, alimentándonos con su Cuerpo, Jesús nos invita a que nos hagamos hermanos de todos. Más aún, nos da la fuerza de su amor para que podamos también nosotros vivir y crecer en esa fraternidad después de cada encuentro con Jesús.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana




Hambre de pan y hambre de Dios...



Reflexión domingo 5 agosto 2018
Hambre de pan y hambre de Dios…
Juan 6, 24-35
El evangelio que escuchamos el domingo pasado nos presentó el relato de la multiplicación de los panes y los peces. El milagro dejó entusiasmada a la multitud, que quedó saciada. Todos veían a Jesús como un profeta, un enviado de Dios, con un gran poder y querían hacerlo rey. Al darse cuenta de lo que pretendían, Jesús se retiró. La gente siguió buscándolo. El evangelio de este domingo comienza cuando lo encuentran.

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos,
sino porque han comido pan hasta saciarse.
“Ustedes me buscan porque han comido hasta saciarse”, dice Jesús. Pensando en la situación de hambre en el mundo y pensando en nuestra propia necesidad de alimentarnos cada día, comprendemos lo que movía a aquella gente, porque el pan -el alimento- es esencial para mantener nuestra vida en este mundo y para eso, en primer lugar, se trabaja o se busca trabajo. Para llevar el pan a la mesa.

¿Qué es, entonces, lo que les reprocha Jesús? Jesús les reprocha el no ver más allá, no tener interés más que en saciarse de bienes terrenos. Jesús tiene para ofrecer los dones de Dios: el amor, la misericordia, la reconciliación, la paz; la vida en plenitud desde aquí y para la eternidad. ¿Cómo ayudarles a descubrir eso? Jesús sigue hablándoles:

Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello».
El pan que Jesús multiplicó es perecedero. No puede trasmitir una vida que no tiene. Quien lo come, en su momento, también perece, muere. Por eso Jesús llama a trabajar por el alimento “que permanece hasta la vida eterna”. “Trabajen” por ese pan, dice Jesús; pero también dice que Él es quien les dará ese pan. Ningún esfuerzo humano, puede alcanzar el Pan de Vida eterna.

Pero si Jesús dará ese Pan de Vida Eterna ¿cuál es el trabajo? Eso mismo pregunta la gente:

«¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió:

«La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado».
“Que ustedes crean”. La fe en Cristo es la base de todo. La fe es un don de Dios, es su obra; pero el trabajo del hombre es aceptar el don, abrirse a la fe.

Aquel que cree, no necesita ver milagros; a quien no cree, los milagros no le alcanzan. Sin embargo, la gente pide a Jesús “signos”, es decir, milagros, y recuerdan un signo del pasado:

«¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:
"Les dio de comer el pan bajado del cielo"»
Jesús responde:

«Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo;
mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo».
Al oír esto, la gente hace una petición:

«Señor, danos siempre de ese pan»
Esa petición permite a Jesús manifestar que Él mismo es el Pan de Vida:

«Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed».
El pan es esencial para la vida. Seguiremos buscando ganarlo cada día con nuestro trabajo, sin olvidar que hay hambre en el mundo… atento y solidario con quienes no tienen qué comer, para que no pase lo que ya denunciaba San Pablo:
Cuando ustedes se reúnen en común, eso ya no es comer la cena del Señor, porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga.
(1 Corintios 11,20-21)
Pero cuando se trata de la Vida Eterna, sólo Jesús es esencial. Por eso es que también nosotros pedimos «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús, Pan de Vida Eterna es el alimento que sacia nuestra hambre y sed de Dios y de la felicidad eterna que sólo Él concede.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

Cinco panes y dos peces...



Reflexión domingo 29  julio 2018
Cinco panes y dos peces…
Juan 6,1-15
Hermanos cuando comparamos los relatos en los distintos evangelios, no es difícil darnos cuenta de que algunos detalles son diferentes. Allí aparece la intención del evangelista que quiere mostrarnos un aspecto en especial.

En los relatos que nos ofrecen Mateo, Marcos y Lucas, Jesús pregunta a los discípulos cuántos panes tienen. Cuando leemos el relato del cuarto evangelio, nos damos cuenta de que Juan marca una diferencia.
Nos dice:

Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe:
« ¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió:
«Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»

Efectivamente, los recursos eran muy escasos: un niño que ofrece lo que tenía para su almuerzo. El pan de cebada era el pan de los pobres, más barato que el pan de trigo. Ese tipo de pan aparece también en la primera lectura de este domingo, tomada del segundo libro de los Reyes, donde el profeta Eliseo alimenta a cien hombres con solo veinte panes de cebada.

Únicamente Juan coloca a este niño en su relato. No sólo tiene poca cosa que ofrecer, sino que es apenas un niño… un candidato tan improbable como el jovencito David para enfrentar al terrible gigante Goliat. ¿Qué habría pasado si el niño hubiera pensado “y con esto qué hacemos” y se lo hubiera guardado? Pero el Evangelio suele subrayar el valor escondido en lo poco y lo pequeño… la minúscula semilla de mostaza de la que sale un gran arbusto, la medida de levadura que fermenta toda la masa… las dos pequeñas monedas que dona la viuda, el vaso de agua que alguien ofrece al discípulo de Jesús. Por otra parte, la parábola de los talentos nos hace ver también la peligrosa tentación del que ha recibido un solo talento y lo guarda, en lugar de hacerlo producir, tal vez por pensar que le había tocado poco.

Pero el niño no piensa nada de esto. Deja todo en manos de Jesús y hace posible que Jesús actúe:

Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
En los otros evangelios, Jesús hace repartir el alimento por sus discípulos; aquí es él mismo quien lo entrega. El evangelista Juan quiere así resaltar todo lo que Jesús hizo a partir de lo que el niño le ofreció: sus cinco panes y dos peces.


Nosotros también queremos  seguir sirviendo a nuestro pueblo. Así sabremos encontrar sus cinco panes y dos peces, para ponerlos a disposición de Jesús, en favor de su gente.
En forma muy resumida, estos son:

Primer Pan: vivir el momento presente. 
“Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de forma extraordinaria”.
Segundo Pan: distinguir entre Dios y las obras de Dios.
“Me has confiado una misión que no se asemeja a ninguna otra, pero con los mismos objetivos de las demás: ser tu apóstol y testigo”.
Tercer Pan: un punto firme, la oración.
“Breves oraciones, unidas una a otra, forman una vida de oración”.
Cuarto Pan: mi única fuerza, la eucaristía.
“Antes celebraba con patena y cáliz dorados: ahora tu sangre está en la palma de mi mano”.
Quinto Pan: amar hasta la unidad es el testamento de Jesús.
“Amar a los otros como Jesús me ha amado, en el perdón, en la misericordia, hasta la unidad”
Primer Pez: María Inmaculada, mi primer amor.
“Para sentirme unido a Jesús y a todos los hombres, mis hermanos, quiero llamarte Madre nuestra”.
Segundo Pez: elegir a Jesús.
“¿Qué recompensa quieres? Solo a ti, Señor”.
“Quiero ser el muchacho que ofreció todo lo que tenía. Casi nada: cinco panes y dos peces, pero era todo lo que tenía para ser instrumento del amor de Jesús”.

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana