Este domingo la Iglesia celebra el Bautismo
de Jesús. El evangelio está tomado del capítulo 3 de san Mateo y, atención al
detalle: recién aquí -capítulo 3- encontramos las primeras palabras que el
evangelista pone en boca de Jesús.
«Ahora déjame hacer
esto, porque conviene que así cumplamos toda justicia»
¿Con quién está hablando Jesús? ¿De qué está
hablando? Jesús está dialogando con Juan
el Bautista, precisamente a propósito del bautismo que Jesús quiere
recibir.
Jesús fue desde Galilea
hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.
El bautista no comprendía ese pedido:
Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que
tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi
encuentro!»
Y ahí vienen las palabras de Jesús, que
quiere cumplir “toda justicia” o “todo lo que es justo”, como dicen otras
traducciones. Llama la atención que Jesús hable de cumplir “lo que es justo” o
de cumplir “toda justicia” en relación con su bautismo. Eso nos hace pensar que
Jesús está hablando de justicia en otro sentido.
Así es… no es la justicia humana (que sigue
siendo necesaria en nuestra vida). Es la justicia divina, la justicia de Dios,
en su sentido más amplio.
Si esas son las primeras palabras de Jesús en
el evangelio de Mateo, tenemos que ver en ellas un programa, el programa de
Jesús: llevar a su cumplimiento toda justicia. Veamos como Jesús sigue
refiriéndose a esto en el Evangelio de Mateo… por ejemplo:
Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de la justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5,6)
Bienaventurados los perseguidos por causa de
la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. (Mateo 5,10)
Busquen primero el Reino de Dios y su
justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura. (Mateo 6:33)
La finalidad de la justicia de Dios no es la
condena sino la salvación del hombre. Quienes creemos en Dios estamos llamados
a buscar “el Reino de Dios y su justicia” por encima de todo. Estamos llamados
a vivir y a dar testimonio de su justicia. En nuestra relación con Dios, la
justicia va de la mano de la santidad.
En la relación con los demás, la justicia de
Dios se vive en el amor al prójimo, con una especial atención a los débiles,
indefensos y maltratados, aquellos que claman: Hazme justicia, oh Dios,
defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y
malvado. (Salmo 42,1) La primera lectura, del profeta Isaías, nos presenta uno
de los cánticos del servidor sufriente, misterioso personaje con quien Jesús se
identificará después.
A este servidor, Dios le dice: Yo, el Señor,
te llamé en la justicia Y agrega algunas de las obras en las que se manifestará
la justicia de Dios por la acción de su servidor: abrir los ojos de los ciegos,
hacer salir de la prisión a los cautivos.
Todo esto es el programa de Jesús, a partir
de sus primeras palabras. Pero Jesús no dice “es necesario que yo cumpla lo que
es justo” sino “es necesario que cumplamos lo que es justo”. Sus palabras
involucran al Bautista; Jesús necesita su colaboración. Pero también nos
involucran a todos los que hemos sido bautizados.
Frente a eso, podemos sentirnos superados,
desbordados. Ser hombres y mujeres justos, viviendo en la justicia de Dios…
¿podemos llegar realmente a eso? pero Jesús tampoco dice “es necesario que
ustedes cumplan lo que es justo”, sino que utiliza el nosotros: que cumplamos.
Él también se involucra. Es en unidad con Él que podemos realizar su programa,
para que se puedan aplicar a nosotros las palabras de Pedro en la segunda
lectura:
“en cualquier nación, todo el que teme a Dios
y practica la justicia es agradable a Él”
En la vida de Jesús, en su entrega cotidiana,
en su cumplimiento de toda justicia, se refleja lo que queda establecido
después de su bautismo:
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua.
En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como
una paloma y dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es
mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
Amigas
y amigos: esas palabras del Padre Dios son también para cada uno de nosotros:
“tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Caminemos buscando vivir cada día más en la
justicia de Dios. Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la
próxima semana si Dios quiere.
“¿Dónde está el rey de los judíos que ha
nacido? …Una bomba para Herodes.
Mt 1,1-12
La
inocencia de los niños es el territorio más sagrado que podemos llegar a
concebir. Debiéramos ser absolutamente respetuosos en ese aspecto.
Lo primero
que debemos tener en cuenta es que San Mateo NO DICE los Reyes Magos fueron tres, ni dice Reyes.
En
efecto, Mateo no habla de "tres" sino de "unos" Magos que
llegaron de Oriente (Mt 2,1), sin precisar su número.
Tampoco
dice que eran "reyes". Sólo habla de "magos". No debemos,
pues, imaginarlos como monarcas de ningún lado.
En
la antigüedad se llamaba "magos" a los estudiosos de las ciencias
secretas, a los sabios, especialmente a los que investigaban el curso de las
estrellas en el cielo; eran algo así como los científicos de la época. Por lo
tanto, a los "Magos" de Mateo hay que considerarlos como astrónomos,
representantes del saber y de la religiosidad pagana de aquel tiempo.
Nos adentremos al contexto:
Los magos
vienen a Jerusalén porque han visto en oriente la estrella del Rey de los
judíos...
Herodes se va a enterar de la manera más inesperada,
no por delegación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt
escribe con asombrosa habilidad narrativa. No nos presenta a los magos cuando
están en Oriente, observando el cielo y las estrellas. Omite su descubrimiento
y su largo viaje.
La estrella
podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el
contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La
solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando
sólo faltan nueve kilómetros para llegar a Belén, y los magos se ven obligados
a entrar en Jerusalén.
Nada más al llegar formulan, con toda
ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
su estrella y venimos a adorarlo”. Una
bomba para Herodes.
Si
analizamos en profundidad nuestra actitud ante el Niño, resulta que el miedo de
Herodes y de los jefes judíos, es también nuestro miedo. El reinado de Dios es
una amenaza para nuestro egoísmo. Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho:
esto no lo creo, cuando queríamos decir: esto no me gusta. Estaríamos
dispuestos a adorar a un Dios que potenciara nuestras seguridades y nuestro
poder. Un Dios que reine sin hacernos reinar a nosotros, no nos interesa.
Como
los magos salen de su tierra para buscar, nosotros tenemos que salir de nuestro
"ego", de nuestras seguridades terrenas para buscar. Sin esa actitud,
aunque haya nacido el Niño, aunque aparezca la estrella, el encuentro no se
producirá.
Los
letrados lo saben todo sobre el Mesías, pero, instalados en sus privilegios
religiosos y sociales, no mueven un dedo para comprobar. Están muy a gusto con
lo que tienen. Se quedan con su conocimiento y sus libros.
El
mensaje de este relato puede advertirnos a nosotros que el amor a la verdad crea
nómadas, no instalados satisfechos. Cuantas veces, los cristianos nos hemos
conformado con marcar a los demás la dirección sin mover un dedo para
acompañarles. Esta diferente actitud de los magos, nos tiene que hacer pensar.
Los paganos adoran al Niño, los judíos intentan matarlo. Los paganos reconocen
la Niño, los judíos no lo reconocen. Son tesis propias del evangelio de Mateo.
El
hecho de que en un momento determinado, los magos pregunten a Herodes y éste
pregunte a su vez a los que conocen las Escrituras es muy interesante. Las
Escrituras pueden servir de pauta, pueden indicarnos el camino a seguir cuando
atravesamos lugares o tiempos sin estrella. Pero el valor de la Escritura
depende de la actitud del que las estudia. A la Biblia hay que acercarse sin
prejuicios; no para buscar argumentos a favor de lo que ya creemos, sino
abiertos a lo que nos va a decir aunque sea distinto a lo que yo espero.
Ante
millones de estrellas que brillan en el firmamento, los magos descubren la de
Jesús. Ante las miles de estrellas que llaman la atención en nuestro mundo,
nosotros tenemos que descubrir la de Cristo. Si no estamos atentos, nos
equivocaremos y elegiremos la que no es.
Todo
hombre tiene la obligación de dejarse iluminar por su estrella, pero también de
ser guía para los demás. No se trata de "convertir" a nadie. Nuestra
obligación es hacer ver a los demás la bondad de Dios, manifestando con nuestra
vida su cercanía. Hacemos presente lo que es Dios, siempre que salimos de
nosotros mismos y vamos en ayuda de los demás.
No
debemos presentarnos como poseedores de la verdad, sino como compañeros en la
búsqueda. El verdadero creyente será siempre un buscador de la verdad, no un
guardián. Fijaros lo que tiene que cambiar la actitud de los cristianos, sobre
todo de sus dirigentes.
Todos
recibimos todo de Dios y todos tenemos la obligación de aprender de los demás y
enseñar a los demás. Todos tenemos la obligación de encender una luz, en lugar
de maldecir de las tinieblas. No podemos seguir mirándonos al ombligo con
autocomplacencia sin límites.
El
reino de Dios es algo mucho más extenso que los contornos, siempre limitados,
de una Iglesia. El amor, la entrega, la capacidad de salir de sí e ir al otro,
son posibilidades universales y abarcan a todos los hombres. Esto no quiere
decir que todos los hombres tengan que pertenecer a la misma institución, y
menos aún a la misma cultura. Lo que celebramos hoy es la apertura de Dios a
todos los hombres, no el sometimiento de todos a la disciplina de una Iglesia.
Una
breve comparación los magos - la reina
1)
Una reina anónima se puso en camino y viajó a Jerusalén desde un lejano país de
Oriente (1 Re 10,1). Unos Magos anónimos se pusieron en camino y viajaron a
Jerusalén desde un lejano país de Oriente (Mt 2,1).
2)
La reina era sabia (1 Re 10,1). Los Magos eran sabios.
3)
Ella buscaba al rey de los israelitas para admirarlo (1 Re 10,9). Ellos
buscaban al rey de los judíos para adorarlo (Mt 2,2).
4)
A la reina la guió una estrella. (La literatura judía dice: "Cuando la
reina de Saba se acercaba a Jerusalén, reclinada en su carruaje, vio a lo lejos
una rosa maravillosa que crecía a orillas de un lago. Pero al aproximarse más,
vio con asombro que la rosa se transformaba en una luminosa estrella. Cuanto
más se acercaba, más brillaba su luz".) También a los Magos los guió una
estrella (Mt 2,2).
5)
La reina de Saba llegó planteando enigmas difíciles de resolver, y halló las
respuestas (1 Re 10,3). Los Magos llegaron planteando un enigma difícil de
resolver, y hallaron la respuesta (Mt 2,4-5).
6)
La reina le ofreció a Salomón los regalos que le traía: oro, incienso y piedras
preciosas (1 Re 10,10). Los Magos le ofrecieron al Niño los regalos que le
traían: oro, incienso y mirra (Mt 2,11).
7)
Luego de admirar a Salomón, la reina regresó a su país y desapareció de la
historia (1 Re 10,13). Luego de adorar al Niño, los Magos regresaron a su país
y desaparecieron de la historia (Mt 2,12).
Recordemos
eran “Magos” no reyes…luego…
Los
misteriosos Magos de Oriente que llegaron a Belén para visitar al Niño Jesús
cautivaron pronto la devoción y la fantasía popular de los cristianos. Ya en el
siglo II se les elevó a la categoría de Reyes; esto se debió a que había un
Salmo que decía: "Los reyes de Tarsis y de Saba le traerán sus regalos;
todos los reyes se arrodillarán ante él" (72,10-11); y se creyó que los
Magos eran estos reyes que habían venido para cumplir la profecía.
Luego
se fijó su número; al ser tres los regalos que le ofrecieron al niño (oro,
incienso y mirra), se pensó que los Magos tenían que haber sido tres. Más
tarde, en el siglo VI, se les dio nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. En el siglo
VIII, se los hizo de razas diferentes. Y por último, en la edad media, se
empezó a decir que uno de ellos era negro.
Pero
quizás lo más pintoresco sea el detalle de sus reliquias. Según una tradición,
los Magos murieron en Persia. De allí sus restos fueron llevados a
Constantinopla en el año 490. Más tarde aparecieron en Milán. Y finalmente se
les trasladó a Colonia (Alemania), en cuya Catedral descansarían actualmente,
junto a una ingenua inscripción que dice:
"Habiendo
sufrido muchas penurias por el Evangelio, los tres sabios se encontraron en
Armenia el año 54 d.C. para celebrar la Navidad. Después de la misa, murieron.
San Melchor, el 1º de enero a los 116 años. San Baltasar, el 6 de enero a los 112 años. Y San Gaspar, el
11 de enero a los 109 años".
De hecho, los cuerpos de los Magos viajaron
mucho más después de muertos, que
durante su vida.
Dios
de la vida y de la historia
Que
podamos reconocer que estamos unidos con toda la humanidad
y que por eso debemos trabajar
por la justicia, la paz, la unidad y la esperanza.
Que
seamos conscientes de nuestros pensamientos,
sentimientos y acciones y que de esta manera
podamos contribuir a la convivencia y a la paz.
Que
no tengamos miedo a cuestionarnos,
a preguntarnos, y a buscar...
Pues la vida nos irá enseñando cada día
una lección de amor y de dignidad
Que
sepamos acoger y ser hospitalarios
y que compartamos sonrisas al estrechar las manos
pues así formaremos redes de solidaridad y fraternidad
Que
sepamos disfrutar de la naturaleza
y aprendamos a cuidar, con responsabilidad, todo nuestro planeta
que
crezcamos en la vivencia de la ternura y la compasión
para que podamos ayudar a quien vive en soledad
que
aprendamos a agradecer todos los gestos,
pequeños o grandes,
la cercanía, la comprensión, la caricia,
que recibimos de quienes convivimos.
Que
nuestro espíritu esté abierto
para descubrir a Dios que habita en nuestra existencia;
y que nuestra oración sea encuentro de sabiduría
y de entendimiento de los caminos de Dios para nuestras vidas.
Que
nuestras vidas este año sean levadura y semilla,
Que sembremos y compartamos nuestra humanidad,
Que abonemos la tierra de nuestras vidas
con actitudes de generosidad.
Y
que la bendición del Dios de la vida,
que es misericordioso y compasivo nos acompañe siempre…
Este
domingo leemos de nuevo el prólogo del evangelio según san Juan. Allí tenemos
la afirmación más clara y fuerte de la divinidad y, a la vez, de la humanidad
de Jesús. Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y
la Palabra era Dios. “La Palabra era Dios”. Esa Palabra es el Hijo de Dios, que
existe desde la eternidad, junto al Padre Dios y al Espíritu Santo. Es, pues,
una persona divina, una persona espiritual. Ahí no se habla todavía de ningún
rasgo humano. Unos versículos más abajo, Juan dice: La Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros. Esa Palabra eterna del Padre, ese Hijo de Dios que
existía desde la eternidad, “se hizo carne”. Se “encarnó”, decimos nosotros. Es
el misterio de la “encarnación” del Hijo de Dios. Ahora bien… ¿por qué “carne”? ¿Por qué no decir
más simplemente “se hizo hombre”? En el lenguaje bíblico, “carne” es una
palabra que designa al ser humano, todo el ser humano (no solo su cuerpo)
marcando sobre todo su debilidad, su fragilidad, como dice el salmo: …carne, un
soplo que se va y no vuelve más. (Salmo 78,39) Al decir que “la Palabra se hizo
carne”, el evangelista nos está señalando que Jesús asumió nuestra humanidad,
lo que incluye el hecho de ser mortal. Haciéndose hombre, el Dios inmortal, el
Dios eterno, se hace mortal. Es tal vez por eso que somos especialmente
sensibles a las representaciones de Jesús crucificado. Aunque creemos en el
Resucitado, la cruz nos recuerda hasta dónde llegó el amor de Cristo al hacerse
uno de nosotros. No puedo terminar sin llamar la atención sobre el versículo
siguiente: Habitó entre nosotros. Algunos lo traducen como “acampó entre
nosotros”, “puso su tienda entre nosotros”. En aquel pueblo de pastores, que
vivió durante siglos armando y desarmando sus carpas, la presencia de un Dios
que “acampa” en medio de su Pueblo, que se hace vecino, que comparte la
precariedad de la existencia, anticipa la plenitud del amor que se dará en su
entrega en la cruz.
Por
medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está
ya en la estratosfera ni en los templos ni en los ritos sino en el hombre...
Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan
demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que
es Dios que habita entre nosotros...
Gracias, amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima
semana si Dios quiere.