jueves, 22 de septiembre de 2016

Dios, comparte la suerte del pobre...



Reflexión domingo 25 septiembre 2016
Dios, comparte la suerte del pobre…
Lucas 16, 19-31
El Dios verdadero no gusta de una religión que antepone el culto a la vida, los ritos a la práctica del amor al prójimo. Este Dios, comparte la suerte del pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero; a quienes los poderosos les han robado el derecho a una vida vivida con dignidad.

En el evangelio vemos que Lázaro sufrió mucho en la vida presente, como si no hubiera gozado de la ayuda divina: Esto parece contradictorio porque Lázaro deriva del hebreo el ‘azar que significa “Dios ayuda”. Él Tuvo la desgracia de vivir como mendigo, como millones de seres humanos hoy. Pasaba sus días postrado en el portal de la casa de un rico sin nombre, como tantos hoy. A ese rico la tradición le ha calificado como “epulón”, el banqueteador.  Lázaro no tenía muchas aspiraciones: estaba contento con llenar su estómago con las sobras de la mesa del epulón, esas migajas con las que los señores ricos se limpiaban las manos a modo de servilletas. Pero ni siquiera esto tenía, porque nunca pudo entrar a la sala del banquete. Los perros eran animales impuros, si callejeros y semisalvajes peor. Esos perros eran muy comunes en la antigüedad, le lamían las llagas. Lázaro representa la figura del abandono total: pobre, marginado e impuro.  No se sabe cuáles eran las creencias religiosas de Lázaro, pero él tenía muchas y válidas razones para dudar de la compasión divina para con el pobre y el oprimido, de repente ni siquiera tuvo ni ganas ni tiempo para hacerse esas preguntas teológicas.
El relato dice que ambos tuvieron que morir. Los Fariseos pensaban que las cosas cambian en “el más allá” y como hoy, pocas veces tomaban en serio las cosas del “más acá”. Con ese mensaje, muchos injustos de ayer y hoy invitan a esa resignación, mal llamada “cristiana”, buscan que por la paciencia, don divino, los pobres aguanten siempre lo malo y se mantengan las situaciones injustas. En el más allá, decían, Dios dará a cada uno su merecido. Muchos predicadores dicen que Dios “premia a los buenos y castiga a los malos”, aún hoy, la pobreza es maldición divina y la riqueza una bendición que no hay que envidiar. En la parábola vemos el triunfo del pobre y la caída del rico. Pareciera una invitación a aceptar la situación como está, a cargar la cruz, a resignarse, a no protestar contra la injusticia, a esperar un más allá en el que Dios arregle todo lo hecho mal por los humanos. Un mensaje evangélico así, llama a un conformismo que mantiene el orden opresivo, el egoísmo, la injusticia humana y las clases sociales enfrentadas. Eso no es lo que quiso Jesús. Para Él,  esta parábola no es una promesa del futuro, se enfoca en la vida presente, exige la solidaridad.

La advertencia va dirigida a los cinco hermanos del rico, que después de la muerte de su hermano y de Lázaro que continuaban despilfarrando la abundancia, sin compartir, como mucho hoy. El rico epulón, asustado al ver que sus hermanos continúan viviendo de espaldas al amor, quiere evitar que sus hermanos lo acompañen, quiere que cambien y sean solidarios con los pobres, por eso le pide a Abrahán que mande a Lázaro a casa de sus hermanos a prevenirlos para que no acaben en el mismo lugar de tormento. El rico epulón piensa que solo un gran milagro hará cambiar a sus  hermanos, que mejor si un muerto va a verlos. Pero la dinámica del dinero es cruel y opresiva, cierra el corazón humano a la palabra profética, al dolor, al amor, al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, e incluso a la voz de Dios. El dinero muchas veces  nos quita la humanidad, nos aleja de la hermandad. Ni siquiera un milagro hará que nosotros seamos humanos de nuevo si no estamos dispuestos a separarnos de la codicia y el egoísmo. Les invito a que juntos hagamos esta oración:

Tu Espíritu, Señor, es fuego:
Que nos enciende con amor. 
!Ven a nosotros, Espíritu del Señor!
Tu Espíritu, Señor, es la dulzura:
Que nos traiga la paz. 
!Ven a nosotros, Espíritu del Señor!
Tu Espíritu, Señor, renueva la faz de la tierra:
que puede renovar el fondo de nuestros corazones.
!Ven a nosotros, Espíritu del Señor!

Paz y bien

Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana



jueves, 15 de septiembre de 2016

No se puede servir a Dios y al dinero...



Reflexión domingo18de septiembre 2016
No se puede servir a Dios y al dinero
Lucas 16, 13

La parábola del administrador astuto, desconcierta, parece oscura: se podría pensar que Jesús alaba la conducta inmoral de un empleado que, al haber sido acusado de malgastar el dinero de su jefe, busca protegerse en una forma que no puede justificarse desde el punto de vista moral. Pero se entiende la parábola cuando se distingue cuál es su contenido central y el sentido que Jesús (y la comunidad de Lucas) pretendió dar a sus palabras. (No olvidemos que Jesús hablaba a la gente sencilla empleando parábolas que no desarrollan los temas sino sólo sugieren de forma breve y concisa una enseñanza para la vida cotidiana, a la luz de la buena noticia del Reino de Dios). Pues bien, la enseñanza central de esta parábola es que debemos administrar los bienes materiales como lo que son: dones recibidos, que se han de distribuir y no acumular únicamente para el propio provecho, porque eso es egoísmo e injusticia. El mundo no se rige con criterios así. Lucas, el evangelista de los pobres, lo sabe y observa, además, que quienes oyeron esta enseñanza la rechazaron: «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entendieron el mensaje de Jesús. Los que siguen al mundo tienen como único interés el propio lucro, y la propia satisfacción. Los que siguen a Cristo han de proceder con otros criterios.

Dentro de esta enseñanza, que encuadra todo el pasaje, hay que entender la advertencia que hace Jesús: Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. El administrador de la parábola es un hijo de este mundo, que recurre a medios deshonestos –estafa, robo– para no acabar en la calle cuando su jefe lo despida. Su plan consiste en conquistar amigos que lo asistan cuando pierda el empleo. ¿Y qué es lo que alaba Jesús? Obviamente no puede alabar el robo y las mentiras de que se vale este sujeto para beneficiarse. Lo único que Jesús alaba es la sagacidad para prever el futuro y prepararlo. En ese sentido advierte: los hijos de este mundo son más sagaces que los hijos de la luz. Aquellos persiguen objetivos bajos y rastreros; éstos tienden a una meta mucho más elevada -la salvación- pero con frecuencia no emplean los medios más adecuados para ello. Por consiguiente, hay que cambiar y poner todo empeño en lograr la meta de nuestra vida.

Gánense amigos con los bienes de este mundo, prosigue Jesús. Con esto quiere recalcar la actitud que se debe tener con el dinero y los bienes. Nos dice: administren bien sus bienes para ganarse amigos. Los bienes y, más concretamente, el dinero, son medios que se han de utilizar para fines buenos. Cuando el dinero se convierte en un fin en sí, cuando se vuelve lo más importante en la vida, la persona vive para el dinero, su corazón se llena de ambición y acaba haciéndose esclavo de sus bienes. Por eso es tan categórico Jesús al decir: no se puede servir a Dios y al dinero. Pero no condena a nadie, pues también a los ricos les muestra el camino que pueden seguir para no echar a perder su vida: «Yo les digo: Gánense amigos con el dinero injusto para que cuando les falte, los reciban en las moradas eternas». En otras palabras, les dice que usen bien su riqueza para ayudar a los pobres; que se ganen su amistad por compartir con ellos sus bienes. Ellos serán sus amigos y, a la hora de la muerte, cuando el dinero ya no les sirva para nada, ellos los acogerán en la casa del Padre.

Obviamente, el dinero es un medio necesario para sostener la vida, y se puede hacer con él mucho bien o mucho mal. Por eso, el cristiano no puede hacer cualquier cosa con su dinero. El dinero es malo cuando se obtiene de manera injusta o corrupta, cuando se emplea para adquirir cosas malas o realizar acciones malas, y cuando se acumula únicamente para el disfrute egoísta, sin tener en cuenta a los que podrían beneficiarse también con él. Hay que administrar los propios bienes mirando siempre al bien común. Por eso, la acumulación improductiva y egoísta es contraria a la voluntad de Dios. Hay que administrar el dinero conforme a la voluntad de Dios. Así, mientras el rico egoísta se llena de enemigos, quien administra bien sus bienes para que sirvan al desarrollo de su pueblo, para que den trabajo a la gente y resolver así las necesidades de los pobres, esa persona es justa, se gana multitud de amigos y se le recordará por todo el bien que ha hecho.

La enseñanza de Jesús sobre el uso de dinero es clara; no la compliquemos: 1º) El valor supremo del cristiano es Dios, nunca el dinero. 2º) El que tiene riquezas está obligado a administrarlas bien, de modo que cuando se presente ante Dios, pueda ser reconocido por Él como justo y recibir la bienaventuranza eterna. 3º) Se administran bien las riquezas, cuando se ponen al servicio de los necesitados de modo eficaz y cuando, sin buscarse salidas, se evita el atesoramiento indebido o los gastos que atentan contra la moral, contra el bien del prójimo o contra el bien común.

Paz y bien

Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

viernes, 9 de septiembre de 2016

Todo lo mio es tuyo



Reflexión domingo 10 septiembre 2016
"Todo lo mío es tuyo"
Lucas 15,1-32
En el capítulo 15 de Lucas, Jesús expresa de una forma bien hermosa, los sentimientos de Dios en lo tocante a la salvación y restauración. Mediante tres parábolas con un argumento similar —la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo prodigo— defiende Su relación con los pecadores y reprueba la actitud de quienes lo criticaban y censuraban.

La oveja perdida
En respuesta a las críticas de los fariseos y escribas, Jesús se defiende y explica Sus acciones mediante tres parábolas, la primera de las cuales constituye una de las imágenes verbales más conocidas de la Biblia:
La defensa de Jesús comienza con la pregunta: «¿Qué hombre de ustedes, si tiene cien ovejas…?» En tiempos de Jesús, los ovejeros eran catalogados automáticamente de pecadores, por el hecho de que su oficio tenía mala fama. Con frecuencia los pastores eran considerados ladrones, pues llevaban sus ovejas a pastar en tierras ajenas. No se les permitía dar testimonio en juicios. En esencia, tenían el mismo estatus que los odiados recaudadores de tributos. La primera frase de Jesús ya es de por sí una provocación, pues está pidiendo a los dirigentes religiosos que se imaginen a sí mismos como pastores —y pecadores—, siendo que no se consideraban así.  Las ovejas son animales gregarios; viven en rebaño, y cuando una se separa de él, se desconcierta. Se acuesta, se niega a moverse y espera a que llegue el pastor. Al encontrar la oveja, el pastor la recoge, se la echa a los hombros y la lleva a casa. Eso cuesta más de lo que uno se imagina. Una oveja de tamaño medio pesa unos 34 kilos, y caminar una gran distancia llevándola sobre los hombros sería difícil y pesado.
El pastor considera importante la oveja perdida, a pesar de no ser más que una entre cien. Se perdió y había que encontrarla; y cuando la encuentra, el pastor se regocija. Lo siguiente es cargarla laboriosamente hasta la casa y dejarla con el rebaño y invita a sus vecinos a compartir su alegría.
Esta parábola, como muchas otras, sigue el esquema de ir de lo menor a lo mayor: Si el humilde pastor busca y recupera la oveja perdida, ¡cuánto más Dios buscará y rescatará a Sus hijos perdidos!

La moneda perdida

Jesús insiste en ello una segunda vez con la parábola de la moneda perdida. Se trata de una reflexión más sobre la pregunta que Él planteó en la primera parábola, solo que esta vez el protagonista no es un despreciado pastor, sino una mujer. En la Palestina del siglo I, las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres. En ambas parábolas, Jesús crea de entrada un pequeño efecto de choque al poner como protagonistas a personas a las que los oyentes se consideraban superiores.
En aquella época, la mayoría de los pueblos agrícolas eran bastante autosuficientes, tejían su propia ropa y cultivaban sus alimentos. El dinero era escaso, y por consiguiente en un hogar campesino la moneda perdida tenía mucho más valor que el sueldo diario al que equivalía monetariamente. Da la impresión de que para esta mujer perder la moneda representaba un gran perjuicio. La gravedad de la pérdida queda de relieve al compararla con la de la primera parábola, en la que se perdió una oveja de cien. Aquí es una moneda de diez, y veremos que en la parábola del hijo perdido es un hijo de dos.
A diferencia de los fariseos y escribas, que criticaban a Jesús por las personas con que andaba, Dios quiere salvar a los que están perdidos. No se fija en su estatus, ni en sus riquezas, ni en su procedencia, ni en su religiosidad o falta de ella. Los busca porque están perdidos y es preciso encontrarlos. Los busca porque los ama, se preocupa por ellos y desea que vuelvan a Él.

El hijo pródigo 
¿Entraría finalmente el hijo mayor a la fiesta? La parábola deja la cuestión abierta, de modo que sea el oyente o lector quien tome su propia decisión.
Lo que "perdió" al hermano mayor, rígidamente observante y cumplidor, pero más endurecido que el pequeño, fue su ignorancia y su resentimiento.
Toda su vida había estado en la "casa", pero ignoraba que "todo lo mío es tuyo". Había vivido como un siervo en casa ajena, cumpliendo escrupulosamente con todo, pero desde una idea de la "exigencia" y el "mérito". Todo lo hacía, al parecer, para conseguir "un cabrito".
Por otro lado, al vivir desde la exigencia, no podía tolerar que su hermano viviese a su antojo. Cuando se obra desde el "debería", es imposible que no surja, antes o después, la comparación y el resentimiento.
Quien vive desde la exigencia, tiende a percibirse a sí mismo como "cumplidor" y, por ese mismo motivo, a despreciar a quienes "no cumplen". La exigencia que busca el "mérito" es lo opuesto a la gratuidad.
La exigencia de ser "perfecto" creará en él una pesada "sombra", en la que recluir todos aquellos aspectos suyos que no "casan" con la imagen de sí que quiere dar. Y posteriormente la proyectará en los otros, para condenar en ellos lo que es incapaz de ver en sí mismo: se ha creado el tipo "fariseo", presente en todas las religiones que hacen del "cumplimiento" y de la "perfección" su meta.
El sujeto de la exigencia es el ego que ha creído encontrar en ese comportamiento un modo de asegurarse su "valor" (y su permanencia). "Vale quien cumple", sería su lema. Y está esperando que eso le sea reconocido en forma de "recompensas" de cualquier tipo.
En la medida en que logramos situarnos "más allá" del ego, podemos vivir la gratuidad. Y entonces experimentamos que el "premio" está en la acción misma.
Mientras giramos en torno al yo, vivimos preocupados por él y nos hallamos a su merced. Cuando lo trascendemos y emerge a la conciencia nuestra identidad más profunda –la Conciencia infinita, el "Padre" de Jesús-, entramos en el "Reino de Dios", en el Presente atemporal, donde todo es de todos: en la fiesta, cualquiera que sea la trayectoria de cada cual, no falta nadie.
¿Cómo se explica que la religión tienda a producir, a partes iguales, personas cumplidoras y resentidas?
La causa habría que buscarla en el hecho de que se suele plantear la relación con Dios en clave de rivalidad. Dios y el ser humano aparecen, en el imaginario colectivo, como seres cuyos "intereses" se hallarían enfrentados.
El "conflicto de intereses" genera necesariamente rivalidad: "o tú o yo". Y todo lo que se vive así, cuando hace crisis, termina en sometimiento castrante, rebeldía militante o resentimiento amargado. En el primer caso, la persona vive negándose, de un modo infantil; en el segundo, se subleva y corta la relación (la figura del hijo menor); en el tercero, vive sometida pero, al no atreverse a cortar, va almacenando un resentimiento larvado que luego se manifestará contra los otros (el hijo mayor de la parábola).
Aquel planteamiento de base –tan común, por otro lado, en la religión- olvida que Dios no tiene ningún "interés": no es un gran Narciso que viviera reclamando pleitesía. Al contrario, si lo tuviera, su único "interés" sería sencillamente el bien de la creación y la felicidad del ser humano.
Pero hay algo más radical todavía: aquel planteamiento ha caído en la trampa de pensar a Dios como un ser separado y, por eso mismo, "enfrentado" a los humanos. Sin embargo, decir "Dios" es decir no-separación: Dios-está-en-todo y todo-está-en-Dios, y no puede ser de otra forma, a no ser que lo objetivemos y hagamos de Él un ídolo.
Cuando la religión se ha planteado como "cumplimiento con Dios" ha producido fariseísmo y resentimiento, porque había convertido a Dios en un ídolo devorador.
Jesús nunca plantea las cosas de ese modo. Para él, parece que lo importante no es ser "religioso", sino "humano". Por eso tampoco pone las bases de una nueva religión, sino un proyecto de fraternidad que denominará en el "Reino de Dios".
Desde nuestra perspectiva, podemos entender ese "Reino" como la Unidad-sin-costuras de lo Real, que ya somos, pero que todavía no reconocemos. Sólo podremos percibirla en la medida en que dejemos de identificarnos con nuestro "yo individual", como si se tratara de nuestra identidad definitiva.
Lo que llamamos "yo" es sólo una forma en la que se expresa y manifiesta la Vida que nos constituye, la Presencia infinita,  Dios... Por eso, es absolutamente cierto que "todo lo mío es tuyo". Cuando esto lo olvidamos, caemos en el orgullo resentido que nos aísla y encierra.
En todos nosotros vive un "hijo menor" y un "hijo mayor", con sus reacciones características, en vaivenes dolorosos y estériles. Pero en nosotros vive también el "padre" que, porque sabe, acoge y abraza, invita y ensancha... El "padre" es el que sabe ver la vida como una fiesta para todos.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 1 de septiembre de 2016

Total disponibilidad...Pero no se puede repicar e ir en la procesión



Reflexión domingo 4 de septiembre 2016
Total disponibilidad…
Pero no se puede repicar e ir en la procesión…
Lucas 14, 25-33
Seguimos en camino hacia Jerusalén. Jesús advierte a esa multitud que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura.
Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final... Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra, no es que te hayas quedado a la mitad, es que has frustrado. Una casa a medio hacer no sirve para nada.
Ni siquiera Jesús te exige que seas cristiano, pero si decides caminar con él, no hay más remedio que dejar de caminar en otras direcciones.

Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. "Si uno quiere..." La respuesta tiene que ser también personal y adulta.
No hay pues, cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión, no puede ser más contraria al mensaje de Jesús. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.
No se trata de machacar o anular el instinto. (Es lo que se ha predicado con demasiada frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia un objeto distinto del suyo propio.

Como seres humanos, debemos comprender que el fin que el instinto quiere garantizar, aunque es bueno en sí, no es absoluto. Fin último solo hay uno. Todos los demás serán penúltimos, es decir, medios. De este modo, la tendencia instintiva seguirá ahí y cumplirá su objetivo, pero la última palabra la tendrá la parte específicamente humana, es decir, el conocimiento y la voluntad.
Tres son las exigencias que propone Jesús:
1ª.- Posponer a toda su familia.
2ª.- Cargar con su cruz.
3ª.- Renunciar a todos sus bienes.
Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento.
No es fácil entender bien lo que Jesús propone. Para la primera exigencia la clave está en la frase: "...incluso a sí mismo". El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al 'falso yo' que desemboca en el egoísmo. Ese falso yo tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos.

Posponer a la familia. El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca la potenciación del individualismo y la seguridad de los "yoes" de los demás. Lo que se busca en ese amor es que mi egoísmo quede garantizado, sumado al egoísmo de los demás miembros de la familia. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el interés del pequeño yo de cada uno.

El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre.

Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que está mal planteado. El amor que nos pide el evangelio está más allá del sentimiento, pero no estará nunca en contra. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más y mejor también a nuestros familiares.
Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. El tema del rechazo está más ligado al aceptar la cruz que al amor a la familia. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder por un amor mal entendido, aunque eso cause un verdadero dolor.

El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso el profesar un verdadero amor a una persona, no puede impedir ni condicionar la entrega a otros. Si un amor impide otro amor, es que no es verdadero amor evangélico.
Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de un condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente.
Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de todas las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús todo lo que pueda impedir seguir adelante hay que superarlo cueste lo que cueste.

Renunciar a todos sus bienes. No es nada fácil entenderlo esto hoy. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de la comunidad todo lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos.
Hoy sería imposible llevar a la práctica este ideal de desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de las carencias de otros seres humanos, hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otro ser humano. En realidad se trata de elegir entre las seguridades que da la posesión de cualquier bien o alcanzar un mayor grado de humanidad.

El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor para mí.
No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro verdadero ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino.

En cuanto a las dos parábolas, el cálculo que nos propone Jesús es que no se puede repicar e ir en la procesión, cosa que estamos intentando nosotros a todas horas. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. Queremos lo mejor para el espíritu, pero intentando a la vez satisfacer los sentidos. Eso es imposible. No tenemos más remedio que elegir.

Preferir el goce a la plenitud de ser, es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Es una opción vital que requiere toda nuestra atención. Nuestro problema hoy es que somos cristianos sin haber hecho una clara opción personal.

Radicalidad no quiere decir rigorismo. El mismo Jesús dijo que su yugo era suave y su carga ligera. La radicalidad nace de dentro, de la libertad, una vez conocido lo que es verdaderamente bueno para mí, la voluntad no tiene problema alguno para elegirlo. El rigorismo llega de fuera, nace del miedo y nos hace esclavos. Por abandonar la radicalidad de la opción, la Iglesia se ha visto obligada a reforzar el rigorismo. ¡Así nos luce el pelo!...
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
                                                                                                                 Fraternidad Eclesial Franciscana