Reflexión domingo18de
septiembre 2016
No se puede servir a Dios y al
dinero…
Lucas 16, 13
La parábola del
administrador astuto, desconcierta, parece oscura: se podría pensar que Jesús
alaba la conducta inmoral de un empleado que, al haber sido acusado de
malgastar el dinero de su jefe, busca protegerse en una forma que no puede
justificarse desde el punto de vista moral. Pero se entiende la parábola cuando
se distingue cuál es su contenido central y el sentido que Jesús (y la
comunidad de Lucas) pretendió dar a sus palabras. (No olvidemos que Jesús
hablaba a la gente sencilla empleando parábolas que no desarrollan los temas
sino sólo sugieren de forma breve y concisa una enseñanza para la vida
cotidiana, a la luz de la buena noticia del Reino de Dios). Pues bien, la
enseñanza central de esta parábola es que debemos administrar los bienes
materiales como lo que son: dones recibidos, que se han de distribuir y no
acumular únicamente para el propio provecho, porque eso es egoísmo e
injusticia. El mundo no se rige con criterios así. Lucas, el evangelista de los
pobres, lo sabe y observa, además, que quienes oyeron esta enseñanza la
rechazaron: «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las
riquezas, y se burlaban de él». No entendieron el mensaje de Jesús. Los
que siguen al mundo tienen como único interés el propio lucro, y la propia
satisfacción. Los que siguen a Cristo han de proceder con otros criterios.
Dentro de esta enseñanza,
que encuadra todo el pasaje, hay que entender la advertencia que hace Jesús: Ciertamente,
los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
El administrador de la parábola es un hijo de este mundo, que recurre a
medios deshonestos –estafa, robo– para no acabar en la calle cuando su jefe lo
despida. Su plan consiste en conquistar amigos que lo asistan cuando pierda el
empleo. ¿Y qué es lo que alaba Jesús? Obviamente no puede alabar el robo y las
mentiras de que se vale este sujeto para beneficiarse. Lo único que Jesús alaba
es la sagacidad para prever el futuro y prepararlo. En ese sentido advierte: los
hijos de este mundo son más sagaces que los hijos de la luz. Aquellos persiguen
objetivos bajos y rastreros; éstos tienden a una meta mucho más elevada -la
salvación- pero con frecuencia no emplean los medios más adecuados para ello.
Por consiguiente, hay que cambiar y poner todo empeño en lograr la meta de
nuestra vida.
Gánense amigos con los
bienes de este mundo, prosigue Jesús. Con esto quiere recalcar la actitud que se debe tener
con el dinero y los bienes. Nos dice: administren bien sus bienes para ganarse
amigos. Los bienes y, más concretamente, el dinero, son medios que se han de
utilizar para fines buenos. Cuando el dinero se convierte en un fin en sí,
cuando se vuelve lo más importante en la vida, la persona vive para el dinero,
su corazón se llena de ambición y acaba haciéndose esclavo de sus bienes. Por
eso es tan categórico Jesús al decir: no se puede servir a Dios y al dinero. Pero no condena a nadie, pues también a los ricos les
muestra el camino que pueden seguir para no echar a perder su vida: «Yo les
digo: Gánense amigos con el dinero injusto para que cuando les falte, los
reciban en las moradas eternas». En otras palabras, les dice que usen bien
su riqueza para ayudar a los pobres; que se ganen su amistad por compartir con
ellos sus bienes. Ellos serán sus amigos y, a la hora de la muerte, cuando el
dinero ya no les sirva para nada, ellos los acogerán en la casa del Padre.
Obviamente, el dinero es un
medio necesario para sostener la vida, y se puede hacer con él mucho bien o
mucho mal. Por eso, el cristiano no puede hacer cualquier cosa con su dinero.
El dinero es malo cuando se obtiene de manera injusta o corrupta, cuando se
emplea para adquirir cosas malas o realizar acciones malas, y cuando se acumula
únicamente para el disfrute egoísta, sin tener en cuenta a los que podrían
beneficiarse también con él. Hay que administrar los propios bienes mirando
siempre al bien común. Por eso, la acumulación improductiva y egoísta es
contraria a la voluntad de Dios. Hay que administrar el dinero conforme a la
voluntad de Dios. Así, mientras el rico egoísta se llena de enemigos, quien
administra bien sus bienes para que sirvan al desarrollo de su pueblo, para que
den trabajo a la gente y resolver así las necesidades de los pobres, esa
persona es justa, se gana multitud de amigos y se le recordará por todo el bien
que ha hecho.
La enseñanza de Jesús sobre
el uso de dinero es clara; no la compliquemos: 1º) El valor supremo del
cristiano es Dios, nunca el dinero. 2º) El que tiene riquezas está obligado a
administrarlas bien, de modo que cuando se presente ante Dios, pueda ser
reconocido por Él como justo y recibir la bienaventuranza eterna. 3º) Se administran
bien las riquezas, cuando se ponen al servicio de los necesitados de modo
eficaz y cuando, sin buscarse salidas, se evita el atesoramiento indebido o los
gastos que atentan contra la moral, contra el bien del prójimo o contra el bien
común.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana
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