viernes, 28 de octubre de 2016

¿Dónde está nuestro Sicómoro?



Reflexión domingo 30 de octubre 2016
¿Dónde está nuestro sicómoro ?
Lucas 19, 1-10
No tratare todos los aspectos de esta palabra, como cabría, dado que trata abundantemente de muchos matices como por ejemplo: De la búsqueda del encuentro con el Señor.  De los métodos para esta búsqueda. De los efectos de la conversión.  Del desprendimiento de bienes. De la acogida en la casa de uno, etc. Hay para escribir largo y tendido sobre esta riquísima palabra, que no tiene desperdicio. Me voy a centrar en el árbol, El sicómoro, que es casi lo más accesorio, lo que pasa más desapercibido, de lo que casi nadie se refiere, y que no es ciertamente insignificante en nuestra vida. 

En toda la cristiandad, la figura de María como portadora de Jesús al hombre tiene suma importancia, como lo son los profetas, portadores que anuncian al hombre a Jesús, así de igual forma sucede con todo acontecimiento del que se vale el Señor para anunciarse, o hacerse visible, por ello, el sicómoro sin más es la figura del elemento propicio para que tu y yo nos encontremos con Jesús, que es nuestro Moisés, que nos conduce a la vida libre, en medio de toda la iniquidad propia y ajena.

Sobre la falsa interpretación de los acontecimientos: 

El sufrimiento tiene muchas vertientes, y sabemos de algunas de ellas, porque con el  sufrimiento nos ha rescatado el Señor, cuyo sufrir le ha llevado hasta la muerte. De todas las vertientes una de ellas es que el sufrimiento nos  saca de la burguesía, de la fantasía, de la nube tapizada de cada día y nos  sitúa en la realidad absoluta.

La pretensión del sufrimiento, no tiene respuesta, no sabemos la mayor parte de las veces ¿por qué? Solo Dios lo sabe. Pero seguro que no es humillar, ni disminuir al ser querido por Dios, pero puede servir para vaciar del orgullo personal al ser, para poderse remitirse al creador, para acercarse sobre la realidad al Señor de los Señores, y así solicitar su ayuda.

Otra cosa es que, el orgulloso se ve agredido al contemplar su debilidad, y su ofensa le conduce a separarse de Dios, a juzgarlo como injusto, en lugar de ver la Misericordia, que Dios tiene para con nosotros, que nos despoja de lo que nos sobra, de lo que nos habíamos creído falsamente, y ha poder dirigirnos sobre nuestra verdad a Dios libres de lo que no éramos, de lo que nuestra vanidad falsamente nos había hecho creer y que nos impide ver a Dios que está solo en la verdad.
También a nivel existencial puede uno darse cuenta que cualquier circunstancia de sufrimiento de limitación en nuestros proyectos que se nos presenta como la oportunidad de vislumbrar al Señor, son aspectos que se parecen al sicómoro. Por eso, cuando empezamos a sufrir, el Señor nos convoca a solicitar su ayuda, a buscarlo, a tener interés por él. Por ello, las circunstancias que nos llevan a la cruz que es nuestro árbol por excelencia son paralelos del sicómoro. 

Desde la altura de la Cruz las garantías del encuentro con el Señor son totales, allí el Señor está, debemos  subir  sin dudar, este madero nos permitirá comprender ¿Qué me pasa?, ¿por qué nos llama el Señor? ¿Por qué desea encontrarse nosotros?, ¿por qué conoce nuestro nombre y se hace el encontradizo? 

No creas que el desee que suframos, o que nos veamos limitado en las cosas temporales y terrenas, es justo todo lo contrario, El Señor desea que seamos feliz por encima de las cosas que nos rodean, que podamos trascender, que alarguemos la vista y veamos parte del cielo, por encima de la cizaña que nos impide ver a Dios.

Zaqueo sube al sicómoro. ¿Qué es el Sicómoro? Es un medio, un árbol, una pieza no decorativa y muy providencial que está en nuestro camino y en el camino del Señor.  

Y.... ¿dónde está nuestro sicómoro?  El nuevo Sicómoro es la Iglesia para nosotros, es un lugar preferente donde se tiene acceso al Señor, por donde seguro el Señor pasa.
 
Es verdad que la Iglesia es algo más que un simple sicómoro, por lo tanto si ponemos las cosas en su sitio, el sicómoro sería un resalte, un escalón, ya que la Iglesia es mucho más, es el cuerpo místico de Jesús, cuyos miembros somos todos nosotros, piedras vivas del templo y como cabeza es Jesucristo. Por lo tanto, no pretendo con esta comparación afirmar, ni desvirtuar la sabiduría evangélica, que tan presente tengo y de la que no quisiera desviarme en nada. 

Nosotros, somos pequeños como Zaqueo y la carga de nuestras faltas nos va dejando  encorvado, con lo que nuestra medida es aún menor. Encima, nos vamos mirando siempre a nosotros mismos por nuestro egoísmo, por lo que no vemos casi nada cuando alzamos la vista, y Satanás nos va comiendo la moral, o sea, que solo vemos el suelo. Vamos, que nuestro ser ya no alcanza a mirar a nada, y así estamos en medio de la multitud que nos sitúa en desventaja, de la turbulencia de la supervivencia de cada día.

Pero, en el camino por donde pasa Jesús hay sicómoros, para que nuestra pequeñez no nos  impida vislumbrar al Señor. Y eso es la Iglesia, un lugar donde por su altura se facilita la visión del Señor, que a buen seguro pasa por allí.

Y fruto de esa elevación artificial, de esta escalera espiritual que es el sicómoro, tus ojos y los míos pueden ver el rostro de Jesús, que permiten que el directamente desde allí nos diga, en una palabra, o Eucaristía, por medio de un hermano en la Fe, o en la homilía de un Sacerdote: Zaqueo, o, Juan...o, Luisa... quiero ir a tu casa, conviene que yo vaya a tu casa.

¿Para qué  crees que estaba allí el sicómoro?, ¿para estar de bonito? pues no, esta para ti y para mi, ese es el sentido del sicómoro, y por eso el Señor lo ha creado y lo ha dejado crecer. Porque toda la creación ha sido creada para el servicio, y tu y yo también, a pesar de que no queremos servir a nadie.

Te das cuenta de lo importante que es que nos subamos al sicómoro. Te das cuenta que el Señor con su llamada transforma a Zaqueo de un sucio y asqueroso ladrón al servicio del poder de la ocupación y de sí mismo, a un ser que al convertirse transforma su egoísmo en generosidad, que pasa a ser una persona querida donde fue odiada.

Te das cuenta de lo importante que es llamar al Señor ahí subido en la rama del sicómoro, cuando tienes la angustia pegada al paladar, o tienes que parir, o los análisis han salido mal, y ya supones lo peor, que hay que gritar ¡Señor  estoy aquí! mándame llamar, -como Pedro en el agua-, “que sucumbió, dime algo, que no resisto mas.” 

Te imaginas....que el rey en su paso públicamente y mirándote a ti, te diga: "Raquel", ”Tomas”… como si te conociera, como que te conoce... que vuelco te da el corazón de repente..... y que desea ir a tu casa, que es de una familiaridad, de un privilegio que no todo el mundo tiene, y lo manifiesta públicamente.

Hay catequistas, que no han pisado tu casa o hermanos de alto estudios, que no te vienen a ver, y tú estatus social o inteligencia no da para que hablen contigo, o para que les guste pasar la tarde contigo. Pues bien, no es el Rey el que te llama y pone tu nombre en su boca, es nada menos que el Rey de reyes. Dios mismo en la Tierra el que te dice,.....lo que anhelo, lo que deseo como Rey, lo que me gustaría es que tú me recibas en tu propia casa....!no te parece demasiado¡ 

Así de fuerte, de inmensa es la llamada del Señor, que hace que uno se dispare, corra a preparar el lugar, a ponerlo limpio, aseado, en condiciones de recibirle y ¿cómo se hace esto? Pues, quitando las basuras, todos los pecados, confesándose, poniendo orden en la casa espiritual, para darle una dignidad que no tenía, y eso es lo que hace Zaqueo, convirtiéndose, quitándose de encima lo que lo manchaba, lo que hacía que todos lo miraran mal, porque era un ladronzuelo que se quedaba con parte de los impuestos, engordando la cifra que tenían que pagar. Por eso dice: "devolveré el cuádruplo de lo que robé" eso es la conversión y el cambio de dirección. Antes decía Zaqueo, todo para mí, y pasa a decir: No quiero nada, lo dejo todo, para que  tú vengas conmigo. Vamos que Zaqueo pasa de ser pagano, a ser cristiano así en un momento. De robar a devolver. De apropiarse de lo ajeno a ser caritativo. De ver su necesidad insaciable y por encima de todo, a darse cuenta de que el otro lo necesita más que él. Impresionante. Y él, que era peor que los publicanos, que solo le importaba él, pasa a ser cristiano, donde ese espacio del yo lo ocupan los demás.

Otra cosa que hacemos al arreglar la casa, es poner luz, lavar, fregar bien la zona, poner la mejor vajilla, etc., etc. pues es todo esto lo que significa convertirse, cambiar mover y ordenar nuestra vida para que el Rey de reyes esté a gusto, cómodo, y no se manche con, nuestras avaricias, nuestros malos pensamientos, nuestra podredumbre, por eso, necesitamos lavarnos con una buena ducha, un buen baño que es la confesión y el bautismo y todo esto se alimenta siempre con la oración diaria.

Por eso: …. ¡Bendito sicómoro!  ¡Bendita pequeñez que nos llevó al encuentro con el Señor! ¡Bendita angustia que nos lleva al Padre, a reconocerlo como Dios e pedir su ayuda, cuando no podemos más!  ¡Bendita podredumbre y miseria egoísta que lleva a Jesús a decir: "conviene quedarme en tu casa"! ¡Bendito pecado que mereció tan grande redención!...

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 20 de octubre de 2016

La vida es lo que se tiene en el corazon...



Reflexión domingo 23 de octubre 2016
La vida es lo que se tiene en el corazón.
Lucas 18, 9-14

Hoy nos encontramos con dos personas que se presentan ante Dios en el templo. Ambas le dicen algo al Señor. Uno, el fariseo, le agradece no ser tan malo como el otro, publicano, que también reza. Éste no hace más que pedir perdón por sus pecados y, en palabras de Jesús, fue el único que volvió a su casa justificado.

Me atrevo a decir que ninguno de nosotros quiere identificarse con el fariseo que es arrogante, engreído, orgulloso y nada humilde. Incluso tal vez pensemos: Qué bárbaro este tipo, cómo le va a decir a Dios todas esas cosas, juzgando al pobre publicano. Y por otro lado decimos: El último sí que supo hacerlo bien. Reconoció su debilidad y fue humilde. Por eso Dios lo perdonó.

Hasta ahí, entendemos que son personas muy distintas y que nada tienen que ver el uno con el otro. Pero hay algo que no podemos negar que tienen los dos: Ambos fueron sinceros. El primero se reconocía cumplidor de las leyes, buena persona y que no cometía pecados. Y el publicano también decía verdad y sabía que en su vida había errores. Pero, la verdad de cada uno tiene un origen diferente.

El fariseo ve su verdad después de que juzga al publicano. Su discurso de hombre bueno se basa en las faltas del otro y quiere destacar ante Dios, dejando en evidencia el pecado de quien ni siquiera se atreve a levantar la mirada. En cambio, el que salió justificado ante el Señor, dice su verdad después de examinarse y no juzgar a ningún otro por sus actos.

En nuestro caso, creo que nos gustaría poder identificarnos con el que es perdonado por Dios. En teoría sabemos que es muy importante poder reconocer nuestras limitaciones, para poder cambiar y ser bendecidos por la misericordia del Señor. Y para nada queremos encarnar la actitud del que se creía bueno. Pero en esto, cabe preguntarnos: ¿Cuánto hay de cada uno de ellos en nosotros?

Es que, tal vez, en ocasiones, casi sin darnos cuenta, tenemos un poco de los dos personajes. Nadie está exento de pensar que al menos uno no es como cualquier otro que realiza acciones que no están nada bien. Eso nos da cierta tranquilidad y creemos, no sin verdad, que Dios nos va a tener en cuenta lo bueno que somos. El reconocer lo que está bien en nuestras vidas no es pecado. Si hay verdad en ello, Dios también lo sabe. El error que tenemos que evitar es juzgar a los demás y querer sacar a relucir nuestra bondad comparada con el mal de los otros.

Y por supuesto que no podemos descuidar nuestro lado frágil. Tenemos falencias que no hay que  ignorar, no sólo por ser realistas, sino porque es aquello que sabemos que debemos mejorar, lo cual es objeto del amor de Dios. Es que el Señor, donde más nos ama no es en las virtudes, sino en nuestro pecado. Eso es lo que él cura, lo que redime, en nosotros. Si estamos completamente sanos, y somos perfectos, qué necesidad de Dios podemos tener.
La vida es lo que se tiene en el corazón.

La verdad, nuestra verdad, la que sabe Dios, está en nuestro corazón. ¿Para qué argumentar ante el Señor lo que ya conoce? ¿Para qué juzgar a los otros todo el tiempo?

Por esto quiero compartir con ustedes una parte de  esta entrevista:

    Un periodista preguntó a Francisco, el papa ¿cómo se definía? - la respuesta fue - como un hombre pecador. El periodista pidió desarrollar la respuesta, a lo cual el entrevistado accedió con sinceridad y libertad diciendo:
    - entre otros pecados quizás uno de los más grandes es haber aceptado apenas con 38 años ser provincial de los Jesuitas en tiempos muy duros para la sociedad Argentina y por lo tanto también para la congregación. Tiempos de la dictadura militar. Al ser muy joven no tenía ni la experiencia necesaria, entonces asumí el encargo de manera muy autoritaria y persona-lista. Tomé decisiones sin consultar, decidiendo de manera individual sobre la vida de mis hermanos sacerdotes y sus opciones..

        Pero nuestro Dios siempre nos da una nueva oportunidad cuando reconocemos nuestros errores y misteriosamente hay veces que esta oportunidad se nos da justamente en lo que nos equivocamos. Con el tiempo me eligieron arzobispo de Buenos Aires y ahí intenté aprender de mis errores consultando y discerniendo junto a mis hermanos obispos.
   Francisco el papa nos aporta algo más: si hemos fallado en las relaciones humanas, en la formación de una familia, en la administración de bienes, en un servicio de autoridad, en la relación con los más débiles... si reconocemos nuestra falta, si enmendamos lo posible, quizás la vida nos dé una nueva oportunidad en eso mismo que fallamos. Dios cree en nosotros. Lo comprobamos en muchos que emprenden un nuevo matrimonio después de haberse equivocado, otros quieren ser distintos ante los niños más allá de cómo han sido tratados o como trataron equivocadamente a algún pequeño y otros cada día desean convivir con otros intentando controlar sus límites de relación y buscando comprender las carencias de los demás...

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 13 de octubre de 2016

Fe y paciencia



Reflexión domingo16 de octubre 2016
Fe y paciencia...
Lucas 18, 1-8
Hoy tenemos a Jesús que nos presenta una parábola donde una pobre viuda insiste a un juez descreído y soberbio que le haga justicia. Éste accede al pedido, no por hacer honor a su función, sino para que la mujer deje de molestarlo.
 Aquí, lo primero que podemos resaltar es la fe y paciencia que tiene la mujer, quien no se cansa de pedir hasta obtener lo que necesita. Entonces podemos decir que, análogamente,  así debería se nuestra oración: Impregnada de fe y paciencia. Sobre todo si tenemos en cuenta que los tiempos de Dios, a veces, no son los tiempos nuestros. No todo sale a pedir de boca, pero ciertamente Dios termina dando respuestas. A esto podríamos añadir que si aquél juez malo supo dar a la viuda lo que precisaba, Dios, que es bondad, nos va a socorrer. No tengamos duda en ello, sino fe.
Y avanzando en lo que nos presenta la Palabra de Dios, vemos que se nos presenta un gran tema: La justicia. El juez no teme a Dios y tampoco le importan las personas –nos cuenta Jesús. Bien podríamos decir que es un déspota. Y suponemos que hacía lo que le venía en gana, es decir, actuaba haciendo justicia si le parecía bien. O tal vez legislaba para quienes le interesaban o podían retribuirle algún beneficio. En cambio, la pobre viuda, que es imagen del desamparo en la época de Cristo, lo único que le reportaba al magistrado era fastidio.
Todo esto, si lo miramos con los ojos de nuestra época, no podemos menos que pensar en la corrupción de los que detentan poder. Son los que, en parangón con el aquél juez, no temen a Dios y tampoco les importa las personas. El único interés es hacer lo que a ellos les beneficia. Aunque, en ocasiones sí hacen justicia, que es para lo que están, pero a lo mejor sólo es un tentempié para los más desamparados. Y esta actuación es los sigue sosteniendo a aquellos mismos en el lugar de privilegio en el que están.
La pregunta sería: ¿Cuánto hemos sido capaces de aguantar y esperar hasta que se haga justicia o lleguemos a recibir aquellos que le pedimos a Dios?
Y en esto no podemos olvidarnos de los desamparados, de los que siguen esperando que se haga justicia. Por un lado, no debemos perder la fe, y creer que todo puede estar mejor de lo que está, donde la realidad social puede ser más equitativa. Pero al mismo tiempo deberíamos revisar nuestras acciones concretas para hacer realidad la justicia que tanto esperan algunos. Y aquí estamos hablando desde la equidad de bienes hasta la equidad de justicia, pasando por el trato ecuánime en la convivencia diaria.
Hay que resistir, hay que tener fe, pero al mismo tiempo hay que actuar, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance. Aquella viuda no sólo se contentó con pedir y confiar en que se le iba a dar lo necesario, sino que fue y volvió, insistiendo, una y otra vez. Y si en alguna medida pensamos que estamos más del lado del juez, no por ser como él en su actitud ante Dios y las personas, sino por tener la posibilidad de actuar en favor de los más desamparados, tal vez es el momento de empezar a trabajar.
Si de verdad nos creemos hijos de Dios, no podemos menos que pedir y esperar, confiados en Dios y, al mismo tiempo, dar aquello que de él hemos recibido.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

viernes, 7 de octubre de 2016

Busqueda y necesidad...



     Búsqueda y necesidad…
Lucas 17, 11-19
En el evangelio, Jesús camina hacia Jerusalén donde lo espera su destino de muerte y de salvación para los hombres, podemos comprender su acción, el riesgo y el sentido de todo lo que hace.
El leproso era ante todo un marginado; su enfermedad le convertía en un extraño dentro de la vida de su pueblo; por eso se podía tomar como un maldito.
Se acercan diez leprosos que forman entre sí una especie de comunidad de miseria y de sufrimiento, errante por lugares de desiertos.
La enfermedad y la miseria los reúne y los coloca en posición de búsqueda y necesidad. Han oído hablar de sus milagros y salen al encuentro de Jesús y a gritos le suplican que los cure. No pueden hacer más que gritar pidiendo auxilio. En su petición está implícito el grito de todos los hombres que descubren sus límites y llaman a la puerta del misterio en busca de salvación. Le gritan desde lejos, respetando de este modo, la prohibición que tenían los leprosos de acercarse a las ciudades y a los caminos.
Todos esperaban un gesto maravilloso, un prodigio de Jesús. La actitud del Maestro rompe el contexto legal: les habla y les da un consejo que los llevará a la curación: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Jesús se limitó a decirles que hicieran lo que tenían que hacer, cumplir la ley y presentarse al sacerdote. Mientras iban de camino se produce el milagro externo: todos quedan curados.
Los nueve judíos como eran miembros del pueblo elegido, creerían que tenían derecho a esa curación, era algo debido por lo que no tenían nada que agradecer. Tranquilos y felices siguieron su camino como si nada especial hubiera pasado por sus vidas; aceptan el prodigio con naturalidad y se disponen a integrarse, sin más, en la vida del pueblo de Israel, su pueblo. El décimo leproso, el samaritano, tenido por renegado en la mentalidad judía, siente la necesidad de volverse para agradecer a Jesús, y lo hace “alabando a Dios a grandes gritos y echándose por tierra a los pies de Jesús”.
Sólo este samaritano sabe que lo que le ha sucedido es un don, y tuvo la capacidad de sorpresa necesaria para encaminarse agradecido hacia Jesús.
El agradecimiento del samaritano tiene como base fundamental el reconocimiento de su situación real de pobre hombre marginado, perteneciente a los no-elegidos y que por el amor de Dios ha sido salvado. Por eso sólo le cabe como respuesta posible, el agradecimiento; un agradecimiento que es cambio de vida. Este cambio hace del enfermo un hombre sanado y del maldito, ahora salvado, un testigo que alaba a Dios a los gritos y que se echa a sus pies reconociéndolo públicamente como Salvador.
Todo lo que somos lo recibimos como un regalo, sin merecerlo, sólo por pura donación. Todo nos es dado, todo es gracia. No hay peor cosa que el ir por la vida pensando que “a todo tenemos derecho”. La salvación es pura gratuidad y despierta gratitud. El agradecimiento es la clave de la relación del cristiano con Dios.
La acción de gracias es el reconocimiento de nuestra imposibilidad radical de alcanzar por nosotros mismos la salvación y la aceptación gozosa de la gratuidad y amor de Dios. La acción de gracias a Jesús, no se impone, brota del corazón que se hace capaz de reconocer, que Él no nos debe nada, que su amor para con nosotros es totalmente gratuito. Y sólo quien es capaz de descubrir este amor generoso y gratuito de Dios, puede volver a Él agradecido y convertirse en discípulo suyo y seguirlo.
Volver agradecido a Jesús, es optar por Él y por su causa. Quien ha reconocido a Jesús como el Señor, como el Salvador, no puede dejar de alabar y bendecir su obra; ya no puede construir la vida al margen de Él. No puede construir su vida sin contar con Él como la clave desde la cual se interpreta toda la existencia.

                                         
El trabajo por el reino, es la respuesta agradecida de alabanza concreta y vital del hombre, que se siente amado y salvado gratuitamente y necesita gratuitamente hacer que otros tengan la misma experiencia.

Para discernir
¿Miro siempre lo que me falta o doy gracias por lo que tengo?
¿Mi testimonio brota del agradecimiento?
Paz y bien
Hna.  Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana