Reflexión domingo 15 de octubre
2017
¿Se
puede ir a un banquete con cara de pocos amigos?
Mateo
(22,1-14)
El otro día me invitaron unos amigos a comer en su casa. Cuando
llegué, me encontré que había unos cuantos matrimonios reunidos. Era un grupo
de amigos y familiares. Todos compartían la comida en amistad. Todos, menos una
mujer que permanecía en silencio. Un poco ausente y con cara de pocos amigos.
Alrededor de ella se notaba que el ambiente estaba un poco más frío. La parte
más animada de la fiesta estaba en el lado opuesto a donde estaba ella. Y si
ella se movía, parecía que llevase consigo la frialdad y el aburrimiento. No
era difícil fijarse en ella. Ciertamente llamaba la atención. No nos aguó la
fiesta. Pero poco faltó.
El Evangelio de hoy nos habla
también de una fiesta. Un rey que organiza las bodas de su hijo. Eso sí que
debía ser una auténtica fiesta. Pero resulta que los invitados no quieren ir.
El primer inconveniente. Desprecian el banquete preparado por el rey. Tanto que
el rey decide buscar otros invitados. Y vienen. Claro que sí. La gente no
desprecia un banquete ni una fiesta. Es la expresión de la alegría y el gozo,
de la abundancia y la plenitud. Lo que nos sorprende es la actitud final del
rey. ¿Por qué echa a ese invitado que se había olvidado de llevar un traje
adecuado? Esto que hoy nos relata el Evangelio es una parábola de Jesús. Se
supone que el rey es Dios que invita a todos los hombres y mujeres a su banquete.
Entendemos que se queden fuera los que no quieren ir, los que expresamente
rechaza la invitación. Pero, ¿cómo es posible que Dios eche a alguien? ¿No está
eso en contra de esa imagen de Dios Padre que acoge a todos y perdona todo?
La verdad es que Dios no echa a nadie. No expulsa a nadie. Somos
nosotros los que no entramos de verdad en la fiesta. Cuando ponemos cara de
pocos amigos, nosotros mismos nos excluimos de la fiesta. Pasa como con aquella
mujer de la historia. En torno a ella se creaba un ambiente de frialdad. Cerca
de ella no había fiesta. Era como una especie de virus infeccioso que hacía que
los que estaban cerca de ella no pudiesen celebrar ni gozar.
En nuestras manos está el entrar a participar en el banquete de
la vida al que Dios nos invita. Pero tenemos que saber vestirnos para la
ocasión. La fraternidad, la sonrisa, la justicia, son las ropas que nos
adornarán y que harán la fiesta posible. No vaya a ser que le agüemos la fiesta
a Dios y a nuestros hermanos.
¿Estamos siempre
preparados para el banquete de Dios? ¿Tenemos suficiente justicia, fraternidad,
compasión, misericordia y alegría como para vestirnos, como para compartir?
¿Qué hacemos para que nadie se quede sin su vestido?
Paz
y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana