miércoles, 28 de febrero de 2018

¿Se puede ir a un banquete con cara de pocos amigos?

Reflexión domingo 15 de octubre 2017
¿Se puede ir a un banquete con cara de pocos amigos?
Mateo (22,1-14)
      El otro día me invitaron unos amigos a comer en su casa. Cuando llegué, me encontré que había unos cuantos matrimonios reunidos. Era un grupo de amigos y familiares. Todos compartían la comida en amistad. Todos, menos una mujer que permanecía en silencio. Un poco ausente y con cara de pocos amigos. Alrededor de ella se notaba que el ambiente estaba un poco más frío. La parte más animada de la fiesta estaba en el lado opuesto a donde estaba ella. Y si ella se movía, parecía que llevase consigo la frialdad y el aburrimiento. No era difícil fijarse en ella. Ciertamente llamaba la atención. No nos aguó la fiesta. Pero poco faltó. 
      El Evangelio de hoy nos habla también de una fiesta. Un rey que organiza las bodas de su hijo. Eso sí que debía ser una auténtica fiesta. Pero resulta que los invitados no quieren ir. El primer inconveniente. Desprecian el banquete preparado por el rey. Tanto que el rey decide buscar otros invitados. Y vienen. Claro que sí. La gente no desprecia un banquete ni una fiesta. Es la expresión de la alegría y el gozo, de la abundancia y la plenitud. Lo que nos sorprende es la actitud final del rey. ¿Por qué echa a ese invitado que se había olvidado de llevar un traje adecuado? Esto que hoy nos relata el Evangelio es una parábola de Jesús. Se supone que el rey es Dios que invita a todos los hombres y mujeres a su banquete. Entendemos que se queden fuera los que no quieren ir, los que expresamente rechaza la invitación. Pero, ¿cómo es posible que Dios eche a alguien? ¿No está eso en contra de esa imagen de Dios Padre que acoge a todos y perdona todo?

         La verdad es que Dios no echa a nadie. No expulsa a nadie. Somos nosotros los que no entramos de verdad en la fiesta. Cuando ponemos cara de pocos amigos, nosotros mismos nos excluimos de la fiesta. Pasa como con aquella mujer de la historia. En torno a ella se creaba un ambiente de frialdad. Cerca de ella no había fiesta. Era como una especie de virus infeccioso que hacía que los que estaban cerca de ella no pudiesen celebrar ni gozar. 
      En nuestras manos está el entrar a participar en el banquete de la vida al que Dios nos invita. Pero tenemos que saber vestirnos para la ocasión. La fraternidad, la sonrisa, la justicia, son las ropas que nos adornarán y que harán la fiesta posible. No vaya a ser que le agüemos la fiesta a Dios y a nuestros hermanos.
¿Estamos siempre preparados para el banquete de Dios? ¿Tenemos suficiente justicia, fraternidad, compasión, misericordia y alegría como para vestirnos, como para compartir? ¿Qué hacemos para que nadie se quede sin su vestido?

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



Miremos nuestras manos y nuestras vidas...

Reflexión domingo 8 de octubre 2017
Miremos nuestras manos y nuestras vidas…
Mateo 21,33-43
 Cualquier campesino nos podría hablar largo y tendido de lo que significa de verdad cuidar los campos. Son muchos los trabajos, las preocupaciones, los sudores que se lleva consigo una buena cosecha. Es como hacer una inversión a largo plazo y con mucho riesgo. Porque hay una serie de elementos que el dueño de la tierra no es capaz de controlar. Por su parte puede poner todo el trabajo y cuidado posible. Pero no puede controlar el clima, las heladas o las sequías. Tampoco puede controlar cómo van a trabajar los empleados. Al final, todo se tiene que confiar un poco a la providencia, a la mano de Dios. No puede ser de otra manera. Cualquier campesino nos lo dirá.
      El Evangelio de hoy cuenta la historia de un terrateniente que quiso cuidar sus campos. Los cuidó lo mejor que pudo. Pero se tuvo que ir y los trabajadores que dejo al cargo de la viña se creyeron que eran los dueños. Quisieron quedarse con los frutos. Hasta el punto de que, cuando el amo envió a sus criados a buscar la cosecha, los mataron. Se atrevieron a matar incluso a su hijo. El señor se enfadó y con razón. 

      Miremos nuestras manos y nuestras vidas. La humanidad, nuestra familia, nuestra vida es la viña del Señor. La ha creado y cuidado con amor. Y la ha puesto en nuestras manos. Somos responsables de recoger la cosecha, de vivir nuestra vida en fraternidad, en amor, en comprensión y en justicia. El fruto que Dios quiere es la vida del hombre, es nuestra vida. No somos dueños de ella. Es un regalo que Dios nos ha dado y que nos pide que cuidemos de él con amor, que lo hagamos crecer en libertad y fraternidad. 
      Hoy le vamos a pedir al Señor que no nos abandone, que no sea como el amo de aquella tierra, que se tuvo que ir y dejó a los trabajadores solos. Para que no caigamos en la tentación de creernos que la vida es nuestra. Para que todas las mañanas sepamos mirarle a los ojos al empezar el día y reconocer a nuestro Dios y Creador y le digamos que vamos a seguir trabajando en su viña, para hacer un mundo más justo, más humano, más fraterno. Porque ese es el fruto que el quiere que demos. Le vamos a pedir que nos acompañe a lo largo de esta semana que empieza, para que nunca nos sintamos lejos de su presencia misericordiosa, para que nunca caigamos en la tentación. 
       ¿De qué modo cuidamos la viña en que nos ha puesto el Señor? ¿Tratamos de cuidar y promover la vida que el Señor ha puesto en nuestras manos? ¿Y la vida de nuestros hermanos y hermanas? ¿Le damos las gracias todos los días por ese inmenso regalo?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana