viernes, 22 de abril de 2016

El testamento de Jesús...



Reflexión domingo 24 abril 2016
El testamento de Jesús…
Juan 13, 31-33a. 34-35

Comienzan las palabras de despedidas de Jesús, que hemos escuchado en este texto del Evangelio. Sabemos que todas las palabras son importantes, mucho más éstas, porque son como las palabras de su testamento. De alguna manera Jesús quiere dejar grabado a fuego lo esencial. Lo más importante para que sus discípulos de ayer, nosotros de hoy y los de siempre lo tengamos en cuenta. 
Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: "Hijos míos, me queda ya poco tiempo  de estar con ustedes".
Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: "les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense también entre ustedes. La señal por la que los todos conocerán que son mis discípulos será que se amen unos a otros". Este es el testamento de Jesús.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: "No los llamo siervos... a ustedes los llamo amigos". En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando les ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: "no he venido a ser servido sino a servir". Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar. 
Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Este evangelio me ha hecho recordar una cena con amigos que viví hace mucho tiempo, donde el amor era el motivo del encuentro: una nueva relación había surgido entre ellos y había que conocer a la persona en cuestión. También había allí unos amigos a los que yo había acompañado en la etapa del noviazgo y otros con distintas experiencias, con más o menos éxito, en este mundo del amor. Todos los que estábamos allí habíamos conocido el amor, de una u otra manera, y todos teníamos claro que eso había cambiado nuestras vidas, o por lo menos las había orientado hacia un rumbo muy concreto. Este cambio, esta transformación, este rumbo… lo había provocado el amor.
     También he conocido a otras personas que me han dicho que “se les ha acabado el amor”, cosa que yo nunca me he terminado de creer, porque pienso que el amor verdadero nunca se acaba. Este (para mí) mal llamado “amor” ha llevado a situaciones difíciles, a rupturas, a enfrentamientos, a momentos dolorosos que nadie desea vivir, pero que a veces la vida nos trae. Lo que sí que es verdad es que el amor lleva, en ocasiones, a vivir momentos y situaciones dolorosas, eso que hemos querido expresar cuando decimos que “el amor duele”, porque en el amor hay también una gran dosis de desprendimiento, de renuncia, de despojarse… en definitiva, de entrega.
      Estos hechos y situaciones, que seguro todo hemos vivido, tal vez en primera persona o tal vez en personas cercanas, me dan pie para hablar del verdadero amor. Y para mí, la referencia fundamental es Jesús de Nazaret. Él nos dice hoy que su amor es nuevo, un amor inaudito, insólito, asombroso, increíble, sorprendente, inconcebible, extraordinario, admirable… porque así es el amor que Dios nos tiene a cada uno. “Ámense… como yo los he amado”. Y Jesús nos ha amado como el Padre le ha amado a Él, sin medida, sin condiciones, sin límites… hasta dar la vida. Esa es la gran novedad del mandamiento del amor. El listón está puesto a la altura de Dios y sólo hay una manera de alcanzarlo: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.
     Ese amor, así de extraordinario y de exigente, se convierte en la señal distintiva de los seguidores de Jesús y en la referencia para amarnos entre nosotros, tanto en las relaciones familiares, como de amistad y de pareja. Porque viendo como Jesús ama, nosotros aprendemos a amar. Y viendo como Jesús vive en comunión con su Padre Dios, así aprendemos también nosotros a vivir en comunión unos con otros, a vivir en fraternidad y a amarnos de esta misma manera, como hermanos, como de la familia.
     Pero, al mismo tiempo, el amor es la señal y también el compromiso pendiente de los discípulos de Jesús. El amor es el compromiso pendiente entre los cristianos, en nuestras comunidades, en la Iglesia. Y también en la sociedad y en el mundo. Porque también somos miembros de la gran familia humana y aquí nos ha puesto Dios para amarnos, en este lugar concreto y en este momento de la historia y de la vida, y con estas personas que tenemos alrededor.
      Sabemos dónde está el listón, sabemos cómo amar, tenemos experiencia de ese amor de Dios y también del amor entre nosotros, y tenemos el ejemplo y la vida de Jesús de Nazaret, que dio su vida por amor a nosotros, y que cada vez que celebramos la Eucaristía lo actualizamos. Solo falta que nos lo tomemos en serio, cada día más. “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1Jn 4,16). Esa es la experiencia misionera que la primera Iglesia vivió con fuerza y transmitió.

       El amor verdadero lo transforma todo y lo hace nuevo. Vamos a vivirlo y a compartirlo con intensidad entre nuestros hermanos, especialmente entre los más necesitados, que son a los que más ama Dios.

Paz  y  bien
Hna, Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

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