viernes, 7 de octubre de 2016

Busqueda y necesidad...



     Búsqueda y necesidad…
Lucas 17, 11-19
En el evangelio, Jesús camina hacia Jerusalén donde lo espera su destino de muerte y de salvación para los hombres, podemos comprender su acción, el riesgo y el sentido de todo lo que hace.
El leproso era ante todo un marginado; su enfermedad le convertía en un extraño dentro de la vida de su pueblo; por eso se podía tomar como un maldito.
Se acercan diez leprosos que forman entre sí una especie de comunidad de miseria y de sufrimiento, errante por lugares de desiertos.
La enfermedad y la miseria los reúne y los coloca en posición de búsqueda y necesidad. Han oído hablar de sus milagros y salen al encuentro de Jesús y a gritos le suplican que los cure. No pueden hacer más que gritar pidiendo auxilio. En su petición está implícito el grito de todos los hombres que descubren sus límites y llaman a la puerta del misterio en busca de salvación. Le gritan desde lejos, respetando de este modo, la prohibición que tenían los leprosos de acercarse a las ciudades y a los caminos.
Todos esperaban un gesto maravilloso, un prodigio de Jesús. La actitud del Maestro rompe el contexto legal: les habla y les da un consejo que los llevará a la curación: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Jesús se limitó a decirles que hicieran lo que tenían que hacer, cumplir la ley y presentarse al sacerdote. Mientras iban de camino se produce el milagro externo: todos quedan curados.
Los nueve judíos como eran miembros del pueblo elegido, creerían que tenían derecho a esa curación, era algo debido por lo que no tenían nada que agradecer. Tranquilos y felices siguieron su camino como si nada especial hubiera pasado por sus vidas; aceptan el prodigio con naturalidad y se disponen a integrarse, sin más, en la vida del pueblo de Israel, su pueblo. El décimo leproso, el samaritano, tenido por renegado en la mentalidad judía, siente la necesidad de volverse para agradecer a Jesús, y lo hace “alabando a Dios a grandes gritos y echándose por tierra a los pies de Jesús”.
Sólo este samaritano sabe que lo que le ha sucedido es un don, y tuvo la capacidad de sorpresa necesaria para encaminarse agradecido hacia Jesús.
El agradecimiento del samaritano tiene como base fundamental el reconocimiento de su situación real de pobre hombre marginado, perteneciente a los no-elegidos y que por el amor de Dios ha sido salvado. Por eso sólo le cabe como respuesta posible, el agradecimiento; un agradecimiento que es cambio de vida. Este cambio hace del enfermo un hombre sanado y del maldito, ahora salvado, un testigo que alaba a Dios a los gritos y que se echa a sus pies reconociéndolo públicamente como Salvador.
Todo lo que somos lo recibimos como un regalo, sin merecerlo, sólo por pura donación. Todo nos es dado, todo es gracia. No hay peor cosa que el ir por la vida pensando que “a todo tenemos derecho”. La salvación es pura gratuidad y despierta gratitud. El agradecimiento es la clave de la relación del cristiano con Dios.
La acción de gracias es el reconocimiento de nuestra imposibilidad radical de alcanzar por nosotros mismos la salvación y la aceptación gozosa de la gratuidad y amor de Dios. La acción de gracias a Jesús, no se impone, brota del corazón que se hace capaz de reconocer, que Él no nos debe nada, que su amor para con nosotros es totalmente gratuito. Y sólo quien es capaz de descubrir este amor generoso y gratuito de Dios, puede volver a Él agradecido y convertirse en discípulo suyo y seguirlo.
Volver agradecido a Jesús, es optar por Él y por su causa. Quien ha reconocido a Jesús como el Señor, como el Salvador, no puede dejar de alabar y bendecir su obra; ya no puede construir la vida al margen de Él. No puede construir su vida sin contar con Él como la clave desde la cual se interpreta toda la existencia.

                                         
El trabajo por el reino, es la respuesta agradecida de alabanza concreta y vital del hombre, que se siente amado y salvado gratuitamente y necesita gratuitamente hacer que otros tengan la misma experiencia.

Para discernir
¿Miro siempre lo que me falta o doy gracias por lo que tengo?
¿Mi testimonio brota del agradecimiento?
Paz y bien
Hna.  Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

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