viernes, 24 de marzo de 2017

Con un poco de barro...me tocas

Reflexión domingo 26 de marzo 2017
Con un poco de barro...me tocas...
Juan 9.1-47
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron. 
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.

¿Quién Puede Juzgar?
             En este texto leemos que los judíos debaten quién puede perdonar y/o juzgar. Un hombre ciego de nacimiento es sanado, y mientras que los discípulos, los vecinos, los padres, y los judíos entendían que nacer ciego es el resultado de un pecado, Jesús tiene un punto de vista diferente. Jesús está más preocupado por regresar sus ovejas al rebaño que por discutir quién es culpable del pecado.

             Las autoridades, en el v. 24, dicen que Jesús es un pecador. Pero el hombre, ahora discípulo, no juzga a Jesús. No le corresponde a él juzgar. El sólo relata lo que sabe por experiencia: “habiendo sido yo ciego, ahora veo” (v. 25). Nos podemos dar cuenta de que los únicos que no juzgan son Jesús y el hombre que antes era ciego. Aunque el hombre que nació ciego ahora puede ver, las autoridades no se pueden deshacer del prejuicio, sino que incluso le dicen: “tu naciste del todo en pecado,” y lo expulsan (v. 34).

             Jesús se entera de la expulsión del hombre y lo encuentra (v. 35). En vistas de que el hombre quiere saber quién es el Hijo de Dios (v. 36), Jesús le responde: “Pues lo has visto; el que habla contigo, ese es” (v. 37). En el principio del capítulo 10 vemos la interpretación que Jesús hace de esta historia. La oveja reconoce la voz de su buen pastor, lo sigue y lo adora.

             Demasiadas veces en mi tiempo en Bolivia, Argentina y Uruguay escuché a mucha gente decir que alguien estaba sufriendo como consecuencia de un pecado. El concepto de pecado que viene de Deuteronomio 11:26-32 todavía tiene poder en nuestras comunidades. Se piensa que el pecado se manifiesta en una forma integral en nuestros cuerpos, en nuestros espíritus, etc., como castigo de Dios.
              También se tiene el pensamiento de que la autoridad para perdonar recae solamente en Dios, excluyéndose la autoridad que Dios les da a las personas para que perdonen en el nombre de Dios. Lo vemos en esta historia cuando las autoridades luchan contra lo que ellas ven – un hombre nacido ciego que ahora puede ver – pero siguen en la creencia de que sólo Dios puede perdonar y ellas no.                     

               Esta creencia lleva a las autoridades a juzgar y a expulsar, en lugar de confiar en Dios.


               Jesús dice: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo” (v. 5). También dice: “Para esto he venido yo a este mundo, para un juicio, para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados” (v. 39). Jesús juzgó al hombre que nació ciego, pero no lo juzgó para expulsarlo, sino para hacerlo parte de su rebaño. A nosotros y a nosotras muchas veces nos encanta juzgar, pero no queremos saber nada de que otro nos juzgue a nosotros y a nosotras.


Saber versus Creer (Opinar)      
                 En San Juan, se relata el milagro a cada grupo y se les provee evidencia. Algunos de los vecinos no podían creer que estuvieran viendo a la misma persona que antes era ciega (v. 9). Las autoridades no podían creer que el hombre efectivamente hubiera nacido ciego, y pidieron explicaciones a los padres (v. 18). Las autoridades discutieron con los padres (vv. 19-21) y estos, por miedo a las consecuencias, se limitaron a decir que su hijo había nacido ciego y que ahora veía. Luego las autoridades pidieron la opinión del hombre que una vez había sido ciego, y aun después de escuchar su explicación, no le creyeron. El hombre les preguntó si querían creer y hacerse discípulos de Jesús (v. 27), y las autoridades le contestaron que eran discípulos de Moisés y no de Jesús, porque tenían la certeza de que Dios había hablado con Moisés, pero no conocían a Jesús. El hombre sanado de su ceguera da testimonio con una lógica que hace difícil no creer, pero en lugar de creer, las autoridades decidieron no escuchar (no saber). Las autoridades siguieron en su necedad.          

                En una historia de la vista, el oído también es importante. El hombre ciego desde su nacimiento escuchó la voz de Jesús, y a partir de entonces su vida fue cambiada. El hombre escuchó las instrucciones de Jesús y las obedeció, con el resultado de que sus ojos fueron abiertos y empezó a ver (v. 7). Al principio fue interrogado por sus vecinos; no todos podían creer que fuera el mismo hombre que antes era ciego – y hasta cierto punto tenían razón, porque con la vista se convirtió en un nuevo hombre. Ante la pregunta: “¿Cómo te fueron abiertos los ojos?” (v. 10), su primera respuesta fue que lo había hecho “aquel hombre que se llama Jesús” (v. 11). Pero la historia no terminó allí, porque le volvieron a hacer la misma pregunta otras veces, y su respuesta fue cambiando. Cuando le hicieron la pregunta por segunda vez, respondió que le había abierto los ojos un profeta (v. 17), y finalmente confiesa que Jesús es su Señor y que cree que es el Hijo de Dios (vv. 36 y 38). En el proceso de contar lo que le ha pasado, el hombre se vuelve discípulo de Jesús, y su historia se convierte en una confesión de fe. El hombre quiere saber quién es el Hijo de Dios y Jesús le responde: “Pues lo has visto” (v. 37). El hombre no solamente recibe la vista física sino también la espiritual.

                Tener vista no quiere decir que no va a ser puesta a prueba nuestra fe o que no vamos a tener que afrontar el escepticismo de otros. Por eso el hombre curado de su ceguera nos da un ejemplo. Siguió compartiendo su experiencia y actuó sin miedo.

                   A veces, cuando pasamos por un cambio en nuestras vidas, no es fácil aceptarlo para las personas con quienes estamos relacionados y relacionadas. En una forma similar, a veces es difícil para las personas que entran a la iglesia estar abiertas a conocer algo diferente de lo que han conocido y dejar que su vida cambie. Los cambios pueden ser dolorosos, pero el evangelio nos invita a que en lugar de rechazar, abramos las puertas a lo desconocido, con un poco de barro...me tocas a que simplemente estemos presentes en el proceso de cambiar y no tratemos de definir o de rechazar los cambios que se nos presentan. Quizás al principio sólo podamos decir “no sé,” como el hombre que fue curado de su ceguera (v. 12), pero podemos confiar en que una vez que comencemos a transitar por este camino, también nosotros y nosotras recibiremos el regalo de una nueva vista y el llamado a ser discípulos y discípulas de Jesús. Quizás hemos estado ciegos o ciegas, y este puede ser el inicio de una vida de fe, como discípulos y discípulas, escuchando los testimonios de cómo Jesús trabaja, y dispuestos a verlo “en vivo y en directo” también nosotros y nosotras. Esta es la importancia de escuchar la palabra de Dios para creerlo.

                   Nosotros podemos usar este punto de vista y pensar con su congregación cómo estamos evangelizando. ¿Estamos escuchando mientras llevamos la palabra de Dios a los que la necesitan para que los ciegos puedan ver? ¿Estamos dispuestos a recibirlos y recibirlas en nuestra iglesia como nuevas criaturas en Cristo? ¿Estamos dispuestos a que estas nuevas personas en Cristo nos ayuden a ver también a nosotros y a nosotras? El peligro para nosotros y nosotras en la iglesia es pensar que podemos ver sin que Cristo nos de la vista. También nosotros necesitamos oír esta voz que nos juzga, pero que a la vez nos sana con el propósito de darnos vida en abundancia
(Jn 10:10).

                   Ustedes  pueden organizar la representación de una pequeña obra de teatro en base a las tres escenas del texto:
9:1-12             Jesús sana a un ciego de nacimiento
9:13-34           Las autoridades investigan la sanidad del ciego
9:35-41           La ceguera espiritual

Paz y Bien

Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon

Fraternidad Eeclesial Franciscana

viernes, 17 de marzo de 2017

Rompe con el impedimento de poder hablar con una mujer...

Reflexión domingo 19 marzo 2017

Rompe con el impedimento de poder hablar con una mujer…

                                Juan 4, 5-42

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?» Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial, que brotará hasta la Vida eterna». «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla». Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar». Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando Él venga, nos anunciará todo». Jesús le respondió: «Soy Yo, el que habla contigo».
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella? » o «¿Por qué hablas con ella?».
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías? » Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro». Pero Él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen». Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer? » Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de Aquél que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero Yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.  Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».
Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice». Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo».

Hoy vemos cómo Jesús dialoga con la Samaritana, la cual se ve sorprendida por todo lo que acontece a partir de este intercambio de palabras. Ella encuentra, podemos decir, una vida nueva, al igual que todos los que se entraron de lo sucedido. ¿Y nosotros? ¿Sabemos qué aconteció? ¿Nos pasa igual que a aquéllos que se anoticiaron de aquél encuentro junto al pozo de Jacob?
Por parte de Jesús, vemos varias cosas que no podemos perder de vista. En primer lugar rompe con el impedimento de poder hablar con una mujer samaritana. Tanto ella como los discípulos, se sorprenden por esta acción. Y de esto, aquellos y nosotros, aprendemos la universalidad del mensaje de Dios. Viene para todos. Aunque, concretamente, me parece que a nosotros no puede menos que hablarnos de la aceptación del prójimo, de evitar los prejuicios y la acepción de personas. Y aquí, no sólo hablamos en el plano religioso, sino también como ciudadanos. Es que ser de Cristo significa que también estamos dispuestos a ayudar a todo el que nos necesite.
Después, también tenemos algo más importante, que le sucede a la mujer y a todos los que van a ver Jesús, durante esos dos días que él permanece con ellos: Descubren al Mesías. Más samaritanos encuentran a Dios. Entonces seguimos afirmando la universalidad de la salvación, pero al mismo tiempo caemos en la cuenta de que aquellas personas tuvieron el corazón lo suficientemente abierto para reconocer quién era aquél hombre. Por eso sus vidas cambian. Entonces, nos preguntamos: ¿Hemos encontrado verdaderamente a Dios? Respondemos que sí, o eso creemos. Cada uno sabe, pero lo cierto es que aceptar al Señor es más que saber algo de la religión que hemos heredado. Es darle el corazón. Cosa, a veces, complicada, ya que hay otras voces que, en ocasiones, nos convencen más.
Y si avanzamos, aunque haya varias cuestiones más que se pueden comentar, creo que encontramos una gran revelación. Jesús dice: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre”. Esto es algo más que importante. Se nos está dando la clave, para poder entendernos bien con Dios. Y probablemente sea lo que más debemos aprender y hacer nuestro.
Si de verdad lo tenemos en el corazón. Y para tenerlo, tenemos que sintonizar con lo que Jesús afirma: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre”. Es decir, los que son del Señor, son los que viven en el espíritu y en la verdad. No hay más. Porque esos son los que quiere el mismo Dios.
Y vivir en el espíritu, es abrirle el corazón al Señor, dejar que él entre y nos transforme, como creo que le pasó a aquellos samaritanos que se encontraron con Jesús. Y adorar al Padre en verdad es decirle sí al amor de Dios. No sólo porque nos sintamos amados por él, sino porque somos capaces de amar también. Es que si somos de la verdad, del amor de Dios, no podemos vivir engañando, estafando, sacando ventaja, insultando, olvidando al que está a nuestro lado, tratando mal al prójimo, sino que debemos caminar de la mano de la honestidad, la transparencia, la unidad la generosidad, la lealtad, la verdad, la sinceridad, el bien común.
Ese es nuestro tesoro, el agua viva que sacia de una vez para siempre y que nada ni nadie puede quitarnos, si así lo queremos nosotros, si le damos un sí al Señor, si hacemos el esfuerzo de ser verdaderos adoradores del Padre, en el espíritu y en verdad.

Paz  y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon

Fraternidad Eclesial Fraternidad

jueves, 16 de marzo de 2017

La presencia de Dios es hacer patente el amor...

 Reflexión domingo 12 marzo 2017
La presencia de Dios es hacer patente el amor.
Mateo 17, 1-9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo».
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».


Nos encontramos con una escena muy curiosa. Tan llena de misterio como de esplendor. Pedro, Santiago y Juan quedaron totalmente deslumbrados, no sólo por las vestiduras transformadas de Jesús, sino por el mensaje que reciben del mismo Dios Padre, quien los anima a poner atención a lo que Cristo tiene que decir. Lo mismo pasó cuando el Nazareno fue bautizado por Juan el Bautista. Tenemos entonces una clara manifestación de Dios, una teofanía.

A mi entender, aquí hay dos opciones. La primera es observar, aprender y admirar la manifestación de la Gloria de Dios y que todo quede ahí. Por lo tanto, ahora nos toca esperar, y vivir suspirando en este mundo, hasta que lleguemos al encuentro definitivo con Dios. La segunda opción es, además de admirar este hecho divino, pensar y creer que no sólo al final, sino también en este tiempo, aquella gloria de Dios se puede sentir, palpar, vivir, compartir y disfrutar.
Personalmente, me quedo con la segunda parte. Es que creo que es posible que nosotros también podamos vivenciar aquella transfiguración de Cristo. No puede quedar aquello como un simple hecho divino, al cual miramos y recordamos con añoranza, deseando por fin poder vernos deslumbrados por la presencia de Dios. Aunque esto último, seamos honestos, procuramos diferirlo lo más posible. Nadie, o casi nadie, se quiere morir antes de tiempo, por mucha gloria de Dios que nos espere. ¿Verdad?
creo que estamos invitados a pensar que hay algo escondido, que está dormido y que tiene que salir a la luz, volver a la vida, dejar el letargo. Y esto es lo que hay que procurar: Hacer que aquella teofanía, la manifestación de Dios, se haga realidad en nuestras vidas, ahora, mientras esperamos el gran encuentro final con el Señor.
El modo más claro y directo de la presencia de Dios es hacer patente el amor. Amar de verdad, es dejar en evidencia que Dios existe, y que es posible vivenciar el cielo aún sin haber estirado la pata. Y cada uno, si se ha sentido amado con profundidad, sabe que esa vivencia da un sentido de plenitud tal que prácticamente no necesitamos de nada más. Esa es la transfiguración de Dios, la teofanía más auténtica que podemos experimentar. Es que si Dios manifiesta su esencia, va más allá del resplandor de la ropa o el rostro, y no nos equivocamos cuando entendemos y aceptamos que no hay manera más concreta de entender quién es Dios, si no es a través del amor.
Cada vez que Jesús se acerca a una persona, habla con ella y la cura, la libera o la tranquiliza, él manifiesta su esencia más pura: El amor de Dios. Eso hace que el que se encuentre con él adopte, salvando las distancias, el lugar de Pedro, de Santiago o de Juan, porque vive y siente en su ser que el Señor se manifiesta, se transfigura delante de él, aunque no haya vestiduras blancas.
Aquí es donde debemos poner atención y descubrir que, si nosotros hemos experimentado esa presencia de Dios, ese amor infinito del Padre, tenemos que ser lugar, ocasión, para que otros puedan vivenciar a Jesús transfigurado. Y esto se logra poniendo en acto aquello que sabemos en teoría: Amarnos los unos a los otros, como Dios nos ama.
Si escuchas, si acompañas, si sostienes, si acaricias, si perdonas, si abrazas, si disculpas, si ofreces, si regalas, si compartes, si esperas, si crees, si respetas, si entusiasmas, si agradeces, si iluminas, si cedes, con amor y por amor a tu hermano, al que tienes a tu lado, entonces hay transfiguración, entonces hay manifestación de la esencia de Dios, y te van a dar ganas de hacer tres carpas, con tal de que aquél cielo en la tierra no se pase.
Hay que sacar a la luz lo que hay dentro de nosotros, hay que sacar el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones y hacer que se resuman la ley y los profetas en el amar a Dios y al prójimo como a uno mismo.
¿Cuántas veces hemos visto y palpado a Dios transfigurado en nuestras vidas? ¿Cuántas personas han encontrado al Señor, a través de nuestros actos de amor? ¿Acaso no somos los sabedores de la verdad, los cristianos que han encontrado al Dios verdadero? Dejemos que Él, que su amor, se manifieste con todo su esplendor en nosotros, para que otros escuchen, como Lázaro, “levántate y anda”, para que vuelvan a la vida y encuentren el cielo.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

Saber elegir...

Reflexion domingo 5 marzo 2017
Saber elegir…
Mateo 4, 1-11 
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: “El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Jesús le respondió: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto”». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

Antes había un proceso que consistía en pensar, crear, escribir y publicar. Ahora se empieza por el fin, por publicar.
Esto lo leí en un artículo titulado “La literatura según Jorge Luis Borges” y creo que describe, entre otras cosas, la inmediatez en la que pretendemos vivir. Y el evangelio de hoy nos habla de tentaciones, desiertos y ayunos. ¡Cómo han cambiado los tiempos! ¿Es que han cambiado realmente o creemos que han cambiado?
Es verdad que no vivimos en el tiempo de Jesús, aunque que cualquiera que quiera pasarse en el desierto cuarenta días, con sus cuarenta noches, sin comer, seguramente morirá, como pasaría también en aquella época. Y eso no ha cambiado. Aunque en el caso de Jesús (no lo ponemos en duda) tal vez lo más importante no es saber si comió o no comió, o si fueron cuarenta días y treinta y nueve noches; en cambio sí interesa saber cómo hacemos nuestra esa experiencia, que no es ajena a nuestra naturaleza, porque todos sufrimos tentaciones.
Bien podemos clasificar las tentaciones y saber que surgen a nivel de nuestros sentidos (tentación de convertir las piedras en pan), o como vanagloria y engreimiento, que no es otra cosa que una presunción y orgullo de lo que uno puede valer (tírate y verás cómo los ángeles te sostienen), o tal vez en forma de poder (ofrecimiento de todos los reinos). Y así tan bien definidas, se ve con claridad cuál es cada una de ellas, pero en la vida real, no siempre aparece todo tan distinguido. Y ahí está lo que, a mi entender, debemos aprender de Jesús: A saber darnos cuenta y elegir entre lo bueno y lo que aparenta ser bueno. Y lo bueno está en aquello que nos hace más humanos y más de Dios.
Así mismo, estos días de desierto que nos cuenta el evangelio son signos del camino que debemos hacer. Y me gusta pensar que no sólo son sinónimo de un tiempo donde nos golpeamos el pecho, porque somos muy malos y pecadores y por lo tanto hay que hacer penitencia. Y a pesar de que tal vez tenemos faltas que necesitan enmienda, también este puede ser un período donde aprendemos a fortalecernos, para afrontar las tentaciones que pueden venir. Para ello habrá que hacer un alejamiento del actual pensamiento dominante, donde creemos que todo es inmediato, porque el cielo, no se gana en dos días.
Aquella afirmación de Borges manifiesta una realidad que, tal vez, es la de muchos que desean escribir un libro y que, a priori, están pensando con quién van a publicar y la presentación del libro, antes de haber terminado de escribir. Y es que, si bien es bueno buscar y luchar por alcanzar nuestros objetivos, también está claro que todo lleva un proceso, es decir, un desierto. Y en el caso que nos ocupa hoy, no pocas veces, el desierto será el que surge de no saber elegir bien y caer en las tentaciones que se nos presentan, porque la fragilidad de nuestra humanidad, a veces, no da para más que para el ensayo y el error. Y es con estos golpes como aprendemos a mirar y evaluar cada opción que tenemos delante, para ir, poco a poco, eligiendo como elige Jesús. Y este proceso es necesario. No podemos simplemente dar el salto y pasar del día uno al día cuarenta.
Y mientras hacemos el desierto, es bueno recordar que contamos con la Gracia de Dios, que nos ayudará a soportar calor y la hambruna. Sin caer en la idea de que es Dios quien, mágicamente, evita que caigamos en las tentaciones que sufrimos. Él nos ayudará, pero también somos nosotros los que debemos luchar, como lo hizo el mismo Jesús. Quien, aun siendo el Hijo de Dios, sufrió el ser tentado.
Paz  y bien
Hna.Esthela Nineth Bonardy Cazon

Fraternidad Eclesial Franciscana

Estar o no estar contigo...

Reflexión domingo 26 de febrero 2017
Estar  o  no  estar  contigo…
Mateo 6, 24-34

Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer o qué van a beber, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros y, sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? » Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

“Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”.
En esta ocasión creo que podemos partir de una pregunta que, al principio, creí que debía ir al final. Pero me parece mejor ir a ella directamente, porque creo que todo lo demás se explicará mejor una vez que hayamos respondido con total sinceridad.
¿El tiempo de mi vida se mide en función de estar o no estar con Dios?
Como impulso inicial, tal vez nos surge decir que, por supuesto que nuestra vida, vista desde la fe, está supeditada a la unión que tenemos con el Señor, y que procuramos crecer en esta unidad, aunque a veces nos cuesta un poco. Pero al mismo tiempo, me atrevo a decir que son otras urgencias las que más llenan nuestra vida, mente y corazón. Algunas muy importantes, como pueden ser el trabajo, la familia o los amigos. Y los problemas que vamos encontrando, en estos ámbitos y otros, son los que, en más de una ocasión, no nos dejan dormir. Pero no es Dios el que nos quita el sueño. Más bien él —decimos— lo envuelve todo, y ponemos en sus manos nuestras dificultades. Y no es que esto último esté mal hecho, todo lo contrario, pero sabemos que el Señor no puede quedar reducido a ser el depositario y solucionador de nuestros problemas.
Jesús, parece que nos pone en una dicotomía que sólo admite una elección. Y ciertamente es así, aunque no debemos confundirla con creer que se refiere a: O elegimos a Dios, o elegimos al dinero que tenemos en el bolsillo, el banco o bajo del colchón. Esta proposición está hecha en el plano de la divinidad. Sabemos que él se refiere, según el término que utiliza, al Dios del dinero (mammona). Luego es Dios contrapuesto a otro dios. Entonces cuando decimos Dios del dinero, o de la riqueza, también incluimos todo aquello que para nosotros tiene un gran valor.
Y lo que más desea Jesús, aunque nos deja libre elección, es que nos quedemos con Dios. Ya que es con él como podemos llegar a trascender y alcanzar la plenitud a la que estamos llamados. No podemos pretender poner en el mismo plano a Dios con el otro dios. Y mucho menos creer que con el dios de la riqueza o el dinero, vamos a llegar a aquello que sólo el Señor puede prometer. Nadie nunca se ha llevado una propiedad o una cuenta del banco, una vez que se ha muerto. Pero sí logramos permanecer con Dios, según nuestra fe, aun después que nos toca partir de este mundo.
Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que el dinero y todo lo que podemos pensar en relación a este, como es comprar comida o ropa, es absolutamente necesario. Nadie puede vivir (o vive muy malamente) sin estas necesidades básicas cubiertas. Luego, no se trata de demonizar todo lo que suene a monedas y billetes, o medir nuestro desprendimiento de las cosas materiales en función de poseer más, o menos, bienes. Alguien apegado y obsesionado con tres billetes, sean de la denominación que sean, seguramente está eligiendo más al dios con minúsculas, que aquél que con millones de billetes tiene, con sinceridad y desapego, su corazón puesto en el Señor.
Entonces recupero aquél verso de Jorge Luis Borges, de su poema llamado “El amenazado”, porque, aún sin haber sido pensado para esta disquisición bíblico-teológica, nos puede ayudar a conjugar nuestra elección. Nos vale para una o para otra. Le podemos decir al dios del dinero o a Nuestro Padre del cielo: «Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo».
¿Ante cuál de los dos nos detendremos y le haremos tal declaración?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon

Fraternidad Eclesial Franciscana

amnistía del corazon...

Reflexión domingo 19 febrero 2017
Amnistía del corazon...

Mateo 5, 38-48

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente». Pero Yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores: así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


“Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.
Esta es una frase de Mahatma Gandhi, o al menos así la he conocido. Y cuando uno la escucha, hasta parece que fuera obvia, según el panorama que vemos en nuestro mundo. Pero de fondo, o al frente si queremos, tenemos las palabras de Jesús que, desde hace siglos, siguen resonando con la misma fuerza y radicalidad, si queremos ser hijos del Padre que está en el cielo.
Y lo primero que se me ocurre, cuando leo este evangelio, es que es de los textos más desafiantes que encontramos. Es que pensar en poner la otra mejilla cuando ya te han pegado en una, o darle más al que te quiere quitar el manto, o amar al enemigo, es como ir en contra de lo que consideramos justo. Porque si nos pegan, nos defendemos. Si nos quieren quitar algo propio, lo cuidamos, y si tenemos un enemigo, lo menos que deseamos es tenerlo lejos. ¿Amarlo? ¡Que lo ame su padre! Sin embargo Cristo no deja lugar a la duda y pide lo que pide. Tal vez porque está convencido de que, al igual que él, somos capaces de llegar a este grado de profundidad en el amor.
Al mismo tiempo, creo que no nos equivocamos cuando afirmamos que aquél “ojo por ojo”, sigue tan vigente como en el tiempo de Jesús. Es verdad que hemos evolucionado como humanidad, y más aún en el modo que tenemos para solucionar nuestros problemas. Pero al fin de cuentas, me atrevo a decir, lo que hicimos es regular, legislar, arbitrar y mediar aquél “ojo por ojo” que nos parece anticuado y de bárbaros.
Hoy hablamos de resarcir el daño ocasionado, por ejemplo. Una buena indemnización es justa ante los perjuicios sufridos. Y todos entendemos que eso es justicia. El que la hace la paga, o al menos así creemos que debería ser. Entonces, ¿cómo encajamos y comprendemos las palabras de Jesús? Por supuesto, que lo primero es decir que debemos creer en la justicia y esta debe responder. Pero al mismo tiempo, es bueno saber que el mensaje de Cristo va dirigido a nosotros, seres humanos que, aun habiendo recibido una recompensa por los daños soportados, seguimos sintiendo rabia y odio hacia quienes nos han herido. Más aún cuando no se nos ha compensando de forma justa.
La humanidad sigue con su lucha entre sus miembros, a mayor o menor escala. Entonces le damos la razón a Gandhi, porque el mundo estaría ciego si sostuviéramos con firmeza el ojo por ojo. Aunque la cosa no puede quedar ahí. Y ojalá comprendiéramos, de una vez, que el mensaje de hoy nos está diciendo que debemos amar más allá del sentimiento. Como lo hace Dios. Es que él nos ama, no porque seamos buenos, sino porque él es bueno. Nos ama aunque seamos malos. Y a este grado de amor es al que debemos aspirar.
Vemos que Jesús, estando clavado en la cruz, dice: Perdónalos porque no saben lo que hacen. Y, probablemente, a este punto difícilmente lleguemos, pero no podemos dejar de intentarlo. Si queremos ser verdaderos hijos de Dios tendremos que amar, aunque nos duela. ¿Cómo hacer entonces? Tal vez el camino esté en intentar mirar al enemigo (y al no enemigo también) con ojos nuevos, sin recordar sus defectos o sus ofensas. Es que este debe ser el modo de mirar que tiene el mismo Dios, con una amnistía completa del corazón. Por ahora no se me ocurre que pueda ser de otra forma.
Por último, pensemos por un momento: ¿Tenemos a alguien que nos cae mal, que no aguantamos, o que es nuestro enemigo? ¿Qué podemos hacer para amar a esa persona, de verdad? Esta semana, ¿nos animamos a intentarlo?
Si lo logramos, después ya no seremos los mismos.
Paz  y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana 

Plenitud...

Reflexión domingo12 de febrero 2017
Plenitud…
Mateo 5,17-37

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Hay dos frases que podemos citar y que vienen, más o menos, a decir lo mismo. Ortega y Gasset dijo: “El río abre su cauce y el cauce esclaviza al río”, y Winston Churchil, por su parte, sentenció: “Creamos nuestras estructuras, y después ellas nos crean a nosotros”.
El que acabamos de leer, es un evangelio que nos presenta a un Jesús legalista, aparentemente. Escuchar por boca de éste que no va a quedar nada sin cumplirse, contrasta con la imagen que, tal vez, podemos tener de Dios. Más aún, si hemos dicho que Cristo está siempre por encima de toda ley o prescripción judaica. Y rápidamente pensamos en ejemplos como el de la observancia del sábado, la cual al Nazareno parece no importarle mucho. Sin embargo, hoy tenemos, en palabras de él mismo, al más cumplidor de lo que está mandado: La ley y los profetas.
Escuchamos que Jesús dice que vino a “dar cumplimiento” a toda la ley. Otras traducciones del evangelio de Mateo, del original griego, traducen ese “dar cumplimiento” como “dar plenitud”. Es más fiel al original esta segunda traducción. Dar plenitud nos presenta un sentido más profundo del mensaje que hoy recibimos.
Si hablamos de ley, sabemos que esto hace al fuero externo de nuestro ser. Si pensamos en las leyes civiles, a muchas de ellas le damos cumplimiento, aunque no estemos convencidos de que deba ser así. Lo mismo nos puede pasar con las normas y preceptos que la religión nos presenta. Podemos ser meros cumplidores, aunque no estemos convencidos de ellas. Y me atrevo a decir que en el tiempo de Jesús le pasaba parecido a la gente de aquél momento. Por otro lado -y estoy segura de que esto es muy común entre nosotros- es posible que en algunos momentos creamos que habiendo cumplido bien lo prescrito, estamos salvados. Además, el haber “hecho bien los deberes” nos da cierta tranquilidad de conciencia. Entonces, si esto último es verdad, creo que estamos perdidos.
Hoy Jesús nos viene a decir que no basta con cumplir la ley. No es suficiente. Y es él mismo quien afirma que ha venido a darle plenitud, lo cual no debemos confundir con dar vigencia. Es que darle plenitud es ir a lo más profundo de lo que Dios quiere de nosotros. De hecho, él mismo nos recuerda tres puntos bastante controvertidos: El matar, el adulterio y la mentira.
Jesús sube la apuesta, porque no se conforma con el “matar el cuerpo”, sino que va a algo más elevado y dice que el que se enoja o insulta a un hermano merece condena. Es que Dios no quiere que nos matemos sin matarnos. El mejor trato humano que damos a los demás, según el planteamiento de Cristo, debe ser reflejo de llevar a plenitud el no matar. ¿Acaso hemos matado a alguien con el maltrato, verbal o indiferente?
Después tenemos el adulterio, y vemos que hay algo más profundo que dejar los cuerpos inmaculados. La fidelidad que Dios nos pide tiene que tener su raíz en el corazón. Y si hablamos de la verdad, nos plantea que no juremos falsamente, y que seamos claros, transparentes, sin dobleces. Cuando es sí, es sí, y cuando es no, entonces no. Esto creo que también tiene que ver con la lealtad.
Con este planteamiento, podríamos hacernos algunas preguntas: ¿Por qué rezo? ¿Por qué voy a misa? ¿Por qué me confieso? Esto no puede quedar sujeto a las “normas de piedad”, a un precepto de la Iglesia. Mi opción y cumplimiento debe ir más allá de lo que está mandado. Tal vez aquí deberíamos encontrar la concordancia de nuestras vidas con lo que el Hijo de Dios nos pide: Que nuestra justicia, nuestro cumplimiento, sea superior al de los escribas y fariseos, para poder entrar en el Reino de los Cielos. Entonces, si superamos la norma escrita, podemos hablar de plenitud. Y por tanto entenderemos correctamente lo que san Agustín nos dijo: “Ama y haz lo que quieras”.
De este modo, vemos que el salto es cualitativo. Las normas no pueden ser las que nos terminen ordenando y limitando, hay que superarlas. No sea que al final terminemos convencidos de las palabras de Ortega y Gasset, que dicen: “El río abre su cauce y el cauce esclaviza al río”. Y es que los preceptos tienen que ayudarnos a profundizar en nuestro amor y opción por Dios, y en la medida que lo hagan, más nos acercaremos al Señor y a lo que él quiere de nosotros, que es priorizar, en nuestra existencia, la verdad, el amor y la vida.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth  Bonardy  Cazon

Fraternidad  Eclesial  Franciscana

El Evangelio es lo que da sabor a la comunidad humana.

Reflexión domingo 5 de febrero 2017
El Evangelio es lo que da sabor a la comunidad humana.
San Mateo 5,13-16
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
« ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria al Padre que está en los cielos».

“Ustedes son la sal de la tierra”, “ustedes son la luz del mundo”, dos símbolos que no necesitan demasiadas explicaciones. Como la sal da sabor a la comida, los cristianos estamos llamados a dar sabor a la vida. Basta un poco de sal, un kilo de legumbres, no necesita un kilo de sal, el exceso de sal es perjudicial. No sé, si durante muchos años, hemos querido llenar el cuerpo social, de la sal religiosa y eso ha producido una subida de tensión o una comida que era difícil de asimilar. El ama de casa sabe que hay que dar sabor, pero sin pasarse, el Evangelio es lo que da sabor a la comunidad humana.
Tenemos que aprender a vivir en minoridad, la sal se diluye en los alimentos y nos enseña la humildad. Nos lo repite Jesús en otros textos: El Reino es semilla, levadura, grano de mostaza…, no nos deja lugar al triunfalismo, parece decirnos: con poco-mucho. No necesitamos el aplauso, sino el testimonio, la autenticidad, el compromiso: “¿Por qué si la sal se vuelve sosa. No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente?”. El Reino crece, cuando nosotros los cristianos, desde el mensaje y dentro del mundo, aportamos los valores y la energía del Evangelio.
Somos también luz. Cuando no teníamos luz eléctrica, todos sabíamos que el candil, había que ponerlo bien alto, si queríamos iluminar cualquier estancia. En la oscuridad del mundo, en los momentos difíciles de la existencia, cuando parece que andamos ciegos, nosotros apuntamos la aurora. La luz, es un tema recurrente en los textos bíblicos y en nuestras celebraciones. Jesús es la luz y a nosotros se nos llama a vivir como hijos de la luz: “Alumbre así su luz a los hombres para que vean buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo”. No es fácil, dar luz a las diversas situaciones de la vida, aportar lo que vivimos y hacerlo, como les recuerda San Pablo a los Corintios en la segunda lectura: “Cuando viene a nosotros a anunciaros el testimonio de Dios.
Ser sal y luz es vivir en la pequeñez, ser testigos, acompañar a los que tenemos a nuestro lado, en la familia, el vecindario, el trabajo, recordándoles nuestra sencilla fe, que es lámpara frágil, comida cotidiana sabrosa. Nuestra fe, es el esfuerzo por ver y hacer ver, llama de amor viva, faro en el mar, foco en el sendero, luna llena en la noche, poco más y poco menos, lo que hace que nuestra vida, tenga dirección y sentido. Ofrecérselo a otros, sin mucha elocuencia sino haciendo que nuestras actitudes, nuestros gestos y acciones, hablen por sí mismos, es el mejor método evangelizador.
Nuestras parroquias y comunidades, en esta semana (el jueves) que hemos celebrado la fiesta popular de la Candelaria, de la Presentación del Señor y la Jornada de la Vida Consagrada, deben mantener encendida esa luz, que se nos otorgó en el bautismo. Se nos llamó y se nos llama para ser luz y sal, hoy más que nunca es tiempo de iluminar y salar.   
PAZ Y BIEN                                                          
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazòn
Fraternidad Eclesial Franciscana