sábado, 16 de septiembre de 2017

Vivir es confiar...

Reflexión domingo13 agosto 2017
Vivir es confiar...

Mateo 14,22-33

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. 
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!» 
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» 
Él le dijo: «Ven.» 
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.» 
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

Palabra del Señor
El Evangelio nos plantea hoy el tema de la fe. Y lo hace de una forma muy gráfica, con un ejemplo que todos podemos entender. Creer se parece, de alguna manera, a salir de la seguridad de la barca y arrojarse al agua en medio de la tormenta. Eso es lo que Jesús pide a Pedro que haga. De alguna forma le desafía a que confíe en él. Pero Pedro titubea porque se siente inseguro. Es posible que nosotros muchas veces nos sintamos como Pedro, inseguros. Y que busquemos seguridades que, como Pedro, no vamos a encontrar. 
Es que a veces desearíamos que la fe fuera el resultado de una demostración científica. O bien que hubiese sido un milagro o algo extraordinario lo que hubiese provocado nuestra fe. En el fondo, se supone que la fe nos pone en relación con Dios. Y Dios es considerado en estos casos como un ser lejano, poderoso y en el fondo peligroso para la vida de las personas. Como no nos sentimos seguros frente a él, queremos pruebas convincentes.
La realidad es que la fe brota de la misma actitud básica sobre la que se establece cualquier relación. Un ejemplo bien claro de esto lo encontramos en la relación de amor de una pareja. Ninguno de los dos podrá decir nunca que está absolutamente seguro del amor del otro o de la otra. Él o ella solamente tienen indicios: sonrisas, palabras, caricias, llamadas telefónicas... pero nada más. Esos indicios confirman el amor pero nunca son pruebas concluyentes. Al final, la persona, cada uno, cada una, tiene que dar un paso al frente y confiar. Y fiarse del otro.
Con Dios sucede exactamente igual. No tenemos más remedio que fiarnos de él. Porque no tenemos ni tendremos nunca pruebas concluyentes de su existencia. Solamente tenemos testigos. Un testigo mayor: Jesús, que pasó la vida haciendo el bien, curando a los enfermos y amando a todos los que se encontró por el camino precisamente en nombre de Dios. Él nos dijo que su amor era fruto del amor de Dios, que nos amaba con el mismo amor de Dios y que tenemos que confiar en él. Y tenemos otros muchos testigos. Los muchos hombres y mujeres que le han seguido, que han confiado en él y que han vivido amando y haciendo el bien. Pero no tenemos pruebas matemáticas ni físicas ni químicas de ese amor. Nos tenemos que fiar. En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a echarnos al agua, a vivir sin miedo, confiando en el amor de Dios. Nos invita a creer en Él y confiar en que con Él podemos sortear los peligros de la vida. Porque su amor está siempre con nosotros.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


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