sábado, 3 de marzo de 2018

Unidos en el amor...


Reflexión domingo 31 de diciembre 2017
Unidos en el amor…
Lucas 2,22-40
      La Navidad se centra en el niño que nace en Belén. Pero la fiesta de hoy nos invita a levantar la vista y mirar a su alrededor, a los que le rodean. Son María y José. Pero también habría en el pueblo una nube de primos y primas, tíos y tías. Son la familia de Jesús. Son los que se encargaron de cuidar de él desde el primer momento. En momentos de alegría y en momentos de dificultad. Compartieron todo. Así es como Dios se hizo hombre del todo. 

      Porque en la encarnación no se trata sólo de nacer, de hacerse carne. Dios se hizo carne humana, se humanizó en todos los sentidos. Eso implicaba hacerse miembro de una familia concreta. Con toda esa nube de relaciones, conflictos, amores, cariños, cuidados, olvidos, rencores, desconfianzas y gozos que hay en toda familia humana. Ahí, en ese contexto, fue donde Jesús creció y se hizo verdaderamente hombre. Ahí, en esa escuela de vida que es la familia, fue aprendiendo lo que significa ser persona, querer, perdonar, acoger, tomar decisiones, contar con los demás. Ahí conoció sin duda el poder de la enfermedad y la muerte, capaz de llevarse lejos a los que más queremos. Ahí aprendió a relacionarse con otras familias, con otras personas, con su pueblo, que también se fue convirtiendo en su familia, en esa familia grande que son los conocidos. No hay que dudarlo: fue en el seno de su familia donde tuvo lugar la verdadera encarnación de Dios. Allí fue donde Dios asumió totalmente la condición humana.
      La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre. 
      Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora. 
¿Valoro la familia como el mayor tesoro que tengo en mi vida? ¿Hago todo lo posible por cuidarla y cuidar a sus miembros con amor y cariño? ¿Qué más puedo hacer?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


María, la gozosa espera del recién nacido...


Reflexión domingo 24 de diciembre 2017
María, la gozosa espera del recién nacido…
Lucas 1,26-38
      El nacimiento de una nuevo hijo en una familia es siempre un momento lleno de alegría y esperanza. Pero también es, hay que reconocerlo, un momento difícil. La madre pasa por un trance que no es fácil. La vida que nace viene al mundo en medio del dolor. El recién nacido es frágil, débil. Los padres se tienen que volcar en cuidados y atenciones. El bebé se convierte necesariamente en el centro de la familia. Necesita de todas las atenciones posibles. Sólo así la nueva vida podrá crecer y llegar a ser una persona adulta. Es un largo proceso que está erizado de dificultades. El recién nacido es para los padres un motivo para ser responsables. La alegría del nacimiento se irá colmando en la medida en que los padres colaboren en el desarrollo del hijo. Por eso la expectativa del nacimiento es tiempo de esperanza pero también de preocupación. ¿Irá todo bien?
      María es la protagonista de este último domingo de Adviento. El momento del nacimiento de Jesús está cerca. María vivió sin duda este tiempo en la esperanza y en el gozo. Como toda madre se haría preguntas en torno al futuro del hijo que llevaba en su seno. Y no tendría todas las respuestas. Solamente podía fiarse de la palabra de Dios que había recibido: lo que llevaba en su seno era obra del Espíritu de Dios. La fe caracteriza la actitud de María. Vive tranquila, confiada en el Señor. Por eso, puede ir a visitar a su prima para ayudarla también en el momento del parto. 
      La gozosa esperanza en la fe debe caracterizar también la vida de la Iglesia y de nuestra comunidad cristiana. En nuestro mundo está germinando la presencia de Dios. Eso forma parte esencial de nuestra fe. Prepararnos para celebrar la Navidad es tener abierto el corazón a la novedad que Dios puede traer en cualquier momento a nuestras vidas. Porque Dios sigue naciendo en nuestro mundo. Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. A veces de las formas más inusitadas, pero siempre, seguro, entre sus preferidos, los más pobres, los más sencillos, los que no tienen nada. ¡Bienaventurados seremos si somos capaces de descubrir esa presencia misteriosa de Dios cerca de nosotros! Entonces sí que estaremos preparados para celebrar la Navidad.
Cuando observamos nuestra sociedad, ¿somos capaces de descubrir en ella esa presencia inminente de Dios? ¿Celebramos con gozo los signos de salvación y de vida que descubrimos en nuestro mundo?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

Atentos y alegres...


Reflexión domingo 17 de diciembre 2017
Atentos y alegres
Juan 1,6-8.19-28
      Adviento es camino de preparación para la Navidad. Pero, ¿en qué consiste esa preparación en concreto? ¿Cómo preparar los caminos al Señor que viene a este mundo en que nos ha tocado vivir? Las lecturas de este tercer domingo nos puede servir de ayuda para comprender como hacer esa preparación.
      La primera indicación nos la da el Evangelio. En él vemos como a Juan el Bautista también le hicieron una pregunta muy parecida. Cuándo en el desierto hablaba de la conversión, los que le fueron a oír le preguntaron sencillamente: ¿Tú quién eres? En aquel momento Juan se podía haber colocado en el centro de la historia. Podía haber respondido diciendo que él era el líder que tenían que seguir si querían encontrar la salvación. Pero Juan sabía perfectamente cuál era su misión: apuntar y señalar al que tenía que venir. Lo suyo no era colocarse en el centro sino anunciar y abrir el camino para que todos se pudiesen encontrar con el que tenía que venir. Juan invitaba a todos a levantar la vista, a limpiarse la mirada para poder distinguir en el horizonte el que venía trayendo la salvación. Si hay que convertirse, cambiar de vida, es precisamente para limpiar la mirada, para preparar el corazón ante el que tiene que venir. Una vida en justicia, en fraternidad, en compasión, nos ayudará a distinguir mejor al que viene, a acogerle en nuestras vidas. 
      La segunda indicación la encontramos en las dos primeras lecturas. Hay un tema que en ellas se repite: la alegría. Se nos pide que nos alegremos, que vivamos alegres y en paz. La alegría, pues, debe ser otra característica de nuestra espera, de nuestra preparación para la venida del Señor.
      Justicia, fraternidad, compasión, alegría deben caracterizar la comunidad cristiana y de la misma Iglesia. Nuestro mensaje para todos los hombres y mujeres es un mensaje de esperanza. Lo que viene es la salvación de Dios para todos. Y eso es lo que tenemos que anunciar. Lo nuestro no es colocarnos en el centro de la historia sino facilitar el encuentro de todos con el que viene. Lo que Dios nos promete es salvación no condenación. Es vida, no muerte. Por eso, ya desde ahora nos esforzamos por hacer desaparecer cualquier signo de injusticia y odio entre las personas. Nos comprometemos con la vida y por la vida, en contra de la muerte injusta (soledad, pobreza, desprecio...) a que son sometidos tantos y tantas en nuestro mundo. Pero siempre con el gozo de los que saben que están preparando los caminos del Señor de la Vida.
¿Qué significa ser justo en nuestra vida diaria? ¿Qué podemos compartir con los demás? ¿Vive nuestra comunidad en la alegría de la espera? ¿Sé comunicar alegría y esperanza a los que viven conmigo? 
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

Iglesia, profeta de esperanza...


Reflexión domingo 10 de diciembre 2017
Iglesia, profeta de esperanza…
Marcos 1,1-8
      El Evangelio de este domingo nos presenta la figura de un profeta, el último de los profetas del Antiguo Testamento: Juan el Bautista. Fue el precursor de Jesús. Puso toda su vida al servicio de una misión concreta: anunciar a los hombres de su tiempo que el Mesías, el Salvador, estaba a punto de llegar, que había que preparar los caminos y los corazones para su llegada. Lo que Juan esperaba y anunciaba era algo tan nuevo que todo lo demás se le había quedado viejo. Ya nada valía la pena. Por eso se retiró al desierto y vivió en la pobreza. Su mirada y su vida estaban puestas en el futuro. En el que iba a venir. Juan no se situó nunca en el centro. No decía a los que le escuchaban que le siguiesen o que hiciesen lo que él hacía. Sólo les avisaba para que estuviesen atentos, para que se preparasen. Juan fue un profeta: vocero de Dios para los hombres.

      La figura de Juan el Bautista nos da algunas de las claves que deben caracterizar la vida de la iglesia en todo tiempo y lugar. También en nuestro tiempo y en nuestro país. La iglesia, cada comunidad cristiana, cada parroquia, debe ser profeta de Dios en nuestro mundo. Como Juan, la iglesia no está en el mundo para anunciarse a sí misma, sino para anunciar la presencia salvadora de Dios entre los hombres. La Iglesia no existe para sí misma, para perpetuarse. Su centro es el Evangelio. Su misión es llevar el Evangelio al corazón de todos los hombres y mujeres e ir haciendo realidad en nuestro mundo el Reino de Dios. Nuestra vida y obras deben dar testimonio de que Dios llega y quiere llegar a los corazones de todos los hombres y mujeres. Como Juan, la iglesia tiene que saber utilizar la palabra y las obras para dar esperanza y vida a los hombres y mujeres de nuestro mundo.
      En Adviento, Juan el Bautista es modelo para la comunidad cristiana. Como él, tenemos que saber que detrás de nosotros viene el que puede más que nosotros. Que nosotros sólo somos sus voceros y anunciadores. La única misión de la Iglesia es evangelizar. La única razón de su existencia es anunciar a los hombres que la salvación está llegando, que está ya presente en nuestro mundo. 
¿Cómo anunciamos que el Mesías, el Salvador, ya está presente en nuestro mundo? ¿Quizá estamos tan bien en nuestra comunidad, nos queremos tanto, que nos olvidamos de la gente que está esperando nuestro mensaje? ¿Qué gestos o signos hacemos para dar esperanza a los que no la tienen o la han perdido? ¿Qué palabras usamos? 
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


Vigilad, porque Dios está cerca...


Reflexión domingo 3 de diciembre 2017
Vigilad, porque Dios está cerca…
Marcos 13,33-37
      En el mercado en que se ha convertido nuestro mundo, hay muchos que ofrecen a precio barato la salvación. Unos nos ofrecen una salvación que se basa en consumir. “Compre el producto tal”, “Use esto o lo otro” y nos dicen que así seremos más felices. Todo al alcance de la mano... con tal que se tenga, claro está, el suficiente dinero en el banco o en la cartera. Basta con mirar los anuncios que nos rodean por todas partes: televisión, periódicos, radio, vallas publicitarias... Pero esa, lo sabemos, no es la verdadera salvación. 
        Otros nos hablan de Dios. “Dé un donativo”, “Rece esto o lo otro”, “Vaya a esta peregrinación o celebración”. Pedro fue y se le curó el cáncer que tenía. Miguel no tuvo más problemas con la bebida. También está el otro lado, el de la amenaza. Porque también nos dicen que José no rezó o no fue y todos los problemas le fueron a peor. Ese Dios del que hablan se parece a la medicina mágica con que tantos sueñan. Una pastilla –una oración– y... todo resuelto. El cielo a nuestro alcance. Los que así hablan parecen magos que con su fuerza controlan a Dios y le hiciesen trabajar a su servicio. Pero ahí tampoco está la salvación. 
      La realidad es bastante más complicada. Dios no es un mago que lo solucione todo. Nuestro mundo va haciendo su propio camino. A Dios lo encontramos a nuestro lado, animándonos a tomar las riendas de nuestra vida, a ser responsables de lo que hacemos, de nuestras decisiones. Su presencia la encontramos en la vida de cada día, en las personas con que nos encontramos, en los acontecimientos. Hay mucho de Dios, de gracia, en nuestras vidas.
      Con este domingo empezamos el tiempo de Adviento. Es tiempo de preparación para la celebración de la venida del Señor. La Palabra de Dios nos invita a vigilar. Hay que estar atentos, porque en nuestras calles, en nuestras familias, en nuestro mundo, se siente una presencia nueva, naciente. Las comunidades cristianas son ya un signo de esa nueva realidad. Hay mucha gente buena trabajando por ayudar a los demás. Esos son los signos de la presencia de Dios. ¡Dios está con nosotros! ¡Su presencia está creciendo! Adviento es nuestra oportunidad para vigilar y estar atentos, para descubrir los signos de la auténtica presencia de Dios y celebrarlos en nuestra liturgia y en nuestra oración. Vigilad, pues, no vaya a ser que Dios esté a vuestro lado o en vuestra misma vida y os pase desapercibido.
Vigilar supone estar vivo y atento a las grandes y pequeñas cosas que pasan a nuestro alrededor. ¿Nos importa todo eso que pasa o vivimos tan encerrados en nuestros problemas que nuestro mundo termina en nuestra propia nariz? ¿Dónde y cuándo descubrimos a Dios cerca de nosotros?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


¿Quien es elJuez?


Reflexión domingo 26 de noviembre 2017
¿Quién es el juez?
                                      Mateo 25,31-46
      La parábola de hoy es fácil de entender. Estamos en un momento solemne: el juicio final. El momento en que se valorarán nuestras acciones, se pesará cada uno de nuestros actos. La parábola nos dice que en aquel momento Dios separará a unos de otros, a los buenos de los malos. Exactamente como un pastor separa en su rebaño a las ovejas de las cabras. ¿Quién es quién? Casi todos al escuchar la parábola no tenemos duda en identificar a las ovejas y a las cabras. A la derecha se sitúan las ovejas, los justos, los que han pasado la vida haciendo el bien. Los que se sitúan a la izquierda son las cabras, los malos, los que se han portado mal.

      Tampoco nos resulta difícil identificar a los receptores de las buenas acciones de los buenos y de las malas acciones de los malos. Jesús lo deja claro. Son los más necesitados, los últimos de la sociedad, los despreciados y dejados de lado. Son los que tienen hambre, los forasteros, los que están desnudos, los que están enfermos y en la cárcel. Es interesante observar que los buenos son buenos por lo bien que han tratado a esos, a los últimos, a los que nadie quiere ni valora. Y el rey, Dios mismo, se identifica con ellos. No dice que los buenos sean buenos porque han tratado bien a los pobres, a los enfermos y a los encarcelados. Dice que son buenos porque le han tratado bien a él mismo. Dios se identifica con los pobres. Así lo ha afirmado siempre la tradición cristiana. Lo que se hace a los pobres se hace a Dios mismo. Hay que tener buena vista para descubrir en los pobres, en los últimos, a Dios mismo. Esta ya es una importante lección para este domingo con el que termina el año litúrgico. Es la última lección, la más importante, el resumen de lo aprendido en todo el año. Nos salvaremos por el modo como tratamos a Dios mismo en la figura de los pobres, los enfermos, los encarcelados... Y pobre del que no se haya enterado de que en ellos está presente Dios mismo. Los pobres son sacramento de Dios para nosotros. 
      Un último detalle. A la hora de identificar a los personajes de la parábola, nos suele resultar fácil identificarnos con los pobres que necesitan ayuda, con los buenos que les tratan bien o con los malos que los dejan de lado. Pero reconozcamos que en la práctica con quien nos identificamos muchas veces es con el juez. Nos gusta ser jueces de nuestros hermanos y determinar quiénes deberían estar a la derecha y quienes a la izquierda, quienes son los buenos y quienes los malos. Última parte de la lección: nunca ser jueces de nadie, porque ese puesto se lo ha reservado Dios a sí mismo. Que no se nos olvide, que es muy importante.
       ¿Con qué ojos miramos a los pobres, a los necesitados, a los enfermos, a los encarcelados? ¿Vemos en ellos a Cristo o simplemente les despreciamos? ¿Cuántas veces juzgamos a nuestros hermanos? ¿Cuántas veces ocupamos el lugar de jueces, ese lugar que Dios se ha reservado a sí mismo? 
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

¿Que significan los talentos?


Reflexión domingo 19 de noviembre 2017
¿Qué significan los talentos?
Mateo 25,14-30
      Cuando era pequeño, recuerdo que los profesores usaban esta parábola para decirnos que había que estudiar más. Usar nuestros talentos significa emplearlos en estar más atentos, hacer mejor nuestro trabajo y, en definitiva, obtener mejores evaluaciones. Se nos decía que, a veces, incluso en el caso de que fuésemos buenos estudiantes y lográsemos pasar el curso holgadamente, quizá aún así no usábamos bien nuestros talentos. Teníamos que estudiar lo más posible, porque se nos había dado esa capacidad. Y nos hacían mirar a los que lograban hacer lo justo con dificultad, para que viésemos como aquellos trabajaban sus talentos, los pocos que habían recibido, quizá mejor que nosotros, que habíamos recibido mucho pero no lo aprovechábamos bien. 

      No iban descaminados mis profesores. La vida, nuestro carácter, nuestras habilidades, la familia en que hemos nacido, las condiciones económicas de que gozamos, de alguna manera todo lo hemos recibido, todo ha sido un don. No todos en el mundo han tenido la misma suerte que nosotros. Incluso entre los miembros de nuestra comunidad hay muy diferentes suertes, habilidades y capacidades. 
      Hoy Jesús nos recuerda que no podemos enterrar nuestros talentos bajo el suelo. Eso es una especie de suicidio. Tenemos que ponerlos a trabajar. Pero, ¿para qué? ¿Para lograr una vida mejor para mí? ¿Para tener más dinero en mi cuenta corriente? ¿Para ser feliz y aprovecharme de esos dones que yo he recibido y otros no? Si leyésemos así esta parábola es como si la separásemos del resto del Evangelio. Eso no se puede hacer. Debemos recordar que para Jesús lo más importante es el Reino de Dios. Jesús quiere que todos lleguemos a vivir juntos como hermanos. Los talentos de cada uno están, deben estar, al servicio de la fraternidad. Cualquier otra cosa es “enterrarlos”. 
¿Cuáles son mis talentos, mis cualidades? ¿Me las guardo para mí sólo? ¿Cómo podría ponerlas mejor al servicio del bienestar de los que viven a mi alrededor? ¿No será que a veces soy tacaño y pretendo recibir y no dar?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


"velad y orad"


Reflexión domingo 12 de noviembre 2017
“Velad y orad”
Mateo 25,1-13
      Una vez más, Jesús cuenta a los discípulos una parábola. Es apenas una historia. Como las que a veces contamos a los niños para que se duerman. Pero todos sabemos que las historias pueden llevar dentro muchas cosas. Hablar mediante parábolas es una forma de hablar. Para que los que quieran entender, entiendan. En esta ocasión, Jesús se la cuenta a los discípulos. Ellos seguramente entendieron que la parábola no era una pura historia. Jesús les quería decir algo mediante la historia de aquellas diez vírgenes encargadas de preparar la fiesta de las bodas y de esperar al novio. De las diez, cinco fueron lo suficientemente prudentes como para disponer lo que necesitaban para la espera.
 Tomaron consigo suficiente aceite como para poder encender sus lámparas. Así estarían dispuestas aunque el novio llegase a la medianoche. Las otras cinco no pensaron, no se preocuparon. Y la llegada del novio les pilló desprevenidas. Se quedaron fuera de la fiesta. Dentro estaba la luz, fuera la oscuridad. Las cinco vírgenes necias quedaron envueltas en la oscuridad de la noche. 
      Hay personas que dejan siempre para mañana lo que pueden hacer hoy. Exactamente lo contrario de lo que dice el refrán: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Son personas que están muy seguras de que van a disponer de mañana para reconciliarse con su hermano, visitar a aquel amigo enfermo, devolver lo que robaron, dejar de beber, comenzar a ser honestos en el trabajo o comenzar a preocuparse de sus hijos. Se olvidan de que el mañana es aquello de lo que ciertamente no estamos seguros. Lo que tenemos como seguro es el ahora, el presente. Nada más. ¿Hay alguien que sepa con seguridad que mañana va a estar vivo? ¿No será mejor comenzar a hacer hoy todas esas cosas? Así, en caso de que no dispongamos de mañana, al menos habremos comenzado a reconciliarnos, a vivir una vida más feliz, a amar más a los que viven con nosotros, a ser más honrados. Al menos, le podremos decir al Señor que quizá no terminamos de hacer todo lo que teníamos que hacer pero no fue porque no empezásemos sino porque nos faltó tiempo. 
      Eso es lo que nos pide Jesús: que estemos atentos, despiertos a nuestra vida, que hagamos lo que tenemos que hacer para que cuando llegue el momento de dar cuentas no nos encontremos sin aceite en las lámparas y con las manos vacías. 

¿Qué tenemos pendiente de hacer? ¿Podías enumerar todas aquellas cosas que, como cristiano, crees que deberías hacer y que hasta hoy no has hecho por pereza, por dejadez, por abandono, porque te resulta difícil? Revisa la lista y decídete a hacer una o dos de ellas.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



"Les gusta ocupar los primeros puestos"


Reflexión domingo 5 de noviembre 2017
“Les gusta ocupar los primeros puestos”

 Mateo 23,1-12
      Cada profesión tiene sus peligros y tentaciones particulares. Los banqueros sentirán la tentación de quedarse con el dinero ajeno. Los que venden fruta, por ejemplo, tendrán la tentación de dar menos peso del debido en lo que venden. Así, podríamos seguir con todas las profesiones. Pues bien, la tentación de los que tienen autoridad es precisamente la de abusar de ella. Pueden llegar a pensar que son propietarios de esa autoridad y que se pueden aprovechar de ella para su propio beneficio.
      De esa tentación no están exentos los que están al frente de la Iglesia. Han sido allí puestos por voluntad de Dios. Y su trabajo es precisamente servir a la comunidad, atender a los más débiles, repartir el pan de la Eucaristía, de modo que en la mesa de la fraternidad todos tengan lo suficiente. Pero, como son humanos, también conocen la tentación y a veces caen en ella. Y a veces se aprovechan de la comunidad para su propio beneficio, para sus propios intereses o los de sus amigos, para aumentar su bienestar, y se olvidan de atender a los débiles, de repartir el pan de la Eucaristía y de la Palabra para todos por igual. En una palabra, se olvidan de servir.
      El Evangelio de hoy aplica estas ideas a los letrados y los fariseos del tiempo de Jesús. A ellos Jesús les dice que “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a los demás, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para llevarlos”. Y recuerda a sus discípulos que no se deben dejar llamar “maestro” ni “padre” ni “jefe” porque uno sólo es el padre de todos y uno sólo el maestro y uno sólo el jefe. La autoridad en la Iglesia es un servicio. Y el que no sirve, pierde automáticamente su autoridad, traiciona al “maestro”y “padre” al que dice representar, a Jesús. 
      ¿Es que Jesús dijo esto sólo para los letrados y fariseos de su tiempo? No creo. Hoy tenemos que aplicar el cuento a nuestra Iglesia. Porque todos los que tenemos alguna responsabilidad en ella, alguna autoridad, todos tenemos la tentación de abusar de nuestra autoridad, de creernos jefes y maestros, superiores a nuestros hermanos. Y en ese momento les dejamos de servir. Y rompemos la comunidad de Jesús. Obispos, sacerdotes, ministros diversos, agentes de pastoral, catequistas, etc, todos estamos para servir a la comunidad, para con nuestro trabajo contribuir a formar la familia de Dios, reunidos como hermanos y hermanas en torno a la mesa de la Eucaristía, sin que nadie quede excluido. 
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


Ser cristiano es vivir amando


Reflexión domingo 29 de octubre 2017  
Ser cristiano es vivir amando
Mateo 22,34-40
      Los sacerdotes llevamos años predicando cada domingo y diciendo a los fieles cristianos que se tienen que amar unos a otros, que el amor es el mandamiento mayor para los cristianos, que Dios nos ama por encima de todas las cosas, que es nuestro Padre. El Evangelio de hoy nos vuelve a repetir las mismas ideas. 
            La pregunta del fariseo estaba llena de mala intención. Para ellos todos los mandamientos eran igualmente importantes. Todos debían ser cumplidos con el mismo rigor. Aquel fariseo, al preguntar a Jesús cuál era el mandamiento más importante, quería ponerlo en dificultades. Pero Jesús no tuvo miedo y respondió con claridad: todo se resume en dos mandamientos, amar a Dios y amar al prójimo. No hace falta más. Todas las demás normas dependen de estos dos mandamientos mayores. Y eso que escucharon con sorpresa los fariseos, nosotros tenemos que tenerlo hoy también presente. Todos nuestros deberes como cristianos se resumen en esos dos mandamientos: amar a Dios y amar a los hermanos. 
      Pero, además, son dos mandamientos que están conectados entre sí. No son dos normas separadas e independientes. Más bien uno es condición del otro. O mejor el segundo es condición del primero. Sólo el que ama a sus hermanos ama a Dios. Y el que no ama a sus hermanos no ama a Dios por más que vaya muchas veces a misa o rece muchas oraciones o lea mucho la Biblia. Así que los dos andan bien juntitos y no se pueden separar. 
      Y luego está el siguiente paso: aplicar esos mandamientos, sobre todo el segundo, el del amor a los hermanos, a nuestra vida práctica, a la vida diaria, a las relaciones con nuestros hermanos, con nuestra familia, con los amigos, con los compañeros del trabajo. Para saber hacer esa aplicación nos puede servir de ayuda la primera lectura de este domingo. En ella se nos dice que Dios quiere que se cuide especialmente de los extranjeros, de los huérfanos y de las viudas, de los pobres, de los que no tienen nada con que cubrirse. La lectura termina afirmando que cuando el pobre clame a Dios, “yo lo escucharé porque soy compasivo”. Es decir, amar a los hermanos, supone tener un especial cuidado de ellos en todas sus necesidades, especialmente de aquellos que son más pobres, más débiles, más indefensos. Atenderles, servirles, devolverles su dignidad, respetarlos, acompañarlos, eso es amar a los hermanos. Sólo el que hace eso –o al menos lo intenta seriamente– puede decir que ama a Dios.            
      ¿Tenemos claro cuáles son los mandamientos más importantes de nuestra vida cristiana? ¿Cómo vivimos en nuestra vida ordinaria el amor a Dios? ¿Cómo expresamos en la vida diaria nuestro amor a los hermanos?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


jueves, 1 de marzo de 2018

Pagamos muchos impuestos

Reflexión domingo 22 de octubre 2017
Pagamos muchos impuestos
Mateo 22,15-21
      En la sociedad pagamos impuestos y tasas. Muchos. Muchas veces. Pero, abramos los ojos a la realidad, los más altos impuestos no son los que pagamos al Estado para que construya mejores carreteras, atienda las escuelas y la salud pública, financie nuestra seguridad, ayude a los más necesitados y tantas otras cosas necesarias que sólo el Estado puede y debe hacer. Hay muchos otros impuestos que no pagamos en dinero pero que son también muy importantes. ¿Cuántas veces por respetos humanos no nos atrevemos a decir lo que de verdad pensamos? Y preferimos callarnos, guardar silencio. Ahí pagamos un impuesto muy alto, vendemos nuestra propia autenticidad, nuestra libertad, nuestra dignidad. Todo con tal de que los demás nos sigan aceptando, toda para adaptarnos a ellos. 
      Pagar el impuesto al César no era sólo darle la moneda. Era hacerse siervo del César, obediente a sus normas. Era ser su esclavo. Por eso Jesús pregunta con ironía de quién es el rostro que figura en la moneda. Si es del César es que hay que devolvérselo al César. Pero al César hay que darle sólo el dinero no la vida ni el honor ni la libertad. Todo eso pertenece a Dios y nada más que a Dios. La vida, el honor y la libertad son los dones que Dios ha puesto en nuestras manos. Es nuestra responsabilidad devolvérselos a Dios acrecentados, cuidados y llevados a su plenitud. Ése es el impuesto que nos ha preparado Dios: que llevemos nuestra vida y nuestra libertad a su plenitud. 

      Hoy el Evangelio nos plantea una cuestión básica: ¿a quién servimos? ¿A quién pagamos los impuestos más valiosos? Y sigo sin referirme a los que pagamos al Estado. Esos son necesarios. Esos los pagamos con dinero. Lo malo son los impuestos que pagamos a lo qué dirán los demás de nosotros o al egoísmo. Esos los pagamos con nuestra libertad, renunciando a ella. Al final terminamos siendo esclavos de esos señores. Y renunciamos a los mejores bienes que Dios nos ha dado: la libertad y la vida. 
      Jesús nos pide que no nos olvidemos de dar a Dios lo que es de Dios. La vida que vivimos, la vida de nuestros hermanos, la libertad a que estamos llamados, todos esos son los dones de Dios. Le pertenecen. Y al final, cuando llegue el último momento, se los tendremos que devolver, acrecentados, llevados a plenitud. Mi vida y la de mis hermanos y hermanas. Mi libertad y la de mis hermanos y hermanas. 
¿Me siento libre para actuar como creo que debo actuar? ¿O me dejo llevar por lo que hacen los demás? ¿Cómo cuido de la vida y libertad de mis hermanos y hermanas? ¿De mi familia? ¿Reconozco a Dios como mi señor? ¿Soy esclavo de otros señores? ¿De cuáles?
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana