Reflexión domingo 10 julio 2016
Defensa de los derechos humanos…
Lucas
10, 25-37
La mentalidad judía del tiempo de Jesús, absorbida por el legalismo, se
había convertido en una conciencia fría, sin calor humano, a la que no le
importaban las necesidades ni los derechos del ser humano. Solo se hacía lo que
permitía la estructura legal y rechazaba lo que prohibía dicha estructura. El
legalismo impuesto por la estructura religiosa era la norma oficial de la moral
del pueblo. Se había llegado, por ejemplo, a establecer, desde la legalidad
religiosa, que la ley del culto primaba sobre cualquier ley, así fuera la ley
del amor al prójimo. Esto asombraba y preocupaba a Jesús pues no era posible
que en nombre de Dios se establecieran normas que terminaran deshumanizando al
pueblo.
Este era el contexto en que nació la parábola del buen
samaritano: un hombre necesitado de ayuda, caído en el camino, más muerto que
vivo, sin derechos, violentado en su dignidad de persona, es abandonado por los
cumplidores de la ley (sacerdotes y levitas) y en cambio es socorrido por un
ilegal samaritano (que no tenían buenas relaciones con los israelitas). Jesús
hizo una propuesta de verdadera opción por los derechos de ese ser humano
caído, condenado por las estructuras sociales, políticas, económicas y
religiosas que aparecen excluyentes (estructuras que se encargan de no respetar
los derechos de las personas y no les permitan vivir en libertad y en
autonomía). Jesús quiere decirnos cómo la solidaridad es un valor que hay que
anteponer no solo a la ley del culto, sino también a la misma necesidad
personal, buscando el bienestar social y comunitario, la defensa de los derechos humanos de tantos y tantas que viven en
situaciones de falta de solidaridad y de reconocimiento de sus derechos, nos
hace pensar en la opción por continuar el camino de compromiso y de trabajo en
nuestras comunidades y organizaciones, desde el compromiso solidario con los
hermanos y hermanas que están caídos en el camino, por el no reconocimiento de
sus derechos.
La parábola
es todo menos un juego de palabras bonitas, es algo más que una pieza literaria
de la antigüedad. Es una constante interpelación para hoy.
Sólo Lucas
nos conserva en su evangelio esta parábola.
Este texto, tan ampliamente conocido en la liturgia,
se inicia con una pregunta de un maestro de la ley, o letrado, frente lo que
hay que hacer para ganar la vida eterna.
Jesús, a su vez, le devuelve la pregunta para que el
letrado la busque en su especialidad, él tiene la respuesta en la ley... El
letrado, citando de memoria Dt 6,5 y Lv 19,18, hace una apretada síntesis del
sentido frente a los 613 preceptos y obligaciones que se alcanzaban a contar en
la cuenta de los rabinos, para responder en dos que son fundamentales: Amar a
Dios y al prójimo... Jesús aprueba la respuesta…
El letrado interroga nuevamente, pues en el Levítico
el prójimo es el israelita y en el Deuteronomio se reserva el título de
hermanos únicamente para los israelitas...Jesús, en lugar de discutir y entrar
en callejones sin salidas, no busca plantear nuevas teorías e interpretaciones
frente a la ley antigua y su práctica, sino que propone una parábola como
ejemplo vivo de quién es el prójimo.
Podemos contemplar en la parábola los personajes y
sacar de allí las consecuencias de enseñanza para el día de hoy: un hombre (v.
30) anónimo que es víctima de los ladrones y cae medio muerto en el camino; un
samaritano (v. 33) un medio pagano – o tal vez un pagano completo- cuyo trato y
relación con los judíos era casi un insulto a sus tradiciones; un sacerdote (v.
31) y un levita (v. 32), la contraposición y la diferencia entre dos rangos de
poder religioso, pues el levita era un proclamado de rango inferior que se
ocupaba principalmente de los sacrificios, “testimonios” de un culto oficial y
de los rituales a seguir en la religión establecida.
La relación entre cada uno de los personajes de la
parábola es distinta: el sacerdote y el levita frente al hombre caído en el
camino no se basa en el plan de la necesidad que tiene este último, sino en el
de inutilidad que presentaría ante la ley y el desempeño del oficio, el
prestarle cualquier atención al hombre caído, impediría a estos representantes
del culto oficial poder ofrecer los sacrificios agradables a Dios. El
samaritano, por el contrario, no encuentra ninguna barrera para prestar su
servicio desinteresado al desconocido que está tendido y malherido, que
necesita la ayuda de alguien que pase por ese camino. El samaritano únicamente
siente compasión por la necesidad de ese hombre anónimo y se entrega con
infinito amor a defender la vida que está amenazada y desposeída.
Prójimo, compañero, dice Jesús en esta parábola, debe
ser para nosotros, en primer lugar el compatriota, pero no sólo él, sino todo
ser humano que necesita de nuestra ayuda. El ejemplo del samaritano despreciado
nos muestra que ningún ser humano está tan lejos de nosotros, para no estar
preparados en todo tiempo y lugar, para arriesgar la vida por el hermano o la
hermana, porque son nuestro prójimo.
Para la revisión de vida
¿nos portamos como prójimo ante el ser humano despojado y abandonado?
¿hay en nuestras preocupaciones religiosas espacio para aprender lo que Dios nos manifiesta en la vida cotidiana?
¿somos acaso de los que vamos al culto del templo o al cumplimiento legalista, pero no atendemos en la vida real a los que nos necesitan?
¿nos hacemos prójimos (próximos) de los necesitados que nos encontramos en nuestro camino?, ¿somos capaces de meternos en caminos ajenos para aproximarnos (aprojimarnos) a los que nos necesitan aunque no estén en nuestro camino?
¿nos portamos como prójimo ante el ser humano despojado y abandonado?
¿hay en nuestras preocupaciones religiosas espacio para aprender lo que Dios nos manifiesta en la vida cotidiana?
¿somos acaso de los que vamos al culto del templo o al cumplimiento legalista, pero no atendemos en la vida real a los que nos necesitan?
¿nos hacemos prójimos (próximos) de los necesitados que nos encontramos en nuestro camino?, ¿somos capaces de meternos en caminos ajenos para aproximarnos (aprojimarnos) a los que nos necesitan aunque no estén en nuestro camino?
Seamos una Iglesia samaritana, como decía San juan Pablo
II, una iglesia sensible y que se preocupe por el otro y no perfeccionista que
hace la suya sin ver al otro. No seamos cristianos robots: firmes por fuera,
ordenados, brillantes pero por dentro puro cablerío, fríos e insensibles.
Nuestro amor a Dios se mide en las acciones que tomemos con los hermanos.
Paz y Bien
Hna. Esthela
Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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