Reflexión domingo 13 noviembre 2016
Ánimo, no tengan miedo…
Lucas 21, 5-19
Lucas escribe su Evangelio hacia el año 85 d.C.: en
los cincuenta años transcurridos desde la muerte de Jesús han pasado hechos
tremendos. Ha habido guerras, revoluciones políticas, catástrofes, el templo de
Jerusalén fue destruido, los cristianos están siendo víctimas de injusticias y
persecución. ¿Cómo explicar todos estos acontecimientos tan dramáticos?
Alguien recurre a las palabras del Maestro: “Habrá
grandes terremotos… habrá hambre y pestes… los perseguirán” ¡Aquí está la
explicación!—se comienza a decir—Jesús ya lo había previsto. Las desgracias
(especialmente la destrucción del templo de Jerusalén) son signos del fin del
mundo que se avecina y el Señor está a punto de retornar sobre las nubes del
cielo.
El Evangelio de hoy intenta responder a estas
falsas expectativas y corregir la interpretación errada que algunos
daban a las palabras del Maestro. Ya entonces su lenguaje apocalíptico se
prestaba a ser incomprendido. Examinemos el fragmento en detalle.
Algunas personas se acercan a Jesús que está en el
templo y lo invitan a admirar la belleza de las enormes piedras
cuadradas de mármol blanco puestas perfectamente por los trabajadores de
Herodes, las decoraciones, los adornos de oro que cuelgan de las paredes del
vestíbulo y que se extienden hasta cubrir las ofrendas de los fieles, la
fachada recubierta de placas de oro del espesor de una moneda… Con razón decían
los rabinos: “El que no ha visto el templo de Jerusalén no ha contemplado la
más bella de las maravillas del mundo”.
La respuesta de Jesús es sorprendente: “De todo lo
que admiran no quedará piedra sobre piedra”. Le preguntaron: ¿Cuándo sucederá
esto y cuáles serán los signos para comprenderlo?”
Jesús no pudo especificar la
fecha: no la conoce,
como no conoce el día ni la ora del fin del mundo (Mt 24,36). Jesús no es un
mago, un adivino, por eso no responde.
¿Por qué introduce Lucas este
episodio? Lo hace por una preocupación pastoral: quiere poner sobre aviso a su
comunidad que confunde los signos con la realidad. Algunos exaltados atribuían
a Jesús predicciones que eran solamente fruto de especulaciones extravagantes.
El evangelista invita a los cristianos a no
inmiscuirse con fábulas y a reflexionar sobre lo único que debe interesar: qué
hacer, concretamente, para colaborar en el advenimiento del mundo nuevo, del
reino de Dios.
Los “falsos profetas” han presentado siempre un
peligro para la comunidad cristiana y Lucas recuerda que también Jesús puso en
guardia a sus discípulos de aquellos que aseguran que el fin del mundo se
avecina. Ha recomendado vivamente: “¡No los sigan!” El fin no vendrá enseguida;
la gestación del mundo nuevo será difícil y larga.
¿Qué sucederá entre el tiempo de la venida
del Señor y el fin del mundo? Jesús responde a esta pregunta recurriendo al lenguaje
apocalíptico.
Habla de sublevaciones de pueblos contra pueblos, de terremotos, carestía y
pestilencia, de cosas terroríficas, de señales grandes en el cielo Estos será
explicado poco después.
Una de las ideas recurrentes en tiempo de Jesús era
que el mundo ya estaba muy corrupto y pronto sería sustituido por una realidad
nueva que brotaría de Dios. Se decía que el momento de pasar de lo antiguo a lo
nuevo, la gente estaría muy convulsionada, los pueblos y las naciones
revueltos, habría mucha violencia, enfermedades, desgracias, guerra. El sol
aparecería durante la noche y la luna de día; lo ríos comenzarán a verter
sangre, las piedras a partirse y a crujir.
Este lenguaje, esta imaginación era muy común.
Jesús no necesitó decir a sus discípulos que es
inminente el pasaje entre las dos épocas de la historia. El suyo es un
anuncio de alegría y esperanza: Quien siente dolor y espera el Reino de Dios debe
saber que está por aparecer la aurora de un nuevo y espléndido día. Es por eso
que exhorta a los discípulos a no preocuparse: no tengan miedo.
Después de haber invitado a considerar el tiempo de
espera de su retorno como una gestación que se prepara para el parto, Jesús
anuncia la dificultad que sus discípulos deberán afrontar.
¿Cuál será la señal que el reino está por nacer y
ser instaurado en el mundo? No son los triunfos, los aplausos, la aprobación de
los hombres, sino la persecución. Jesús anuncia a sus
discípulos: la prisión, la calumnia, la traición de parte de algunos familiares
y de los mejores amigos. En esta difícil situación van a ser tentados de
desalentarse, pensando que han equivocado el camino de sus vidas.
¿Para qué soportar tantos sufrimientos y hacer
tantos sacrificios? Todo inútil: los impíos seguirán progresando, a cometer
violencia, a prevalecer ante el justo. Jesús responde que ¡eso no sucederá!
Dios guía los advenimientos de la vida de los hombres y orienta también los
proyectos de los malvados hacia el bien de sus hijos y a la instauración del
reino.
“Tengan presente que no deben preparar su
defensa”—sigue recomendando. ¿Qué significa? ¿Tendrán que esperar los
discípulos una intervención milagrosa?
No. Jesús los pone en guardia del peligro de fiarse
de los razonamientos y de los cálculos como los que hacen los hombres.
Si sus discípulos creen que podrán defenderse utilizando
la lógica de este mundo, en vez de la de Dios, se pondrán en el mismo plano de
sus opositores y perderán. Deberán aceptar serenamente el hecho de que no
pueden utilizar el método de los que le persiguen: la calumnia, la hipocresía,
la corrupción, la violencia, la condenación. Deberán convencerse que su fuerza
estará en lo que los hombres consideran fragilidad y debilidad. Son ovejas en
medio de lobos, no pueden convertirse en lobos. Si son realmente coherentes con
las exigencias de su vocación, será Jesús, el buen pastor, el que los defienda.
Les dará una fuerza que ninguno podrá resistir: la fuerza de la verdad, del
amor, del perdón.
Finalmente Jesús recuerda una expresión para aquellos
que se han sacrificado por Cristo, quizás no recojan el fruto de lo que han
sembrado, pero deben cultivar la gloriosa certeza que los frutos serán
abundantes. El valor de su sacrificio no lo recogerán en este mundo. Serán
olvidados, y hasta maldecidos pero Dios les dará la recompensa en la resurrección de los justos.
no hay forma de pagarle tanto amor, tanta misericordia que nuestro Dios tiene por nosostros...
no hay forma de pagarle tanto amor, tanta misericordia que nuestro Dios tiene por nosostros...
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
hermanita Esthela que bueno esta su pagina soy una seguidora desde hace mas o menos 3 meses soy Evelyn Santiago Roman de una comunidad de la Parroquia Santisima Trinidad Almirante Sur de Puerto Rico...somo un puñado de familias pero llenas de fe, nocontamos con muchos recursos basicos para leer su reflexion salgo al pueblo mas cercano donde encuentro internet...vuelo con mercaderia pero fortalecida con la mercaderia espiritual que nos regala usted en vitaminas franciscana, me ayudan mucho soy catequista y leer lo suyo me anima y renueva al igual que usted yo quiero hacer caminos de salvacion junto a mis niños pero desde una mirada que realmente nos haga sentir BIENAVENTURADOS...gracias hermanita yo rezo sieempre por usted le pido a Dios que algun dia nos visite...la aprecio a la distancia.
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