Reflexión domingo
26 de marzo 2017
Con un poco de barro...me tocas...
Juan 9.1-47
En aquel tiempo, al
pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo
barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a
la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
¿Quién Puede Juzgar?
En este texto leemos que los
judíos debaten quién puede perdonar y/o juzgar. Un hombre ciego de nacimiento
es sanado, y mientras que los discípulos, los vecinos, los padres, y los judíos
entendían que nacer ciego es el resultado de un pecado, Jesús tiene un punto de
vista diferente. Jesús está más preocupado por regresar sus ovejas al rebaño
que por discutir quién es culpable del pecado.
Las autoridades, en el v. 24,
dicen que Jesús es un pecador. Pero el hombre, ahora discípulo, no juzga a
Jesús. No le corresponde a él juzgar. El sólo relata lo que sabe por
experiencia: “habiendo sido yo ciego, ahora veo” (v. 25). Nos podemos dar
cuenta de que los únicos que no juzgan son Jesús y el hombre que antes era
ciego. Aunque el hombre que nació ciego ahora puede ver, las autoridades no se
pueden deshacer del prejuicio, sino que incluso le dicen: “tu naciste del todo
en pecado,” y lo expulsan (v. 34).
Jesús se entera de la expulsión
del hombre y lo encuentra (v. 35). En vistas de que el hombre quiere saber
quién es el Hijo de Dios (v. 36), Jesús le responde: “Pues lo has visto; el que
habla contigo, ese es” (v. 37). En el principio del capítulo 10 vemos la
interpretación que Jesús hace de esta historia. La oveja reconoce la voz de su
buen pastor, lo sigue y lo adora.
Demasiadas veces en mi tiempo en
Bolivia, Argentina y Uruguay escuché a mucha gente decir que alguien estaba
sufriendo como consecuencia de un pecado. El concepto de pecado que viene de
Deuteronomio 11:26-32 todavía tiene poder en nuestras comunidades. Se piensa
que el pecado se manifiesta en una forma integral en nuestros cuerpos, en
nuestros espíritus, etc., como castigo de Dios.
También se tiene el pensamiento
de que la autoridad para perdonar recae solamente en Dios, excluyéndose la
autoridad que Dios les da a las personas para que perdonen en el nombre de
Dios. Lo vemos en esta historia cuando las autoridades luchan contra lo que
ellas ven – un hombre nacido ciego que ahora puede ver – pero siguen en la
creencia de que sólo Dios puede perdonar y ellas no.
Esta creencia lleva a las
autoridades a juzgar y a expulsar, en lugar de confiar en Dios.
Jesús dice: “Mientras estoy en
el mundo, luz soy del mundo” (v. 5). También dice: “Para esto he venido yo a
este mundo, para un juicio, para que los que no ven, vean, y los que ven, sean
cegados” (v. 39). Jesús juzgó al hombre que nació ciego, pero no lo juzgó para
expulsarlo, sino para hacerlo parte de su rebaño. A nosotros y a nosotras
muchas veces nos encanta juzgar, pero no queremos saber nada de que otro nos
juzgue a nosotros y a nosotras.
Saber
versus Creer (Opinar)
En San Juan, se relata el
milagro a cada grupo y se les provee evidencia. Algunos de los vecinos no
podían creer que estuvieran viendo a la misma persona que antes era ciega (v.
9). Las autoridades no podían creer que el hombre efectivamente hubiera nacido
ciego, y pidieron explicaciones a los padres (v. 18). Las autoridades
discutieron con los padres (vv. 19-21) y estos, por miedo a las consecuencias,
se limitaron a decir que su hijo había nacido ciego y que ahora veía. Luego las
autoridades pidieron la opinión del hombre que una vez había sido ciego, y aun
después de escuchar su explicación, no le creyeron. El hombre les preguntó si
querían creer y hacerse discípulos de Jesús (v. 27), y las autoridades le
contestaron que eran discípulos de Moisés y no de Jesús, porque tenían la
certeza de que Dios había hablado con Moisés, pero no conocían a Jesús. El
hombre sanado de su ceguera da testimonio con una lógica que hace difícil no
creer, pero en lugar de creer, las autoridades decidieron no escuchar (no
saber). Las autoridades siguieron en su
necedad.
En una historia de la vista, el
oído también es importante. El hombre ciego desde su nacimiento escuchó la voz
de Jesús, y a partir de entonces su vida fue cambiada. El hombre escuchó las
instrucciones de Jesús y las obedeció, con el resultado de que sus ojos fueron
abiertos y empezó a ver (v. 7). Al principio fue interrogado por sus vecinos;
no todos podían creer que fuera el mismo hombre que antes era ciego – y hasta
cierto punto tenían razón, porque con la vista se convirtió en un nuevo hombre.
Ante la pregunta: “¿Cómo te fueron abiertos los ojos?” (v. 10), su primera
respuesta fue que lo había hecho “aquel hombre que se llama Jesús” (v. 11).
Pero la historia no terminó allí, porque le volvieron a hacer la misma pregunta
otras veces, y su respuesta fue cambiando. Cuando le hicieron la pregunta por
segunda vez, respondió que le había abierto los ojos un profeta (v. 17), y
finalmente confiesa que Jesús es su Señor y que cree que es el Hijo de Dios
(vv. 36 y 38). En el proceso de contar lo que le ha pasado, el hombre se vuelve
discípulo de Jesús, y su historia se convierte en una confesión de fe. El
hombre quiere saber quién es el Hijo de Dios y Jesús le responde: “Pues lo has
visto” (v. 37). El hombre no solamente recibe la vista física sino también la
espiritual.
Tener vista no quiere decir que
no va a ser puesta a prueba nuestra fe o que no vamos a tener que afrontar el
escepticismo de otros. Por eso el hombre curado de su ceguera nos da un
ejemplo. Siguió compartiendo su experiencia y actuó sin miedo.
A veces, cuando pasamos por
un cambio en nuestras vidas, no es fácil aceptarlo para las personas con
quienes estamos relacionados y relacionadas. En una forma similar, a veces es
difícil para las personas que entran a la iglesia estar abiertas a conocer algo
diferente de lo que han conocido y dejar que su vida cambie. Los cambios pueden
ser dolorosos, pero el evangelio nos invita a que en lugar de rechazar, abramos las puertas a lo desconocido, con un poco de barro...me tocas a
que simplemente estemos presentes en el proceso de cambiar y no tratemos de
definir o de rechazar los cambios que se nos presentan. Quizás al principio
sólo podamos decir “no sé,” como el hombre que fue curado de su ceguera (v.
12), pero podemos confiar en que una vez que comencemos a transitar por este
camino, también nosotros y nosotras recibiremos el regalo de una nueva vista y
el llamado a ser discípulos y discípulas de Jesús. Quizás hemos estado ciegos o
ciegas, y este puede ser el inicio de una vida de fe, como discípulos y
discípulas, escuchando los testimonios de cómo Jesús trabaja, y dispuestos a
verlo “en vivo y en directo” también nosotros y nosotras. Esta es la
importancia de escuchar la palabra de Dios para creerlo.
Nosotros podemos usar este
punto de vista y pensar con su congregación cómo estamos evangelizando.
¿Estamos escuchando mientras llevamos la palabra de Dios a los que la necesitan
para que los ciegos puedan ver? ¿Estamos dispuestos a recibirlos y recibirlas
en nuestra iglesia como nuevas criaturas en Cristo? ¿Estamos dispuestos a que
estas nuevas personas en Cristo nos ayuden a ver también a nosotros y a
nosotras? El peligro para nosotros y nosotras en la iglesia es pensar que
podemos ver sin que Cristo nos de la vista. También nosotros necesitamos oír
esta voz que nos juzga, pero que a la vez nos sana con el propósito de darnos
vida en abundancia
(Jn 10:10).
Ustedes pueden organizar la representación de una
pequeña obra de teatro en base a las tres escenas del texto:
9:1-12
Jesús sana a un ciego de nacimiento
9:13-34
Las autoridades investigan la sanidad del ciego
9:35-41
La ceguera espiritual
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eeclesial Franciscana