jueves, 16 de marzo de 2017

Plenitud...

Reflexión domingo12 de febrero 2017
Plenitud…
Mateo 5,17-37

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Hay dos frases que podemos citar y que vienen, más o menos, a decir lo mismo. Ortega y Gasset dijo: “El río abre su cauce y el cauce esclaviza al río”, y Winston Churchil, por su parte, sentenció: “Creamos nuestras estructuras, y después ellas nos crean a nosotros”.
El que acabamos de leer, es un evangelio que nos presenta a un Jesús legalista, aparentemente. Escuchar por boca de éste que no va a quedar nada sin cumplirse, contrasta con la imagen que, tal vez, podemos tener de Dios. Más aún, si hemos dicho que Cristo está siempre por encima de toda ley o prescripción judaica. Y rápidamente pensamos en ejemplos como el de la observancia del sábado, la cual al Nazareno parece no importarle mucho. Sin embargo, hoy tenemos, en palabras de él mismo, al más cumplidor de lo que está mandado: La ley y los profetas.
Escuchamos que Jesús dice que vino a “dar cumplimiento” a toda la ley. Otras traducciones del evangelio de Mateo, del original griego, traducen ese “dar cumplimiento” como “dar plenitud”. Es más fiel al original esta segunda traducción. Dar plenitud nos presenta un sentido más profundo del mensaje que hoy recibimos.
Si hablamos de ley, sabemos que esto hace al fuero externo de nuestro ser. Si pensamos en las leyes civiles, a muchas de ellas le damos cumplimiento, aunque no estemos convencidos de que deba ser así. Lo mismo nos puede pasar con las normas y preceptos que la religión nos presenta. Podemos ser meros cumplidores, aunque no estemos convencidos de ellas. Y me atrevo a decir que en el tiempo de Jesús le pasaba parecido a la gente de aquél momento. Por otro lado -y estoy segura de que esto es muy común entre nosotros- es posible que en algunos momentos creamos que habiendo cumplido bien lo prescrito, estamos salvados. Además, el haber “hecho bien los deberes” nos da cierta tranquilidad de conciencia. Entonces, si esto último es verdad, creo que estamos perdidos.
Hoy Jesús nos viene a decir que no basta con cumplir la ley. No es suficiente. Y es él mismo quien afirma que ha venido a darle plenitud, lo cual no debemos confundir con dar vigencia. Es que darle plenitud es ir a lo más profundo de lo que Dios quiere de nosotros. De hecho, él mismo nos recuerda tres puntos bastante controvertidos: El matar, el adulterio y la mentira.
Jesús sube la apuesta, porque no se conforma con el “matar el cuerpo”, sino que va a algo más elevado y dice que el que se enoja o insulta a un hermano merece condena. Es que Dios no quiere que nos matemos sin matarnos. El mejor trato humano que damos a los demás, según el planteamiento de Cristo, debe ser reflejo de llevar a plenitud el no matar. ¿Acaso hemos matado a alguien con el maltrato, verbal o indiferente?
Después tenemos el adulterio, y vemos que hay algo más profundo que dejar los cuerpos inmaculados. La fidelidad que Dios nos pide tiene que tener su raíz en el corazón. Y si hablamos de la verdad, nos plantea que no juremos falsamente, y que seamos claros, transparentes, sin dobleces. Cuando es sí, es sí, y cuando es no, entonces no. Esto creo que también tiene que ver con la lealtad.
Con este planteamiento, podríamos hacernos algunas preguntas: ¿Por qué rezo? ¿Por qué voy a misa? ¿Por qué me confieso? Esto no puede quedar sujeto a las “normas de piedad”, a un precepto de la Iglesia. Mi opción y cumplimiento debe ir más allá de lo que está mandado. Tal vez aquí deberíamos encontrar la concordancia de nuestras vidas con lo que el Hijo de Dios nos pide: Que nuestra justicia, nuestro cumplimiento, sea superior al de los escribas y fariseos, para poder entrar en el Reino de los Cielos. Entonces, si superamos la norma escrita, podemos hablar de plenitud. Y por tanto entenderemos correctamente lo que san Agustín nos dijo: “Ama y haz lo que quieras”.
De este modo, vemos que el salto es cualitativo. Las normas no pueden ser las que nos terminen ordenando y limitando, hay que superarlas. No sea que al final terminemos convencidos de las palabras de Ortega y Gasset, que dicen: “El río abre su cauce y el cauce esclaviza al río”. Y es que los preceptos tienen que ayudarnos a profundizar en nuestro amor y opción por Dios, y en la medida que lo hagan, más nos acercaremos al Señor y a lo que él quiere de nosotros, que es priorizar, en nuestra existencia, la verdad, el amor y la vida.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth  Bonardy  Cazon

Fraternidad  Eclesial  Franciscana

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