Reflexión domingo 8 de enero 2017
El Bautismo
es un proceso que nos compromete…
Mateo 3,13-17
La liturgia, nos invita una vez más a
recordar nuestro bautismo. La verdad, que es el primer sacramento y por el cual
accedemos a la Iglesia, pero quizás, sea del que somos menos conscientes y no
sólo porque lo recibimos de niños. El bautismo de Jesús no es una anécdota más
en su vida, en este momento está presente toda la Santísima Trinidad: el Padre
que habla desde el cielo, el Espíritu Santo en forma de paloma, que se posa
sobre el “predilecto”. Está claro, que es el elegido para una misión
específica, y nosotros: ¿no debemos pensar que nuestro bautismo es un proceso que nos compromete a seguir al Hijo?
A partir del bautismo, de esta presentación
en público, comienza Jesús sus obras y palabras, del mismo modo, nosotros al
ser bautizados, somos elegidos para ser miembros de su pueblo y mensajeros del
Evangelio. Bautizarse es recibir la fuerza del Espíritu.
Estar bautizado exige asumir una misión y una
identidad, ésta no se puede adquirir cuando se es niño, por eso necesita un
acompañamiento, durante las diversas etapas de la vida. Hasta hoy los
sacramentos del Bautismo, Eucaristía y Confirmación (que son los de la
iniciación cristiana), se recibían en un contexto de una vida familiar
orientada a la fe y sostenida por un recorrido catequético de preparación.
Ahora en cambio, hay familias que no piden el bautismo para sus niños; chicos
bautizados, que no acuden a los demás sacramentos de la iniciación; y si
acceden, desertan de la Misa Dominical después de la comunión, lo mismo vale,
para los que desaparecen de la vida eclesial, después de haber recibido el
sacramento de la Confirmación. Se trata de una crisis seria en la iniciación,
que impone un replanteamiento de la pastoral ordinaria.
Desde hace tiempo en nuestras parroquias,
hemos tratado de “iniciar en los sacramentos”, con un considerable esfuerzo,
gasto de energías y buena voluntad. Quizás, deberíamos empezar más
decididamente; “a iniciar a través y desde los sacramentos”. Dejar de gastar
tantas fuerzas en él durante la preparación o hacerlo de otra manera y sobre
todo, potenciar el después. Se necesita una perspectiva catecumenal, que
incluya a padres, hijos y catequistas. Un camino que se desarrolla en etapas,
con recorridos diferenciados e integrados y que comienza en el momento del
bautismo (pre-bautismales). Basado en el conocer, celebrar y vivir, con un
acento especial en el servicio a los pobres y el compromiso en la realidad.
Es preciso, por tanto, valorar los momentos,
(todos, no sólo los que pertenecen a la vida comunitaria), en los que la
parroquia, se pone en contacto con el mundo alejado, despistado e incapaz de
dar nombre a la propia búsqueda. Es tiempo de ir (Mc 3, 14-15). Jesús piensa en
la comunidad, en función de la misión y no al revés, y es en el bautismo donde
comienza su misión. Debemos en nuestra Iglesia, recobrar la importancia del
bautismo, que es el ingreso en un horizonte nuevo de la vida, no en un club,
sino en una casa, en un hogar, el de Dios, el nuestro. El bautismo es la
declaración de hijos o mejor dicho, de que Dios es Padre.
Es pasar de Adán y una vida marcada por la
expulsión, el miedo, la culpa, el pecado. A una vida regida por Jesús y su
perdón, misericordia, gratuidad y esperanza. Por eso, podemos dedicarnos a
disfrutar y aportar lo poco que tenemos, a mejorar esa casa que es el mundo, la
casa más cercana de nuestra comunidad, (la Iglesia, nuestra parroquia) y la
casa familiar. Sin olvidar, que debemos comunicar a otros lo que nos ha pasado,
lo que nos ha traído el bautismo, trabajando por la justicia, la paz y la
libertad.
PAZ Y BIEN
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazòn
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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