miércoles, 31 de mayo de 2017

Ambas en estado de buena esperanza...


Reflexión 31 de mayo 2017
Ambas en estado de buena esperanza…
Lucas 1,39-56

A la sombra del encuentro entre María e Isabel, contemplando su modo de visitarse, tomamos conciencia del tejido relacional que conforma nuestras vidas. Es un tiempo para orar las relaciones, para ver las que necesitamos todavía seguir colocando bien y aquellas que se han dañado y quisiéramos reparar. También para agradecer las relaciones que nutren nuestras vidas. Traer al corazón a las personas significativas que nos han hecho gustar del agua del amor en nosotras y sus efectos buenos. Recoger su cosecha para poder ofrecerla, recolectar pequeños gestos de cariño, de escucha, de confianza, de paciencia… que han tenido con nosotras.

En la conocida escena de la Visitación (Lc 1, 39-56) nos encontramos con la reunión de dos mujeres y un canto de acción de gracias, profecía y alabanza a Dios y a la vida.

Se encuentra enmarcado entre:
-         los iconos de las anunciaciones: María / Isabel.
-         y los iconos de los nacimientos: Juan / Jesús.


Convirtiéndose en clave de lectura que nos ayudan a ver a Dios aconteciendo en la realidad concreta.

Escenario:   
-         dos parejas: Isabel y Zacarías, que creen y esperan en las promesas hechas por Dios a su pueblo y a sus familias. Este creer lo viven desde la cotidianidad del trabajo y del amor, de la espera, la oración y la búsqueda.

-         Los 4 se convierten  en modelos  de quien sabe confiar, esperar y actuar (aún en medio del desconcierto).

María para visitar a Isabel emprende un viaje. El VIAJE es la gran metáfora del camino de la fe.

¿Qué significa para nosotras el camino?  

    salir aprisa al encuentro de la vida,
    dejarse tocar por la realidad  del otra/o para buscar  juntas/os  el Reino
    saber estar.


Por ello estamos invitadas a:

§    dar el primer paso,

§    a entrar en diálogo con la cultura actual, para entender su complejidad, sus sueños, sus preocupaciones, sus expectativas, sus esperanzas, y poderle ofrecer una Palabra de Vida

§     a cantar la acción de Dios reconocida a lo largo de las generaciones (a hacer eco de nuestros grandes y pequeños MAGNIFICAT),

§     a poner en juego nuestra dimensión  mística y profética,

§     a ser tejedores  de relaciones  y artífices de transformaciones a todo nivel: personal, social, eclesial y ecológico, invitando a soñar otra posible humanidad… y que otro mundo es posible. Siempre con una mirada esperanzadora.

En la escena, desarrollada en un ambiente doméstico (casa), las dos mujeres toman la palabra, a la vez que encarnan y proclaman la misericordia de Dios. El Espíritu las impulsa, ilumina y guía.
En su recorrido, el texto nos lleva a valorar el encuentro entre la tradición (Isabel: la promesa de Dios) y la propuesta joven, nueva, inédita de Dios (María).

  Las dos mujeres se encuentran en distintos momentos vitales: Isabel en la tercera etapa de su vida y María, en la primera.

  La una estéril y anciana; la otra joven y célibe.
  Ambas portadoras de una vida mayor que ellas mismas, conocedoras del misterio que crecía en su interior.

  Ambas se encuentran fuera de la norma social: Isabel es demasiado mayor para concebir, y María está embarazada sin mediar matrimonio.

  María se pone en camino (viaje = metáfora de la fe) para dejarse tocar por la realidad de Isabel y buscar juntas la voluntad de Dios y hacer germinar la semilla del Reino.

  Ambas sintieron no sólo alegría en el abrazo, sino también la conmoción y las dudas (¿qué? ¿cómo?).

  Se aceptan la una a la otra en el momento en que están.

  Se reconocen y se confirman, se afirman mutuamente.

  No juzgan ni valoran en función de lo que la sociedad considera correcto o incorrecto.

  Comprenden lo que para cada una de ellas significa que algo nuevo esté creciendo en su interior.

  Gracias a Isabel, María ve desde una nueva perspectiva el bien que Dios le ha hecho. Sus dudas y miedos se han transformado en alegría, en canto de alabanza (personal y colectivo).

  Ambas embarazadas (in utero), en la común experiencia de la maternidad. El vientre fecundo es signo revelador de la potencia de Dios, que puede transformar el cuerpo y la vida de una mujer estéril o virgen y hacerla fértil.

  Ambas en estado de buena esperanza.

  Desde sus distintos momentos vitales, se van ayudando a esperar y a pasar el proceso del alumbramiento, diferente para cada una porque son diversas las etapas que viven.

  Cada una se convierte en matrona, en partera de la otra. Las dos saben de espera y de dolores de parto.

  Ambas reflejan la capacidad femenina, de ser gestadora de vida y reconocer su sacralidad, de hacer espacio a la otra, de reconocer el kairós de Dios como un tiempo para tejer afectos y “hacer posible” (¡hagamos que acontezca! ¡hagamos que suceda!) las relaciones humanas.

  Dos mujeres, dos profetisas embarazadas plenas del Espíritu gritando, con alegría, advertencias y esperanzas para el futuro.

  Ambas se ofrecen lo que tienen en sus vientres.

  María e Isabel intercambian lo que son y lo que Dios ha ido haciendo en ellas: en sus cuerpos se oculta el poder de Dios, que se manifiesta en las personas ancianas  -como Isabel-,  en los no nacidos, en las madres solteras y en los pobres.

  Para Isabel no es nada difícil reconocer la gracia en María, pues ella ha identificado bien la gracia en su propia vida y le transmite a su prima (compañera – hermana) su propia confianza en Dios.
  Entre ellas todo acontece de prisa, sin demora, con prontitud.

  La visitación nos hace percibir lo valioso del encuentro entre dos mujeres y la presencia de Dios en medio de ellas. “Toda mujer necesita hablar con otra que conoce lo que significa vincularse a las intenciones de Dios. Los ánimos que se dan mutuamente les permiten seguir adelante con más confianza y alegría, a pesar de la lucha que tienen todavía por delante” (Elizabeth Johnson).

  La visita (encuentro) pone en movimiento los “resortes” del plan de Dios.

  María se pone pues en camino y seguramente que va en compañía de José. Las mujeres de Oriente no hacían nunca solas desplazamientos de importancia: eran unos cuatro días de marcha. Consideremos este camino que harán juntos como el icono del camino que tenemos que hacer en comunidad. Porque es cierto que existe una distancia entre nosotras y con otros/as. Desde los más alejados por la raza, el ambiente, las ideas o la fe, hasta los más próximos. Distancia que crean la timidez, el respeto humano, el orgullo, la negativa a dar el primer paso, la dificultad de comunicarse. O muro de silencios acumulados, de desconfianzas irrazonadas, de golpes bajos de unas contra otras. Estamos llamadas a franquear esta distancia.

  Ambas mujeres expresan dos movimientos… vida que sale, vida que queda.

  Un camino de encuentro que genera nuevos puntos de partida.

  El encuentro con la otra/o nos permite revelar nuestra identidad, reconocernos e interpretarnos en la riqueza de la diferencia (HI CLAR 2015-2018).

  En la visitación, las mujeres encuentran en el “diálogo fecundo” la fuerza para profetizar, y en la amistad que reconforta y da sosiego, son sostenidas por el amor de Dios y a Dios.

  Ambas mujeres cultivan esa capacidad de hospedar, de hospedarnos unas a otras. Nuestras comunidades han de ser hogares de vida… Esos hogares en los que nos dan ganas de “permanecer 3 meses” (Lc 1, 56)… de permanecer toda la vida!

¿Qué visita recibí de mis hermanas/os? ¿Qué aprendí de ellas/os? ¿Qué ofrecí yo?
¿Qué “viajes” (visitas) me siento invitada a hacer?

Desde el corazón de la MISIÓN

La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad (EG 6)

Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino (EG 27).

Que la Virgen María nos bendiga siempre... 
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy  Cazón
                                                                                                          Fraternidad Eclesial Franciscana

viernes, 26 de mayo de 2017

La Ascensión, es aprender del amor de Dios...

Reflexión domingo 28 de mayo 2017
La Ascensión, es aprender del amor de Dios…
Mateo 28.16, 20
Los once discípulos  fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos  sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado.
Y   yo estoy con ustedes  todos los días, hasta el final de los tiempos».

Hoy la Iglesia celebra la Ascensión del Señor (Jesús sube por sus propios medios al Padre) y el evangelio nos presenta dos realidades: La presencia del Resucitado que sube al cielo ante los discípulos y el mandato o misión que estos reciben de boca del mismo Cristo. Una imagen que nos pone en dos dimensiones: El cielo (hacia dónde va Jesús y nosotros todavía no), y la tierra (donde nos quedamos, tal vez añorando aquél paraíso).

Mateo, el evangelista que relata este pasaje, quiere remarcar el misterio pascual, que es esa realidad divina que representa a Jesús resucitado, Jesús entre nosotros, Jesús hijo de Dios, Jesús en Dios y en nosotros. Y vivir como resucitados es tener una vida nueva, como la de Cristo, que nos hace vivir en Dios, y de esto se desprende la misión que tenemos. Me atrevo a decir que, aunque parecen momentos distintos, todo forma parte de una misma realidad, la de vivir como hijos de la Pascua de Jesús.

Es fácil de entender lo que Jesús quiere y pide: Hacer a todos, no sólo al pueblo elegido, discípulos suyos. Aquí tenemos que detenernos y pensar qué es lo que hemos aprendido de Dios y cuántos hemos hecho discípulos de Jesús. Y esto, cabe aclarar, dista enormemente de enseñar unas reglas y unos preceptos de la Iglesia y la religión. De hecho, recuerdo a un padre que comentaba: Yo ya cumplí, los mandé a mis hijos a la catequesis y aprendieron todo lo que la Iglesia manda y hay que saber. Ah, muy bien —le dije, y pregunté— ¿y qué aprendieron de Dios? No sé, supongo que la historia de la creación del mundo y de Jesús cuando vino a la tierra —afirmó, con algo de duda.

En buena ley y con muy buena intención, aquél buen hombre hizo lo que un buen cristiano debe hacer, educar a sus hijos en la fe. Sin embargo, creo que pudimos descubrir que no sólo basta con saber los dogmas y las oraciones principales. De hecho deberían ser las últimas cosas en conocerse. Lo primero, y diría único y fundamental, es aprender del amor de Dios. Y esto del mismo modo en que se aprende a leer y a escribir. A leer se aprender leyendo y a escribir escribiendo. Luego, a amar se aprende amando. Repetimos: A amar, se aprende amando.

Jesús nos está diciendo, como se lo dijo a aquellos discípulos en aquél tiempo: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado». Y bautizar no es sólo el rito que se hace en la Iglesia. Es hacer partícipes, a los que se bautizan, de la misma vida de Dios, la que nosotros hemos encontrado y que tenemos. Es como si nosotros tuviéramos una vela encendida y buscáramos encender la vela apagada de los bautizandos, para que ellos también tengan luz, que es signo de vida. Entonces sí que podremos decir: Qué me importa si lo bautizan con agua del Jordán, o si el padrino es el tío al que jamás vemos, pero que vive en Estados Unidos, en Paris, en Sudáfrica, en Escocia o Japón. Y qué me importa si no puedo hacer una fiesta para e invitar a un montón de gente. Lo que importa es que tengan el tesoro más grande: A Jesús resucitado.
Jesús nos invita a que en la misión no pongamos condición, que sepamos escuchar su voz, que sepamos tener una mirada limpia para responder con amor a la vida, con esto haremos que todos los pueblos seamos sus discípulos…


Esto es lo que quiere Jesús: Que hagamos a todos parte de esta vida nueva, de resucitados, de esta alegría, a todos. Quiere que todos descubramos su amor. Y la mejor manera de hacer discípulos es viviendo su amor en nosotros. Es lo que tenemos que enseñar a los demás, lo que él nos enseñó: Amar, que es perdonar setenta veces siete, poner la otra mejilla, amar al enemigo y a dar la vida por los demás. A amar se aprende amando.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

viernes, 19 de mayo de 2017

No les dejaré hueérfano...

Reflexión domingo 21 de mayo 2017

No les dejaré huérfanos…
Juan 14.15-21

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: "Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. 
Y yo rogare al padre, y Él les dará otro paráclito para que esté siempre con ustedes.

el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. 

No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. 

Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. 

Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. 
El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". 
Palabra del Señor.


Amigos hoy tenemos una reflexión donde dejaremos que sea el Espíritu de la verdad el que nos ilumine, porque somos hijos de un Dios que no nos deja huérfanos porque es un Padre que ama a sus hijos por eso, nunca los cristianos nos sentimos huérfanos. El vacío dejado por la muerte de Jesús ha sido llenado por la presencia viva del Espíritu del resucitado. Este Espíritu del Señor llena la vida del creyente. El Espíritu de la verdad que vive con nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en la verdad. Lo que configura la vida de un verdadero creyente no es el ansia de placer ni la lucha por el éxito ni siquiera la obediencia estricta a una ley, sino la búsqueda gozosa de la verdad de Dios bajo el impulso del Espíritu.
El verdadero creyente no cae ni en el legalismo ni en la anarquía, sino que busca con el corazón limpio la verdad. Su vida no está programada por prohibiciones sino que viene animada e impulsada positivamente por el Espíritu.
Cuando vive esta experiencia del Espíritu, el creyente descubre que ser cristiano no es un peso que oprime y atormenta la conciencia, sino que es dejarse guiar por el amor creador del Espíritu que vive en nosotros y nos hace vivir con una espontaneidad que nace no de nuestro egoísmo sino del amor.
Una espontaneidad en la que uno renuncia a sus intereses egoístas y se confía al gozo del Espíritu. Una espontaneidad que exige regeneración, renacimiento y reorientación continua hacia la verdad de Dios.
Esta vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración. Es la verdad de Dios que genera en nosotros un estilo de vida nuevo enfrentado al estilo de vida que surge de la mentira y el egoísmo.
Vivimos en una sociedad donde a la mentira se la llama diplomacia, a la explotación negocio, a la irresponsabilidad tolerancia, a la injusticia orden establecido, a la sensualidad amor, a la arbitrariedad libertad, a la falta de respeto sinceridad.
Esta sociedad difícilmente puede entender o aceptar una vida acuñada por el Espíritu. Pero es este Espíritu el que defiende al creyente y le hace caminar hacia la verdad, liberándose de la mentira social, la farsa de nuestra convivencia y la intolerancia de nuestros egoísmos diarios.
Se ha dicho que el cristiano es un soldado sometido a la ley cristiana. Es más exacto decir que el cristiano es un «artista». Un hombre que bajo el impulso creador y gozoso del Espíritu aprende el arte de vivir con Dios y para Dios.
Según el evangelio de Juan, «Paráclito» significa defensor, protector o intercesor. En un contexto jurídico, significa abogado que defiende o ayuda a un acusado. El Espíritu es el abogado defensor de Jesús: da testimonio, reconoce su palabra y lo glorifica. También es el abogado de sus discípulos: les recuerda las palabras de Jesús, hace presente en ellos al Señor, les hace valientes en el mundo y los defiende en la persecución. Tiene, pues, una doble función de defensa: por Cristo ante el Padre y por Cristo ante los discípulos. Sin Defensor nos quedamos huérfanos o desamparados, a merced de los poderosos. Con la ayuda del Defensor se mantiene vivo el mensaje de Jesús y se edifica la comunidad en el mundo.
Jesús anuncia en la última cena la venida del Defensor. Cuando él haya partido, volverá en las apariciones pascuales (en las eucaristías) y en los últimos tiempos (en la Parusía). Estará presente en los discípulos, pero será opaco al sistema de «este mundo», incompatible con el Espíritu.
Las funciones del Defensor son varias: la primera es la de «enseñar» todo lo que ha dicho Jesús: es «Espíritu de la verdad». Por consiguiente, recordará la verdad. En segundo lugar, el Defensor será testigo de Jesús frente al mundo; este testimonio se manifestará en la predicación apostólica y en los signos cristianos. En tercer lugar, el Defensor será el «acusador del mundo» en materia de pecado, de justicia y de juicio. El mundo será convencido de pecado; se hará justicia a Cristo, y será condenado el Príncipe de este mundo.

Podemos preguntarnos durante esta semana:
¿Tenemos experiencia del Espíritu de Dios?
¿Cuándo nos dirigimos a Él?
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

jueves, 11 de mayo de 2017

tenemos que dejar que Jesús sea Camino y Verdad en nuestra Vida...


Reflexión domingo 14de mayo 2017


Tenemos que dejar que Jesús sea Camino y Verdad en nuestra Vida…

Juan 14, 1-12

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe su corazón, crean  en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, no se  los habría dicho, porque me voy a prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo este también estén ustedes. Y adonde yo voy, ustedes ya conocen  el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocieran a mí, conocieran también a mi Padre. Ahora ya lo conocen  y lo han visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, crean a las obras.
En verdad, en verdad les digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre».


El evangelio de hoy da respuesta a preguntas importantes que todos nos hacemos: ¿qué camino seguir?, ¿dónde está la verdad?, ¿qué es y donde está la vida?

Vivir con sentido, ser feliz, realizarse plenamente como persona, ayudar a gestar la creación de una sociedad inclusiva donde se potencien al máximo los valores de todas las personas que la conforman, construir un mundo en armonía con la creación, ser artesanos de paz y reconciliación son, entre otros, los sueños que ha albergado la humanidad desde su más remota prehistoria. Desafortunadamente, esos sueños algunas veces se han visto truncados por la obsesión que algunos tenemos de buscarnos a nosotros mismos y de anteponer nuestro propio beneficio al del conjunto de la humanidad y de la sociedad. Los resultados del quiebre de los sueños y del secuestro de la utopía, la historia lo demuestra así, son nefastos.
Ante el quiebre de los sueños y los nobles ideales de la humanidad podemos tener dos actitudes: sentarnos a llorar anhelando los tiempos pretéritos o sumarnos al grupo de personas que, con audacia y creatividad, buscan salidas para revertir la historia y volver a soñar con la construcción de un mundo y una civilización que merezcan el calificativo de humana.
Todas y todos cabemos en el grupo que busca salidas a la encrucijada de la historia. Es innegable el valor de toda aportación que provenga del amor a la humanidad y del deseo desinteresado de trabajar por el bien común porque, es innegable que, para la reconstrucción de los sueños de la humanidad, hace falta el concurso de todas y todos.
Como discípulos de Jesús de Nazaret nos sumamos al grupo de buscadores de caminos aportando la sabiduría y el proyecto de nuestro Maestro. No lo imponemos porque creemos en el respeto a otras búsquedas, pero, no lo podemos callar porque creemos que la propuesta de Jesús y de su comunidad histórica, la Iglesia, sigue siendo válida para esta hora de la humanidad. Callar, perdonar si soy radical en esto, sería ser infieles al encargo que Jesús nos dejó: anunciar, a tiempo y a destiempo y en todos los rincones de la tierra, la buena noticia del amor del Padre que se hace misericordia, salvación y redención. Una buena noticia que nos dice que el Dios de Jesús sigue apostando por la humanidad haciendo caso omiso de nuestras múltiples negaciones.
Tenemos que dejar que Jesús sea Camino y Verdad en nuestra Vida…
El camino de lo humano. El camino de Jesús es un camino humanizador. No hay ninguna realidad humana que quede fuera del proyecto de Dios. Cuando los cristianos aportamos el camino de Jesús a la tarea de reconstruir los sueños de la humanidad estamos aportando un cambio de mirada que permita volver a poner al hombre en el centro de toda la actividad en el mundo. Yo creo que vivir con sentido y desde un horizonte de felicidad es imposible si anteponemos los logros económicos y tecnológicos al desarrollo de la vida digna para todas y todos. ¿De qué nos sirve, por ejemplo, alcanzar la estrella más recóndita del universo o desarrollar el software más sofisticado del planeta si todo esto no está orientado a garantizar las condiciones de posibilidad de una vida mejor para todos los habitantes de la tierra? No niego el valor de la tecnología, la economía, la ciencia, la política o la cultura, simplemente reclamo que en sus búsquedas el ser humano vuelva a ser su centro. Si estos componentes de la construcción social se deshumanizan, corren el peligro de convertirse en amenaza.
La búsqueda de la verdad. Jesús se nos revela como la verdad. Él es el hombre auténtico que nos revela la naturaleza más profunda del ser humano y la forma como éste ha de vivir en armonía las múltiples relaciones con las que construye su horizonte de sentido:
·         Un hombre llamado a ser auténtico, a ser sí mismo y a reconocer sus potencialidades y sus fragilidades.
·         Un hombre llamado a recorrer los senderos de la historia con otros pues reconoce que el relato de los demás es un requisito indispensable para definir su propia identidad.
·         Un hombre que reconoce en la creación la casa común dejada por Dios para todos y, con responsabilidad con las generaciones que no han nacido, la cuida, la defiende y la protege.
·         Un hombre que sabe que está llamado a trascender y que sus sueños no pueden ser acotados por el tiempo y el espacio porque sus raíces su hunden en el Dios de la Vida y de la Historia.
El sentido de la vida. Jesús es la Vida. Nuestra aportación al mundo es una apuesta radical por la vida, aunque nos cueste la vida. Desde Jesús entendemos que la vida cobra su auténtico sentido cuando se entrega y se comparte para que todos tengan vida en abundancia. El sí definitivo de Dios es el triunfo de la vida sobre los mercenarios de la muerte y la destrucción. En ese sentido, para nosotros, toda vida es sagrada y por lo tanto ha de ser respetada y cuidada desde su origen hasta su final natural. No hay vidas de primera y segunda para los amigos de Dios.

Creemos en Jesús camino, verdad y vida. Creemos que es una propuesta válida para el mundo hoy. No imponemos nuestra fe, pero no podemos callar que para nosotros “nadie va al Padre sino por Jesús”.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon

Fraternidad Eclesial Franciscana