Reflexión domingo 26 agosto 2018
La crisis de Galilea…
Juan 6,60-69
Hay momentos de la existencia donde irse o quedarse
son decisiones que marcan el resto de la vida.
A lo largo de toda la historia, hay gente que ha dejado
la Iglesia y gente que se ha quedado en la Iglesia. En las comunidades por
donde he pasado, empezando por mi propia comunidad parroquial, mi comunidad de
bautismo, he encontrado esas personas que permanecen, con una fe “a prueba de
balas”, aunque no sea en sentido literal. Casi siempre mujeres, pero también
algunos matrimonios, algunos varones, que no se han apartado de la comunidad ni
porque hayan pasado situaciones difíciles a nivel personal o familiar, ni
porque haya cambiado el rostro y el estilo del párroco de turno… y eso, sin
tener tampoco un motivo mezquino para quedarse, como el tener cierto poder
dentro de la comunidad o haberse adueñado de un espacio.
El evangelio de hoy nos presenta el episodio conocido como “la crisis de
Galilea”. Es un episodio que da un giro importante al camino que venía haciendo
Jesús. Desde que comenzó su ministerio en Cafarnaúm, el “éxito” de Jesús, hablando
en términos humanos, era cada vez mayor. Recordemos cómo le traían “a todos los
enfermos y endemoniados”, como la ciudad entera estaba a la puerta de su casa,
como todos lo buscaban… y eso fue apenas el comienzo.
El día que Jesús multiplicó los panes y los peces,
había cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, que siempre son
muchos más. Todos querían que Jesús fuera coronado rey…
Jesús abandona a la multitud ante semejante
perspectiva, pero ellos lo buscan.
Cuando lo encuentran, Jesús se pone a enseñarles
largamente. Es su discurso del Pan de Vida, que hemos venido escuchando estos
domingos.
Frente a las palabras de Jesús, frente a la nueva
perspectiva que Él abre, muchos se desconciertan: no es lo que ellos esperaban
y comienzan a abandonarlo.
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían:
«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Y aquí es donde se produce el desenlace de la crisis.
El evangelista Juan nos dice:
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de
acompañarlo.
Por eso, es natural que Jesús se vuelva hacia los
Doce, ese pequeño grupo que estuvo con él desde el principio, y les pregunte:
«¿También ustedes quieren irse?»
Y aquí viene la respuesta decisiva. Es Simón Pedro
quien habla, en nombre de todos:
«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos
creído y sabemos que eres el Santo de Dios».
“Nosotros hemos creído”. Hermosas palabras; hermosas,
precisamente, porque no son sólo palabras. Son la razón de una decisión. Ellos
han encontrado a Jesús, han creído en Él, han encontrado sentido para su vida.
En el comienzo de su primera carta encíclica, Dios es
Amor, el Papa Benedicto XVI nos dejó esta línea muchas veces citada, incluso
por el propio Papa Francisco:
“Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción
fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Nuestras fuerzas humanas pueden realizar muchas cosas.
Nuestra voluntad puede templarse y mantenernos en el rumbo elegido… pero tarde
o temprano, encontraremos nuestra fragilidad, nuestra impotencia… pero allí se
abrirá la oportunidad para descubrir la fuerza del amor de Dios. Que en ese
momento podamos también decir “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
Vida eterna”.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana
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