sábado, 16 de enero de 2016

Un ser divino era proyecto...




Reflexión domingo 3 de enero 2016
Un ser divino era el proyecto…
Juan 1,1-18
Por dos veces en este corto tiempo de Navidad, nos propone la liturgia este evangelio. Ni en dos ni en diez homilías agotaríamos el contenido de esta página de la Escritura; sin duda la más sublime que se haya escrito nunca. Por eso mismo es tan difícil de comprender. Cualquier explicación que demos, será siempre provisional y limitada porque sólo la experiencia interior nos puede llevar al conocimiento. Una vez más, se trata del tema de la encarnación, que nunca llegaremos a comprender del todo.

Ya comentamos el día de Navidad que es el Verbo el que nos explica quién es Dios, no al revés. La tercera frase podría traducirse por un ser divino era el proyecto”, No terminamos de creernos que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que no dice.

Haciendo Dios a Jesús nos dispensamos de aceptar a un Dios fundido con lo humano. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo, ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, sino en el hombre...

Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos pensar en Jesús, que se identifica con Dios, pero dejando bien claro que eso no nos afecta para nada a nosotros, o sólo nos afecta de manera extrínseca.

"...Estaba junto a Dios". Es una frase muy importante que expresa a la vez dos cosas: Proximidad y distinción. La traducción del griego (pros ton theon) sería: estaba "junto a", "vuelto hacia" Dios. El adverbio "pros" puede tener sentido estático o dinámico, de compañía o de movimiento. El sentido más aproximado sería: en íntima unión con Dios, fruto de una relación, sin considerarlo absolutamente idéntico a Dios.

El Verbo es la Palabra de Dios. Recordemos que el mismo Juan nos dice: "El Padre es mayor que yo". Aunque también dice: "Yo y el Padre somos uno". Debemos tener en cuenta que para un judío era imposible aceptar otro ser equiparado a Dios. Para ellos Dios era el único y totalmente otro. En cambio los griegos estaban predispuestos a interpretar la existencia de Jesús como otro ser igual a Dios, aceptando el politeísmo. La primera comunidad cristiana se desarrolló entre las dos culturas, Y tuvo dificultad para expresar la realidad de Jesús en relación a Dios.

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Es otro texto que solemos entender al revés. La ilumina­ción viene precisamente porque ha llegado la Vida. Esta idea va más allá de la mentalidad judía. Para ellos la Ley era la luz que ilumina y salva. Sin luz (Ley) no podía haber vida (salvación).

La idea de que la Vida es anterior a la luz, es clave para entender el evangelio de Juan. Dios por medio de la Palabra, comunica la Vida, y es la Vida comunicada, la que da luz, la que permite la comprensión de lo que es Jesús y de los que es Dios. Se entiende mal a Juan, si se quiere ver en Jesús un maestro de verdades que dan vida. Jesús es dador de Vida, la misma que el Padre le ha dado a él, y así ilumina al hombre. Si queremos entender el misterio de la encarnación, el único camino es la vivencia, descubrimiento interior de la realidad de Dios dando consistencia a mi ser.

Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. Con frecuencia nos pasamos por alto esta seria advertencia repetida tres veces en distintos versículos. En Jesús se hizo patente esa presencia de Dios, pero a pesar de ello, muy pocos de los que estaban a su alrededor fueron capaces de descubrir esa presencia. Hasta a los más íntimos, que vivieron con él durante años, les costó Dios y ayuda para descubrir la realidad de Jesús. Hoy la culpa de que el mundo siga sin reconocer a Jesús, la tenemos los que decimos seguirle. Hablamos demasiado de Jesús, pero la verdad es que a la hora de vivir como él dejamos mucho que desear. Si todos los que nos llamamos cristianos viviéramos como él vivió, todo cambiaría.

Pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Recibir a Cristo significa creer en él, identificarse con él. Repetir la actitud y la relación con Dios que él mismo tuvo. “Les dio poder para ser hijos de Dios”, no quiere decir que, desde fuera se haya añadido algo a lo que eran. Se trata de un descubrimiento y vivencia de una realidad que está en todos y cada uno de los seres humanos. No se trata de negar la originalidad de Jesús. Juan deja muy clara la diferencia  entre ser Hijo referido a Jesús y ser hijos referido a nosotros. Determinar esa diferencia es una de las claves para poder entender todo el mensaje de Juan. "Subo a mi Padre y vuestro Padre..."

En el AT ya se utilizaba el título de hijo de Dios. Se aplicaba:
a) a los ángeles
b) al rey
c) al pueblo judío en su conjunto.

Ninguna de estas ideas sirve para comprender lo que Juan quiere decir. Los estratos más primitivos de la tradición cristiana, “Hijo de Dios” lo entienden en sentido mesiánico. Sería el enviado a cumplir una tarea de salvación. No tenía nada que ver con la generación ni con su pertenencia sustancial a la divinidad. Esta manera de hablar tampoco nos indica lo que Juan quiere decir. El mensaje de Juan va más allá de todo lo que podemos encontrar en el AT y en la primera comunidad sobre un Mesías Salvador. Este lenguaje es fruto de setenta años de experiencia mística cristiana y muestra una comprensión de Jesús que no podían tener los apóstoles ni sus primeros seguidores.  

A pesar de lo dicho, la raíz de la idea de Hijo que Juan quiere trasmitirnos, hay que buscarla en la Sabiduría de los libros sapienciales. Como se lee en la primera lectura de hoy, la Sabiduría, existía antes de la creación, participaba de la vida divina y era el agente de la creación y salvación. Esta idea unida a la cristolo­gía mesiánica da origen a la genial visión de Juan: "Hijo de Dios" o simplemente "el Hijo". El ser preexistente, vuelto hacia el Padre, que se hace carne para llevar a cabo el encargo (proyecto) del Padre: hacernos hijos. Para la mentalidad semita, hijo es aquel cuya actividad corresponde a la del Padre. En el 5,19 dice Jesús: "Un hijo no puede hacer nada que no vea hacer al Padre".

Tenemos aquí una perspectiva nueva para entender lo que quiere decir el NT con los conceptos de Padre e Hijo. Para un semita, era verdadero hijo el que obedecía en todo al Padre; el que salía al padre. Cuando a una persona se le quería introducir en el ámbito de la familia se le llamaba hijo. Lo más importante de ser hijo, no es la dependencia biológica, sino actuar como el padre actúa. Que Jesús es Hijo de Dios, no lo podemos adivinar porque sepamos que es de su misma naturaleza, sino por ver que actúa como Dios. Nacer de Dios sería actuar como Dios. Este es el signo del nuevo nacimiento. La fe en Jesús nos capacita para actuar como Dios. Esto es lo que hizo Jesús. Esto es lo que debemos hacer nosotros.

Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Juan no da ninguna importancia a la procedencia biológica de Jesús. Después de dejar clara su preexistencia, comienza su evangelio con el verdadero nacimiento, el del Espíritu. Dice el Bautista: “Yo he visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él”. Aquí se deja claro que la generación biológica no tiene ninguna importancia. Lo que verdaderamente importa es nacer de Dios. A Nicodemo le dice Jesús: “Hay que nacer de agua y de Espíritu”;  “Lo que nace de la carne es carne...”


Y la Palabra se hizo carne...” Carne es el hombre sometido a su debilidad, pero susceptible de recibir el Espíritu. Carne no es lo contrario de espíritu, sino la posibilidad de que el espíritu se manifieste.

La revelación de Dios no es una enseñanza, sino su misma persona. El concepto bíblico de sabiduría no tiene nada que ver con lo que nosotros entendemos por sabiduría. No se trata de un conocimiento intelectual especializado, sino una aceptación viva de lo que Dios es. Al hacerse carne, la Palabra ni dejó de ser Palabra, ni dejó de ser Dios. Al contrario, al hacerse carne la Palabra desarrolla su función al máximo. La finalidad de la  palabra es  comunicar. En la encarnación Dios se comunica de modo insuperable. En la encarnación la Palabra sigue siendo Dios, pero manifestado, Dios-con-nosotros. El hombre entero es la nueva localización de la presencia de Dios. Ya no debemos buscar a Dios en la tienda del encuentro ni en el templo, sino en el hombre.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



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