jueves, 28 de mayo de 2015

Dios Familia



Reflexión domingo 31 de mayo 2015
DIOS FAMILIA
Mt 28,16-20

Celebramos hoy la fiesta de la Trinidad. Una fiesta familiar porque nos habla de un Dios que no está sólo, sino de un Dios que vive en familia, un Dios que es acogedor y amoroso.  Muchos de los que nos llamamos cristianos vemos a Dios muchas veces  lejano,  solitario y, en muchos casos, castigador; sin embargo, como nos demuestra el Misterio de la Santísima Trinidad, Dios es amor contagioso, amor misericordioso, amor incondicional, es el mejor amigo que todos podemos tener. Pero para conocer a este Dios familiar y trinitario, debemos experimentarlo en nuestra vida, sacar a Dios del templo y dejar que nos acompañe en lo cotidiano de nuestra vida.
A través del Hijo,  descubrimos que Dios está al lado de todos,  los cercanos, los alejados,… y siente especial debilidad por aquellos que sintiéndose pecadores  piden perdón de corazón.
A través del Espíritu vemos a un Dios que nos ve desesperanzados,  desanimados y viene a socorrernos, a darnos la fuerza necesaria para que sepamos que siempre, en toda circunstancia, estará para darnos apoyo, amor y confianza;  para que nos sintamos en familia, porque en la familia todos somos iguales, todos nos sentimos protegidos, amados, ninguno es más importante, sino que a cada uno se quiere tal como es, no se exigen méritos especiales, ni estudios importantes; si caemos en la cuenta,  Dios siempre escoge a los sencillos, a los humildes, con ellos se lanza a testimoniar la Buena Nueva que es el evangelio.
Deberíamos desplegar este amor trinitario para liberar a los oprimidos, a los enfermos, a todos los que sufren algún tipo de injusticia y también para sanear nuestro amor del egoísmo, la ira y el orgullo que tanto daño hacen a la persona en sí, a la humanidad.  
Pero este amor tiene exigencias también como lo dice Jesús en el evangelio:
«vayan y hagan que todos sean mis discípulos». Esta breve frase de Mateo nos define como Iglesia. Si nos preguntamos qué debemos hacer, aquí dejo algo que creo que nos puede ayudar:
§  Ir. Movernos, desplazarnos, salir en busca de todos aquellos que necesiten de Dios y de su mensaje de amor y liberación. Todos lo necesitamos, pero no todos son capaces de darse cuenta. Es por eso que los pobres, los despreciados, los marginados fueron lo que mejor comprendieron a Jesús, al tiempo que los ricos, los acomodados, los que se creían sabios, lo rechazaron.
§  Hacer discípulos. No pide licenciados, ni especialistas; tan sólo pide discípulos, que sean capaces de seguir detrás de él por el camino que nos marcó.
§  De todos los pueblos. Sin distinción, sin marginación, sin privilegios ni favoritismos. El mensaje de Dios es para todos porque ante él todos somos hermanos e iguales.
§  Bautizándolos. Para Mateo están totalmente unidas las acciones de las personas con las acciones de Dios, pero Dios tiene siempre la iniciativa. El Bautismo es expresión de la entrada en su comunidad, Dios actúa a través de actos sencillos y concretos.
§  Enseñándoles. Sin imponer ni obligar, sino ofreciendo nuestro mensaje de alegría y plenitud con la paciencia del educador y la humildad del que no es maestro, sino compañero de camino.
§  A guardar lo que él nos ha mandado. La relación con Jesús no es intelectual (aunque también nos obliga a hacer funcionar la neuronas, que para eso nos las regaló, no se trata de tragarse cualquier idea sin pensarla), sino personal, haciendo experiencia. Se trata de aceptarle como guía del camino para comprender nuestra vida y a nosotros mismos con sus criterios tan distintos a los de la mayoría de la sociedad.
Por último, después del mandato tan exigente y difícil, nos da la garantía de su presencia con una frase majestuosa y grave. Vale la pena repetirla despacio, personalizarla y pensar que nos la dice Jesús personalmente a cada uno de nosotros, que te la dice a ti de forma muy especial: «Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos».
La promesa de Jesús cae con rotundidad y fuerza sobre el corazón como el sello y la firma sobre un documento oficial. Tenemos la garantía, tenemos dónde acudir. Ahora nos toca a nosotros hacer que su presencia sea luminosa en el mundo entero. No es el “final” del evangelio, no puede serlo, es tan sólo el principio de una nueva historia de amor de Dios con la humanidad.

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana



jueves, 21 de mayo de 2015

PENTECOSTES UN SECRETO PARA VIVIR




Reflexión domingo 24 de mayo 2015
  PENTECOSTES  UN  SECRETO  PARA  VIVIR
Juan 20, 19-23


Hoy celebramos la fundación de la Iglesia. Es lo que se afirma con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Entonces, a partir de aquél momento, Hay miedos que la mayoría de nosotros los sentimos, los hemos vivido: “el miedo al final de algo”, “el miedo al comienzo de algo nuevo”… porque generalmente le “tenemos miedo al cambio, a lo desconocido”. Somos personas “que nos acostumbramos”, por eso “nos cuestan las pérdidas, desprendernos, adaptarnos”. Es bastante común la tendencia a “encerrarnos en nosotros mismos y con nuestro grupo cuando sentimos miedo”.
Pero afirmamos que comienza la vida de la primera comunidad cristiana, origen de nuestra Iglesia. Y este es un acontecimiento, en principio, único. Y dicho así, tal vez nos suene a una historia que nos han contado. Pero, como buenos cristianos que somos, decimos, hay que celebrarlo. ¿Y después qué? Después a seguir con la vida que nos toca vivir. Hoy toca Espíritu, el domingo que viene toca la Santísima Trinidad y vamos pasando por las fiestas cristianas, cual recuerdo de las fiestas patrias que tenemos a lo largo de cada año, sabiendo que esto, en más de una ocasión, no nos mueve ni un pelo, o sólo es un receso laboral.
Por supuesto, dirán ustedes, que no es así, que no es un día más de recuerdo, sino que es algo importante. Pero me atrevo a hacer aquellas afirmaciones porque tengo la impresión de que, en alguna medida, hemos perdido el norte. No quiero ser pesimista, pero lo cierto es que teniendo en cuenta la dimensión del mensaje evangélico de hoy, intuyo que no lo hemos comprendido totalmente o, al menos, lo hemos olvidado o confundido.
Jesús se desvive por transmitir la experiencia que él tiene con el Padre, quiere que también nosotros seamos capaces de vivenciar con profundidad y verdad lo que significa Dios. Es así que, primero a sus discípulos, después a nosotros, sopla e infunde el Espíritu en nuestras vidas. Y, sin dudar, deberíamos decir que vivimos de y con el Espíritu de Dios en nosotros. Por consiguiente, nos preguntarnos: ¿De verdad nos sentimos imbuidos por el Espíritu de Dios? ¿Es él el que hace que tengamos vida y vivamos unidos entre nosotros?
Espero no equivocarme al pensar y afirmar que, si bien al principio aquél Espíritu era el autor y vínculo de trascendencia y unión con Dios y entre los miembros de la primera comunidad cristiana, sin embargo, poco a poco, se lo fue reemplazando por el Espíritu de la ley. Ahora, más bien parece que son las normas, ritos y tradiciones de la Iglesia las que nos unen, más que el mismo Espíritu Santo.
¿Qué me lleva a afirmar todo esto? Principalmente porque, como dice Jesús, por los frutos nos conocerán, y fruto de vivenciar el Espíritu de Dios es la alegría, la esperanza, el perdón, el bien, la entrega, el amor. Y esto se debe transmitir. Sin embargo a la hora de compartir nuestra fe, casi siempre, tendemos a enseñar las normas y preceptos que hay que cumplir. Así entendemos que si cumplimos con Dios, “con lo que él nos manda”, consecuentemente obtendremos el cielo. Entonces, ¿dónde queda aquella vivencia profunda de Dios que hace que los demás nos reconozcan por el amor que hay entre nosotros? ¿Eso es lo que ven los que nos miran?

Ojalá pudiéramos redescubrir el valor del Espíritu Santo y tenerlo como nuestra única salvación. No porque nos lo han contado, sino porque así lo vivimos. Es que tener a Dios en nosotros, tener su Espíritu, supone poder trascender, vivir en el amor de Dios que hace nuestras vidas distintas, más plenas, menos egoístas, más generosas. Quien tiene el Espíritu tiene la salvación y eso significa que nuestras vidas llaman la atención, porque transmitimos alegría, paz, esperanza, bienestar, perdón, a aquellos que están con nosotros. Esto es lo que llama, lo que atrae, lo que convence y lo que necesitamos.

Hoy es Pentecostés, hoy es el día del Espíritu, el día de recordar cuál debe ser nuestro principal cometido y razón de ser hijos de Dios: Experimentar, como Jesús, a Dios en nuestras vidas. Es urgente, es vital que podamos reencontrar a Dios Espíritu Santo en nosotros, y que los demás puedan así reconocer que Dios existe, porque ven que hay un amor verdadero entre los que nos llamamos hijos de Dios. Éste es nuestro secreto, este es nuestro único libro en el mundo, es nuestra razón de existencia: Tener al Espíritu Santo en nosotros como único motor de vida y vínculo de unidad. Así, seguramente, se podrá salvar a la humanidad.


PAZ Y BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad  Eclesial  Franciscana

viernes, 15 de mayo de 2015

Triunfo, Desconcierto y Sed



Reflexión  domingo 17 de mayo 2015
   Triunfo, Desconcierto y Sed

Marcos 6, 15-20

                                          

Estamos así, en una sociedad, que nos es hostil, como la que tenían los Apóstoles frente de ellos, estamos en el desconcierto porque este Jesús que estaba con nosotros se va al Padre, se va, no lo vemos más, aparentemente nos dejó solos y no sólo esto. Hay que salir al mundo a anunciar la Buena Noticia nos da poderes y estamos ahí nosotros quietitos, no sabemos qué hacer. Eso es lo que ocurre desde la Ascensión hasta 10 días después, que será pentecostés.
No se trata de un voluntariado dominical; no se trata de dedicar los ratos libres a esta misión, ni los ratos de los que buenamente podemos disponer. Jesús, como tantas veces antes, nos dice lo que debemos hacer. ¡Es un mandato! No solo para los sacerdotes, las hermanas y los religiosos. Es un mandato para todos, que ha llegado a nosotros por las Escrituras y porque los que estuvieron allí han cumplido con este deber de transmitirlo.

Pero hoy quiero adentrarme  en el momento de la ascensión y los días después. 
                                                 

La  celebración de  hoy, tiene características únicas,  hay como sentimientos encontrados. En este acontecimiento El Señor asciende al cielo y esto constituye, por un lado, el triunfo de nuestro Dios: "El Señor asciende entre aclamaciones", dice el Salmo. Y por otro lado, los discípulos quedan desconcertados, mirando al cielo; ¿y ahora, qué hacemos? Antes, cuando estábamos con el Señor, entonces estaba todo claro; ahora no lo vemos más!
Entonces estamos ahí, en ese momento preciso y esto es la Ascensión del Señor, y por eso tratamos hoy de descifrar qué significa para nosotros.
Lo primero que me parece a mí es que estamos en un momento bisagra, en un momento clave, en un momento que se da como una ruptura de algo. Es algo totalmente nuevo: Empieza la vida de la iglesia, ya...; aunque todavía falta un poquito; pero prácticamente... esta es una etapa clave en el comienzo de la Iglesia.
El comienzo propiamente se va a dar en Pentecostés (próximo domingo) pero ya, la iglesia está en ese momento en el cual se constituyen como nuevo Pueblo de Dios.
  
Ahí es donde, si bien no está en los textos de hoy, aparece en el Evangelio de Lucas, lo que voy a decir: dice: "los Apóstoles, esos días, permanecían todo el tiempo, continuamente, en el Templo, haciendo oración”. Así que cuando el Señor los deja, cuando el Señor asciende, la actitud que tienen  los discípulos es la de ponerse en oración a Dios, muy  fervientemente, justamente porque hay una promesa de parte del Señor que va a ser su Espíritu, que va a ser el Paráclito, que va a ser éste que va a venir a andar con nosotros, que va a venir a acompañarnos todo el tiempo; aquel que es ese Espíritu de Jesús y el Espíritu del Padre.
Entonces, lo que dicen los Hechos de los Apóstoles es eso, que los discípulos estaban allí, en oración; hasta Pentecostés.
Entonces, este tiempo para nosotros, tienen que ser días en los cuales nuestra oración esté dirigida totalmente al Espíritu de Dios, teniendo Sed de Dios...!
Y el señor  esta siempre. El Señor colma nuestras expectativas. El señor nos llena con su Espíritu. Ese es el gran desafío de este tiempo. Pero para eso necesitamos tener esa Sed.

                                  
Si nosotros tenemos sed de Dios…, Él nos da en abundancia, nos derrama su Espíritu y este es el tiempo propicio, este es el tiempo el señalado para esa oración de adoración, para esa oración de contemplación, para esa oración de alabanza, para esa oración laudatoria.
Es decir, tiempo especial para nosotros, tiempo especial para la Iglesia, porque la iglesia se constituye como pueblo en Pentecostés.
Y no puede pasar desapercibido de nosotros. No puede pasar, porque este tiempo es clave para lo que viene. Estamos invitados a vivir un tiempo de oración para luego tener fuerzas en la misión.
Paz y bien
Hna., Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana