Reflexión
domingo 24 de mayo 2015
PENTECOSTES UN SECRETO PARA
VIVIR
Juan 20, 19-23
Hoy celebramos la fundación de la Iglesia. Es lo que
se afirma con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Entonces, a
partir de aquél momento, Hay miedos
que la mayoría de nosotros los sentimos, los hemos vivido: “el miedo al final
de algo”, “el miedo al comienzo de algo nuevo”… porque generalmente le “tenemos
miedo al cambio, a lo desconocido”. Somos personas “que nos acostumbramos”, por
eso “nos cuestan las pérdidas, desprendernos, adaptarnos”. Es bastante común la
tendencia a “encerrarnos en nosotros mismos y con nuestro grupo cuando sentimos
miedo”.
Pero afirmamos
que comienza la vida de la primera comunidad cristiana, origen de nuestra
Iglesia. Y este es un acontecimiento, en principio, único. Y dicho así, tal vez
nos suene a una historia que nos han contado. Pero, como buenos cristianos que
somos, decimos, hay que celebrarlo. ¿Y después qué? Después a seguir con la
vida que nos toca vivir. Hoy toca Espíritu, el domingo que viene toca la
Santísima Trinidad y vamos pasando por las fiestas cristianas, cual recuerdo de
las fiestas patrias que tenemos a lo largo de cada año, sabiendo que esto, en
más de una ocasión, no nos mueve ni un pelo, o sólo es un receso laboral.
Por supuesto, dirán ustedes, que no
es así, que no es un día más de recuerdo, sino que es algo importante. Pero me
atrevo a hacer aquellas afirmaciones porque tengo la impresión de que, en
alguna medida, hemos perdido el norte. No quiero ser pesimista, pero lo cierto
es que teniendo en cuenta la dimensión del mensaje evangélico de hoy, intuyo
que no lo hemos comprendido totalmente o, al menos, lo hemos olvidado o
confundido.
Jesús se desvive por transmitir la
experiencia que él tiene con el Padre, quiere que también nosotros seamos
capaces de vivenciar con profundidad y verdad lo que significa Dios. Es así
que, primero a sus discípulos, después a nosotros, sopla e infunde el Espíritu
en nuestras vidas. Y, sin dudar, deberíamos decir que vivimos de y con el
Espíritu de Dios en nosotros. Por consiguiente, nos preguntarnos: ¿De verdad
nos sentimos imbuidos por el Espíritu de Dios? ¿Es él el que hace que tengamos
vida y vivamos unidos entre nosotros?
Espero no equivocarme al pensar y
afirmar que, si bien al principio aquél Espíritu era el autor y vínculo de
trascendencia y unión con Dios y entre los miembros de la primera comunidad cristiana,
sin embargo, poco a poco, se lo fue reemplazando por el Espíritu de la ley.
Ahora, más bien parece que son las normas, ritos y tradiciones de la Iglesia
las que nos unen, más que el mismo Espíritu Santo.
¿Qué me lleva a afirmar todo esto?
Principalmente porque, como dice Jesús, por los frutos nos conocerán, y fruto
de vivenciar el Espíritu de Dios es la alegría, la esperanza, el perdón, el
bien, la entrega, el amor. Y esto se debe transmitir. Sin embargo a la hora de
compartir nuestra fe, casi siempre, tendemos a enseñar las normas y preceptos
que hay que cumplir. Así entendemos que si cumplimos con Dios, “con lo que él
nos manda”, consecuentemente obtendremos el cielo. Entonces, ¿dónde queda
aquella vivencia profunda de Dios que hace que los demás nos reconozcan por el
amor que hay entre nosotros? ¿Eso es lo que ven los que nos miran?
Ojalá pudiéramos redescubrir el
valor del Espíritu Santo y tenerlo como nuestra única salvación. No porque nos
lo han contado, sino porque así lo vivimos. Es que tener a Dios en nosotros,
tener su Espíritu, supone poder trascender, vivir en el amor de Dios que hace
nuestras vidas distintas, más plenas, menos egoístas, más generosas. Quien
tiene el Espíritu
tiene la salvación y eso significa que nuestras vidas llaman la atención,
porque transmitimos alegría, paz, esperanza, bienestar, perdón, a aquellos que
están con nosotros. Esto es lo que llama, lo que atrae, lo que convence y lo
que necesitamos.
Hoy es Pentecostés, hoy es el día
del Espíritu, el día de recordar cuál debe ser nuestro principal cometido y
razón de ser hijos de Dios: Experimentar, como Jesús, a Dios en nuestras vidas.
Es urgente, es vital que podamos reencontrar a Dios Espíritu Santo en nosotros,
y que los demás puedan así reconocer que Dios existe, porque ven que hay un
amor verdadero entre los que nos llamamos hijos de Dios. Éste es nuestro secreto,
este es nuestro único libro en el mundo, es nuestra razón de existencia: Tener
al Espíritu Santo en nosotros como único motor de vida y vínculo de unidad.
Así, seguramente, se podrá salvar a la humanidad.
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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