viernes, 12 de junio de 2015

REALIDADES PEQUEÑAS



Reflexión 14 de junio del 2015
REALIDADES  PEQUEÑAS…
Marcos 4, 26-34
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizUTO71eDUpBHTIUjnF7Au37KB_Ws2hk5Qry4rw0Mai4xGYb1YOFYtjhjCNDSfaoGuzxzo2OURUfmrxmUV-pSf60Z9ZGj1iwdB7Fn616F1phUmreG6K0kepKW-8tMfRvl-jkd5rwOmPZ4/s1600/Oraci%C3%B3n+por+los+buenos+frutos_cristianos.jpg
  Las parábolas del Evangelio nos llevan al corazón mismo de Jesús. Y esto por estos motivos. Ninguno como él, ha enseñado en parábolas: es una novedad de su modo y estilo. Es algo que Jesús ha inventado en la forma de la predicación. Esto por una parte; y por otra, el contenido de las parábolas gira en torno al núcleo del anuncio de Jesús: el Reino de Dios.

Las parábolas transpiran el puro frescor del Evangelio que Jesús ha anunciado. Estamos ante él, escuchándole, cuando escuchamos las parábolas.

Jesús para explicarnos cómo llega a nosotros su Reino, es decir, de qué modo actúa Dios con su amor en nuestra existencia personal y en la historia humana, nos presenta sus parábolas

Entremos en este misterio, Las dos parábolas del evangelio de hoy subrayan el protagonismo de Dios en la obra del reino. Se trata del “reino de Dios”, es decir, del reino que va a construir Dios, el protagonista de su obra, no nosotros. Nuestra colaboración básica no es construir el reino sino “dejarnos construir”, dejar que Dios reine en nosotros, entregándole confiadamente nuestra voluntad.

Creo que ambas parábolas las pronunció Jesús en un momento en que sus discípulos estaban desanimados porque la masa estaba abandonándole y parecía que su obra iba al fracaso. Les asegura que “habrá cosecha”, llegará el reino. El problema no es si llegará o no el reino, sino quiénes serán sus beneficiarios. La primera enseña que habrá cosecha final, porque Dios Padre es el protagonista. Él ha sembrado en nosotros la semilla con su Palabra encarnada, que es Jesús mismo, nos comunica su Espíritu y nos invita a seguir sus enseñanzas para que nuestra vida se desarrolle espiritualmente y produzca frutos. Sin embargo, Él mismo sabe que este desarrollo tiene su tiempo, y por eso espera pacientemente hasta que llegue el momento de la cosecha.

Sabemos que Dios es el sembrador, pero no pretende hacerlo todo. Él deja que la tierra realice su labor dando fruto “por sí misma”. De esta forma lo que Jesús nos está enseñando es que la gracia de Dios no excluye la acción del ser humano.

Él espera que nosotros correspondamos a sus cuidados esforzándonos por cumplir su voluntad, que es voluntad de amor, porque el Reino de Dios es el poder del Amor que es Él mismo. En consecuencia, el desarrollo del plan salvador de Dios para cada de nosotros implica la colaboración de nuestra parte. Dios realiza lo que le corresponde y está siempre dispuesto a ayudarnos, pero deja en nosotros respetuosamente la autonomía responsable para que nos esforcemos por crecer espiritualmente y dar fruto.

El mensaje de Jesús es realista e invita a colaborar de forma humilde, conscientes de nuestra pobreza, y responsable, primero dejándonos transformar por Dios, pues es una hipocresía querer cambiar personas y estructuras sin cambiarse uno a sí mismo, después trabajando por un mundo mejor que responda al plan de Dios. En esta obra del reino, Dios cuenta con cada uno de nosotros según su situación, cada uno según “los talentos recibidos”, de lo que tendrá que dar cuenta.

No se trata de transformar este mundo en un paraíso, pues es imposible mientras no se cambie el corazón de los hombres.

El Reino de Dios, en efecto, comienza por lo pequeño por lo sencillo, y va creciendo gracias a la acción continua y pacientemente transformadora de su Espíritu Santo. En este sentido, la parábola del grano de mostaza consiste en una invitación a no desanimarnos a pesar de la sensación de la lentitud con que parece obrar Dios mismo en medio de un mundo que le rinde culto a la eficiencia instantánea y mágica del éxito fácil y sin esfuerzo. Esta mentalidad nos impulsa a querer los resultados inmediatos. Pero, así como un árbol necesita tiempo para crecer y desarrollarse, así también el desarrollo de nuestra vida en el Espíritu no puede darse en plenitud de la noche a la mañana. Necesitamos tiempo para crecer en el amor, para que la acción del Espíritu Santo nos vaya transformando y vaya produciendo en nosotros los frutos esperados. Dios es paciente con nosotros. Por eso también nosotros debemos ser pacientes unos con otros y, con la ayuda de Dios, permitirnos y permitirles a los demás el tiempo necesario para crecer.

Jesús comparó el Reino con realidades pequeñas, pero significativas, aunque nada más sea por la fascinación que producen sus efectos o el verlas crecer. Nada más admirable que la germinación y crecimiento de las diversas semillas. Jesús contó estas parábolas para animarse a sí mismo y a sus discípulos. Aunque muchas veces parece que le seguían multitudes, en realidad al final el grupo, más o menos fiel, era pequeño. Si no tiró la toalla y siguió predicando fue porque estaba convencido que todas las realidades grandes e importantes han tenido un comienzo pequeño, con un crecimiento constante.

El pueblo de Dios estamos familiarizado con las realidades pequeñas.

Tanto la parábola  de hoy hablan del crecimiento del reino cuyos inicios debieron parecer pequeños y poco prometedores. El reino no es una realidad aparte de aquella en que estamos viviendo sino que irrumpe en ella y la cambia.


Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

No hay comentarios:

Publicar un comentario