Reflexión 14 de junio del
2015
REALIDADES PEQUEÑAS…
Marcos 4, 26-34
Las parábolas del Evangelio nos llevan
al corazón mismo de Jesús. Y esto por estos motivos. Ninguno como él, ha
enseñado en parábolas: es una novedad de su modo y estilo. Es algo que Jesús ha
inventado en la forma de la predicación. Esto por una parte; y por otra, el
contenido de las parábolas gira en torno al núcleo del anuncio de Jesús: el
Reino de Dios.
Las parábolas transpiran el puro frescor del Evangelio que Jesús ha
anunciado. Estamos ante él, escuchándole, cuando escuchamos las parábolas.
Jesús para explicarnos cómo llega a nosotros su
Reino, es decir, de qué modo actúa Dios con su amor en nuestra existencia
personal y en la historia humana, nos presenta sus parábolas
Entremos en este misterio, Las dos parábolas del evangelio de hoy subrayan el protagonismo
de Dios en la obra del reino. Se trata del “reino de Dios”, es decir, del reino
que va a construir Dios, el protagonista de su obra, no nosotros. Nuestra
colaboración básica no es construir el reino sino “dejarnos construir”, dejar
que Dios reine en nosotros, entregándole confiadamente nuestra voluntad.
Creo que ambas parábolas las pronunció Jesús en un
momento en que sus discípulos estaban desanimados porque la masa estaba
abandonándole y parecía que su obra iba al fracaso. Les asegura que “habrá
cosecha”, llegará el reino. El problema no es si llegará o no el reino, sino
quiénes serán sus beneficiarios. La primera enseña que habrá cosecha final,
porque Dios Padre es el protagonista. Él ha sembrado en nosotros la semilla con su Palabra
encarnada, que es Jesús mismo, nos comunica su Espíritu y nos invita a seguir
sus enseñanzas para que nuestra vida se desarrolle espiritualmente y produzca
frutos. Sin embargo, Él mismo sabe que este desarrollo tiene su tiempo, y por
eso espera pacientemente hasta que llegue el momento de la cosecha.
Sabemos que Dios es el sembrador, pero no pretende
hacerlo todo. Él deja que la tierra realice su labor dando fruto “por sí
misma”. De esta forma lo que Jesús nos está enseñando es que la gracia de
Dios no excluye la acción del ser humano.
Él espera que nosotros correspondamos a sus cuidados
esforzándonos por cumplir su voluntad, que es voluntad de amor, porque el Reino
de Dios es el poder del Amor que es Él mismo. En consecuencia, el desarrollo
del plan salvador de Dios para cada de nosotros implica la colaboración de
nuestra parte. Dios realiza lo que le corresponde y está siempre dispuesto a
ayudarnos, pero deja en nosotros respetuosamente la autonomía responsable para que nos esforcemos por crecer
espiritualmente y dar fruto.
El mensaje de Jesús es
realista e invita a colaborar de forma humilde, conscientes de nuestra pobreza,
y responsable, primero dejándonos transformar por Dios, pues es una hipocresía
querer cambiar personas y estructuras sin cambiarse uno a sí mismo, después
trabajando por un mundo mejor que responda al plan de Dios. En esta obra del
reino, Dios cuenta con cada uno de nosotros según su situación, cada uno según
“los talentos recibidos”, de lo que tendrá que dar cuenta.
No se trata de transformar
este mundo en un paraíso, pues es imposible mientras no se cambie el corazón de
los hombres.
El Reino de Dios, en efecto, comienza por lo pequeño
por lo sencillo, y va creciendo gracias a la acción continua y pacientemente
transformadora de su Espíritu Santo. En este sentido, la parábola del grano de
mostaza consiste en una invitación a no desanimarnos a pesar de la sensación de
la lentitud con que parece obrar Dios mismo en medio de un mundo que le rinde
culto a la eficiencia instantánea y mágica del éxito fácil y sin esfuerzo. Esta
mentalidad nos impulsa a querer los resultados inmediatos. Pero, así como un
árbol necesita tiempo para crecer y desarrollarse, así también el desarrollo de
nuestra vida en el Espíritu no puede darse en plenitud de la noche a la mañana.
Necesitamos
tiempo para crecer en el amor, para que la acción del Espíritu Santo
nos vaya transformando y vaya produciendo en nosotros los frutos esperados.
Dios es paciente con nosotros. Por eso también nosotros debemos ser pacientes
unos con otros y, con la ayuda de Dios, permitirnos y permitirles a los demás
el tiempo necesario para crecer.
Jesús comparó el Reino con realidades
pequeñas, pero
significativas, aunque nada más sea por la fascinación que producen sus efectos
o el verlas crecer. Nada más admirable que la germinación y crecimiento de las
diversas semillas. Jesús contó estas parábolas para animarse a sí mismo y a sus
discípulos. Aunque muchas veces parece que le seguían multitudes, en realidad
al final el grupo, más o menos fiel, era pequeño. Si no tiró la toalla y siguió
predicando fue porque estaba convencido que todas las realidades grandes e
importantes han tenido un comienzo pequeño, con un crecimiento
constante.
El pueblo de Dios estamos familiarizado con las
realidades pequeñas.
Tanto la parábola de hoy hablan del crecimiento del reino cuyos
inicios debieron parecer pequeños y poco prometedores. El reino no es una
realidad aparte de aquella en que estamos viviendo sino que irrumpe en ella y
la cambia.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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