viernes, 27 de noviembre de 2015

Adviento es mirar al mundo...

Reflexión domingo 29 noviembre 2015
Adviento es mirar al mundo…
 Lucas 21,25-28.34-36

             Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, de una estación a otra, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan: «¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?».  Vamos a aclarar algo importante:
      Adviento: es  tiempo de alegría, tiempo de misión.
Adviento es tiempo de esperanza, de alegría, de fraternidad. Y, por supuesto, es tiempo de misión del anuncio del Señor que  está y viene y va. Por eso uno de los textos bíblicos más recurrentes en este tiempo. Adviento nos convoca a anunciar la cercanía y presencia  de nuestro Dios. A sorprendernos por la decisión divina de hacerse uno de nosotros, compartir nuestra suerte, vivir las limitaciones de lo humano.

Adviento nos convoca a reconocer al Dios que ya está presente entre nosotros pero que necesita del compromiso misionero para llegar a muchos. Vivamos, entonces, este tiempo de gracia y preparación, saboreemos la Palabra de Dios que cada domingo se nos ofrece, dejémonos interpelar por ella y anunciémosla con la alegría de quien prepara el camino al Señor y trabaja con ahínco por allanar todos los senderos.
         En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el sol, la luna y las estrellas”. Nuestras angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas, por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la falta de pan y trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas, que solo podrán ser removidas por el paso -del amor de Dios y su justicia- en el corazón del ser humano.
        El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo afrontarlos. El discípulo de Jesús tiene las mismas causas de angustia que él no creyente; pero ser cristiano consiste en una actitud y en una reacción diferente: lo propio de la esperanza que mantiene nuestra fe en las promesas del Dios liberador y que nos permite descubrir el paso de ese Dios en el drama de la historia. La actitud de vigilancia a que nos lleva el adviento es estar alerta a descubrir el “Cristo que está ” en las situaciones actuales, y a afrontarlas como proceso necesario de una liberación total que pasa por la cruz.
         Por eso el Evangelio nos llama a “estar alerta”, a tener el corazón libre de los vicios y de los ídolos de la vida (la conversión), para hacernos dóciles al Espíritu de Cristo que habita las situaciones que vivimos en nuestro entorno. Nos llama a “estar despiertos y orando”, porque este Espíritu se descubre con una Esperanza viva. La esperanza es una memoria que tiende a olvidarse, se nutre con la oración, nos adhiere a las promesas de la fe y nos inspira, cada día, la búsqueda de sus huellas en las señales del tiempo. La Esperanza cristiana se hace por nuestra entrega a trabajar para que las promesas se verifiquen en nuestras vidas.
     Los signos de los tiempos están ahí, delante de nuestros ojos orantes: crisis de todo tipo, cuerpos mutilados en una tierra herida, refugiados, inmigrantes, enfermedades, crisis de sentido, muerte, pueblos enteros humillados por el ansia de poder... No queremos ni podemos esconderlos. En nuestro camino parece que todo se derrumba, crece la angustia, no hay esperanza. La humanidad pasa por una terrible noche de sentido. Pero, a pesar de todo, nada es más fuerte que nuestra fe en Jesús. Él está en medio de nosotros, ha apostado por nosotros. Jesucristo es el rostro de la misericordia entrañable del Padre. Su Espíritu suscita señales de vida, que muchos acogen y convierten en proyectos solidarios de nueva humanidad. 
       La fe que más agrada a Dios es la esperanza, porque sabe interpretar los signos como confianza y disponibilidad, tarea misionera y compromiso. En esto consiste nuestro Adviento: en mirar al mundo, porque es nuestro, y en mirar también a Jesús, porque es lo más nuestro, lo que se nos ha dado y no se nos quitará. Solo hay un camino para no caer en la angustia y en el miedo: creer en Jesús como presencia siempre renovada, esperar de Él la salvación. La imagen más fuerte para nuestra oración es la venida de Jesús. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. 
     Hay momentos, en los que, de un modo más intenso, estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia de Jesús, cuidando la oración contemplativa. Con palabras fuertes, esperanzadoras, Jesús nos atrae hacia Él, el Espíritu nos fortalece y consuela en medio de las pruebas e incertidumbres de estos tiempos. ¡Qué fuerza tan liberadora tiene este mensaje! Hay muchos finales de muerte, pero la meta última es un final de vida, la aventura humana acabará bien porque Dios ama al mundo y ha probado su amor con obras. Frente al pánico está el ánimo animoso del que Dios es tan amigo; frente al cruzarse de brazos está  compromiso por un mundo más humano. Jesús ha creído en nosotros, por eso creemos en nosotros. Su liberación ha quedado dibujada en nuestras entrañas.
    
 Adviento nos anima a ser una pequeña luz en tanta oscuridad de este mundo…tenemos que atrevernos a vivir de una forma distinta y veremos cómo cambia este mundo.

  No caminamos movidos por el miedo sino urgidos por la esperanza. Merece la pena preparar la Navidad con el Adviento, sin frivolidad ni excesos, con esa sencilla locura de amor de María y José y de todos los pequeños de la tierra. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Jesús, el rostro de la misericordia, nos espera. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. 
 PAZ Y BIEN
HNA. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

viernes, 20 de noviembre de 2015

Su Realeza procede del amor de Dios…



Reflexión domingo 22 de noviembre 2015
Su Realeza procede del amor de Dios…
Juan 18, 33b-37
            Este domingo se celebra la fiesta de Cristo Rey. Nos vamos preparando para el Adviento. Vamos a celebrar pronto que va a nacer el Rey de todo lo creado.
           Así lo dice Él, y además agrega, que sólo los que son de la Verdad, escuchan su voz. Esta debe ser una cualidad de los que le seguimos: pertenecer a la Verdad en este mundo lleno de mentiras.
Pero nuestra esperanza es que la Verdad nos hará libres y esa libertad nos hará felices. Por eso el Reino de Jesús merece la pena.
Al pronunciar la palabra "rey" quizá nos vienen a la cabeza muchos tipos de rey y pocos pueden cuadrar con el tipo de rey que es Jesús.
 y sin embargo en el Evangelio de este domingo, él mismo lo proclama: "Tú lo dices: Soy Rey" pero si Jesús es Rey, lo es de un modo muy particular.
          En primer lugar, el término “Rey” no parece ajustado a Jesús de Nazaret ni a lo que él vivió y defendió. Tampoco es un símbolo atractivo, ni sugerente para nuestros contemporáneos. Es más, la figura del rey es en gran parte de nuestra cultura una figura más decorativa que efectiva, en las actuales monarquías parlamentarias. Por tanto no parece muy oportuno seguir hablando de Cristo Rey a no ser que, como diremos a continuación, seamos conscientes de que Jesús en todo caso sería un rey muy particular, un Rey testigo de la verdad.
          Si hablamos de “Cristo Rey” en el conjunto de la vida de Jesús, podríamos decir, como mucho, que nos referimos un rey “muy extraño”. Sabemos que en su vida él rehusó ser proclamado rey y criticó el poder político y religioso de su tiempo. No es un rey al estilo de Pilato, ni de ningún dirigente político.
          Su realeza procede del amor de Dios vivido en su corazón y hecho verdad en sus gestos de cada día. Él es rey servidor, eso supone proclamar un Reino donde todos se sientan reyes a su estilo, es decir,  que todos sus seguidores sepamos ser servidores de todos.
            Los reyes de este mundo serán así pero Jesús no es un rey de este mundo. Sus armas son la capacidad de compadecerse, la dedicación a curar, decir la verdad hasta la muerte, preferir a los últimos, ponerse siempre a favor de las personas, ser “impuro” para poder ayudar. ¡Extrañas armas y extraño rey!
              Y ya que hablamos del Rey tenemos que hablar del Reino. Jesús habló del Reino de Dios. También podríamos decir que el Reino de Dios es el “anti-reino”. Lo que domina en gran parte de nuestra sociedad es la necesidad obsesiva de consumir, de trepar, de competir. Lo que reina en ella es la desconfianza, la venganza y la injusticia, el menosprecio de los pobres, la explotación de la naturaleza… Y no es decir  que reinan porque todos sean así, sino porque eso es lo que domina, lo que se  impone, lo que aparece en los medios, lo que se propone como éxito. Jesús propone exactamente lo inverso: que domine, que se imponga, que se considere como éxito la solidaridad, el respeto, la justicia, la buena fe, la reconciliación, la atención preferente a los últimos, el amor, la fraternidad.
          El reinado de Dios revelado en Jesús, es un Reino del que nadie debe ser excluido, que ya está aquí, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina el amor. El reino de Dios no es un lugar sino una actitud, la que reveló Jesús: el servicio en vez del poder.
           ¿Reinará Dios alguna vez? Podemos tener la tentación de pensar que no. La violencia, la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad, el perdón, la compasión… Pero Jesús creía y cree  en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imperante del Espíritu, del viento de Dios.
           Es por eso que sostengo mi alegría evangélica de saber que contamos o pertenecemos a un Rey distinto, cuyo Reino no es de este mundo, pero está esperando a realizarse  o se está realizando en vos en mí. Un Reino que será para todos.
          Un Rey distinto, cuyo trono es una cruz, una cruz no buscada, pero sí aceptada como proyecto de salvación. No, no es un Dios masoquista que busque el dolor por el dolor, sino el dolor por amor, la entrega por sus amigos, por todos hasta dar la vida, amando hasta el extremo. Su arma principal es el amor y la no-violencia, y con ella se opone a toda injusticia. El dolor y la violencia quedan  para los reyes de este mundo.
           Es un Rey distinto cuya ley es el amor, especialmente a los que son distintos, a los enemigos, el que pone la otra mejilla, el que ama y reza por el que le persigue, que apuesta por el que está perdido y que ama hasta el final.
            Un Rey cuyo estilo es el servicio, el ponerse el último, y esto alegremente, con ganas de vivir, amando la vida hasta el final, “a tope”, pero no embriagándose y perdiendo el Norte, porque tiene claro lo que quiere: la felicidad para todos, sin eludir la realidad, y sabe que eso de la felicidad no es incompatible con la adversidad.
        Su Reino son los corazones, ahí está su Reino, no es físico, está en lo más profundo de nuestro ser, donde se muestra nuestro yo sin máscaras. 
        ¿Te atreves a seguir a este Rey tan particular?
        Ahora bien; vamos a ver lo que hace que Jesús sea REY :
        En el contexto en el que Jesús contesta a Pilatos: “Tú lo dices soy Rey, para eso he venido para ser testigo de la verdad”. Vemos cómo Jesús claramente vincula su reinado con testificar la Verdad.
Ser testigos de la verdad no es serlo de una verdad abstracta ni dogmática, sino de la verdad de nosotros mismos y la verdad del seguimiento de Jesús construyendo su Reino..
          Ser testigo de la verdad de nosotros mismos incluye el reconocimiento de la propia verdad, tanto a nivel psicológico como espiritual. No puede estar en la verdad quien no se acepta con toda su verdad, con sus luces y sombras. Cuando alguien se acepta a sí mismo empieza ya a caminar en verdad. Ser de verdad uno mismo, no nuestras falsas imágenes. Esto es lo que vivió Jesús. Porque llegó a vivir profundamente la verdad de su ser pudo decir: “Yo Soy la Verdad” y es por eso que su realeza procede  del amor de Dios.
         Ser testigo de la verdad del seguimiento de Jesús construyendo su Reino es trabajar para hacer de este mundo un reinado en el que los últimos del mundo sean los primeros; un reinado sin tronos, ni poder, ni ejércitos, ni palacios… sino un reinado de sencillez, servicio, perdón, solidaridad… Un reinado de samaritanos que cuidan heridos; un reinado donde se proclamen con la vida las bienaventuranzas evangélicas… En definitiva es hacer verdad que su señorío es de amor incondicional, de compromiso con los pobres, de libertad y justicia, de solidaridad y misericordia. Y todo esto pasa por el corazón.
 
         El reino de Jesús no es monopolio de la Iglesia católica ni de las demás Iglesias. En él tienen cabida todos “los que adoran a Dios en espíritu y en verdad”, todas las personas de buena voluntad, los que buscan y promueven lealmente todo lo bueno, lo verdadero, lo noble y lo justo, los valores del reino de Cristo.
         Para seguir de verdad a Cristo Rey, necesitamos una apertura acogedora y amorosa a la vida, al hombre y a los valores de su Reino, indispensables para una existencia digna en la tierra, que nos garantice la vida eterna en el paraíso, el Reino de los cielos.
          Pero sé que no es fácil pero no imposible, porque también nosotros tenemos muy interiorizados los valores que están vigentes en este mundo... y muchas veces incluso no podemos evitar tampoco algo de admiración por los poderosos... Pero también, y más aún desde que la crisis que vivimos en esta sociedad, creemos que otro mundo es posible y necesario, y tenemos la esperanza de que con Jesús podemos hacerlo realidad, comenzando por nosotros, si vivimos como él...
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


viernes, 13 de noviembre de 2015

Mirar confiadamente al futuro

Reflexión domingo 15 noviembre 2015
      Mirar confiadamente al  futuro       
Marco 13, 24-32

       Y como vemos se acerca el final del año litúrgico y se nota. Casi nos provoca un poco de pánico el evangelista, veamos entonces.
      El evangelio de hoy nos invita a mirar confiadamente al futuro, por que comienza con las palabras de Jesús: «En aquellos días…». Con esta expresión quiere decir que comenzarán          los acontecimientos que pertenecen a la historia. Es más; los hechos de los cuales tratará son el desenlace de la historia, son los últimos, son los que dan sentidos a toda la historia y al tiempo. Y esto es lo principal; su ubicación precisa, «el día y la hora», es menos importante y resulta indeterminado. De todas maneras, Jesús ofrece algunas pistas. Ante todo sucederá «después de aquella tribulación». No es una indicación precisa.
      Una vez más veamos como el dibujante ha hecho una interpretación de la cercanía presente de Jesús en clave positiva, nuevamente en clave de infinita misericordia y de amor sin límite. Procedente de la Gloria celestial Jesús está para contagiarnos la alegría del Espíritu, para abrirnos a su esperanza, para descansar en su regazo.
     Los signos que Jesús indica son sobrecogedores: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas». Jesús se acomoda a las nociones de astronomía de su tiempo, en que se creía que el sol y la luna son luminarias de tamaño menor que la tierra, que las estrellas cuelgan del firmamento sobre la superficie de la tierra y que ésta está sostenida por columnas sobre el abismo inferior. Pero, si éstos no son más que signos, ¿cuál es entonces el hecho último de que se trata? Jesús responde: «Entonces verán al Hijo del hombre venir entre las nubes con gran poder y gloria».
        Este es el hecho principal. Pero el segundo está asociado a éste y afecta a todos los hombres: «Entonces enviará a los ángeles y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo». Esta expresión abarca todo el espacio y todo el tiempo: serán reunidos los elegidos que todavía peregrinen en la tierra y también los que ya hayan concluido su curso terreno.
        Bello ejemplo de la higuera, comprensible a todos. Cuando brotan las yemas de sus ramas, el fruto está cerca. A nuestros ojos sin poesía, les parece aún muy lejos que la higuera mundial esté a punto de producir frutos. A otros, les parece que el fin de los tiempos es inminente ¿Pero que sabemos nosotros de la agricultura de Dios?
   Hay predicadores que se aprovechan de cualquier catástrofe para difundir el miedo de un juicio terrible de Dios. Y hay quienes olvidamos que puede ser la presencia cercana de Dios quien ya fabrica en nosotros al Hijo del hombre.
       Jesús agrega: «Y, les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda». Difícilmente ha dado Jesús más firmeza a una enseñanza suya: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Sus palabras son la verdad, ellas son eternas, son más estables que el cielo y la tierra.
      En este caso nos invitan a vivir en la certeza de que Él está presente, que su venida ha sido inminente, y sigue siendo inminente,  para cada uno ocurrirá en el espacio de su vida. Y esto es así porque la venida final de Cristo da sentido a nuestra vida y a cada uno de nuestros actos, cualquiera que sea el momento de la historia en que nos toque vivir. Por eso no interesa tanto saber el cuándo. El día del juicio final manifestarse sobre los actos que hayamos hecho, cada uno en su propio momento histórico. Es importante saber que su venida no es una venida lejana o que esperamos sino que como cristiano debemos saber que si nosotros  le hemos abierto el corazón entonces El ya vino a mi vida, no debemos vivir esperando sino vivir sintiendo su venida… 
     Por eso el Evangelio de este Domingo concluye con una frase de Jesús que no quiero dejar pasar dado  que es difícil de interpretar: «De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre». Antes que nada debemos observar que éste es el único caso en el Evangelio de Marcos en que Jesús, hablando de sí mismo, se da el nombre de «Hijo» sin más. Y lo hace en relación al Padre. Afirma que hay algo -«un día y una hora»- que sólo el Padre conoce. Por eso no es importante quedarnos en susceptibilidad del cuando… Esto es obvio. Ningún hombre ha pretendido saber el día y la hora en que ocurrirán los eventos futuros, tanto menos si éstos son los eventos finales.
        Pero luego Jesús da un paso hacia el mundo trascendente: «ni los ángeles en el cielo». Los ángeles no pueden revelar a los hombres ese momento porque tampoco ellos saben nada «sobre aquel día y hora». La dificultad está en que también el Hijo se incluye en el lado de los que no saben, mientras que el único que sabe es el Padre. Pero esta diferencia entre el Padre y el Hijo es imposible: no hay nada que el Padre sepa que el Hijo no sepa. Por eso cuando Jesús dice: «Nadie sabe… ni el Hijo», este «no saber» del Hijo es, en realidad, un «no querer revelar». No lo quiere revelar para que los hombres estén siempre vigilantes. La frase siguiente es precisamente un llamado a la vigilancia: «Estén atentos y vigilen, porque ignoran cuándo será el momento» .
El futuro que nos ha sido prometido no puede arrancarnos del presente. Al contrario, lo convierte en ocasión y escenario para nuestro compromiso de fe y de caridad. El futuro al que nos orienta la virtud de la esperanza se va preparando en este  presente, marcado por la virtud de la paciencia.
    Tenemos que confiar en el ESPÍRITU SANTO El es quien nos revela al Padre solo tenemos que dejarnos guiar por el entonces podremos leer los signos de los tiempos.


     Jesús llega al aeropuerto de lo cotidiano. Sus señales nos las marca el Evangelio. ¡Atento al panel de las citas evangélicas que nos muestran cada día la llegada del Señor! La lectura de la Palabra es la mejor indicación que podemos seguir a la hora de esperar al que todo lo va a revolucionar.
  Jesús está en nuestra vida. No desaprovechemos la gracia de encontrarnos directamente con el Salvador.

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad  Eclesial  Franciscana

viernes, 6 de noviembre de 2015

Apariencia y Autenticidad…

Reflexión domingo 8 noviembre 2015
Apariencia  y  Autenticidad…
Marcos 12.38-44

El evangelio de este domingo, concluye los temas que hemos ido viendo los domingos anteriores: de disputa y diálogo, de controversia y denuncia, y lo termina con una escena significativa de advertencia y de enseñanza orientadora.
Advertencia dirigida a los escribas y la enseñanza buena tiene como protagonista una viuda pobre.
Entre los escribas hipócritas, ansiosos de poder y de honores y la viuda pobre que da todo lo que tiene, Jesús sitúa a sus discípulos. Y nos sitúa hoy a nosotros.
¡Contemplemos la escena! ¡Veamos lo que sucede! 
Jesús previene al pueblo contra los escribas (¡cuidado!) poniendo en evidencia su conducta: obtestación en el vestir, amantes de reverencias y de los primeros puestos, abusos en nombre de la religión, etc.  

Ahora bien, cuando escuchamos la palabra sueño, podemos darle, al menos, dos significados: El sueño que uno puede sentir (tener sueño), o aquello que uno espera que algún día suceda, algo deseado. En este caso, y después de leer el evangelio de este domingo, me quedo con la segunda acepción. Creo que lo que nos cuenta Marcos, el evangelista, es el sueño, de él y de Dios. El relato nos habla, por un lado de la crítica que hace Jesús acerca del comportamiento de los escribas. Lo podríamos resumir en que éstos sólo viven de la apariencia, y que no hay que vivir de igual modo. Por otro lado tenemos el ejemplo de la viuda que deja más limosna, que el resto de los que van al templo, porque ha dado lo que tenía para vivir y no de lo que le sobraba. Como ven, el sueño de Dios está contado.
Y digo el sueño de Dios porque creo que al crearnos, aunque nos dio libertad plena, soñó, y sueña, con que nuestra vidas sean auténticas y no apariencias. Tiene la esperanza de que cada uno de nosotros, día tras día, seamos aquello que realmente somos y no unos actores excelentes que escenifican lo que no son. Y en esto, como cristianos, no podemos menos que descubrir cuál es nuestra real identidad. Como practicantes de esta religión, es bueno revisar nuestro culto y ver si realmente aquello que hacemos tiene fondo, tiene sentido, y expresa lo que de verdad vivimos con Dios. Pero al mismo tiempo, es necesario que también verifiquemos nuestra autenticidad de vida para con las demás personas. Lo cual implicaría menos engaños, menos apariencias en favor de un único beneficio personal y egoísta. Incluso esto nos hace pensar en el más común de los sueños hechos realidad, donde aquél que promete cumple con su palabra. ¿Se imaginan una sociedad donde todos cumplan con la palabra dada?
Siguiendo con el sueño de Dios, creo que sueña con que, en nuestra época, se acabe el “trato desechable”, si es que caemos en ellos, el cual sólo lleva a aprovecharse del que menos tiene o puede. Este es un punto en el que debemos detenernos y revisar nuestra manera de relacionarnos con los demás. El modo de tratar a las personas, de pedir o de exigirles algo, lo que sea: ¿Se podría decir que es un modo del tipo “usar y tirar”? Aprovecharnos de la bondad o inocencia de otros, es lo que realmente Dios no quiere en nuestras vidas y sueña con podamos cambiar el aprovechamiento por el servicio. Desea, me atrevo a decir, un mundo donde lo primero sea servir, antes que ser servidos.
Finalmente, el sueño más profundo de Dios: Que el mundo se llene de viudas. Vale aclarar que no se le desea la muerte a nadie, y mucho menos a los abnegados maridos. Es que en ellas, teniendo en cuenta el ejemplo del evangelio de hoy, podemos comprender el sentido del amor de Dios hecho vida en una persona. La viuda, permítanme esta comparación, es Cristo en la cruz. Él no se guardó nada para darnos vida nueva, ella tampoco se quedó con el bolsillo medio lleno, sino que supo vaciarlo por completo. Jesús vació su vida por amor al Padre y amor a nosotros, ella  dio lo que tenía para vivir.
¿Y nosotros qué? ¿Cuánto hemos dado o compartido y cuánto nos guardamos por si acaso vienen tiempos difíciles? Muchos estarán pensando en el dinero, comida, ropa o libros que dan, o han dado, como donación a los que no tienen nada. Seguramente ha sido útil, y por supuesto que hay que seguir ayudando, pero también podemos pensar en lo que hay que dar y no se mide en moneda. Podemos enumerar unas cuantas cosas: tiempo, consuelo, amor, consejo, compañía, cuidado, comprensión, paciencia, sonrisas, buen humor, oído o escucha, ayuda intelectual y laboral, enseñanzas buenas, paz, alegría, sinceridad, oración, silencio, conversación, abrazos, tiempo jugando con los hijos, tiempo escuchando a los padres aunque a veces repitan las mismas cosas, y no sé cuánto más. Todas estas valen mucho y no podemos guardarlas mezquinamente.
Tenemos que ser capaces de darlo todo, como la viuda, y sobre todo no conformar nuestras conciencias con dar un poco de dinero o cosas a nuestros hijos porque no tenemos tiempo para pasarlo con ellos, y lo mismo con nuestros padres, a quienes pagamos un geriátrico excelente, donde le proporcionan todos los cuidados, esos que no tenemos tiempo, y a veces ni ganas, de dar. Hay que saber entregarse por completo, igual que la viuda, igual que Jesús.

Dios sueña con una  nueva realidad de viudas auténticas, hoy.
Qué bueno es nos encontramos con dos elementos que nos ayudan a definir nuestra vida cristiana.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana