Reflexión domingo 22 de
noviembre 2015
Su Realeza procede del amor de Dios…
Juan 18, 33b-37
Este domingo se
celebra la fiesta de Cristo Rey. Nos vamos preparando
para el Adviento. Vamos a celebrar pronto que va a nacer el Rey de todo lo
creado.
Así lo dice Él, y además agrega, que
sólo los que son de la Verdad, escuchan su voz. Esta debe ser una cualidad de
los que le seguimos: pertenecer a la Verdad en este mundo lleno de mentiras.
Pero nuestra esperanza es que la Verdad nos hará libres y esa libertad nos hará felices. Por eso el Reino de Jesús merece la pena.
Al
pronunciar la palabra "rey" quizá nos vienen a la cabeza muchos tipos
de rey y pocos pueden cuadrar con el tipo de rey que es Jesús.Pero nuestra esperanza es que la Verdad nos hará libres y esa libertad nos hará felices. Por eso el Reino de Jesús merece la pena.
y sin
embargo en el Evangelio de este domingo, él mismo lo proclama: "Tú
lo dices: Soy Rey" pero si Jesús es Rey, lo es de un modo muy
particular.
En
primer lugar, el término “Rey” no parece ajustado a Jesús de Nazaret ni a lo
que él vivió y defendió. Tampoco es un símbolo atractivo, ni sugerente para
nuestros contemporáneos. Es más, la figura del rey es en gran parte de nuestra
cultura una figura más decorativa que efectiva, en las actuales monarquías
parlamentarias. Por tanto no parece muy oportuno seguir hablando de Cristo
Rey a no ser que, como diremos a continuación, seamos conscientes de que Jesús en todo caso sería un rey muy
particular, un Rey testigo de la verdad.
Si
hablamos de “Cristo Rey” en el conjunto de la vida de Jesús, podríamos decir,
como mucho, que nos referimos un rey “muy extraño”. Sabemos que en su vida él
rehusó ser proclamado rey y criticó el poder político y religioso de su tiempo.
No es un rey al estilo de Pilato, ni de ningún dirigente político.
Su
realeza procede del amor de Dios vivido
en su corazón y hecho verdad en sus gestos de cada día. Él es rey
servidor, eso supone proclamar un Reino donde todos se sientan reyes a su
estilo, es decir, que todos sus seguidores sepamos ser servidores de
todos.
Los reyes de este mundo serán así pero
Jesús no es un rey de este mundo. Sus armas son la capacidad de compadecerse,
la dedicación a curar, decir la verdad hasta la muerte, preferir a los últimos,
ponerse siempre a favor de las personas, ser “impuro” para poder ayudar.
¡Extrañas armas y extraño rey!
Y ya que hablamos del Rey tenemos que hablar
del Reino. Jesús habló del Reino de Dios. También podríamos decir que el Reino
de Dios es el “anti-reino”. Lo que domina en gran parte de nuestra sociedad es
la necesidad obsesiva de consumir, de trepar, de competir. Lo que reina en ella
es la desconfianza, la venganza y la injusticia, el menosprecio de los pobres,
la explotación de la naturaleza… Y no es decir que reinan porque todos
sean así, sino porque eso es lo que domina, lo que se impone, lo que
aparece en los medios, lo que se propone como éxito. Jesús propone exactamente
lo inverso: que domine, que se imponga, que se considere como éxito la
solidaridad, el respeto, la justicia, la buena fe, la reconciliación, la
atención preferente a los últimos, el amor, la fraternidad.
El
reinado de Dios revelado en Jesús, es un Reino del que nadie debe ser excluido,
que ya está aquí, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Dios se siembra
desde dentro y hace vivir. Reina el amor. El reino de Dios no es un
lugar sino una actitud, la que reveló Jesús: el servicio en vez del poder.
¿Reinará
Dios alguna vez? Podemos tener la tentación de pensar que no. La violencia, la
rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la
generosidad, el perdón, la compasión… Pero Jesús creía y cree en la fuerza de la semilla, en el poder de la
levadura, en la fuerza imperante del Espíritu, del viento de Dios.
Es
por eso que sostengo mi alegría evangélica de saber que contamos o pertenecemos
a un Rey distinto, cuyo Reino no es de este mundo, pero está
esperando a realizarse o se está
realizando en vos en mí. Un Reino que será para todos.
Un
Rey distinto, cuyo trono es una cruz, una cruz no buscada, pero sí
aceptada como proyecto de salvación. No, no es un Dios masoquista que busque el
dolor por el dolor, sino el dolor por amor, la entrega por sus amigos, por
todos hasta dar la vida, amando hasta el extremo. Su arma principal es el amor
y la no-violencia, y con ella se opone a toda injusticia. El dolor y la
violencia quedan para los reyes de este
mundo.
Es un Rey distinto cuya ley
es el amor, especialmente a los que son distintos, a los enemigos, el que
pone la otra mejilla, el que ama y reza por el que le persigue, que apuesta por
el que está perdido y que ama hasta el final.
Un Rey cuyo estilo es el servicio, el ponerse el último, y esto alegremente, con ganas de vivir, amando la vida hasta el final, “a tope”, pero no embriagándose y perdiendo el Norte, porque tiene claro lo que quiere: la felicidad para todos, sin eludir la realidad, y sabe que eso de la felicidad no es incompatible con la adversidad.
Un Rey cuyo estilo es el servicio, el ponerse el último, y esto alegremente, con ganas de vivir, amando la vida hasta el final, “a tope”, pero no embriagándose y perdiendo el Norte, porque tiene claro lo que quiere: la felicidad para todos, sin eludir la realidad, y sabe que eso de la felicidad no es incompatible con la adversidad.
Su Reino son los corazones, ahí
está su Reino, no es físico, está en lo más profundo de nuestro ser, donde se
muestra nuestro yo sin máscaras.
¿Te atreves a seguir a este Rey tan
particular?
Ahora bien; vamos a ver lo que hace que Jesús
sea REY :
En el
contexto en el que Jesús contesta a Pilatos: “Tú lo dices soy Rey, para eso he
venido para ser testigo de la verdad”. Vemos cómo Jesús claramente vincula su
reinado con testificar la Verdad.
Ser testigos de la verdad no es serlo de una verdad
abstracta ni dogmática, sino de la verdad de nosotros mismos y la verdad del
seguimiento de Jesús construyendo su Reino..
Ser
testigo de la verdad de nosotros mismos incluye el reconocimiento de la
propia verdad, tanto a nivel psicológico como espiritual. No puede estar en la
verdad quien no se acepta con toda su verdad, con sus luces y sombras. Cuando
alguien se acepta a sí mismo empieza ya a caminar en verdad. Ser de verdad uno
mismo, no nuestras falsas imágenes. Esto es lo que vivió Jesús. Porque llegó a
vivir profundamente la verdad de su ser pudo decir: “Yo Soy la Verdad” y es por
eso que su
realeza procede del amor de Dios.
Ser
testigo de la verdad del seguimiento de Jesús construyendo su Reino es trabajar
para hacer de este mundo un reinado en el que los últimos del mundo sean los
primeros; un reinado sin tronos, ni poder, ni ejércitos, ni palacios… sino un
reinado de sencillez, servicio, perdón, solidaridad… Un reinado de
samaritanos que cuidan heridos; un reinado donde se proclamen con la vida
las bienaventuranzas evangélicas… En definitiva es hacer verdad que su
señorío es de amor incondicional, de compromiso con los pobres, de libertad y
justicia, de solidaridad y misericordia. Y todo esto pasa por el corazón.
El reino de Jesús no es monopolio de la Iglesia católica ni de las demás
Iglesias. En él tienen cabida todos “los que adoran a Dios en espíritu y en
verdad”, todas las personas de buena voluntad, los que buscan y promueven
lealmente todo lo bueno, lo verdadero, lo noble y lo justo, los valores del
reino de Cristo.
Para seguir de verdad a Cristo Rey, necesitamos una apertura acogedora y
amorosa a la vida, al hombre y a los valores de su Reino, indispensables para
una existencia digna en la tierra, que nos garantice la vida eterna en el
paraíso, el Reino de los cielos.
Pero
sé que no es fácil pero no imposible, porque también nosotros tenemos muy
interiorizados los valores que están vigentes en este mundo... y muchas veces
incluso no podemos evitar tampoco algo de admiración por los poderosos... Pero
también, y más aún desde que la crisis que vivimos en esta sociedad, creemos
que otro mundo es posible y necesario, y tenemos la esperanza de que con Jesús
podemos hacerlo realidad, comenzando por nosotros, si vivimos como él...
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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