viernes, 27 de noviembre de 2015

Adviento es mirar al mundo...

Reflexión domingo 29 noviembre 2015
Adviento es mirar al mundo…
 Lucas 21,25-28.34-36

             Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, de una estación a otra, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan: «¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?».  Vamos a aclarar algo importante:
      Adviento: es  tiempo de alegría, tiempo de misión.
Adviento es tiempo de esperanza, de alegría, de fraternidad. Y, por supuesto, es tiempo de misión del anuncio del Señor que  está y viene y va. Por eso uno de los textos bíblicos más recurrentes en este tiempo. Adviento nos convoca a anunciar la cercanía y presencia  de nuestro Dios. A sorprendernos por la decisión divina de hacerse uno de nosotros, compartir nuestra suerte, vivir las limitaciones de lo humano.

Adviento nos convoca a reconocer al Dios que ya está presente entre nosotros pero que necesita del compromiso misionero para llegar a muchos. Vivamos, entonces, este tiempo de gracia y preparación, saboreemos la Palabra de Dios que cada domingo se nos ofrece, dejémonos interpelar por ella y anunciémosla con la alegría de quien prepara el camino al Señor y trabaja con ahínco por allanar todos los senderos.
         En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el sol, la luna y las estrellas”. Nuestras angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas, por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la falta de pan y trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas, que solo podrán ser removidas por el paso -del amor de Dios y su justicia- en el corazón del ser humano.
        El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo afrontarlos. El discípulo de Jesús tiene las mismas causas de angustia que él no creyente; pero ser cristiano consiste en una actitud y en una reacción diferente: lo propio de la esperanza que mantiene nuestra fe en las promesas del Dios liberador y que nos permite descubrir el paso de ese Dios en el drama de la historia. La actitud de vigilancia a que nos lleva el adviento es estar alerta a descubrir el “Cristo que está ” en las situaciones actuales, y a afrontarlas como proceso necesario de una liberación total que pasa por la cruz.
         Por eso el Evangelio nos llama a “estar alerta”, a tener el corazón libre de los vicios y de los ídolos de la vida (la conversión), para hacernos dóciles al Espíritu de Cristo que habita las situaciones que vivimos en nuestro entorno. Nos llama a “estar despiertos y orando”, porque este Espíritu se descubre con una Esperanza viva. La esperanza es una memoria que tiende a olvidarse, se nutre con la oración, nos adhiere a las promesas de la fe y nos inspira, cada día, la búsqueda de sus huellas en las señales del tiempo. La Esperanza cristiana se hace por nuestra entrega a trabajar para que las promesas se verifiquen en nuestras vidas.
     Los signos de los tiempos están ahí, delante de nuestros ojos orantes: crisis de todo tipo, cuerpos mutilados en una tierra herida, refugiados, inmigrantes, enfermedades, crisis de sentido, muerte, pueblos enteros humillados por el ansia de poder... No queremos ni podemos esconderlos. En nuestro camino parece que todo se derrumba, crece la angustia, no hay esperanza. La humanidad pasa por una terrible noche de sentido. Pero, a pesar de todo, nada es más fuerte que nuestra fe en Jesús. Él está en medio de nosotros, ha apostado por nosotros. Jesucristo es el rostro de la misericordia entrañable del Padre. Su Espíritu suscita señales de vida, que muchos acogen y convierten en proyectos solidarios de nueva humanidad. 
       La fe que más agrada a Dios es la esperanza, porque sabe interpretar los signos como confianza y disponibilidad, tarea misionera y compromiso. En esto consiste nuestro Adviento: en mirar al mundo, porque es nuestro, y en mirar también a Jesús, porque es lo más nuestro, lo que se nos ha dado y no se nos quitará. Solo hay un camino para no caer en la angustia y en el miedo: creer en Jesús como presencia siempre renovada, esperar de Él la salvación. La imagen más fuerte para nuestra oración es la venida de Jesús. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. 
     Hay momentos, en los que, de un modo más intenso, estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia de Jesús, cuidando la oración contemplativa. Con palabras fuertes, esperanzadoras, Jesús nos atrae hacia Él, el Espíritu nos fortalece y consuela en medio de las pruebas e incertidumbres de estos tiempos. ¡Qué fuerza tan liberadora tiene este mensaje! Hay muchos finales de muerte, pero la meta última es un final de vida, la aventura humana acabará bien porque Dios ama al mundo y ha probado su amor con obras. Frente al pánico está el ánimo animoso del que Dios es tan amigo; frente al cruzarse de brazos está  compromiso por un mundo más humano. Jesús ha creído en nosotros, por eso creemos en nosotros. Su liberación ha quedado dibujada en nuestras entrañas.
    
 Adviento nos anima a ser una pequeña luz en tanta oscuridad de este mundo…tenemos que atrevernos a vivir de una forma distinta y veremos cómo cambia este mundo.

  No caminamos movidos por el miedo sino urgidos por la esperanza. Merece la pena preparar la Navidad con el Adviento, sin frivolidad ni excesos, con esa sencilla locura de amor de María y José y de todos los pequeños de la tierra. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Jesús, el rostro de la misericordia, nos espera. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. 
 PAZ Y BIEN
HNA. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

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