viernes, 4 de diciembre de 2015

Experiencia de Salvación




Reflexión domingo 6 diciembre 2015
Experiencia de Salvación
Lucas 3,1-6
¿Te has dado cuenta cómo la temperatura parece subir antes de una tormenta?  Crea un sentido de expectativa con el viento calmándose.  Entonces vienen las lluvias para fructificar la tierra.  Podemos mirar a Juan en el evangelio hoy como el calor preparando la tierra para la lluvia renovadora.  Eso es, por supuesto, Jesús.
    No siempre se prestó atención a los vs. 1-2 de este capítulo. Ellos son una poderosa voz ; el detalle de los hombres más fuertes y encumbrados de su época es impresionante. Tiberio César era emperador y Poncio Pilato gobernador. Luego baja un escalón más y nombra a los pequeños reyes designados por Roma de entre los líderes locales: Herodes (Agripa), nieto del Herodes Antipas, y Felipe que habían sido designados tetrarcas de Galilea e Iturea, respectivamente. Lisanias – de quien no tenemos otras referencias – era tetrarca de Abilinia, una región al noroeste de Damasco. Finalmente nombra a los sumos sacerdotes Caifás y Anás.
    Es por eso que es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los acontecimientos para dejar claro que no se saca de la manga los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También se quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso, y que esta oferta implica no solo al pueblo judío sino a todo el orbe conocido: “todos verán la salvación de Dios”.
    Como buen profeta, Juan descubrió que para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo.
  
 Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio - buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de "el que ha de venir" pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.
     Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios es Abba, es decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él.  Muchas veces me he preguntado, y me sigo preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús. ¿Será que el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y tener así a la gente sometida?
    La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y a la observancia puramente externa de la Ley.
    Al ser humano se le ofrecen hoy infinidad de caminos por los que puede desarrollar su existencia. ¿Cuál será el que le lleve a la verdadera salvación? Como decía Pablo: Más que nunca necesitamos hoy crecer en sensibili­dad para apreciar los auténticos valores humanos. Precisamente porque las ofertas engañosas son más variadas y mucho más atrayentes que nunca, es más difícil acertar con el camino adecuado.
Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de    Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo.
     No encontraremos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, si nos limitamos a repetir lo políticamente correcto. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de placer inmediato acaba por desmontar la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El gusto es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida.
Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra existencia. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto gusto. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Hace ya tiempo, un ministro del gobierno, hablando de los problemas del norte de África, decía muy serio: Es que para los musulmanes, la religión es una forma de vida. Se supone que para los cristianos, no.
    Al celebrar una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del gusto. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta, caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación.
     En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriendo que está en lo hondo de nuestro ser y tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está siempre.
      El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud. Solo tanteando puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene y está en nosotros siempre como salvación. Ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

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