Reflexión 24 de diciembre 2015
La
fiesta del compromiso de Dios
Lucas
2, 01-14
En
esta noche buena…Lucas nos muestra aquí un ejemplo perfecto del género
literario "Evangelio". Esto consiste en "contar lo que sucedió,
aunque los ojos no lo vieron". Lo que vieron los ojos fue un nacimiento en
condiciones materiales penosas. Lucas sabe más, y sabe que sucedió más: sabe
quién es el niño que nace; nace el salvador, la gran alegría para todo el
pueblo.
No
podemos leer estos textos como si fueran simplemente relatos de lo que sucedió.
En todos estos textos de la infancia de Jesús, la historia tiene menos
importancia que el significado de lo que está sucediendo. Y el significado es
estremecedor: para ver a Dios, mirad a ese niño.
Nuestra fe es no
conformarse con esto. Y no nos conformamos porque nos fiamos de ese niño que
vemos hoy nacer. Somos más, hay más destino, hay otro modo de vivir, Dios está
ahí presente y habla y trabaja... La Noche de Nochebuena se convirtió en día
para los pastores porque apareció La Gloria del Señor. Es todo un símbolo: la
oscuridad de la vida humana se convierte en día por la presencia de Jesús.
Nuestra
fe suele ser también un alarde del conocimiento de Dios, el Uno y Trino, el
Todopoderoso, el Creador, el Infinito, el Providente... Todo esto fue quizá
válido hasta que Dios se dejó ver. Y fue una desilusión: ¡tenía que haber
nacido en el palacio de Herodes o mejor en el del César de Roma o quizá ser
hijo del Sumo sacerdote y nacer milagrosamente destellando resplandores! ¡Así
nadie tendría dudas y el mundo entero se postraría ante la divinidad
manifestada en gloria! Pero no fue así.
Los
judíos pedían señales, y la señal es un niño pobre nacido en un establo,
inmovilizado en pañales. Los griegos buscan sabiduría: y la sabiduría de ese niño
sólo serán sus parábolas, de las que se puede sacar tan poca filosofía ni
teología que la misma Iglesia las ha olvidado para buscar sabiduría en otras
fuentes.
Hemos
convertido la Navidad en una fiesta de ternura infantil y familias, y en fuente
de una asombrosa teología de la Encarnación que nos ha llevado hasta
prácticamente negar que ese niño es un ser humano verdadero. Con eso hemos
trivializado la Palabra.
Es
la fiesta del compromiso de Dios con nosotros contra nuestras tinieblas. No debemos ceder a la
simple ternura. Debemos subir a la contemplación, al género
"evangelio", ver lo que sucede de verdad, aunque los ojos no se
enteren de casi nada. Y debemos aprender qué es Dios solamente mirando a ese
niño.
Dios
está aquí, aunque los ojos no se enteran. Dios está con nosotros, aunque nos
parece que estamos tirados. Dios es así, aunque la mente se escandalice. Los
ojos no ven a Emmanuel ni a Dios Libertador. Navidad es para ver con los otros
ojos, los del Espíritu, abiertos por Jesús.
Ha
aparecido la gracia de Dios, para que la vida sea diferente, porque la vida es
diferente. Los evangelios empiezan verdaderamente cuando Jesús empieza a
proclamar: "Convertíos, que ya está aquí el Reino de Dios". A la luz
de esas palabras tenemos que mirar al Niño. "Convertíos", tienen que
dar la vuelta, cambiar de rumbo, ir a otro sitio, volver la cara a Dios tal
como se deja ver.
Y
oír, escuchar, atender LA NOTICIA: "El reino de Dios está aquí". Este
mundo no es la noche de la injusticia, de la desgracia, de la muerte, de la
ausencia de Dios. El Niño revela que este mundo puede ser "EL REINO".
La
nochebuena está llena de símbolos, y debemos vivirla así. Es de noche, sólo
unos pastores vigilan los rebaños. Belén está llena de bulla de posadas a
rebosar. En una cuadra aparte una pareja pobre está en apuros. Pero la noche se
ilumina con la Gloria y la palabra del Señor. La recibe la gente sencilla y son
capaces de interpretar bien una señal que no es señal de nada: un niño
envuelto, como todos, en pañales, y colocado, peor que todos, en un pesebre.
Y
todo esto dispara la pregunta afilada, ineludible: ¿dónde está tu Dios? No lo
busques como los Magos en el Palacio del Rey, ni en la sagrada Jerusalén. No en
el templo, no en el culto, no en el sacerdocio, no en el palacio, no en la
sabiduría de los escribas/teólogos. Ni siquiera en su casa, ni en el día. La
Nochebuena es un gran un desafío. Esto va a ser para nosotros Jesús. Creer a
Dios sin ver nada del otro mundo. ¡Qué señal, un niño pobre en un pesebre! ¡La
gloria de Dios que sólo es visible para cuatro pastores miserables!
Navidad
es para ver a Dios donde los ojos no lo ven. No es nada fácil ver a Dios en el
niño que ha nacido. En realidad sólo lo podemos ver porque sabemos quién será
ese niño. No creemos en Jesús porque lo vemos en el pesebre. Creemos en el Niño
del pesebre porque ya sabemos quién es.
Es
eso lo que nos pasa con la vida. No es fácil, quizá sea imposible, creer en
Dios despegando hacia Él desde lo que ven los ojos en este mundo. Vemos tanta
injusticia, tanto dolor de inocentes, tanto sin-sentido, que nos resulta áspero
ver ahí la mano de Dios. Y es que tiene que ser al revés. Creemos en Dios y
después intentamos iluminar la noche de la vida con esa fe.
Por
eso, el signo de la Navidad es la luz en la noche, contemplada por los más
sencillos. Esta noche no se van a enterar de nada los sabios y teólogos de
Israel. Para ellos no ha pasado nada. Esta noche no se va a enterar de nada el
Rey Herodes, y cuando se entere se dará cuenta inmediatamente de que ha nacido
un peligro mortal para él y procurará destruirlo.
Esta
es la noche de creer en los valores enterrados en el corazón de toda la gente,
que es donde descubrimos, con sorpresa y con gozo, que verdaderamente el Reino
de Dios sí que está en el corazón de todos los hombres. La noche sigue siendo
noche, sigue habiendo dolor y vejez y desgracia, nos siguen apeteciendo mil
cosas que nos degradan; vivimos en la noche. Pero en la noche hay luz para ver
más cosas y más verdaderas. Esa luz es Jesús.
Como
San Francisco de Asís esta noche contemplemos al niño Jesús.
AMIGOS
FELIZ NAVIDAD QUE DIOS NOS BENDIGA SIEMPRE…
PAZ
Y BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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