viernes, 18 de diciembre de 2015

Confianza sin límites

Reflexión domingo 20 diciembre 2015
Confianza sin límites...
Lucas 1,39-45
El texto que acabamos de leer es exclusivo de Lucas. Todo el conjunto tiene un sentido simbólico; desde la primera palabra significa levantarse, surgir; y que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que se emplea para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida, la del Espíritu, que le lleva a darse a los demás.

La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. María y Jesús (lo más grande) se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo, una visita. Todo acontece fuera del marco de la religiosidad oficial.

Desde ahora, a Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, donde se desarrolla la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría.

Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu Santo el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” ¿Cuántas veces se habrá repetido esta alabanza a través de los siglos?

“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa tú que has creído”. Aquí creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza sin límites en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación del texto evangélico que hemos leído, María pasa el elogio a Dios con el canto del magníficat.

Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús, es presentarlo como una persona de carne y hueso, pero extraordinario ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fue una figura histórica. El Nuevo Testamento hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento.

Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas para referirse al mismo Jesús, es muy distinto. Basta comparar los relatos de la infancia de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia. Tanto unos como otro, no se puede tomar al pie de la letra; hay que interpretarlos para que nos lleven al verdadero mensaje.

A esa vivencia de Jesús, hacen referencia las palabras de la carta a los Hebreos que acabamos de leer. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las expectativas de Dios sobre él.

La clave de la salvación que aporta, está en esa frase: "Aquí estoy para hacer tu voluntad." No se trata de ofrecer a Dios “dones”, del tipo que sea. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es la caracte­rística de una persona volcada sobre su verdadero ser, proyectada hacia lo divino que hay en él.

Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios “no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias”. Sólo haciendo su voluntad, damos culto a Dios. En Juan, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” y "El Hijo no hace nada que no vea hacer al Padre".

Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieran la “naturaleza” de Dios y la de Cristo y vieran que coincidían, sino porque descubrieron que Jesús cumplió, en todo, la voluntad de Dios. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía.

Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, ser imagen del padre. Esa fidelidad al ser del padre era lo que convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin ningún género de duda, Hijo de Dios.

Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios, que le iba diciendo lo que debía hacer. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubrién­dola a lo largo de su vida, lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no sólo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimien­tos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios.

‘La voluntad de Dios’ no es algo añadido a nuestro ser o venido de fuera. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios, es ser fiel a sí mismo.

En todas las épocas, y todos los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso” hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir.

Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van casi todas las oraciones, los sacrifi­cios, las promesas, votos, etc. que las personas “religiosas” hacemos a Dios.

Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Damos por supuesto que Jesús no tenía nada de qué ser salvado. Pero es que falla la idea de salvación que manejamos.

Como consecuencia de nuestro maniqueísmo, creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo (pecado). La salvación de Dios nunca puede consistir en algo negativo (quitar) sino que consiste en alcanzar la plenitud humana que paradójicamente, está más allá de lo simplemente humano.

Todo ser humano comienza su andadura como un proyecto que tiene que ir desarrollándose. Jesús llevó ese proyecto, “querido por Dios”, al límite. Por eso es el Hijo de Hombre, el hombre acabado, el hombre perfecto. Por eso hace presente a Dios, por eso es Hijo.

Jesús, descubriendo las exigencias de su ser y llevándolas a la práctica, desplegó todas las posibili­dades del ser humano y nos ha marcado el camino que nosotros debemos seguir para alcanzar también la misma plenitud.

Pero cada uno debe recorrer su propia senda. Partiendo siempre de nuestra realidad concreta. Nadie puede recorrer el camino por nadie. Nadie puede tomar el camino de otro como modelo. La meta sí es la misma para todos, pero el punto de salida es siempre distinto para cada uno.

Los demás pueden ayudarme a descubrir mi camino, incluso, pueden decirme que voy por el camino equivocado, pero nunca podrán recorrerlo por mí; nunca podrán hacer lo que tengo que hacer yo, porque la meta de todo el recorrido es el centro de mi propio ser.

El relato evangélico de hoy, nos quiere transmitir que María descubre al verdadero Dios dentro de ella misma. Ese descubrimiento le impulsa al servicio, “fue a toda prisa a la montaña”.

Todo el mensaje del evangelio de Lucas está condensado en este sencillo relato. La escena nos está diciendo que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La salvación no puede quedar encerrada en uno mismo; si es verdadera, la llevaremos a donde quiera que vayamos, aún sin proponérnos­lo.

La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Una vez más descubrimos el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús. Por dos veces en tan corto espacio nos dice que saltó la criatura en su vientre.

La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la tradición, sino que lo integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al Antiguo Testamento.

En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo nunca será auténtico.


Cuando pretendemos una salvación personal, al margen o en contra de los demás, estamos a años luz del evangelio. Eso es lo que hacemos todos, todos los días. Una vez más volvemos a lo mismo. Salvarse no es potenciar nuestro “ego”, sino deshacernos del ego en beneficio de los demás.

La lucha feroz por acumular más bienes materiales sin discernir si, el acaparar sin medida, está privando a otros seres humanos de los medios imprescindibles para su supervivencia, está en la antípoda del mensaje evangélico. María nos está diciendo, que no hay manera de descubrir a Dios sin volcarse en el prójimo.

PAZ  Y BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

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