Reflexión
domingo 20 diciembre 2015
Confianza sin límites...
Lucas 1,39-45
El texto que acabamos de leer es exclusivo de Lucas. Todo el conjunto
tiene un sentido simbólico; desde la primera palabra significa levantarse,
surgir; y que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que se
emplea para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva
vida, la del Espíritu, que le lleva a darse a los demás.
La
visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. María y Jesús
(lo más grande) se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el
signo más sencillo, una visita. Todo acontece fuera del marco de la
religiosidad oficial.
Desde ahora, a Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, donde se
desarrolla la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión,
llevar a otros la salvación y la alegría.
Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en
un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu Santo el que provoca esa
alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
¿Cuántas veces se habrá repetido esta alabanza a través de los siglos?
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa
tú que has creído”. Aquí creer no significa la aceptación de
verdades, sino confianza sin
límites en un Dios, que siempre quiere lo
mejor para el ser humano. A continuación del texto evangélico que hemos leído,
María pasa el elogio a Dios con el canto del magníficat.
Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús, es presentarlo
como una persona de carne y hueso, pero extraordinario ya desde antes de nacer.
Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús
no fue una figura histórica. El Nuevo Testamento hace siempre referencia a una
historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al
hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento.
Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los
evangelistas para referirse al mismo Jesús, es muy distinto. Basta comparar los
relatos de la infancia de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos
cuenta de la abismal diferencia. Tanto unos como otro, no se puede tomar al pie
de la letra; hay que interpretarlos para que nos lleven al verdadero mensaje.
A esa vivencia de Jesús, hacen referencia las palabras de la carta a los
Hebreos que acabamos de leer. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano
como nosotros, que supo responder a las expectativas de Dios sobre él.
La clave de la salvación que aporta, está en esa frase: "Aquí
estoy para hacer tu voluntad." No se trata de ofrecer a Dios “dones”,
del tipo que sea. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud
es la característica de una persona volcada sobre su verdadero ser, proyectada
hacia lo divino que hay en él.
Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios “no acepta holocaustos ni
víctimas expiatorias”. Sólo haciendo su voluntad, damos culto a Dios. En Juan,
dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” y "El Hijo no
hace nada que no vea hacer al Padre".
Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo
de Dios porque descubrieran la “naturaleza” de Dios y la de Cristo y vieran
que coincidían, sino porque descubrieron que Jesús cumplió, en todo, la
voluntad de Dios. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía.
Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido
engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, ser
imagen del padre. Esa fidelidad al ser del padre era lo que convertía a alguien
en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin
ningún género de duda, Hijo de Dios.
Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios,
que le iba diciendo lo que debía hacer. Como cualquier mortal, tuvo que ir
descubriéndola a lo largo de su vida, lo que Dios esperaba de él. Siempre
atento, no sólo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimientos
y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era
para él, y de lo que él era para Dios.
‘La voluntad de Dios’ no es algo añadido a nuestro ser o venido de
fuera. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud.
De ahí que, ser fiel a Dios, es ser fiel a sí mismo.
En todas las épocas, y todos los seres humanos han intentado hacer la
voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso”
hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace
lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir.
Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos
sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a
cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van casi todas las oraciones,
los sacrificios, las promesas, votos, etc. que las personas “religiosas”
hacemos a Dios.
Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad.
Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la
encarnación, esta idea resulta desconcertante. Damos por supuesto que Jesús no
tenía nada de qué ser salvado. Pero es que falla la idea de salvación que
manejamos.
Como consecuencia de nuestro maniqueísmo, creemos que salvarse consiste
en librarse de algo negativo (pecado). La salvación de Dios nunca puede
consistir en algo negativo (quitar) sino que consiste en alcanzar la plenitud
humana que paradójicamente, está más allá de lo simplemente humano.
Todo ser humano comienza su andadura como un proyecto que tiene que ir
desarrollándose. Jesús llevó ese proyecto, “querido por Dios”, al límite. Por
eso es el Hijo de Hombre, el hombre acabado, el hombre perfecto.
Por eso hace presente a Dios, por eso es Hijo.
Jesús, descubriendo las exigencias de su ser y llevándolas a la práctica,
desplegó todas las posibilidades del ser humano y nos ha marcado el camino que
nosotros debemos seguir para alcanzar también la misma plenitud.
Pero cada uno debe recorrer su propia senda. Partiendo siempre de
nuestra realidad concreta. Nadie puede recorrer el camino por nadie. Nadie
puede tomar el camino de otro como modelo. La meta sí es la misma para todos,
pero el punto de salida es siempre distinto para cada uno.
Los demás pueden ayudarme a descubrir mi camino, incluso, pueden decirme
que voy por el camino equivocado, pero nunca podrán recorrerlo por mí; nunca
podrán hacer lo que tengo que hacer yo, porque la meta de todo el recorrido es
el centro de mi propio ser.
El relato evangélico de hoy, nos quiere transmitir que María descubre al
verdadero Dios dentro de ella misma. Ese descubrimiento le impulsa al servicio,
“fue a toda prisa a la montaña”.
Todo el mensaje del evangelio de Lucas está condensado en este sencillo
relato. La escena nos está diciendo que la verdadera salvación siempre
repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente
la comunicará. La salvación no puede quedar encerrada en uno mismo;
si es verdadera, la llevaremos a donde quiera que vayamos, aún sin proponérnoslo.
La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que
Isabel llevaba en su vientre. Una vez más descubrimos el empeño por dejar a
Juan por debajo de Jesús. Por dos veces en tan corto espacio nos dice que saltó
la criatura en su vientre.
La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la
tradición, sino que lo integra y transforma. El relato está haciendo constantes
referencias al Antiguo Testamento.
En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado
porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro
destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo
nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo nunca será auténtico.
Cuando pretendemos una salvación personal, al margen o en contra de los
demás, estamos a años luz del evangelio. Eso es lo que hacemos todos, todos los
días. Una vez más volvemos a lo mismo. Salvarse no es potenciar nuestro “ego”,
sino deshacernos del ego en beneficio de los demás.
La lucha feroz por acumular más bienes materiales sin discernir si, el
acaparar sin medida, está privando a otros seres humanos de los medios
imprescindibles para su supervivencia, está en la antípoda del mensaje
evangélico. María nos está diciendo, que no hay manera de descubrir a Dios sin
volcarse en el prójimo.
PAZ Y BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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