sábado, 30 de enero de 2016

Dios no es propiedad de nadie...

Reflexión domingo 31 enero 2016
Dios no es propiedad de nadie…
Lucas 4,21-30
La sinagoga de Nazaret, el pueblo de Jesús, está totalmente abarrotada. Todos han escuchado con atención cómo Jesús hace suyas las palabras del profeta Isaías y define su misión como el anuncio de la Buena Noticia a los pobres y la liberación a los cautivos. Hay una emoción generalizada en sus paisanos cuando le escuchan decir que “hoy se cumple esta escritura que acaban  de oír”. No obstante la alegría, la aprobación de sus palabras y el reconocimiento por parte del pueblo, hay algo que hace que cambie el rumbo de los acontecimientos. Uno de los asistentes se pregunta: ¿No es este el hijo de José?
El cambio de rumbo de la visita de Jesús a su pueblo me ha sugerido dos reflexiones, una sobre el fondo del mensaje y otra sobre la forma de anunciarlo.
Un Dios de todos y para todos. El entusiasmo del pueblo, causado por el anuncio de ser destinatario de la acción liberadora de Dios, se ve trucado por la pregunta de aquél anónimo participante de la celebración en la sinagoga: “¿No es este el hijo de José?” y por la respuesta que recibe de Jesús: “Seguro que me dirás aquel refrán: médico, sánate a ti mismo. Lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm, hazlo aquí, en tu ciudad. Y añadió: les aseguro que ningún profeta es aceptado en su patria”.
¿Por qué se rompe el encanto? Jesús, para confirmar lo del refrán, trae a la memoria lo acontecido en tiempos de los profetas Elías y Eliseo cuando los destinatarios de la acción liberadora de Dios fueron dos extranjeros: la viuda de Sarepta y Naamán, el sirio. Los paisanos de Jesús creían ser los únicos destinatarios de la acción de Dios porque ellos eran el pueblo elegido, el pueblo de la promesa y sentían que, ese privilegio, no tenía por qué ser compartido con los paganos, los gentiles y los extranjeros a quienes consideraban despreciables. En su imaginario se sentían los “propietarios de Dios” pero Jesús, con su acción profética y provocadora en la sinagoga, les desmonta esa convicción. El Dios revelado por Jesús no tiene propietarios, Dios no es propiedad de nadie, es de todos y para todos y su acción liberadora se ofrece a todas las personas que, independientemente de su origen, raza o religión, dejan una grieta en su corazón para dejarse tocar por el amor misericordioso del Padre. Como dice el Papa Francisco “Dios nos aguarda, espera que le concedamos tan solo esa mínima grieta para poder actuar en nosotros, con su perdón, con su gracia:” (El nombre de Dios es misericordia, Cap. III).
Que importante para nosotros, en este tiempo caracterizado por la pluralidad y la diversidad, tener la mente y el corazón abiertos para acoger y mantener abiertas las puertas del diálogo y el encuentro desde la humildad de quienes no se sienten dueños de la verdad y, mucho menos, dueños de Dios.
El rescate de lo sencillo. Uno de los actuales desafíos que tenemos los discípulos de Jesús es la transmisión de la fe a los hombres y las mujeres del siglo XXI. Les comparto las dos mociones que me ha suscitado la reflexión.
Frente a la sociedad del espectáculo, de la figuración y de la búsqueda, a veces enfermiza, de buen nombre o de relevancia social; la transmisión de la fe, a la manera de Jesús, se hace en las distancias cortas, en la sencillez del encuentro y el diálogo entre hermanos donde se comparte la experiencia gozosa de creer en aquél que da sentido a lo que somos y hacemos. ¿No es este el hijo de José?… Es probable que las expectativas del autor de la pregunta se hayan desmoronado cuando constata que el profeta que anuncia el don de Dios es un hijo del pueblo, un hombre sencillo que no necesita de ninguna otra explicación para testimoniar y mostrar el rostro del Padre. Y es que Dios es así: sencillo, humilde y que le gusta trabajar la hondura del corazón y no las apariencias. Hoy, cuando la relevancia social se mide por el número de seguidores en Twitter o de “amigos” en Facebook; o por la capacidad de convocar actos multitudinarios y con alta repercusión mediática, nos convendría volver a lo esencial, despejar de tantos adornos el evangelio y compartir, desde la sencillez de la vida, nuestra fe.
Frente a la proliferación de las palabras y los discursos señalar el valor inestimable de la coherencia. El mundo de hoy necesita más testigos que textos. La transmisión de la fe tiene en el testimonio de las personas que intentan vivir a la manera de Jesús el mejor y más eficaz de sus medios. Nuestra vida, más que nuestras ideas, son las que interpelan a otros para abrirse al don de la fe.

Pidamos al Dios humilde y sencillo que haga de nuestras comunidades hogares abiertos, donde todas y todos puedan encontrar el horizonte de sentido de sus vidas y en las que la fe se comparte, fundamentalmente, en el encuentro sencillo de los hermanos.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

miércoles, 27 de enero de 2016

No solo lo anuncia sino que lo vive...


                                                                                                              Reflexión domingo 24 enero 2016
No sólo lo anuncia sino que lo vive…
Lucas 1,1-4;4,14-21
En el Evangelio de hoy podríamos decir que Jesús presenta su programa, es muy corto, ni siquiera es de él, está tomado de Isaías y tiene sólo cinco puntos: “1-Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, 2-para anunciar a los cautivos la libertad, 3-y a los ciegos, la vista, 4- para dar libertad a los oprimidos, 5-para anunciar el año de gracia del Señor”.
Interesante si además tenemos en cuenta sus únicas palabras originales, (debe ser el sermón más breve de la historia): “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Y se cumple en él, lo veremos a los largo de sus años de predicación, con los leprosos, los enfermos, los ciegos, los marginados…, no sólo lo anuncia sino que lo vive. Su vida será anunciar la Buena Noticia a los pobres. Si ser cristiano, como decía el catecismo: es ser discípulo de Cristo, debemos seguir su programa y saber bien en lo que tenemos que comprometernos, para que se vea en nosotros que somos testigos de Jesús.
El Reino de Dios y el Año de Gracia, estamos en el Año de la Misericordia, llega para los enfermos impotentes ante su enfermedad; para los leprosos aislados de la comunidad y del culto; para los extranjeros y refugiados; los cismáticos-samaritanos, (ahora que celebramos la semana de oración por la Unidad de los Cristianos); para los hombres y mujeres de mal vivir; etc. No en vano fue acusado de comer con los pecadores, de tomar contacto con los más bajos, de simpatizar con los niños y las prostitutas o adulteras; en fin, de propiciar una autentica subversión del orden existente.
Si bien es cierto que la liberación y el Año de la Misericordia tiene un matiz de interioridad, que afecta al corazón mismo de las personas, también es cierto que jamás puede excluir el acento social que implica la caridad política. La sociedad e incluso algunos en la Iglesia, soportan muy bien que hagamos obras de misericordia y caridad, más difícil les resulta entender que pidamos el cambio de las estructuras opresoras. El Año de Gracia era esto: se perdonaban todas las deudas, las posesiones de casas y tierra volvían a los primitivos dueños cada 50 años. Parece que no se cumplía, pero la proclamación por parte de Jesús, nos da las pistas para construir el Reino. El programa de Jesús nos espera.
La proclamación de la Ley y del programa de Jesús, entendido como norma de vida, no sólo no es motivo de tristeza, sino todo lo contrario, provoca la fiesta y la alegría entre los creyentes. Que en esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, el Señor, como rezamos en la plegaria eucarística, nos lleve a la unidad por la caridad. “Todos nosotros, judíos y  griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados por un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo” nos recuerda la segunda lectura. Que cada uno asuma su responsabilidad en comunión con todos los hermanos, para que el bautismo común de todas las Iglesias cristianas, sea expresión viviente del programa de Jesús: el Reino de Dios.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


La primera señal del amor de Dios


Reflexión domingo 17 enero 2016
La primera señal del amor de Dios…
Juan 2,1-11
No necesitamos mucha imaginación, para conectar la boda de Caná, con Jesús, que viene a desposarse con su novia, la humanidad, el pueblo de Dios, que busca el Reino, montones de veces representado por una comida. Banquete, que es eucaristía, en la que se toma el vino de la sangre derramada y en el que están presentes: la comunidad, los discípulos y María. La boda es fiesta, cosa que no siempre tenemos presente los cristianos, que a veces miramos un poco de reojo, lo que es diversión, placer y alegría. Todos están invitados, pero a la hora de brindar: “Faltó el vino”.
Es María la que se da cuenta y se adelanta a buscar una solución: “La madre de Jesús le dijo: No les queda vino. Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”. La respuesta de Jesús podemos interpretarla de diversas maneras, no la llama madre sino “mujer” y continúa con un: “Déjame, todavía no ha llegado mi hora”, que no es muy alentador. Pero eso no desanima a María que aconseja a los sirvientes ponerse a disposición de Jesús: “Haced lo que él diga”. Es la creyente que es capaz de percibir las cosas y las situaciones, más allá de lo inmediato y sobre todo es la que lleva a Jesús.
El agua debe ser convertida en vino, no se puede aguar la fiesta. Los sirvientes llenan hasta arriba de agua seis tinajas de cien litros, los invitados deben ser numerosos y aquellos novios están a punto de hacer el ridículo. La gente siguió bebiendo y disfrutando, sin darse cuenta del signo. El mayordomo se percata al probarlo, de que este vino del final es bueno y se lo comenta al novio, en caso de apuro igual se le hubiera ocurrido echar agua al vino. Seguimos con el simbolismo, es preciso ponerse al servicio de Jesús, el cuenta con nosotros para hacer sus signos, no debemos aguar la vida, ni aguar el Evangelio. El amor de Dios quiere nuestro bien y el de este matrimonio, pero no olvidemos que necesita de nuestra acción, de nuestra vida, de nuestra disponibilidad: “Y las llenaron hasta arriba”.
Intencionadamente el relato termina con estas palabras: “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él”. Jesús da la primera señal del amor de Dios, un amor tierno y delicado como el de los novios, (que nos recuerda también la primera lectura: “Te llamarán Mi favorita, Desposada…), que sabe estar en los momentos delicados, que es sensible a cuanto afecta a nuestra vida y a nuestra felicidad. Este primer signo viene a decirnos que Jesús establece un nuevo estado de vida: un matrimonio en que el novio y la novia, Dios y su pueblo, se unen en la felicidad que da el amor.
Hasta el final, nuestra tarea será intentar seguir cambiando el agua en vino, hacer de la vida una fiesta, que al fin y al cabo es el gran objetivo del Evangelio. El cristianismo no es depresión, negativismo, ni pesimismo, hemos sido llamados a crear una comunidad que sea una auténtica fiesta: una fiesta en la que nadie se sienta marginado, aislado u olvidado. Se nos convoca a participar de un banquete de bodas en el que el vino será dado en abundancia. Vivir la Eucaristía, es poner alegría donde hay tristeza, amor donde hay odio, unidad donde hay división. Este es el signo de la presencia de Jesús en nuestra vida. ¡Venid a la boda!, que no nos falte la alegría en la vida y el entusiasmo en la Iglesia.
Paz y bien
                                                                                        Hna. Esthela Nineth Bonardy  Cazón                                                                                                           Fraternidad Eclesial Franciscana

Proclamación del Padre

Reflexión domingo10 enero 2016
Proclamación del Padre…
Lucas 3,15-16.21-22
Dicen los entendidos que las fiestas de Navidad, Epifanía y el Bautismo se complementan, pues nos hablan de la manifestación de Dios por medio del Hijo y hoy además en el Espíritu. En el texto aparece toda la comunidad trinitaria: la voz del cielo (el Padre), la paloma (el Espíritu) y el Hijo. No es por lo tanto un relato cualquiera, sino un momento inicial y central en la vida de Jesús. Al ser bautizado, Jesús tomo conciencia de la misión a la que era llamado por el Espíritu, (misión que podemos entender leyendo toda la primera lectura  de Isaías). El bautismo es el nacimiento a los tres años de vida pública de Jesús y la proclamación por parte del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
“Yo los bautizo con agua; Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”, ¿hay dos tipos de bautismo?, parece que sí. Siendo el bautismo la puerta de entrada a la Iglesia, el verdadero nacimiento del cristiano, no es por tanto un rito más, sino un compromiso, una llamada para seguir las insinuaciones del Espíritu. En muchas ocasiones olvidamos el Espíritu y lo más importante creemos, que son  nuestras normas, (no están casados, los padrinos no están confirmados…), no falta razón y es verdad que en nuestros países hay muchos que podríamos decir que están bautizados con agua, incluso este es un tema que en las comunidades y en los sacerdotes produce una cierta esquizofrenia.
El mismos Papa nos recuerda: “La Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es la puerta, el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (Evangelii Gaudium, nº 47)
Lo esencial es que todos hemos recibido el Espíritu que nos invita a un compromiso con la justicia: primera lectura y segunda: “paso haciendo el bien”; a trabajar por la unidad y reconciliación de todos los hombres; a la vivencia de la igualdad y la fraternidad. Él es una paloma que nos trae la libertad interior y que Pablo opondrá en muchas ocasiones a la letra, la carne, la institucionalización, la ley, la rigidez, el formalismo. Por eso no podemos recibir un bautismo nuevo, si no nos desprendemos de nuestro egoísmo, de nuestros esquemas, de la comodidad e instalamiento. Necesitamos dejarnos invadir por ese viento que nos lleva más allá de nuestros cálculos, tradiciones, teologías, códigos, pastorales. Nada puede atar al Espíritu.
El bautismo es un serio compromiso como lo fue para Jesús, bautizar por tradición o costumbre no deja de ser un contrasentido. Pero negar la fuerza del Espíritu, es en ocasiones estar centrados demasiado en nosotros mismos, destacar constantemente los errores ajenos, no estar abiertos al perdón, a la ternura, en definitiva al Evangelio. No es fácil el dilema; como dice el texto: “Mientras oraba, se abrió el cielo”, oremos. Quizás la Iglesia necesite retirarse un tiempo para purificarse de tanto polvo acumulado, dejándonos todos invadir por el Espíritu que sopla fuertemente sobre tantos hombres que aman la justicia.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

sábado, 16 de enero de 2016

Buscamos al que es la vida y la verdad…



Reflexión 6 de enero 2016
Buscamos al que es la vida y la verdad…
Mateo 2,1-12
Jesús es el nuevo Moisés. Moisés fue para los hebreos el libertador, el salvador, el guía hacia la Tierra Prometida. Y fue también un gran legislador. Mateo viene a decir a los cristianos: para nosotros, Jesús es el auténtico libertador y salvador, sin punto de comparación con Moisés. Es  nuestro guía y camino, el encuentro definitivo con Dios. Jesús es para nosotros con su vida de entrega, la auténtica ley.

Estamos obligados a definirnos ante Jesús. Ante la llegada de Jesús, hay dos posturas: de aceptación o de rechazo. Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas buscan la muerte de Jesús.  Pero los Magos aceptan a Jesús. A ellos se les revela Dios. Buscan al que es la vida. Ponen todos los medios para alcanzar la meta que se han propuesto: encontrar a Jesús, el recién nacido. Para eso, dejan su país y emprenden un largo camino. Al desaparecer la estrella, preguntan. No cejan hasta dar con el lugar donde se encuentra el misterio.

El evangelio de Mateo se escribe hacia el año 80. Su comunidad, formada en principio por judíos, estaba compuesta, mayoritariamente, por cristianos gentiles. Los Magos, y como ellos muchos otros gentiles, buscan y aceptan a Jesús. Los judíos, aquí representados por Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas, le rechazan.

Todo esto nos lleva también a nosotros a preguntarnos: ¿Nos parecemos en algo a los Magos, es decir, buscamos al que es la vida y la verdad con la diligencia de ellos?

La estrella que ven los Magos, es Jesús, aparecido en la historia para ser guía de los hombres de buena voluntad que se abren al misterio de Dios.

Todo puede convertirse en estrella, en epifanía: las pruebas, el paso de los años, la enfermedad. Todo eso puede ser luz, desvelamiento del misterio de Dios. Y nos marcan el camino a seguir.

 Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

Un ser divino era proyecto...




Reflexión domingo 3 de enero 2016
Un ser divino era el proyecto…
Juan 1,1-18
Por dos veces en este corto tiempo de Navidad, nos propone la liturgia este evangelio. Ni en dos ni en diez homilías agotaríamos el contenido de esta página de la Escritura; sin duda la más sublime que se haya escrito nunca. Por eso mismo es tan difícil de comprender. Cualquier explicación que demos, será siempre provisional y limitada porque sólo la experiencia interior nos puede llevar al conocimiento. Una vez más, se trata del tema de la encarnación, que nunca llegaremos a comprender del todo.

Ya comentamos el día de Navidad que es el Verbo el que nos explica quién es Dios, no al revés. La tercera frase podría traducirse por un ser divino era el proyecto”, No terminamos de creernos que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que no dice.

Haciendo Dios a Jesús nos dispensamos de aceptar a un Dios fundido con lo humano. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo, ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, sino en el hombre...

Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos pensar en Jesús, que se identifica con Dios, pero dejando bien claro que eso no nos afecta para nada a nosotros, o sólo nos afecta de manera extrínseca.

"...Estaba junto a Dios". Es una frase muy importante que expresa a la vez dos cosas: Proximidad y distinción. La traducción del griego (pros ton theon) sería: estaba "junto a", "vuelto hacia" Dios. El adverbio "pros" puede tener sentido estático o dinámico, de compañía o de movimiento. El sentido más aproximado sería: en íntima unión con Dios, fruto de una relación, sin considerarlo absolutamente idéntico a Dios.

El Verbo es la Palabra de Dios. Recordemos que el mismo Juan nos dice: "El Padre es mayor que yo". Aunque también dice: "Yo y el Padre somos uno". Debemos tener en cuenta que para un judío era imposible aceptar otro ser equiparado a Dios. Para ellos Dios era el único y totalmente otro. En cambio los griegos estaban predispuestos a interpretar la existencia de Jesús como otro ser igual a Dios, aceptando el politeísmo. La primera comunidad cristiana se desarrolló entre las dos culturas, Y tuvo dificultad para expresar la realidad de Jesús en relación a Dios.

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Es otro texto que solemos entender al revés. La ilumina­ción viene precisamente porque ha llegado la Vida. Esta idea va más allá de la mentalidad judía. Para ellos la Ley era la luz que ilumina y salva. Sin luz (Ley) no podía haber vida (salvación).

La idea de que la Vida es anterior a la luz, es clave para entender el evangelio de Juan. Dios por medio de la Palabra, comunica la Vida, y es la Vida comunicada, la que da luz, la que permite la comprensión de lo que es Jesús y de los que es Dios. Se entiende mal a Juan, si se quiere ver en Jesús un maestro de verdades que dan vida. Jesús es dador de Vida, la misma que el Padre le ha dado a él, y así ilumina al hombre. Si queremos entender el misterio de la encarnación, el único camino es la vivencia, descubrimiento interior de la realidad de Dios dando consistencia a mi ser.

Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. Con frecuencia nos pasamos por alto esta seria advertencia repetida tres veces en distintos versículos. En Jesús se hizo patente esa presencia de Dios, pero a pesar de ello, muy pocos de los que estaban a su alrededor fueron capaces de descubrir esa presencia. Hasta a los más íntimos, que vivieron con él durante años, les costó Dios y ayuda para descubrir la realidad de Jesús. Hoy la culpa de que el mundo siga sin reconocer a Jesús, la tenemos los que decimos seguirle. Hablamos demasiado de Jesús, pero la verdad es que a la hora de vivir como él dejamos mucho que desear. Si todos los que nos llamamos cristianos viviéramos como él vivió, todo cambiaría.

Pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Recibir a Cristo significa creer en él, identificarse con él. Repetir la actitud y la relación con Dios que él mismo tuvo. “Les dio poder para ser hijos de Dios”, no quiere decir que, desde fuera se haya añadido algo a lo que eran. Se trata de un descubrimiento y vivencia de una realidad que está en todos y cada uno de los seres humanos. No se trata de negar la originalidad de Jesús. Juan deja muy clara la diferencia  entre ser Hijo referido a Jesús y ser hijos referido a nosotros. Determinar esa diferencia es una de las claves para poder entender todo el mensaje de Juan. "Subo a mi Padre y vuestro Padre..."

En el AT ya se utilizaba el título de hijo de Dios. Se aplicaba:
a) a los ángeles
b) al rey
c) al pueblo judío en su conjunto.

Ninguna de estas ideas sirve para comprender lo que Juan quiere decir. Los estratos más primitivos de la tradición cristiana, “Hijo de Dios” lo entienden en sentido mesiánico. Sería el enviado a cumplir una tarea de salvación. No tenía nada que ver con la generación ni con su pertenencia sustancial a la divinidad. Esta manera de hablar tampoco nos indica lo que Juan quiere decir. El mensaje de Juan va más allá de todo lo que podemos encontrar en el AT y en la primera comunidad sobre un Mesías Salvador. Este lenguaje es fruto de setenta años de experiencia mística cristiana y muestra una comprensión de Jesús que no podían tener los apóstoles ni sus primeros seguidores.  

A pesar de lo dicho, la raíz de la idea de Hijo que Juan quiere trasmitirnos, hay que buscarla en la Sabiduría de los libros sapienciales. Como se lee en la primera lectura de hoy, la Sabiduría, existía antes de la creación, participaba de la vida divina y era el agente de la creación y salvación. Esta idea unida a la cristolo­gía mesiánica da origen a la genial visión de Juan: "Hijo de Dios" o simplemente "el Hijo". El ser preexistente, vuelto hacia el Padre, que se hace carne para llevar a cabo el encargo (proyecto) del Padre: hacernos hijos. Para la mentalidad semita, hijo es aquel cuya actividad corresponde a la del Padre. En el 5,19 dice Jesús: "Un hijo no puede hacer nada que no vea hacer al Padre".

Tenemos aquí una perspectiva nueva para entender lo que quiere decir el NT con los conceptos de Padre e Hijo. Para un semita, era verdadero hijo el que obedecía en todo al Padre; el que salía al padre. Cuando a una persona se le quería introducir en el ámbito de la familia se le llamaba hijo. Lo más importante de ser hijo, no es la dependencia biológica, sino actuar como el padre actúa. Que Jesús es Hijo de Dios, no lo podemos adivinar porque sepamos que es de su misma naturaleza, sino por ver que actúa como Dios. Nacer de Dios sería actuar como Dios. Este es el signo del nuevo nacimiento. La fe en Jesús nos capacita para actuar como Dios. Esto es lo que hizo Jesús. Esto es lo que debemos hacer nosotros.

Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Juan no da ninguna importancia a la procedencia biológica de Jesús. Después de dejar clara su preexistencia, comienza su evangelio con el verdadero nacimiento, el del Espíritu. Dice el Bautista: “Yo he visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él”. Aquí se deja claro que la generación biológica no tiene ninguna importancia. Lo que verdaderamente importa es nacer de Dios. A Nicodemo le dice Jesús: “Hay que nacer de agua y de Espíritu”;  “Lo que nace de la carne es carne...”


Y la Palabra se hizo carne...” Carne es el hombre sometido a su debilidad, pero susceptible de recibir el Espíritu. Carne no es lo contrario de espíritu, sino la posibilidad de que el espíritu se manifieste.

La revelación de Dios no es una enseñanza, sino su misma persona. El concepto bíblico de sabiduría no tiene nada que ver con lo que nosotros entendemos por sabiduría. No se trata de un conocimiento intelectual especializado, sino una aceptación viva de lo que Dios es. Al hacerse carne, la Palabra ni dejó de ser Palabra, ni dejó de ser Dios. Al contrario, al hacerse carne la Palabra desarrolla su función al máximo. La finalidad de la  palabra es  comunicar. En la encarnación Dios se comunica de modo insuperable. En la encarnación la Palabra sigue siendo Dios, pero manifestado, Dios-con-nosotros. El hombre entero es la nueva localización de la presencia de Dios. Ya no debemos buscar a Dios en la tienda del encuentro ni en el templo, sino en el hombre.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana