Reflexión domingo 3 de enero 2016
Un
ser divino era el proyecto…
Juan 1,1-18
Por dos veces en este corto tiempo de
Navidad, nos propone la liturgia este evangelio. Ni en dos ni en diez homilías
agotaríamos el contenido de esta página de la Escritura; sin duda la más
sublime que se haya escrito nunca. Por eso mismo es tan difícil de comprender.
Cualquier explicación que demos, será siempre provisional y limitada porque
sólo la experiencia interior nos puede llevar al conocimiento. Una vez más, se
trata del tema de la encarnación, que nunca llegaremos a comprender del todo.
Ya comentamos el día de Navidad que es el
Verbo el que nos explica quién es Dios, no al revés. La tercera frase podría
traducirse por “un ser divino era el proyecto”, No
terminamos de creernos que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al
evangelio lo que no dice.
Haciendo Dios a Jesús nos dispensamos de
aceptar a un Dios fundido con lo humano. No es el hombre el que tiene que
escalar las alturas del cielo, ha sido Dios el que se ha abajado y ha
compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por
medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está
ya en la estratosfera, ni en los templos, sino en el hombre...
Las consecuencias de esta verdad en nuestra
vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos
pensar en Jesús, que se identifica con Dios, pero dejando bien claro que eso no
nos afecta para nada a nosotros, o sólo nos afecta de manera extrínseca.
"...Estaba junto a Dios". Es
una frase muy importante que expresa a la vez dos cosas: Proximidad y
distinción. La traducción del griego (pros ton theon) sería: estaba "junto
a", "vuelto hacia" Dios. El adverbio "pros" puede
tener sentido estático o dinámico, de compañía o de movimiento. El sentido más
aproximado sería: en íntima unión con Dios, fruto de una relación, sin
considerarlo absolutamente idéntico a Dios.
El Verbo es la Palabra de Dios. Recordemos que el mismo Juan nos dice: "El Padre es mayor que
yo". Aunque también dice: "Yo y el Padre somos uno". Debemos
tener en cuenta que para un judío era imposible aceptar otro ser equiparado a
Dios. Para ellos Dios era el único y totalmente otro. En cambio los
griegos estaban predispuestos a interpretar la existencia de Jesús como otro
ser igual a Dios, aceptando el politeísmo. La primera comunidad cristiana se
desarrolló entre las dos culturas, Y tuvo dificultad para expresar la realidad
de Jesús en relación a Dios.
“En la Palabra había vida, y la vida era
la luz de los hombres”. Es otro texto que solemos entender al revés. La
iluminación viene precisamente porque ha llegado la Vida. Esta idea va más
allá de la mentalidad judía. Para ellos la Ley era la luz que ilumina y salva.
Sin luz (Ley) no podía haber vida (salvación).
La idea de que la Vida es anterior a la luz, es clave para entender el
evangelio de Juan. Dios por medio de la Palabra, comunica la Vida, y es la Vida
comunicada, la que da luz, la que permite la comprensión de lo que es Jesús y
de los que es Dios. Se entiende mal a Juan, si se quiere ver en Jesús un
maestro de verdades que dan vida. Jesús es dador de Vida, la misma que el Padre
le ha dado a él, y así ilumina al hombre. Si queremos entender el misterio de
la encarnación, el único camino es la vivencia, descubrimiento interior de la
realidad de Dios dando consistencia a mi ser.
Vino a su casa, pero los suyos no la
acogieron. Con frecuencia nos pasamos por alto esta
seria advertencia repetida tres veces en distintos versículos. En Jesús se hizo
patente esa presencia de Dios, pero a pesar de ello, muy pocos de los que
estaban a su alrededor fueron capaces de descubrir esa presencia. Hasta a los
más íntimos, que vivieron con él durante años, les costó Dios y ayuda para
descubrir la realidad de Jesús. Hoy la culpa de que el mundo siga sin reconocer
a Jesús, la tenemos los que decimos seguirle. Hablamos demasiado de Jesús, pero
la verdad es que a la hora de vivir como él dejamos mucho que desear. Si todos
los que nos llamamos cristianos viviéramos como él vivió, todo cambiaría.
“Pero a cuantos le recibieron les da poder
para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Recibir a Cristo significa
creer en él, identificarse con él. Repetir la actitud y la relación con Dios
que él mismo tuvo. “Les dio poder para ser hijos de Dios”, no quiere decir que,
desde fuera se haya añadido algo a lo que eran. Se trata de un descubrimiento y
vivencia de una realidad que está en todos y cada uno de los seres humanos. No
se trata de negar la originalidad de Jesús. Juan deja muy clara la
diferencia entre ser Hijo referido a Jesús y ser hijos referido a
nosotros. Determinar esa diferencia es una de las claves para poder entender
todo el mensaje de Juan. "Subo a mi Padre y vuestro Padre..."
En el AT ya se utilizaba el título de hijo
de Dios. Se aplicaba:
a) a los ángeles
b) al rey
c) al pueblo judío en su conjunto.
Ninguna de estas ideas sirve para comprender
lo que Juan quiere decir. Los estratos más primitivos de la tradición
cristiana, “Hijo de Dios” lo entienden en sentido mesiánico. Sería el enviado a
cumplir una tarea de salvación. No tenía nada que ver con la generación ni con
su pertenencia sustancial a la divinidad. Esta manera de hablar tampoco nos
indica lo que Juan quiere decir. El mensaje de Juan va más allá de todo lo que
podemos encontrar en el AT y en la primera comunidad sobre un Mesías Salvador.
Este lenguaje es fruto de setenta años de experiencia mística cristiana y
muestra una comprensión de Jesús que no podían tener los apóstoles ni sus
primeros seguidores.
A pesar de lo dicho, la raíz de la idea de
Hijo que Juan quiere trasmitirnos, hay que buscarla en la Sabiduría de los
libros sapienciales. Como se lee en la primera lectura de hoy, la Sabiduría,
existía antes de la creación, participaba de la vida divina y era el agente de
la creación y salvación. Esta idea unida a la cristología mesiánica da origen
a la genial visión de Juan: "Hijo de Dios" o simplemente "el
Hijo". El ser preexistente, vuelto hacia el Padre, que se hace carne para
llevar a cabo el encargo (proyecto) del Padre: hacernos hijos. Para la
mentalidad semita, hijo es aquel cuya actividad corresponde a la del Padre.
En el 5,19 dice Jesús: "Un hijo no puede hacer nada que no vea hacer al
Padre".
Tenemos aquí una perspectiva nueva para
entender lo que quiere decir el NT con los conceptos de Padre e Hijo. Para un
semita, era verdadero hijo el que obedecía en todo al Padre; el que salía al
padre. Cuando a una persona se le quería introducir en el ámbito de la familia
se le llamaba hijo. Lo más importante de ser hijo, no es la dependencia
biológica, sino actuar como el padre actúa. Que Jesús es Hijo de Dios, no lo
podemos adivinar porque sepamos que es de su misma naturaleza, sino por ver que
actúa como Dios. Nacer de Dios sería actuar como Dios. Este es el signo del
nuevo nacimiento. La fe en Jesús nos capacita para actuar como Dios. Esto es lo
que hizo Jesús. Esto es lo que debemos hacer nosotros.
“Estos no han nacido de sangre, ni de amor
carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Juan no da ninguna importancia a
la procedencia biológica de Jesús. Después de dejar clara su preexistencia,
comienza su evangelio con el verdadero nacimiento, el del Espíritu. Dice el
Bautista: “Yo he visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y
permanecía sobre él”. Aquí se deja claro que la generación biológica no tiene
ninguna importancia. Lo que verdaderamente importa es nacer de Dios. A Nicodemo
le dice Jesús: “Hay que nacer de agua y de Espíritu”; “Lo que nace de la
carne es carne...”
“Y la Palabra se hizo carne...” Carne
es el hombre sometido a su debilidad, pero susceptible de recibir el
Espíritu. Carne no es lo contrario de espíritu, sino la posibilidad de que el
espíritu se manifieste.
La revelación de Dios no es una enseñanza,
sino su misma persona. El concepto bíblico de sabiduría no tiene nada
que ver con lo que nosotros entendemos por sabiduría. No se trata de un
conocimiento intelectual especializado, sino una aceptación viva de lo que Dios
es. Al hacerse carne, la Palabra ni dejó de ser Palabra, ni dejó de ser Dios.
Al contrario, al hacerse carne la Palabra desarrolla su función al máximo. La
finalidad de la palabra es comunicar. En la encarnación Dios se comunica
de modo insuperable. En la encarnación la Palabra sigue siendo Dios, pero
manifestado, Dios-con-nosotros. El hombre entero es la nueva localización de la
presencia de Dios. Ya no debemos buscar a Dios en la tienda del encuentro ni en
el templo, sino en el hombre.
Paz y bien
Hna. Esthela
Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial
Franciscana
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