Reflexión domingo 13 marzo 2016
Jesús lanza un desafío…
Juan 8,1-11
“Miren que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo
notan?”, nos dice la primera lectura de Isaías. ¿Qué es eso nuevo?, la
respuesta está en el Evangelio de este domingo. Lo nuevo es la reacción de
Jesús, o cumple la ley o salva a la adultera, no tiene ninguna duda, parece
desentendido: “escribía con el dedo en el suelo”, pero lanza
un desafío: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” y sigue
escribiendo. “Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, comenzando por
los más viejos, hasta el último”, se quedan solos. No hay duda, algo nuevo está
brotando.
Jesús nos apunta la
actitud que tenemos que tener los cristianos: condenar el pecado (“en adelante
no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”). Aún hoy este es
un texto revolucionario, sobre todo para los rigoristas (fariseos) o los que no
saben separar la ley y las normas; de la vida de esta mujer que puede ser
recuperada. Hay que creer en Dios que es capaz de hacerlo todo nuevo y
convertir a aquella pecadora en una mujer distinta, y hay que creer en la
mujer, esperando en silencio, sin preguntas indiscretas.
Se trata de enfrentar
a la mujer con el pecado que la esclaviza, para que tomando conciencia de sus
ataduras, las rompa y se libere. Buscar salvarla no tanto de las piedras,
cuanto de ella misma, por eso el silencio respetuoso, que sólo se rompe por la
palabra amiga, que invita al cambio, que tiende la mano. Un cambio que se
realiza en el mismo corazón de la mujer que descubre la vergüenza de la
dignidad perdida y la liberación que la pone en pie y la hace echar andar con
la esperanza de no volver a pecar.
Tenemos mucho que
aprender de la manera de actuar de Jesús, en demasiadas ocasiones no creemos en
la dignidad de las personas, sólo vemos y juzgamos sus acciones. No podemos
tener el deseo de condenar a nadie, hay que agotar hasta el extremo la
compasión, la misericordia, para salvar al que suponemos perdido, que siempre
puede reanudar su vida. Esto es lo nuevo que nos cuesta asimilar y vivir en la
experiencia diaria de nuestras comunidades y en la nuestra, que nos obliga a un
cambio radical, de nuestras relaciones con los hermanos que creemos pecadores.
Cuantas habladurías, comentarios, descalificaciones,
sobre todo cuando se trata de la moral: es madre soltera, está separada, viven
juntos…; menos cuando se trata de lo social: paga mal a sus trabajadores,
explota la precariedad… Violamos con mucha frecuencia esta página evangélica,
amontonamos piedras, creyéndonos jueces de los demás y mejores que ellos, sin
darnos cuenta, que desde los más viejos a los más jóvenes, todos tenemos mucho
de luz y tinieblas.
“Anda, y en adelante
no peques más”, como dice San Pablo en la segunda lectura: “Sólo busco una
cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por
delante, corro hacia la meta”, “todo lo considero basura con tal de ganar a
Cristo”. Este es el camino que hacemos con otros, aquella mujer y nosotros, con
la mirada limpia, la sonrisa en los labios, el corazón renovado, buscamos la
meta que nos conduce a la muerte de nosotros mismos, para llegar al hombre y la
mujer nuevos, a la resurrección, a la Pascua.
No sabemos lo que
hizo después aquella mujer, sí sabemos lo que hacemos nosotros cada vez que nos
sentimos amados y perdonados por Dios y conseguimos restaurar nuestras vidas
quebradas. Está claro que sólo el que se ha sentido profundamente perdonado,
puede acoger al hermano caído. No seamos reacios al amor exagerado de Dios, Él:
“Abre un camino por el desierto y ríos en el yermo”. Que fácil sería
confesarse, pedir perdón, ponerse ante el Señor, con la confianza de que su
amor lo hace todo nuevo, ¿no lo notan cada vez que somos perdonados? Él
escribe en nuestras vidas, nosotros nos regeneramos.
Paz y bien
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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