Reflexión domingo 15 mayo 2016
El Espíritu no produce personas uniformes…
Jn 20, 19-23
Pentecostés,
es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la
experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapada
de Dios ESPÍRITU. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés en los
Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado
dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el
Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a
superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.
El
relato de los Hechos, que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan
fácil de interpretar adecuadamente. Pensar en un espectáculo de luz y sonido
nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lc nos está hablando de la
experiencia de la primera comunidad, no está haciendo una crónica periodística.
En el relato utiliza los símbolos más llamativos que se habían utilizado ya en
el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos
al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres
de todos los países.
Por
lo tanto, no se trata de celebrar un acontecimiento. El Espíritu está viniendo
siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lc narra en los
Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan
suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida
espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del
Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, que se había
convertido en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido
sustituida por el Espíritu. En Jn, Jesús les comunica el Espíritu el mismo día
de Pascua. Aparte de de ser :ruido, viento, fuego, es agua, es paloma. de esta forma se manifiesta siempre.
Sobre
el Espíritu Santo, no es fácil superar una serie de errores que todos llevamos
muy dentro. No se trata de ningún personaje distinto del Padre y del Hijo, que,
por su cuenta anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO
desmaterializado y más allá de toda imagen antropomórfica. No debemos pensar en
él como un don que nos regala el Padre o el Hijo, sino en Dios como DON absoluto que fundamenta
todo lo que nosotros podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que
conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el primer fundamento de mi ser,
del que surge todo lo que soy.
También
debemos tener mucho cuidado al interpretar la palabra “Espíritu” cuando la
encontramos en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen
una gama tan amplia de significados que es casi imposible precisar a qué se
refieren en cada caso. El significado predominante se refiere a una fuerza
invisible pero muy eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser
humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades normales.
Recordemos que el significado primero de la palabra es “viento”, o mejor, el
espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida. Este
primigenio significado nos abre una perspectiva muy interesante para nuestra
reflexión.
En
los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción
del Espíritu: "concebido por el Espíritu Santo”. "Nacido del
Espíritu”. "Desciende sobre él el Espíritu”. "Ungido con la fuerza
del Espíritu”. “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue
devuelto a la vida”. Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si
no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos
descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde
su experiencia, nos ha revelado.
En
esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De
la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el
Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su
misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la
presencia del mismo Espíritu que les va a dar también energía para llevarla a
cabo. De esa fuerza, nace la nueva
comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para
llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de
unidad e integración y amor.
La
experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos
materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta
perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La
Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad.
Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo que es más que
nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la
verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.
No
se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de
personas privilegiadas, a los que se premia con el don del Espíritu. Es una
realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar
una plenitud humana que todos teníamos que proponernos como meta. Cercenamos
nuestras posibilidades de ser seres humanos cuando reducimos nuestras
expectativas a los logros puramente biológicos, psicológicos e incluso
intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la
exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y
reducimos al mínimo el campo de nuestras posibilidades.
La
experiencia del Espíritu es de la persona concreta, pero empuja siempre a la
construcción de la comunidad, porque, una vez
descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se
otorga siempre “para el bien común”. Establecer que, en contra de lo que se
cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a
todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del
Espíritu a la jerarquía se ha utilizado con demasiada frecuencia para
justificar privilegios y poderes especiales. El más poseído del Espíritu es el
que más dispuesto está a servir a los demás.
El Espíritu no produce
personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para
justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza
vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y
aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro
miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza
del mismo Espíritu.
En
la celebración de la eucaristía debíamos poner más atención a esa presencia del
Espíritu. Un dato puede hacer comprender esta devaluación del Espíritu. Durante
muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es
decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hacer sobre el pan y el
vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder mágico a las palabras que hoy
llamamos “consagración”.
La
primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los
cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me
temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos
dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones y caprichos.
Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje
del amor.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth
Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial
Franciscana
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