miércoles, 4 de octubre de 2017

¿Cuál es el secreto de Francisco de Asís?

Reflexión 4 de octubre 2017
¿Cuál es el secreto de Francisco de Asís?
Tal vez es fácil definir a Francisco, se nos complica cuando tenemos que hacerlo experiencia…pero es muy importante también pensar que nos tenemos que dejar iluminar desde su experiencia de él. Por eso para mí:
Decir Francisco es decir Evangelio, evangelio sin glosa, evangelio vivo, vivido y transmitido. Es decir radicalidad, idealismo, fraternidad, pobreza, paz, humildad, minoridad, conversión, cruz, gracia. Es decir, Dios, “mi Dios y mi todo”. Es decir: “Tu eres el Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios vivo y verdadero”.
y muchos se preguntan ¿cuál es el secreto Franciscano? El  secreto es Francisco; de aquí nacen todas nuestras interrogante...
Pero ¿cómo es posible? ¿Cuál es la razón, la clave, el misterio de Francisco? ¿Cómo es posible que ocho siglos después siga de moda, vivo, fresco, atrayente, interpelador? ¿Cuál es su secreto? La respuesta es sencilla: su condición de enamorado y apasionado de Jesucristo, su Dios y su todo. Francisco no es una “marca de moda”, una referencia sólo humanamente atractiva. Sí, lo es, pero lo es desde su radicalidad en el seguimiento de Jesucristo pobre y crucificado. Lo es desde su itinerario de permanente conversión, desde su búsqueda de la santidad, desde su seguimiento fiel y fecundo del Evangelio “sin glosa”. Cercano ya al final de su vida, Francisco recibió en el monte Alvernia los estigmas de la cruz. Pero antes, mucho antes, el corazón y el alma de Francisco habían sido ya “heridos” y transfigurados por las llagas del Señor.
La historia de Francisco es la historia de la gracia y de la conversión. Es la historia de la respuesta fiel, generosa y abnegada de quien se siente irresistiblemente atraído por Jesús. Es la historia de un hombre para los demás, que y porque fue un hombre para Dios y de Dios, sin Quien el mundo y el hombre pierden su fundamento y su dirección de marcha. Francisco es testimonio elocuente y grandioso de que Dios es, de que Dios existe, de que Dios es amor, de que no podemos vivir sin este amor, sin este Dios. Francisco es anhelo y realización, desde este Dios del Amor, de las aspiraciones más profundas y más nobles del corazón del hombre. Francisco expresa y ejemplariza además las dos tendencias y tensiones del creyente en busca del equilibrio y de la propia vocación: la ascética y la mística, la misión y la contemplación, la oración y la caridad. Es un hombre hecho oración, contempló a Dios en toda la creación, es el patrono de la ecología, es el hermano del amor, Francisco es nuestro amigo es el peregrino del amor.
Paz y bien

"Religiosos observantes"

Reflexión domingo 1 Octubre 2017
"Religiosos observantes"
Mateo 21,28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»  Contestaron: «El primero.» 

Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.» Palabra del Señor
Jesús se está dirigiendo a los "sumos sacerdotes" y a los "ancianos" (o senadores). A ellos, máxima autoridad y referencia religiosa para todo el pueblo, les dirige una advertencia que no debió resultarles fácil de encajar: "Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el camino del Reino".
¿Quién se atrevía a hablarles de ese modo? Más aún, ¿quién era ese predicador que tenía la osadía de cuestionar de modo tan radical el lugar de cada grupo en la estructura religiosa? ¿Qué validez podía abrigar una propuesta tan subversiva? Únicamente podía tratarse de una locura o de una blasfemia, que contravenía, no sólo al "sentido común", sino incluso a la propia religión, que tenía bien establecido el estatus de cada cual dentro de ella.
Indudablemente, Jesús era, en el sentido etimológico de la palabra, un provocador (pro-vocar = llamar hacia delante, desinstalar), que obligaba a ver las cosas desde una perspectiva diferente a la que era habitual.
Pero a todos –y, sobre todo, a la autoridad- nos cuesta cambiar de perspectiva. Solemos aducir, como motivo, que la nuestra es la verdadera; pero, en realidad, incluso a veces sin darnos cuenta, lo que estamos haciendo es proteger nuestra precaria seguridad. La experiencia viene a confirmar que, con frecuencia, los humanos valoramos la seguridad por encima de la verdad.
Si nos moviera el gusto sincero por la verdad, por encima de cualquier otra cosa, no sólo no tendríamos inconveniente en modificar nuestra perspectiva, sino que lo buscaríamos intencionadamente, desde nuestra motivación por ver con mayor claridad. La pasión por la verdad no permite que nos "instalemos" en lo ya adquirido; al contrario, actúa como un dinamismo que busca abrir la mente y ensanchar el corazón.
Pero, cuando no es la búsqueda de la verdad la que nos mueve, caemos fácilmente en la hipocresía, entendida como la fractura entre el "hacer" y el "decir", y la incongruencia va adueñándose de nuestra persona.
Esa incongruencia es denunciada por la parábola de Jesús. Decir sí, pero no ir... puede ser una característica bastante común en el comportamiento humano. Pero quizás más, o al menos de un modo más visible, en el de no pocas personas religiosas.

En la parábola que comentamos, el primer hijo representa a la persona religiosa observante y cumplidora; el segundo, a quienes viven, aparentemente, al margen de cualquier preocupación religiosa. Y, provocativamente, Jesús se pone del lado de estos últimos. Sin embargo, a poco que conozcamos a Jesús, no debería extrañarnos: lo que encontramos en él es un hombre radicalmente íntegro y coherente –sin distancia entre lo que dice y lo que hace-, apasionado por la verdad ("la verdad os hará libres": Juan 8,32).
La incongruencia denunciada no es, evidentemente, exclusiva de la religión judía. Como decía, no es fácil que los humanos nos veamos libres de ella. Pero, cuando se da en la religión, empiezan a ocurrir cosas visiblemente paradójicas que, inevitablemente, empobrecen la vida de la persona y falsean la propia religión.
Así, no es extraño el fenómeno de quien, simultáneamente, se declara miembro decidido de una determinada confesión religiosa y está manifestando opiniones o comportamientos que chocan frontalmente con las enseñanzas que sus textos religiosos contienen.
En nuestro propio medio sociocultural, suele decirse que abundan muchos "católicos" que no son "cristianos". Sin entrar en ningún tipo de valoración de la conciencia de cada cual, parece claro, sin embargo, que, cada vez que nos acercamos a la religión "buscando" algo –aunque sea de un modo inconsciente-, corremos el grave peligro de absolutizarla y de instrumentalizarla en beneficio de nuestros propios "intereses".
Podemos (consciente o inconscientemente) buscar seguridad, poder, deseo de imponer las propias ideas... Pero, en esa misma búsqueda, nos estaremos alejando de la pasión por la verdad, que confundiremos –quizás, de un modo inadvertido- con nuestras particulares creencias.
Sólo en este sentido, y volviendo a la diferencia antes enunciada, "católico" sería quien se ha posicionado en los intereses de la institución religiosa; "cristiano" sería quien, como Jesús, busca apasionadamente la verdad y la coherencia, desde las actitudes que subraya el mensaje evangélico: amor, compasión, servicio, no juicio, integridad, pobreza...
La parábola denuncia la "instalación" en las creencias, en la idea de que ellas nos van a salvar. Pero si eso no es así, ¿qué propuesta se nos hace?
Tanto el judaísmo como el cristianismo coinciden en el criterio del "hacer" –por oposición al "decir"-, a la hora de evaluar la actitud correcta. Basta recordar las palabras del propio Jesús, en otro lugar: "No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mateo 7,21).
Se trata, por tanto, de un "hacer" en consonancia con la voluntad del Padre, que no es otra cosa que el bien de las personas: "que no se pierda nadie" (Juan 6,39).
En este sentido, no todo vale. Hay "modos de decir" que pueden ser habituales en determinados círculos –políticos, periodísticos...-, y "modos de hacer" que rigen en determinadas instituciones, que no podrían tener cabida en personas y grupos que dicen remitirse al mensaje del evangelio. Insultos, descalificaciones, juicios apresurados, condenas, prepotencia, racismo, machismo... chirrían agudamente cuando provienen de personas o de medios (prensa, TV, blogs...) que "presumen" de ser católicos.
Probablemente, la parábola –en línea con la sabiduría de Jesús- nos está invitando a que seamos capaces de reconocer y abrazar al "publicano" y a la "prostituta" que cada cual llevamos en nuestro interior. El sentido sería el mismo que el de aquella otra que habla del "fariseo" y del "publicano": hasta que no reconocemos a nuestro propio "publicano interno" –nos decía en ella- no podremos estar reconciliados.
Históricamente, "publicanos y "prostitutas" eran prototipos de pecadores y herejes. Y, sin embargo, Jesús los coloca como "modelos", mostrando su admiración hacia ellos. ¿Qué hacemos nosotros –qué hace nuestra Iglesia- con quienes son etiquetados como pecadores o herejes?
Simbólicamente, "publicanos y "prostitutas" es aquella parte de nosotros que tenemos reprimida y oculta, nuestra propia sombra. Es claro que, mientras no la reconozcamos, atacaremos en los demás lo que en nosotros mismos hemos rechazado. Sólo cuando abrazamos nuestra "negatividad", nos humanizamos, porque nos abrimos a la humildad. Y únicamente entonces puede emerger la bondad y la compasión hacia los otros.
Los "sacerdotes" y los "ancianos" –esclavos de su propia imagen de "religiosos observantes"- eran incapaces de reconocer y aceptar su "publicano" y su "prostituta" interiores –que viven en todos nosotros-. Eso mismo los incapacitaba para amar a los otros –publicanos y prostitutas- y para entrar en el Reino.
"Los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos", es una sentencia que aparece en otras parábolas. Aplicada a nuestro caso, podríamos entenderla de este modo: cuanto mejor (por encima de otros) te crees, más atrás estás; por el contrario, cuanto más te reconcilias con tu debilidad y fragilidad, más cerca estás de la verdad.
Una cosa parece clara: abrazar a nuestros propios "publicano" y "prostituta" nos permitirá abrazar a cualquier persona que se cruce en nuestro camino, sin necesidad de ponerle ninguna etiqueta previa. Eso es lo que hacía Jesús.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

"Últimos y primeros"

Reflexión domingo 24 Septiembre 2017
"Últimos y primeros"
Mateo 20,1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»  Palabra del Señor
Es una característica parábola paradójica, cuya fuerza reside sobre todo en lo sorprendente del relato, y su peligro en que entendamos el cuento como mensaje y no como soporte del mensaje. Nos viene muy bien para mejorar nuestro conocimiento del género parabólico.
El relato está perfectamente ambientado en las costumbres de la época, en su planteamiento. Naturalmente, a todo el mundo le va extrañando que mande obreros a la viña cada vez más tarde, y a última hora. Esto forma parte de "la intriga" del relato, que va captando la atención del auditorio.
Cuando llega la hora de pagar, viene la sorpresa. Ciertamente, no se hace injusticia a nadie, pero hoy diríamos que se hace un "agravio comparativo". Hasta aquí, solamente hay relato: Dios no hace injusticias, pero tampoco agravios comparativos; el mensaje no va por ahí.
El final de la parábola nos puede dar una pista para entender el mensaje; la cuestión de "últimos y primeros", es decir, la cuestión de nuestras maneras de juzgar y valorar, y las maneras de juzgar y valorar de Dios mismo.
Los que para nosotros son los últimos, los de la última hora, quizá sean para Dios los primeros. Los que para nosotros son los primeros, los de la primera hora, quizá sean para Dios últimos.
Las dos aplicaciones que los contemporáneos podían sacar inmedia-tamente de la parábola, una vez superada la sorpresa, serían sin duda:
Una interpretación "inmediata", la sorpresa, incluso el rechazo, tan típicos del impacto que las parábolas producían, y tan acordes con lo que pretendía el mismo Jesús: sus parábolas empiezan por algo conocido, razonable, aceptable, y de pronto dan un giro y sorprenden, incluso escandalizan.
Quizás algunas buenas personas pensaron: "¡menos mal!, esos pobres desgraciados podrán llevar pan a sus familias esa noche, porque el amo es generoso". Pero sin duda la mayoría pensarían: "no hay derecho, debería pagar más a los primeros".
Y ahí está precisamente el mensaje de Jesús, en esa sorpresa, porque el Reino no es simplemente razonable, porque "mis pensamientos no son vuestros pensamientos".
Una segunda aplicación, muy en consonancia con el mensaje de Jesús: los últimos en llegar son los gentiles, que van a ser igualados con Israel en la Iglesia y en el Reino. No olvidemos que este es un fragmento de Mateo, y que el evangelio de Mateo se escribe para una comunidad de procedencia judaica, en la que sin duda podría haber resistencias fuertes a la equiparación de judíos y gentiles para incorporarse a la Iglesia. (No hay paralelo a este pasaje en los otros evangelistas).
Y, por encima de lo que aquéllos entendieran, lo que podemos entender nosotros: la incorporación al Reino y la relación con Dios no es cuestión de méritos ni de justicia, es cuestión de que "el amo es bueno". Todos reciben, sin duda, pero el Reino es un don que no se merece. Ni el conocimiento de Dios ni el perdón se merecen ni se pagan.
La relación con Dios se basa en que Dios ama, es decir, obra muy por encima de la justicia; y nosotros amamos, es decir, nos movemos muy por encima de la justicia, del mérito, la culpa, el premio o el castigo.
Nuestros caminos y nuestros planes: violencia, predominio del más fuerte, marginación del débil, instalación en la comodidad de esta vida, disfrutar de lo presente...
Razonando un poco más humanamente llegamos hasta pensar en justicia, socorrer algo a los necesitados (sin perder nuestro status), moderar las comodidades con un poco de austeridad, disfrutar de cosas más sencillas...
Y, más allá, Jesús, sus caminos y sus planes. "El Reino de Dios se parece..." empezaba la parábola. Es decir, no se parece a nada de lo que piensa la humanidad en general, y muy poco a lo que nosotros pensamos. Desde luego, no se parece a la violencia, pero ni siquiera a nuestra justicia. No se parece al lujo, pero ni siquiera al moderado disfrute de esta vida. No se parece a ganar, triunfar, destacar, ser famoso... Todas esas cosas no son primeras; son últimas, muy últimas, en el Reino de Dios.
El que vive en el Reino de Dios está por encima de la justicia, en sus relaciones con Dios y en sus relaciones con los demás. Si manejamos aún los viejos conceptos de pecado como culpa, virtud como mérito, premio-castigo, justos y pecadores... estamos aún lejos del Reino. Dios no piensa así, no son esos sus pensamientos.
Si juzgamos a los demás, les damos para que nos den o porque nos dan, amamos a los que nos aman, perdonamos solamente a algunos, damos solo dinero y de lo que nos sobra... estamos aún lejos del Reino.
Si pensamos que nosotros, la iglesia, somos los primeros en el Reino, y los que no conocen a Jesús ni a Dios son últimos; si pensamos que el Papa, los Obispos, los sacerdotes, los que vamos a misa los domingos... somos primeros en el reino; si miramos a los niños, a los discapacitados, a los menos dotados, como últimos, como menos personas...
Si pensamos que los que van de cooperantes al tercer mundo van como salvadores, a dar lo que los otros no tienen, si pensamos que Occidente es el Bien y el Maestro...
Si seguimos creyendo que los bienes materiales son signo de la bendición de Dios, si miramos las enfermedades como castigo o como prueba, si nuestra oración consiste en pedir a Dios que colabore a que se haga nuestra voluntad por encima de la suya...
Si todas o algunas de estas cosas pasan por nuestro espíritu, o son la tónica de nuestro espíritu, estamos lejos del Reino.
Lo malo es que en el fondo de nuestro espíritu no hemos tragado aún que somos nosotros los últimos del Reino, aunque conozcamos a Jesús o quizá precisamente por eso. La más inquietante de las frases de Jesús es sin duda: "Las prostitutas y los publicanos os llevan ventaja en el Reino de Dios". Porque, confesándolo o no, nosotros nos sentimos antes que toda esa gente en el Reino de Dios.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

sábado, 16 de septiembre de 2017

La cumbre del perdón...

Reflexión domingo 17 de septiembre 2017
La cumbre del perdón...
Mateo18,21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.» Palabra del Señor

Esta parábola no tiene paralelos en los otros evangelios, y su forma es profundamente aramea, Galilea.
La proposición de Pedro es ciertamente generosa. Siete veces es ya un número simbólico (todos los números suelen serlo en la Escritura), que indica abundancia, generosidad. Pero generosidad con límite legal: después de perdonar siete veces, ¿qué pasará con la ofensa número ocho?
La respuesta de Jesús "setenta veces siete", no significa cuatrocientas noventa veces sino "siempre". Son los modos, concretos y plásticos de expresarse de aquel tiempo. Significa que mi disposición a perdonar es permanente, no depende del número de las ofensas recibidas.
El mensaje de la parábola no está en la manera de actuar del señor sino en la manera de actuar del siervo "malvado", como retrato negativo. Es importante hacer esta precisión, en ésta y en todas las parábolas, si no queremos sacar de ellas consecuencias no queridas por Jesús.
Las parábolas, no nos cansemos de recordarlo, no son alegorías en las que todo detalle tiene su significado: son historietas con muchos detalles que sólo dan colorido a la narración, para sacar una conclusión, un mensaje.
Aquí, la conducta del señor es solamente un detalle de la narración, sin significado. Lo vemos claramente en que el Señor no perdona más que una vez al siervo malvado, -no "setenta veces siete"- cuando Dios sí que perdona.
Sacar de esta parábola la conclusión de que Dios acaba castigando con el fuego eterno está en contradicción con toda la enseñanza de Jesús. Es la imagen del siervo, perdonado en lo mucho e incapaz de perdonar en lo poco, lo que constituye el centro del mensaje.
El texto que leemos tiene una conclusión: "Así lo hará Dios con ustedes, si no perdonan a sus hermanos". Es más que dudoso que la conclusión sea de Jesús. Jesús suele dejar las parábolas "abiertas". Una vez concluida la narración, "el que tenga oídos que oiga".
Pero no pocas veces, el uso de las parábolas en las catequesis y en las eucaristías les ha ido añadiendo moralejas y consecuencias, que no pocas veces representan más las reflexiones de la comunidad que las palabras de Jesús. La "conclusión" de la parábola de hoy parece ser un ejemplo claro de esto.
El perdón es uno de los centros neurálgicos de la Buena Noticia, y es un buen test de la sinceridad y también de la madurez de nuestra fe. Jesús habla del perdón de muchas maneras.
En sus dichos: "perdona y serás  perdonado", "la parábola del hijo pródigo", "perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores"...
Y muy especialmente en sus hechos, en su manera de comportarse con las personas: la adúltera, la mujer que le unge los pies en casa de Simón, la rehabilitación de Pedro, el Buen ladrón, y el "perdónales porque no saben lo que hacen".
La parábola de hoy muestra el fundamento último de nuestro talante de perdonar. Perdonamos porque Dios perdona, y esto, a dos niveles. Ante todo, el que ha conocido a Dios, a Abbá, sabe que está perdonado de antemano, que Dios es un permanente perdón, una acogida inquebrantable. Es la aplicación concreta de lo que vimos ya el domingo pasado: me siento querido y respondo queriendo; me siento perdonado y respondo perdonando.
Pero no solamente como una obligación sino, ante todo, como una conversión, un cambio de corazón. He experimentado que estoy vivo gracias a que Dios no pasa factura. He experimentado que puedo existir a pesar de mis errores. He experimentado en mí mismo cómo es el modo humano de vivir: dándose una y otra vez oportunidades, no exigiendo de nadie la perfección sino el afán de mejorar a pesar de los fallos.
Lo he experimentado en mí, en cómo se porta Dios conmigo, y vivo así, portándome así con todos. No por exceso de misericordia, sino porque esa es la verdad, la condición humana, limitada y caminante. Dios es así, Dios acierta, yo quiero ser así.
La parábola del hijo pródigo muestra bien la esencia de la relación paterno-filial. El hijo vuelve, y es considerado otra vez como hijo. La justicia misericordiosa le habría admitido como criado. El padre le reconoce como hijo. De ahí que el hijo se sienta urgido en el futuro a portarse como hijo. Esa es la fuente de nuestro amor a Dios y a los demás, la fuente del perdón que dispensamos siempre.
Jesús, en el momento de ser crucificado, se porta como Hijo. No se porta como los que le están crucificando. No les devuelve el mal que le hacen. Se porta como Hijo, sigue queriendo su salvación. Se porta como Dios, su Padre.
Quizá la expresión más atrevida de este clima es la que propone el Padrenuestro. "Perdónanos como nosotros perdonamos". Si se considera como una proposición a Dios, invitándole a que su perdón sea respuesta al nuestro, es un suicidio.
La realidad debería ser la opuesta: "haz que perdonemos como Tú nos perdonas". Pero no se trata de un pacto, de un comercio. Se trata de expresar nuestra condición de hijos, de reconocer que estamos dispuestos a instalarnos entre nosotros en el mismo clima de perdón en que cada uno se sitúa delante de Dios.
No debemos omitir sin embargo un aspecto extraordinariamente delicado en la aplicación de todo lo anterior a las circunstancias concretas.
Si unos pocos de la sociedad perdonan siempre todo, y los demás siguen ofendiendo. Si los ladrones son perdonados sin más, si los políticos corruptos son perdonados sin más, si los terroristas asesinos son perdonados sin más, si los poderosos siguen explotando a los débiles y son perdonados sin más... la sociedad canoniza a sus mismos destructores, deja inermes a las personas y se destruye a sí misma.
El perdón no es un salvoconducto para obrar mal, ni significa que lo mal hecho no tenga importancia.
Dicho de manera quizá demasiado tajante, aspiramos a que sea posible una sociedad basada en el perdón. Pero no estamos en ella. El perdón radica en la conversión. El mundo del pecado no deja sitio al perdón; puede aspirar como mucho a imponer la justicia. Y hay muchas circunstancias en el mundo en que no podemos aspirar a otra cosa que a la justicia.
Sin embargo, los que siguen a Jesús no se conforman con que se haga justicia, aunque esto sea evidentemente necesario: aspiran a la reconciliación cordial de las personas. Aspiran a que sea posible el perdón, pero esto no depende solo de ellos. Tendrán que limitarse a hacer justicia, aunque, si son seguidores de Jesús, añorando no poder condonar la deuda sin más.
La cumbre del perdón, lo más difícil e incluso incomprensible, es el amor a los enemigos. En esto, como en todo, el modelo perfecto es el mismo Jesús. Mientras le crucifican, Jesús ora por los que le están clavando. Evidentemente, no es que le caigan bien, no es que sienta amistad por ellos. Pero sí es que por su parte no les desea mal. Ellos son enemigos de Jesús, pero Jesús no es enemigo de ellos.
Pero este "amor a los enemigos" no le ha impedido a Jesús atacar, ridiculizar y agredir verbalmente a los escribas y fariseos, y expulsar del Templo a latigazos a los traficantes de ganado. Y también a todos esos les ama Jesús y desea su salvación. Tampoco los considera enemigos. Pero les desenmascara, les ataca, les excluye.
El fondo de todo esto está sin duda en una disposición interior, en un deseo de ser hermano de todos y de portarse como tal. Son mis pecados y sus pecados los que pueden hacerlo imposible.
Y cuando es imposible de hecho, cuando mis o sus pecados, o ambos, nos obligan a descender al terreno de la simple justicia, el corazón cristiano deberá sangrar. Alegrarse del castigo puede significar renunciar a la compasión, manifestando así que nuestro corazón no es fraternal, no es como el de Jesús.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


Corrección fraterna...

Reflexión domingo 10 de septiembre 2017
Corrección Fraterna…
Mateo 18,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Les  aseguro que todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Les  aseguro, además, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» Palabra del Señor


Lo que nos relata el evangelio de hoy, es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mateo. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos.
En caso de aceptar “contra ti”, se trataría de ofrecer perdón por parte del ofendido; en contra de toda lógica que nos dice que el que debe pedir perdón es el que ofende. Pero tiene el peligro de entenderlo como un conflicto puramente personal en el que, solo en última instancia, intervendría la comunidad como sancionadora. La continuación al texto que hemos leído hoy, parece apostar por la opción de “contra mí”, porque Pedro pregunta: “¿cuántas veces tengo que perdonar?” Incluso J. Mateo traduce: “Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? Muy coherente.
La otra versión: “Si tu hermano peca”, Tiene el peligro de que lo  entendamos como una falta abstracta, sin referencia ni a un individuo ni a la comunidad. Esto nos haría perder la perspectiva histórica. La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados contra la comunidad, no se tenía en cuenta, ni se juzgaba la actitud personal con relación a Dios, sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino su relación con la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros.
“Atar y desatar”. Es una imagen del AT muy utilizada ya por los rabinos de la época; aquí se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o de excluirlo de ella. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran judíos. El concepto de pecado, como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, aún tardaría siglos en surgir. No podemos entender el texto como un poder conferido por Dios para perdonar las ofensas contra Él.
“Todo lo que atéis en la tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mateo decía exactamente lo mismo, referido a Pedro. ¿Cuál de los dos textos estará en la verdad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra un solo dato que haga pensar en una autoridad que toma decisiones. Teniendo en cuenta el contexto, podemos concluir, que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos quiere hacer ver.
“Donde dos estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo menos dos. La relación humana es el único marco para que Dios se haga patente. Hoy sabemos que también las relaciones con los animales e incluso con la naturaleza tienen que ser verdaderamente humanas. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos, también de los que no pertenecen al grupo.
Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, y lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mateo, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.
La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios y con los demás. Insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad. La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo.
El sentido de la comunidad es la ayuda mutua. La Iglesia debe ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades.
Cualquier persona que vaya, sin saberlo, por un camino equivocado, agradecería que alguien le indicara su error y le mostrara el verdade­ro camino. Si una persona que camina por la carretera hacia Andalucía, te dice que se dirige a Santander, le harías ver que está equivocado.  Si al hacer hoy la corrección fraterna, damos por supuesto que el otro tiene mala voluntad, (concepto moderno de pecado) será imposible que te acepte la rectifi­ca­ción. Desde esa perspectiva estás dando por supuesto que tú eres bueno y el otro malo.
La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar.
Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de su equivocación, y que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección tiene que dejar claro que buscamos el bien del corregido. No solo se aleja él de la plenitud humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad.

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón

Fraternidad Eclesial Franciscana

"No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte".

Reflexión domingo 3 de septiembre 2017
«No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte».
Mateo 16,21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. 
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» 
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.» 
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.» Palabra del Señor

Jesús pasó algún tiempo recorriendo las aldeas de Galilea. Allí vivió los mejores momentos de su vida. La gente sencilla se conmovía ante su mensaje de un Dios bueno y perdonador. Los pobres se sentían defendidos. Los enfermos y desvalidos agradecían a Dios su poder de curar y aliviar su sufrimiento. Sin embargo no se quedó para siempre entre aquellas gentes que lo querían tanto.
Explicó a sus discípulos su decisión: «tenía que ir a Jerusalén», era necesario anunciar la Buena Noticia de Dios y su proyecto de un mundo más justo, en el centro mismo de la religión judía. Era peligroso. Sabía que «allí iba a padecer mucho». Los dirigentes religiosos y las autoridades del templo lo iban a ejecutar. Confiaba en el Padre: «resucitaría al tercer día».
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Le horroriza imaginar a Jesús clavado en una cruz. Sólo piensa en un Mesías triunfante. A Jesús todo le tiene que salir bien. Por eso, lo toma aparte y se pone a reprenderle: «No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte».
Jesús reacciona con una dureza inesperada. Este Pedro le resulta desconocido y extraño. No es el que poco antes lo ha reconocido como "Hijo del Dios vivo". Es muy peligroso lo que está insinuando. Por eso lo rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás». El texto dice literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de discípulo y aprende a seguirme. No te pongas delante de mí desviándonos a todos de la voluntad del Padre.
Jesús quiere dejar las cosas muy claras. Ya no llama a Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; ahora lo llama «piedra» que me hace tropezar y me obstaculiza el camino. Ya no le dice que habla así porque el Padre se lo ha revelado; le hace ver que su planteamiento viene de Satanás.
La gran tentación de los cristianos es siempre imitar a Pedro: confesar solemnemente a Jesús como "Hijo del Dios vivo" y luego pretender seguirle sin cargar con la cruz. Vivir el Evangelio sin renuncia ni coste alguno. Colaborar en el proyecto del reino de Dios y su justicia sin sentir el rechazo o la persecución. Queremos seguir a Jesús sin que nos pase lo que a él le pasó.
No es posible. Seguir los pasos de Jesús siempre es peligroso. Quien se decide a ir detrás de él, termina casi siempre envuelto en tensiones y conflictos. Será difícil que conozca la tranquilidad. Sin haberlo buscado, se encontrará cargando con su cruz. Pero se encontrará también con su paz y su amor inconfundible. Los cristianos no podemos ir delante de Jesús sino detrás de él.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


¿Qué quiso decir Pedro?

Reflexión domingo 27 de agosto 2017
¿Qué quiso decir Pedro?

Mateo 16,13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién decís que soy yo?» 
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» 
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» 
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor

      San Pablo en la carta a los Romanos, segunda lectura de este domingo, acentúa una dimensión muy importante de nuestro conocimiento de Dios: el hecho de que no conocemos casi nada de él. Es tan inmenso, es tan grande, que su realidad se nos escapa. De él sabemos lo poco que se nos ha manifestado a través de Jesús. ¡Qué insondables sus decisiones! ¡Qué abismo de generosidad! ¿Quién conoció la mente del Señor? Por eso, cuando decimos “Dios” apenas sabemos lo que queremos decir. Sabemos que es “misterio de amor”, pero sobre todo “misterio”.


      Quizás así entendamos un poco mejor el Evangelio de este domingo. Simón Pedro se atreve a ponerle nombre a Jesús, a decir quién es, a definirle: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pero, ¿qué significan esas palabras? ¿qué significaron para Pedro? Podemos suponer que “Mesías” le recordaba a Pedro las viejas historias de liberación de su pueblo. Para un pueblo como el judío que vivía entonces bajo la dominación romana, liberación no podía tener otro significado que “liberación política”. Por fin, Dios se manifestaba claramente a favor de su pueblo. Eso no significa que Pedro odiase a los romanos, pero ¿no es acaso una legítima aspiración la búsqueda de la libertad tanto de las personas como de los pueblos? Al decir que Jesús era el Mesías, Pedro estaba expresando su fe en un Dios liberador, en un Dios que apoyaba la libertad de su pueblo para tomar sus propias decisiones y ser dueño de su destino. 
      Pero Pedro también dijo de Jesús que era “el Hijo de Dios vivo”. Como Pedro, por razones obvias, no había estudiado el catecismo de la Iglesia Católica, no tendría muy claro el significado de “Hijo de Dios”. Al menos, no tanto como nosotros. Probablemente, lo que quiso subrayar fue la especial relación que notaba entre Jesús y Dios, aquel al que el mismo Jesús llamaba su “Abbá”, su Papaíto. Era una relación especial de amor, de cariño, de entrega mutua. Pero, además, Pedro dice que Jesús es el Hijo de Dios “vivo”. Es otro dato importante a señalar. La vida es lo mejor que tenemos los humanos. Es, posiblemente, lo único que tenemos. Cuando pensamos en Dios, pensamos en la vida, pero no como la nuestra, siempre abocada a la muerte, sino en la Vida en plenitud, para siempre, verdadera. Jesús es el Hijo de Dios “vivo” porque, así lo veía Pedro, era capaz de comunicar vida a los que estaban en torno a él, a los que se encontraba, a sus amigos. 

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



Una mesa redonda como el mundo

Reflexión domingo 20 agosto 2017
Una mesa redonda como el mundo

Mateo 15,21-28

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. 
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. 
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.» 
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» 
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.» 
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» 
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.» 
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» 
En aquel momento quedó curada su hija.  Palabra del Señor

      La llegada a un país extranjero supone siempre grandes dificultades. Los que han tenido que emigrar, lo saben bien. El que llega desconoce generalmente la lengua, los usos y costumbres de la nueva nación. La comunicación se hace muy difícil. Además, en muchas ocasiones, los que viven en el país tienden a mirar al extranjero con desconfianza. Piensan que el recién llegado les viene a quitar lo que es suyo: puestos de trabajo, atenciones sociales, etc. Ven al extranjero, al inmigrante como una amenaza. Por ello, algunos piensan que se les deben negar hasta los más mínimos derechos. Incluso hay quien llega a decir que habría que cerrar las fronteras para que nadie pueda entrar.
      Jesús era judío. Vivió toda su vida en Judea y entre judíos. Pero el evangelio de hoy nos relata su encuentro con una extranjera. Los cananeos no sólo eran extranjeros. Eran gente odiada y menospreciada por los judíos. Además, Jesús pensaba que su misión se dirigía fundamentalmente a los judíos. No había ninguna razón para hacer nada por una cananea. Ella insiste e insiste. Tiene a su hija muy enferma. Jesús comprende su necesidad pero responde que Él ha sido enviado a los judíos. Pero la mujer sigue insistiendo: “Hasta los perros comen las migajas de la mesa de sus amos”. Se sitúa en una posición de total humildad y confianza. Y Jesús no puede hacer otra cosa que atender la petición de la mujer. El mismo Jesús tuvo que aceptar que su misión rompía los límites de las fronteras, razas, culturas y religiones. El amor de Dios se dirige a toda la humanidad sin excepción. No hay nadie despreciable para Dios. Todos están llamados a sentarse a su mesa. Y no como perros sino como hijos.
      Abrir las fronteras, abrir los corazones, y no despreciar a nadie por ser diferente es la gran lección del evangelio de este domingo. Ante Dios no hay nadie diferente. Todos estamos necesitados de salvación, de perdón, de reconciliación. Todos somos hijos e hijas. Y Dios nos sienta a su mesa, como hijos que somos, porque en ella hay sitio para todos. Reconocer a las personas que, cerca de nosotros y de muchas maneras diferentes, gritan como la cananea: “Ten compasión de mí”, acogerlas y sentir con ellas, compartiendo lo que somos y tenemos, es nuestra misión como discípulos de Jesús. Así vamos preparando ya ahora el gran banquete del Reino al que Dios ha invitado a toda la humanidad.

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana