sábado, 16 de septiembre de 2017

Una mesa redonda como el mundo

Reflexión domingo 20 agosto 2017
Una mesa redonda como el mundo

Mateo 15,21-28

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. 
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. 
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.» 
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» 
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.» 
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» 
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.» 
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» 
En aquel momento quedó curada su hija.  Palabra del Señor

      La llegada a un país extranjero supone siempre grandes dificultades. Los que han tenido que emigrar, lo saben bien. El que llega desconoce generalmente la lengua, los usos y costumbres de la nueva nación. La comunicación se hace muy difícil. Además, en muchas ocasiones, los que viven en el país tienden a mirar al extranjero con desconfianza. Piensan que el recién llegado les viene a quitar lo que es suyo: puestos de trabajo, atenciones sociales, etc. Ven al extranjero, al inmigrante como una amenaza. Por ello, algunos piensan que se les deben negar hasta los más mínimos derechos. Incluso hay quien llega a decir que habría que cerrar las fronteras para que nadie pueda entrar.
      Jesús era judío. Vivió toda su vida en Judea y entre judíos. Pero el evangelio de hoy nos relata su encuentro con una extranjera. Los cananeos no sólo eran extranjeros. Eran gente odiada y menospreciada por los judíos. Además, Jesús pensaba que su misión se dirigía fundamentalmente a los judíos. No había ninguna razón para hacer nada por una cananea. Ella insiste e insiste. Tiene a su hija muy enferma. Jesús comprende su necesidad pero responde que Él ha sido enviado a los judíos. Pero la mujer sigue insistiendo: “Hasta los perros comen las migajas de la mesa de sus amos”. Se sitúa en una posición de total humildad y confianza. Y Jesús no puede hacer otra cosa que atender la petición de la mujer. El mismo Jesús tuvo que aceptar que su misión rompía los límites de las fronteras, razas, culturas y religiones. El amor de Dios se dirige a toda la humanidad sin excepción. No hay nadie despreciable para Dios. Todos están llamados a sentarse a su mesa. Y no como perros sino como hijos.
      Abrir las fronteras, abrir los corazones, y no despreciar a nadie por ser diferente es la gran lección del evangelio de este domingo. Ante Dios no hay nadie diferente. Todos estamos necesitados de salvación, de perdón, de reconciliación. Todos somos hijos e hijas. Y Dios nos sienta a su mesa, como hijos que somos, porque en ella hay sitio para todos. Reconocer a las personas que, cerca de nosotros y de muchas maneras diferentes, gritan como la cananea: “Ten compasión de mí”, acogerlas y sentir con ellas, compartiendo lo que somos y tenemos, es nuestra misión como discípulos de Jesús. Así vamos preparando ya ahora el gran banquete del Reino al que Dios ha invitado a toda la humanidad.

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


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