Reflexión domingo 16
de julio 2017
Dios
como Gratuidad, Exceso y Derroche...
Mateo 13,1-23
Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del
camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda, brotó
en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en
tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que
tenga oídos que oiga.
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
-¿Por qué les hablas en parábolas?
El les contestó:
-A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos
y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no
tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque
miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la
profecía de Isaías:
Oirán con los oídos sin entender;
mirarán con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con
los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.
Dichosos sus ojos porque ven y sus oídos porque oyen. Les aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver lo que ven ustedes y no lo vieron y oir
lo que oyen y no lo oyeron.
Ustedes han oído lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha
la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su
corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno
pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero
no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o
persecución por la Palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que
escucha la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas
la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que
escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o
treinta por uno. Palabra del Señor.
El
objetivo que pretende el evangelista, en este tercer discurso, es mostrar a
Jesús como maestro: de hecho, empieza el mismo insistiendo –por dos veces- en
que "Jesús se sentó": sentarse equivale a enseñar (o, en otros
contextos, a juzgar: quien se "sienta" es el maestro o el juez).
Tal como ha llegado a nosotros, en el relato completo pueden
distinguirse claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más
extensa y un "intermedio" en el que se intenta explicar por qué el
mensaje se Jesús, el maestro, no fue acogido por el pueblo judío.
Una lectura atenta, que observa fácilmente la diferencia de
estilo y de acentos, busca dar razón de cada una de esas tres partes.
De toda la narración, habría que atribuir al propio Jesús
probablemente la parábola original (13,3-9), sin más explicaciones. La parábola
es un relato provocativo y abierto, que espera una respuesta del propio oyente
o lector.
Lo característico de la parábola parece ser un doble mensaje: el
derroche del sembrador y la certeza de una cosecha sobreabundante. Por una
parte, el relato muestra un interés manifiesto por subrayar el comportamiento
del sembrador que, sin importarle el resultado, siembra por doquier, incluso en
lugares donde se sabe que la semilla no podrá germinar, como los caminos o las
zarzas...
La parábola original habla, antes que nada, de Dios como Gratuidad, Exceso y Derroche... Podemos adivinar, entre
líneas, el gesto de Jesús diciendo: "Dios es así". ¡Tantas veces lo
hemos empequeñecido, al hacerlo "de los nuestros", reduciéndolo a un
gran Legislador o pervirtiéndolo con rasgos amenazadores o incluso crueles...!
Dios es Donación permanente y gratuita: sólo sabe y sólo puede
dar. Eso es lo que "constituye" su ser: no es un
"Individuo" separado, creado a nuestra imagen; es un
"Darse" permanentemente –más verbo que sustantivo-, que en todo se
manifiesta.
Me gusta contar una anécdota entrañable y sabia. En una ocasión,
en el grupo de catequesis, una niña preguntó a la catequista: "Señorita,
¿por qué Dios es siempre Dios, y no podemos serlo una cada semana?".
(Cuando uno ha crecido con una imagen antropomórfica de Dios, y lo imagina como
un "Ser separado", es inevitable que aparezcan interrogantes como los
que plantean los adolescentes en clase de religión: "¿Y a Dios quién lo creó?;
¿cómo nació?; ¿quién le puso ese nombre?; ¿por qué lo llamamos así?...").
Pues bien, aquella catequista, tras el "susto"
inicial, contestó a la niña: "El día en que tú seas amor, y nada más que
amor, serás Dios". No podía haber dado una respuesta mejor. Dios es
"ser-donación" –todos nuestros conceptos y palabras se quedan
irremediablemente muy pobres-, Dinamismo sabio, luminoso y amoroso, Fuente de
todo lo que es y en quien somos, sin ninguna distancia, separación ni costura.
Este es, a mi parecer, el Dios del que habla Jesús. Un Dios que
es "siembra" permanente: ésta es la Buena Noticia, el
"evangelio" del Maestro de Nazaret.
El segundo rasgo que acentúa la parábola es sólo una
consecuencia: el fruto terminará siendo también un exceso. Para una tierra como
Palestina, en la que, por entonces, una cosecha del siete por uno era
considerada excelente, hablar de un rendimiento del treinta, sesenta o cien,
equivalía a desbordar la previsión más optimista, una "exageración"
conscientemente provocativa.
Para que eso se dé –parece concluir la parábola-, sólo hace
falta "oír": "el que tenga oídos, que oiga". Hace falta
abrir los ojos, caer en la cuenta... Tomar un poco de distancia de nuestra
mente, venir al presente... y reconocer la Quietud y el Misterio de todo lo que
es.
Es indudable que, dentro de cada uno de nosotros, sigue habiendo
"caminos" endurecidos, "terrenos pedregosos" con apenas
fondo, "zarzas" asfixiantes y reductoras... Empecemos por reconocerlo
y aceptarlo, reconciliémonos con toda nuestra realidad interior, abrazándola
con humildad. De ese modo, al crecer en unificación –integrando también los
aspectos más oscuros y vulnerables de nuestra propia sombra-, se estará
disponiendo un buen "humus", la "tierra buena" –que no está
hecha de perfeccionismos, sino de humildad-, en la que la semilla brotará por
sí misma.
En la tercera parte de su relato (13,18-23), lo que hace Mateo
es "aplicar" la parábola a la situación de su propia comunidad. De
este modo, se modifica en cierto sentido el acento: de ser prioritariamente
"buena noticia", anuncio gozoso de la Realidad de Dios y afirmación
de confianza incondicional, se transforma en "exhortación moral"
dirigida a cada discípulo.
Este modo de hacer, no sólo es legítimo, sino que resulta
imprescindible cuando una persona o comunidad trata de "aplicarse" a
sí misma una determinada enseñanza. Pero me parece importante no olvidar que
eso tiene un "coste": la parábola se transforma en alegoría,
desplazando el sentido original, que nunca deberíamos olvidar.
Finalmente, la segunda parte (13,10-17) constituye una especie
de "intermedio", en el que se aborda una cuestión candente para una
comunidad judeocristiana, como la de Mateo: ¿Cómo es posible que nuestro propio
pueblo, el "pueblo elegido", pueblo de las promesas de Dios, no haya
aceptado a Jesús? Sin duda, fue uno de los mayores enigmas para aquellas
primeras comunidades.
En búsqueda de una respuesta, encontraron, entre otros, el texto
de Isaías 6,9-10, que cita expresamente Mateo. Usando un recurso familiar en
toda la tradición bíblica –"miran y no ven; oyen y no entienden; tienen el
corazón endurecido"-, se achaca al "endurecimiento" del propio
pueblo su incapacidad para acoger el evangelio.
Y ahí se introduce un dicho usual en la época: "Al que
tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo
que tiene". Más allá del significado original de esas palabras, en una
cultura diferente a la nuestra, para nosotros encierran una sabiduría, que se
convierte en invitación a estar atentos.
El "Exceso" o "Derroche" de todo lo que es
nos alcanzará en la medida en que nos abramos a él. En tanto en cuando nos
abrimos a la verdad de quienes somos, más allá de las "etiquetas" y
"sueños" de nuestra mente, percibiremos la sobreabundancia del
Misterio ("tendremos de sobra"). Si, por el contrario, permanecemos
recluidos en la identificación con nuestro ego, será irremediable que notemos
cómo, día a día, se empobrece nuestra existencia.
De ese modo, para concluir, me parece ver en todo el relato la
proclamación de una Buena Noticia que se convierte en Invitación vital: todo
está ya; sólo necesitamos "verlo". Ven al presente, acalla la mente y
reconoce quién eres, cuando no te "piensas".
Venimos de un pasado que había reducido nuestra identidad a la
mente ("pienso, luego existo", según la fórmula acuñada por el padre
de la filosofía moderna). Necesitamos experimentar que no todo acaba ahí: ¡hay
vida después de la mente!
Más allá del pensamiento –aunque, evidentemente, asumida e
integrada la razón crítica como uno de los grandes regalos de la modernidad,
que nos previene contra la irracionalidad-, se halla un "No-lugar"
–más allá de los "mapas", el "Territorio"-, que constituye
nuestra verdadera identidad.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy
Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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