Reflexión domingo 11 de junio
2017
Juan 3,16-18:
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
-Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque
Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él.
El
que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no
ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Palabra del Señor
La fiesta de la Santísima Trinidad. No es solamente una fiesta de admiración, de contemplación, de celebración. Es, sobre todo, una fiesta de compromiso. La Trinidad es el misterio de un Dios Poderoso. Es el prodigio de un Dios que es familia. Es el portento de un Dios solidario, que se compromete con el hombre. Es la manifestación más sublime del amor.
Algunos
apóstoles todavía estaban confundidos, vacilaban. No sabían a que atenerse. ¿En
que iban a quedar las enseñanzas de Jesús a lo largo de tres densos años de
convivencia con sus apóstoles?
Antes habían
recibido las enseñanzas, ahora reciben el poder. A partir de ahora pueden hacer
discípulos, bautizar, enseñar, evangelizar. No, por supuesto, en nombre propio,
sino en el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La Santísima
Trinidad es Vida en comunión.
La Santísima
Trinidad es Santidad compartida.
La Santísima
Trinidad es Dios por nosotros.
La Santísima
Trinidad es Dios en nosotros.
La Santísima
Trinidad es Manifestación de Amor eterno.
La Santísima
Trinidad es Misterio de Solidaridad.
La Santísima
Trinidad es Modelo de Unidad.
La Santísima
Trinidad es Familia divina.
La Santísima
Trinidad es Comunión de Personas.
La Santísima
Trinidad es Creación portentosa.
La santísima
Trinidad es Redención perpetua.
La Santísima
Trinidad es Santificación sin medida.
La Santísima
Trinidad es Don, es Fruto, es Sello.
El mandato de
Cristo sigue vigente: “vayan y hagan que todos sean mis discípulos en el nombre
del padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. La tarea es ingente. Mientras el
Espíritu del mal actúa sin descanso, muchos creyentes viven adocenados,
postrados en su comodidad, olvidando el que el Reino de Dios sufre violencia.
El
compromiso del cristiano no se termina
salvando la propia vida, sino proyectando toda nuestra generosidad a favor de
los demás. Todos tenemos que ser apóstoles, testigos, misioneros si queremos
seguir a Cristo con fidelidad.
Cristo sigue
vivo, presente en nuestras vidas. Está siempre con nosotros. Con una sola
condición: que le abramos de par en par las puestas de nuestra vida y que no
tengamos miedo.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana
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