viernes, 24 de julio de 2015

El arte de Compartir…



Reflexión domingo 26 de julio 2015
El  arte de Compartir…
Juan 6,1-15
         Esta escena de la vida de Jesús, conocida como la "multiplicación de los panes" es un relato que figura en los cuatro evangelios. Este sencillo dato nos da la pauta de que fue un hecho de vida significativo para las comunidades cristianas de los primeros años de la iglesia y también lo es para nosotros. Sabemos que los evangelios no son biografía de Jesús sino anuncio de su Buena Noticia.
         La multitud sedienta de Dios. ¿Qué los impulsaba a seguirle? ¿Sanación? ¿Paz? ¿Milagros? ¿ Curiosidad? Había allí un hombre bueno que hablaba como bueno, que les decía buenas cosas creíbles, y ellos iban detrás. Una realidad es ineludible: solo Dios puede colmar de vida el vacío del corazón humano. Uno busca y busca, en fórmulas, recetas mágicas, libros, creencias, música, arte… pero Dios es lo que falta, Dios puede colmar el vacío, nuestra eterna búsqueda del sentido de la vida. Ojalá que nosotros siempre estemos en búsqueda, siguiendo a Jesús como  aquella multitud.
      Jesús contempla el gentío y se compadece por ellos. Manifiesta a sus discípulos su preocupación por las necesidades de la gente. Jesús se preocupa por el hambre del pueblo, por lo que podrían o no comer. Practica y vive lo que luego nos enseña: a Dios le preocupa la vida concreta de las personas y juzgará nuestras vidas desde la óptica concreta de la solidaridad y la fraternidad con los hermanos.  
      Es interesante descubrir que Jesús no se queda en el diagnóstico de la situación: "la gente tiene hambre"… sino que se compromete a sí mismo y a sus discípulos a buscar una solución a la situación "¿Dónde iremos a comprar pan…?", que equivale a "Qué haremos nosotros por esta gente”
      Dice el evangelio que Jesús pone a prueba a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". Hay una tentación que es al pecado, al mal, es la tentación del demonio… y esta otra, que tiene un sentido de prueba o purificación.
Y ante esa prueba podemos responder de dos maneras:
 Felipe se sorprende con la pregunta del Maestro y su respuesta está cargada de lógica humana "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan", es la respuesta de Felipe. Un denario era el sueldo de un día de trabajo. Felipe se queja, es un problemólogo, sabe del problema, pero no resuelve nada. Propio de quienes se quedan de brazos cruzados ante tanta necesidad, de los que dicen: ¿qué puedo hacer yo ante esta  situación? Y bajan los brazos, es mejor quedarse en casa, no comprometerse, vivir aislados y seguros al calor del dinero, del confort, de las cuatro paredes de la Iglesia que actúa como refugio, solo refugio. Con sus palabras Felipe quiere decir que cree imposible dar de comer a toda esa gente
       O la otra manera. Andrés dijo: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Andrés, hace un aporte más positivo, aunque también plantea sus dudas e incredulidad. En este relato vuelve a aparecer una actitud característica del discípulo (y por lo tanto de quienes buscamos seguir los pasos de Jesús): es quien es capaz de descubrir a su alrededor los dones que Dios ha repartido, aun cuando no alcance a comprender. Andrés señala que un muchacho tiene algo de alimentos, aunque a su juicio no es suficiente "¿qué es esto para tanta gente?". El que tiene los “ingredientes” básicos para realizar el milagro es un humilde muchacho…
      Jesús interviene tomando la iniciativa. Les da instrucciones a sus discípulos y la gente se sienta en grupos. Las soluciones no son individuales sino comunitarias, Jesús organiza a la gente, le enseña a compartir.


      Jesús acepta el aporte del niño, da gracias, lo reparte… y todos comieron y se saciaron. Un dicho popular de nuestros días afirma "Cuando se comparte, alcanza y sobra 
        Amigos Jesús nos enseña que la dinámica del Reino es el arte de compartir. Quizá todo el dinero del mundo no fuese suficiente para comprar el alimento necesario para los que pasan hambre... El problema no se soluciona comprando, el problema se soluciona compartiendo.
        La dinámica del mundo capitalista es precisamente el dinero. Creemos que sin dinero nada se puede hacer y tratamos de convertirlo todo en dinero, no sólo los recursos naturales sino también los recursos humanos y los valores: el amor, la amistad, el servicio, la justicia, la fraternidad, la fe, etc. En el mundo capitalista nada se nos da gratuitamente, todo tiene su precio, todo se tasa y se comercializa. Se nos ha olvidado que la vida acontece por pura gratuidad, por puro don de Dios.        
      El milagro no es tanto la multiplicación del alimento, sino lo que ocurre en el interior de sus oyentes: se sintieron interpelados por la palabra de Jesús y, dejando a un lado el egoísmo, cada cual colocó lo poco que aún le quedaba, y se maravillaron después de que vieron que al alimento se multiplicó y sobró. Comprendieron entonces que si el pueblo pasaba hambre y necesidad, no era tanto por la situación de pobreza, sino por el egoísmo de los hombres y mujeres que conformados con lo que tenían, no les importaba que los demás pasaran necesidad. El gesto de compartir marca profundamente la vida de las primeras comunidades que siguieron a Jesús. Compartir el pan se convierte en un gesto que prolonga y mantiene la vida, un gesto de pascua y de resurrección. Al partir el pan se descubre la presencia nueva del resucitado.
      Los cristianos no debemos olvidar el compartir: ésta es la clave para hacer realidad la fraternidad, para reconocernos hijos de un mismo Padre. Cuando se comparte con gusto y con alegría el alimento se multiplica y sobra.
       Yo siempre trato de  dejar atrás palabras tan incómodas como pecado, oscuridad, dolor, muerte, para detenernos en los terrenos luminosos de la vida, resurrección, gracia, salvación, amor fe...esto no da la posibilidad de abrir nuestra mente y corazón a la gracia de Dios que actúa siempre en nosotros y así actuaremos como verdaderos hijos de Él.
      Hemos pasado con Jesús a la “otra orilla”. Es nuestra vocación: seguir a Jesús donde quiera que vaya, sin miedos, sin limitaciones, sin condiciones.
Si estamos con Jesús, observaremos el milagro permanente de ver como se multiplican los panes en nuestra vida. Y no sólo estoy pensando en el pan de trigo, sino en el pan del amor, de la alegría, de la felicidad, de la familia unida, de la gracia, de la salud, del trabajo, del amor...
Un niño ofreció al Señor cinco panes, que se transformaron, luego, en numerosos de dones que aliviaron el hambre de la multitud. ¿Qué tengo yo para ofrecerle a Jesús?
     Sobraron muchos pedazos de pan. Jesús mandó recogerlos. Nada tiene que desperdiciarse. Tus obras más sencillas repercuten positivamente en el dinamismo de la salvación de la humanidad. Todo cuanto piensas, dices y haces se proyecta en tu comunidad. No somos seres solitarios, sino personas solidarias.

    Y cuando hayamos sembrado el mundo de bendiciones, retirémonos calladamente y digámosle  a nuestro  Señor: “He hecho lo que tenía que hacer”.
Pero la palabra “multiplicar” no aparece en ninguno de los relatos… pero sí las palabras “partir”, “repartir”, “distribuir”…
    La multitud aparenta reconocer al Mesías esperado, pero Jesús se aleja y busca un lugar adecuado para dialogar seguramente con su Padre, en el monte, en soledad.
La escena termina con Jesús en el monte, en soledad. El monte, lugar de oración y encuentro profundo con el Dios de la Vida, para buscar y conocer su voluntad, para discernir el camino a seguir, para abrevar en el agua que da vida y fuerza para continuar: la presencia del Padre y el diálogo con El.
  Jesús sigue haciendo milagros, pero éstos pasan por nuestras manos, nuestro corazón, nuestros ojos, nuestros labios… El milagro somos nosotros, ofreciendo nuestra pequeñez que Dios convierte en grandeza.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

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