Reflexión domingo 12 de julio 2015
El Milagro de Amar
Marcos
(6,7-13)
.
Este evangelio de hoy Nos invita a salir de nosotros
mismos, a ir al encuentro con los otros, a las galileas existenciales,
sin miedo al mal, no poniendo la confianza en las cosas materiales, sin imposición, confiados en Su Espíritu y quien nos quiera recibir.
sin miedo al mal, no poniendo la confianza en las cosas materiales, sin imposición, confiados en Su Espíritu y quien nos quiera recibir.
En la Iglesia se siente hoy la necesidad de una nueva
evangelización. Y a esto nos pueden pasar por la cabeza muchas interrogantes de
cómo salir adelante: ¿En qué puede consistir? ¿Dónde puede estar su novedad?
¿Qué hemos de cambiar? ¿Cuál fue realmente la intención de Jesús al enviar a
sus discípulos a prolongar su tarea evangelizadora? veamos un poquito:
Jesús envía
a los Doce ligeros de equipaje, con lo imprescindible. Se convierten en
instrumentos de su Buena Noticia. Una Noticia que vale por sí misma, que no
necesita de especiales infraestructuras para expandirse ni de los servicios de
complicados estudios de marketing. Es una vida casi a la intemperie, aunque
abierta a las muestras de hospitalidad y de acogida, que son regalos en medio
del camino. Así también ha de ser la vida del seguidor de Jesús: más confiada
en su continua compañía a nuestro lado que en nuestros propios medios,
seguridades y habilidades. Un estilo de vida compartida con otros, de dos en
dos, ya que la comunidad es el primer testimonio para la misión. Y, juntos,
avanzar en el camino del desprendimiento, que hace creíble el testimonio y nos
ahorra el peso de tantas cosas “de repuesto” que nos impiden la fácil movilidad
para seguir anunciando el Evangelio.
Por esto, la única manera
de impulsar una “nueva evangelización” es purificar e intensificar esta
vinculación con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el
mundo.
Sin
recuperar este estilo evangélico, no hay nueva evangelización. Lo importante no es poner en marcha
nuevas actividades y estrategias, sino desprendernos de costumbres, estructuras
y servidumbres que nos están impidiendo ser libres para contagiar lo esencial
del Evangelio con verdad y sencillez. Está claro que también lo nuevo es muy
importante.
Creo que la Iglesia está perdiendo este estilo itinerante que sugiere
Jesús. Su caminar se hace lento y
pesado. No acierta muchas veces acompañar a la humanidad. No tenemos agilidad
para pasar de una cultura a otra. Nos agarramos a cosas, cultura, lugar, personas.
Nos enredamos en intereses que no coinciden con el Reino de Dios. Necesitamos
conversión.
Y hoy la palabra de Dios es clara
a este respecto; la Palabra de Dios pone de manifiesto el talante misionero de
todo cristiano, una misión para la que no se necesitan títulos especiales
humanos, por más que nos empeñemos que eso de "misionar" sea exclusivo de sacerdotes, religiosos/as, es
nuestra misión específica y meta de vida, pero no excluye la misión a los laicos.
Y la elección y el envío se basan no en los títulos,
dineros, inteligencia, preparación y capacitación previa, pues sabemos los
títulos de que eran portadores los discípulos de Jesús: unos pescadores, otros
publicanos, y otros sacados de algún grupo guerrillero de entonces, cobrador de
impuesto.
Hermanos estamos invitados como los discípulos a llevar, la experiencia
de haber convivido con Jesús, haber compartido la vida con él, haber sido testigos
de sus milagros, haber escuchado su palabra en tantas ocasiones, que iba
puliendo sus debilidades, haber escuchado su mensaje de amor. El evangelio nos
habla de que Jesús les proveyó de poderes especiales, les dio poder sobre los
espíritus inmundos. Y ellos confirmaban sus palabras y su invitación a la
conversión expulsando demonios y curando enfermos mediante la aplicación de
ungüentos.
Quizás desde aquí vemos que no se
necesitan títulos especiales (sacerdote, obispo, religioso, catequista), ni capacidades
particulares para sentimos elegidos por Cristo y enviados a evangelizar, a
llevar el evangelio a una sociedad que no es diferente a la de los profeta, con
tantas divisiones e injusticias, ni tan diferente del mundo de Jesús, pues
también hoy abundan los espíritus inmundos, esas fuerzas demoníacas que se
posesionan de las personas y les convierten en verdaderas marionetas, títeres
sin personalidad, todo aquello que rebaja y esclaviza al hombre.
Quizás no tenemos esos poderes extraordinarios con que Jesús dota a los
apóstoles para hacer aquellos milagros que asombraron hasta a los mismos
protagonistas, pero tenemos la capacidad de realizar cada día el milagro del
amor en pequeños gestos.
Nuestra vida cristiana tiene
sentido en la medida en que vamos realizando el pequeño gesto, el milagro que
Dios puso en nuestras manos, el milagro de querernos y de ayudarnos.
Pues tan milagroso es para mí
devolver la vista a un ciego como la felicidad a un amargado, Y tan prodigioso
es multiplicar los panes como repartirlos y compartirlos solidariamente. Y tan
asombroso es cambiar el agua en vino como el egoísmo en fraternidad. Tan
milagroso es expulsar demonios, como suponemos hicieron los apóstoles con el
poder que Jesús les otorga, como ayudar a salir de la drogadicción o de la
dependencia alcohólica a personas que estos elementos les han robado la
personalidad. Y tan milagroso es ungir a los enfermos con aceite y curarlos,
como harían los apóstoles con sus poderes heredados de Jesús, como el pasarse
días, meses y años al lado de un enfermo cuidando amorosamente de él.
Y el milagro de amar podemos hacerlo todos, pequeños
y grandes, sanos y enfermos, ricos y pobres. Hacer grandes milagros no está en
nuestra mano, pero sí el milagro del amor para cambiar el mundo, para lograr
esa conversión que estamos llamados a predicar, conversión total de corazones,
personas y estructuras de la sociedad.
Y es con ese
milagro como vamos corroborando nuestras palabras con las obras y haciendo que
el Reino de Dios se vaya construyendo en la tierra, autentificando así el
evangelio, la buena noticia de Jesús y siendo colaboradores en la misma misión de Cristo guiados e iluminados por
el Espíritu Santo.
PAZ Y BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy
Cazón
Fraternidad Eclesial
Franciscana
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