viernes, 10 de julio de 2015

El Milagro de Amar



Reflexión domingo 12 de julio 2015
El Milagro de Amar
Marcos (6,7-13)
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Este evangelio de hoy Nos invita a salir de nosotros mismos, a ir al encuentro con los otros, a las galileas existenciales, 
 sin miedo al mal, no poniendo la confianza en las cosas materiales, sin imposición, confiados en Su Espíritu  y quien nos quiera recibir.
   En la Iglesia se siente hoy la necesidad de una nueva evangelización. Y a esto nos pueden pasar por la cabeza muchas interrogantes de cómo salir adelante: ¿En qué puede consistir? ¿Dónde puede estar su novedad? ¿Qué hemos de cambiar? ¿Cuál fue realmente la intención de Jesús al enviar a sus discípulos a prolongar su tarea evangelizadora? veamos un poquito:
   Jesús envía a los Doce ligeros de equipaje, con lo imprescindible. Se convierten en instrumentos de su Buena Noticia. Una Noticia que vale por sí misma, que no necesita de especiales infraestructuras para expandirse ni de los servicios de complicados estudios de marketing. Es una vida casi a la intemperie, aunque abierta a las muestras de hospitalidad y de acogida, que son regalos en medio del camino. Así también ha de ser la vida del seguidor de Jesús: más confiada en su continua compañía a nuestro lado que en nuestros propios medios, seguridades y habilidades. Un estilo de vida compartida con otros, de dos en dos, ya que la comunidad es el primer testimonio para la misión. Y, juntos, avanzar en el camino del desprendimiento, que hace creíble el testimonio y nos ahorra el peso de tantas cosas “de repuesto” que nos impiden la fácil movilidad para seguir anunciando el Evangelio.
Por esto, la única manera de impulsar una “nueva evangelización” es purificar e intensificar esta vinculación con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el mundo.
     Sin recuperar este estilo evangélico, no hay nueva evangelización. Lo importante no es poner en marcha nuevas actividades y estrategias, sino desprendernos de costumbres, estructuras y servidumbres que nos están impidiendo ser libres para contagiar lo esencial del Evangelio con verdad y sencillez. Está claro que también lo nuevo es muy importante.
Creo que la Iglesia está  perdiendo este estilo itinerante que sugiere Jesús. Su caminar se hace  lento y pesado. No acierta muchas veces  acompañar a la humanidad. No tenemos agilidad para pasar de una cultura a otra. Nos agarramos a cosas, cultura, lugar, personas. Nos enredamos en intereses que no coinciden con el Reino de Dios. Necesitamos conversión.
     Y hoy la palabra de Dios es clara a este respecto; la Palabra de Dios pone de manifiesto el talante misionero de todo cristiano, una misión para la que no se necesitan títulos especiales humanos, por más que nos empeñemos que eso de "misionar"  sea exclusivo de sacerdotes, religiosos/as, es nuestra misión específica y meta de vida, pero no excluye la misión a los laicos.
    Y la elección y el envío se basan no en los títulos, dineros, inteli­gencia, preparación y capacitación previa, pues sabemos los títulos de que eran portadores los discípulos de Jesús: unos pescadores, otros publicanos, y otros sacados de algún grupo guerrillero de entonces, cobrador de impuesto.
Hermanos estamos invitados como los discípulos a llevar, la experiencia de haber convivido con Jesús, haber compartido la vida con él, haber sido testigos de sus milagros, haber escuchado su palabra en tantas ocasiones, que iba puliendo sus debilidades, haber escuchado su men­saje de amor. El evangelio nos habla de que Jesús les proveyó de poderes especiales, les dio poder sobre los espíritus inmundos. Y ellos confirmaban sus palabras y su invitación a la conversión expul­sando demonios y curando enfermos mediante la aplicación de ungüentos.
     Quizás desde aquí vemos que no se necesitan títulos espe­ciales (sacerdote, obispo, religioso, catequista), ni capacidades particulares para sentimos elegidos por Cristo y enviados a evangelizar, a llevar el evangelio a una sociedad que no es diferente a la de los profeta, con tantas divisiones e injusti­cias, ni tan diferente del mundo de Jesús, pues también hoy abundan los espíritus inmundos, esas fuerzas demoníacas que se posesionan de las personas y les convierten en verdaderas marionetas, títeres sin personalidad, todo aquello que rebaja y esclaviza al hombre.
    Quizás no tenemos esos poderes extraordinarios con que Jesús dota a los apóstoles para hacer aquellos milagros que asombraron hasta a los mismos protagonistas, pero tenemos la capacidad de realizar cada día el milagro del amor en pequeños gestos.
Nuestra vida cristiana tiene sentido en la medida en que vamos realizando el pequeño gesto, el milagro que Dios puso en nues­tras manos, el milagro de querernos y de ayudarnos.
    Pues tan milagroso es para mí devolver la vista a un ciego como la felicidad a un amargado, Y tan prodigioso es multiplicar los panes como repartirlos y compartirlos solidariamente. Y tan asombroso es cambiar el agua en vino como el egoísmo en fra­ternidad. Tan milagroso es expulsar demonios, como suponemos hicieron los apóstoles con el poder que Jesús les otorga, como ayudar a salir de la drogadicción o de la dependencia alcohólica a personas que estos elementos les han robado la personalidad. Y tan milagroso es ungir a los enfermos con aceite y curarlos, como harían los apóstoles con sus poderes heredados de Jesús, como el pasarse días, meses y años al lado de un enfermo cuidando amorosamente de él.
    Y el milagro de amar podemos hacerlo todos, pequeños y grandes, sanos y enfermos, ricos y pobres. Hacer grandes mila­gros no está en nuestra mano, pero sí el milagro del amor para cambiar el mundo, para lograr esa conversión que estamos lla­mados a predicar, conversión total de corazones, personas y estructuras de la sociedad. 

    Y es con ese milagro como vamos corroborando nuestras palabras con las obras y haciendo que el Reino de Dios se vaya construyendo en la tierra, autentificando así el evangelio, la buena noticia de Jesús y siendo colaboradores en la  misma misión de Cristo guiados e iluminados por el Espíritu Santo.

PAZ  Y  BIEN
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana

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