Reflexión domingo 25 de octubre 2015
UN
GRITO HECHO ORACIÓN
Marcos 10,46-52
El evangelio
de Bartimeo es una de las páginas más lindas y más profundas de la Palabra. Porque
en este fragmento se narra de alguna manera nuestra historia de fe también.
Como
siempre, es la fe la que únicamente puede captar el sentido de un signo
milagroso: el ciego Bartimeo no creyó porque fue curado, sino, al contrario,
fue curado porque tenía fe.
No hay nada más hermoso que poder ver: el
rostro de la madre, la sonrisa del niño, los ojos de la persona amada, la
belleza de la creación, las obras de los hombres… y para ver nos ha llamado
Jesucristo… sentados al borde del camino de la historia estamos aquí, para
decirle a Jesús: “Señor, queremos ver.
Jesús inicia de Jericó su camino hacia
Jerusalén donde será crucificado, Mucha gente acompaña a Jesús, que triunfaba
entonces…unos los seguían por servir a Dios y otros para servirse de Dios… y Él
a todos los acoge.
El
camino por el que pasa Jesús y junto al que está sentado el ciego, mendigando,
es también todo un símbolo: ese camino es el
camino de mi vida, y el camino que es
el mismo
Jesús: “Yo soy el camino” (Jn 14,6)…
· Allí,
en su camino, sentado como cada día, este ciego vale aclarar que Bartimeo no es
ciego de nacimiento. Curioso este ciego que pide limosna, tumbado al borde del
camino, sentado sobre su manto, o con el manto extendido… manto que tal vez
luego le servía de cobijo en el frío del día o de la noche.
Bartimeo, que ha oído hablar del nazareno,
no va a dejar pasar la oportunidad que se le ofrece de salir de su
postración: y GRITA.
Ha aprendido a gritar, a orar con el mismo grito de Job, el grito de Jesús en la cruz;
ese grito es un impulso interior,
es un grito hecho oración, se llama fe, esperanza… y ya son fruto del Espíritu Santo. Tal vez antes
fue mudo en su oración, o desconfiado, o ya no esperaba mucho de la vida, pero
al oír hablar de Jesús la fuerza del Espíritu lo mueve, se le despiertan los
sentidos espirituales y grita; antes de recuperar la vista Bartimeo
ha recuperado el grito; antes de alcanzar a Jesús ha logrado el espíritu de
oración; con ello ha vuelto a la infancia; el grito y el llanto muestra
sin tapujos la indigencia, la debilidad, la necesidad. El grito-llanto del
ciego es un gesto de humildad, de necesidad.
El grito molesta… El grupo de los
satisfechos quieren callar el grito del ciego. Se enfurecen contra el ciego que
grita su desgracia; le dicen que se calle. Esos satisfechos (tal vez seamos
nosotros) son mucho más ciegos que el ciego, porque no quieren ver que hay
ciegos: les molesta ver y pensar en las desgracias del prójimo. Muchos más
pobres que el mendigo, porque la pobreza de esos no está en sus ropas o calzado
sino en su corazón…
El evangelio no será acogido nunca por los
que creen ver; sino por los que se saben ciegos, paralíticos, leprosos, y
gritan su limitación en espera de socorro.
¡Dichoso el que no se cansa
de gritar… porque será escuchado!
La oración del ciego provoca la respuesta
de Dios. A la Iglesia que le acompaña jactanciosa, Jesús le dice (a ti y a mi):
“¡Llámalo!” Dirigiéndose a los que
gritan y tráiganmelos a mi presencia,
acérquenmelos. No impidan que se acerquen a mí; al contrario, facilítenle el
que vengan y desahoguen conmigo sus problemas, porque para esto he
venido.
¿Por qué nos empeñamos en
hacer una Iglesia de privilegiados? ¿Por qué la misericordia no ocupa el primer
lugar en nuestras iglesias? Jesús nos dice: “¡Llámenlos!
También había entre ellos gente obediente que
evangeliza y acerca a los hombres a Dios… Han sentido la llamada de Dios y la hacen extensiva: Ánimo, levántate que te llama. Casi tres frases en muy
pocas palabras, tú que estás hundido por el peso de la vida, cansado de
tu trabajo, de tu espiritualidad rutinaria; tú que vives paralizado por tu
miedo a la enfermedad, a perder el trabajo, a que te abandonen, a
quedarte sin nada… ¡Animo levántate!, Ponte en pie. Hermoso
el gesto de tomar de la mano y sentir que alguien te empuja hacia arriba.
El eco de su grito ha llegado al corazón de
Dios. Jesús ama a los hombres; a todos, pero especialmente a los que sufren;
tiene una opción preferencial por los pobres; no ama a la multitud
anónima, sino a estos hombres concretos que como Bartimeo no dudan en gritar a
pleno pulmón lo que otros no se atreven ni siquiera a susurrar: “Tú eres el
Mesías, tú puedes curarme. Hijo de David, ten compasión de mí.
Bartimeo deja atrás el manto, su vieja forma de
vida. Es un gesto de grandeza; lo deja y que lo recoja cualquiera.
Aquel manto representa el espacio que le ha asignado el mundo. Pero él rompe
ese destino y se pone en mitad del camino cuando pasa Jesús. Es la libertad
recobrada. Decide correr hacia Jesús; este es el milagro: romper las barreras
de la gente, ir contra corriente de un mundo que le da la espalda a Jesús y su
Iglesia, cortar los cordones de las costumbres que no generan vida, erradicar
las espiritualidades acartonadas y formalistas golpes de pecho,
derribar las líneas de las convenciones sociales hipócritas,
de los protocolos vacíos, rechazar los papeles
impuestos .
Saltar hacia Jesús. Es el
momento de la gracia, del encuentro, que el ciego Bartimeo inicia
cuando lanza el manto abandonando, antes incluso de ser curado, las muletas,
los bienes, que le sostenían hasta entonces. Otros dejaron la barca, su
familia, su tierra. ¿Qué hemos dejado para salir encuentro con Jesús?
El paso del ciego es el
primer paso de toda conversión: dejar atrás el hombre viejo dando cabida así al
hombre nuevo. No es fácil.
¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR
TI? te dice Jesús. Es demasiado hermoso para creerlo; el mismo
Dios que se interesa por ti; por mí…
¿Qué quieres que haga por
ti? , ve a lo profundo, ahonda en ti y pide lo que realmente te pueda devolver
la vida.
El ciego Bartimeo era
dolorosamente consciente de que privado de la luz de los ojos no podía captar
el mundo visible.
La curación del ciego es obra de Jesús. Y también
es obra de Bartimeo. Fijémonos en él: tuvo fe: “Tú eres el Hijo de
David”, el Mesías…. Y realizó su obra. Por eso Jesús dice: Tu fe te ha
salvado. Sin ella Dios, que respeta profundamente la
libertad del hombre, no hubiera actuado. ¡Qué importante es la fe!
El ciego es el tipo del
hombre que desde lo profundo de su ser, desde sus oscuridades y
contradicciones, reconoce en Jesús al Mesías y al Maestro y lo sigue.
La historia del ciego Bartimeo
es tu propia historia y la mía. Somos el ciego, somos la multitud que quiere
acallar la voz del ciego. Somos quienes le damos ánimo diciéndole: “Levántate, que te
llama”.
Como personas, cada uno
debe abrir a Dios el corazón en el día de hoy gritándole por la propia
sanación.
Para mí la fe no es un mero sentimiento de la presencia de
Dios o de la Voluntad de Dios en mi vida. Para mí creer es sobrellevar con alegría las
confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos de mi fidelidad. Para
mí creer es fiarme de Dios y confiar en Él.
Paz
y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy
Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana
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