Reflexión domingo 1 de enero 2017
Dios
habla a los que están despiertos…
Lucas 2, 16-21.
Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al
niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de
aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los
pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días,
tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había
llamado el ángel antes de su concepción.
Un pastor,
en aquella época, era una persona que tenía mala reputación. Los tribunales,
por ejemplo, no lo aceptaban como un testigo válido. Su vida solitaria y
errante, su escasa higiene corporal y su nula formación, les habían acarreado
el rechazo de sus contemporáneos. Por eso, llama la atención la aparición de un
ángel a estos hombres rudos, carentes de prestigio social, anunciándoles un
mensaje divino. Lo cierto es que escucharon la voz de Dios, se levantaron con
presteza, acudieron a ver el niño y proclamaron la buena noticia a todos los
que se encontraron en el camino.
La Navidad
ha sido la fiesta de los pequeños, de los sencillos, de los que apenas llaman
la atención. Cristo ha venido al mundo con un mensaje de liberación,
especialmente para los pobres y necesitados. Los satisfechos, los poderosos,
los que se creen perfectos, no han sabido aceptar mensajes divinos. Ellos ya se
sienten liberados, mientras se protegen de todo peligro con bienes materiales,
con seguridades humanas. En la figura del pastor nos vemos dibujados todos los
que sentimos el peso de nuestras culpas y estamos conscientes de nuestra enorme
debilidad.
Poco importa
el carácter poético, un tanto ecológico, de la narración. La noche estrellada,
la luz ganando la batalla a la oscuridad, los rebaños de ovejas, el campo
abierto, simbolizan la realidad de un mundo dolorido que sueña en paraísos
idílicos en los que reina la abundancia, la paz, la solidaridad. Un pastor
joven y agraciado, David, había viajado en otro tiempo de la soledad del campo
al poder de la realeza. De apacentar rebaños de ovejas había pasado a ser el
guía fiel del pueblo de Dios en busca de pastos hacia la libertad.
Dios
habla a los que están despiertos y atentos a su llamada.
Dios
habla a los sencillos de corazón.
Dios
habla a los que están dispuestos a levantarse.
Dios
habla a los que buscan la verdad.
Dios
habla a los que quieren caminar.
Dios
habla a los que aceptan sus limitaciones.
Dios
habla a los que creen en los milagros.
Dios
habla a los despreciados por el mundo.
Dios
habla a los que esperan la liberación.
Dios
habla a los que tienen sueños.
Dios
habla a los pastores de ilusiones.
María, la
Madre, observaba, aprendía, escuchaba, permanecía atenta a los prodigios que
aparecían ante ella. No entendía nada, pero se daba cuenta que la mano de Dios
actuaba, estaba allí. Conservaba todas aquellas cosas en su corazón, donde
ardía constantemente el fuego del amor y de la entrega. No eran
meras reflexiones intelectuales, sino posturas existenciales que comprometían
su vida y despertaban las mejores resonancias de generosidad en su sensibilidad
de madre.
Se había
iniciado un milagro permanente de la liberación de la humanidad en las carnes
frágiles de un niño que yacía en un pesebre. María y José intensificaban su
oración para permanecer abiertos a la sorpresa. Desde el silencio y la
aceptación incondicional.
Nuestra
devoción a María debe ser más clara, más fundada, más bíblica, pero en ningún
caso debe dejar de ser humilde, sencilla y popular. Vale la pena descubrir la
validez de la devoción sensible que manifiesta el amor a María. Su vida, su
ejemplo, sus palabras nos invitan a amar a Jesús.
PAZ Y BIEN
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazòn
Fraternidad
Eclesial Franciscana