Reflexión domingo 28 de febrero
2018
“Este es mi Hijo
amado; escúchenlo”.
Marcos
9,2-10
Desde la cima de una montaña todo se ve mejor,
lo de abajo y lo de arriba. Por eso, muchas ermitas están situadas en
altozanos. Y también muchos templos de otras religiones. Allí parece que Dios
está más cerca, alejados de los vaivenes y trabajos del mundo y somos más
capaces de ver con claridad el conjunto de nuestra vida. Porque, cuando estamos
abajo, los árboles no nos dejan ver el bosque.
También en lo alto de una montaña tiene
lugar la transfiguración de Jesús ante sus apóstoles. Allí, lejos de las
multitudes, quizá en un momento de encuentro y diálogo profundo, fue como los
apóstoles fueron capaces de ver con toda claridad quién era Jesús y su relación
con las tradiciones judías –de ahí la presencia de Elías y Moisés–. Y eso,
cuando lo contaron años más tarde, lo explicaron diciendo que Jesús se había
transfigurado ante ellos. Lo habían contemplado iluminado por Dios mismo y
habían sentido-escuchado la voz de Dios que les dijo: “Este es mi Hijo amado;
escúchenlo”.
La experiencia de subir a una montaña fue
definitiva. Para Abrahán y para los tres apóstoles que subieron con Jesús.
Quizá esta Cuaresma sea nuestra oportunidad para subir también a alguna
montaña, para buscar algún momento en el que nos podamos alejar del tráfago
diario de la vida. Allí encontraremos, ante todo, silencio. El silencio de Dios
que terminará por llegar a nuestro corazón. Allí nos daremos cuenta, quizá, de
que nuestra vida no va todo lo bien que debería ir. Allí encontraremos las
fuerzas para intentar un cambio, porque contamos con la bendición y la gracia y
la fuerza de Dios que no nos abandona nunca. Porque, como dice la segunda
lectura, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana