Reflexión
domingo 4 de febrero 2018
La misión de dar
esperanza…
Marcos 1,29-39
Para
una cierta parte de la humanidad, aquellos a los que les ha tocado la peor
parte, ésta es su experiencia básica de la vida. Pero ni siquiera a los que les
ha tocado la mejor parte están exentos de dolores y sufrimientos. Y al final la
muerte iguala a todos. Sin piedad. Sin contemplaciones.
Desde esta experiencia, tan profundamente humana, el paso de
Jesús es una especie de alivio infinito, de consolación, de gozo para el alma.
No es de extrañar que los que tuvieron la oportunidad de encontrarse
directamente con Jesús, o sencillamente de conocer su existencia, se acercasen
a él con la esperanza de que les curase de sus dolencias. De todas sus
dolencias. De las del cuerpo y de las del alma, que no se sabe cuáles duelen
más.
Jesús cogió la mano de la suegra de Simón y la curó. Más tarde,
quizá enterados de lo sucedido, fue una multitud de enfermos los que se
agolparon a la puerta de la casa donde estaba hospedado Jesús. Todos esperaban
ser curados. Todos vieron confirmadas sus esperanzas. Y el demonio del mal les
abandonaba para siempre. La gente estaba desesperada pero por fin habían
encontrado a alguien que los liberaba del mal. El mismo Jesús tiene conciencia
de que esa liberación del mal es parte fundamental de su misión. Quiere llegar
a todos. “Vámonos a otra parte, que para eso he venido”.
Hoy somos nosotros esa presencia salvadora de Dios en el mundo.
Ha puesto en nuestras manos la misión de
dar esperanza y vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que viven
agobiados por el dolor, la pobreza o la injusticia. Hoy los cristianos tenemos
que decir con Pablo (segunda lectura): “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana
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