jueves, 30 de junio de 2016

trasmitir la paz y curar las enfermedades...



Reflexión domingo 1 julio 2016
“Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor”
(Saint-Exupery).
Trasmitir la paz y curar las enfermedades…
Lucas 10, 1-12.17-20

Jesús envía a predicar a sus setenta y dos discípulos, y les da instrucciones precisas de cómo deben actuar. Esas lecciones nos dan muchas orientaciones de cómo El quiere que nos comportemos cuando actuamos apostólicamente.

Nos pide primero oración: recen al Dueño de la Mies. A continuación nos indica que la predicación puede tener graves dificultades (estamos como ovejas entre lobos), nos dice que hay que ir en pobreza: ni sandalia, ni bastón, ni bolsas. Y la actividad apostólica que hay que realizar en estas condiciones es doble: trasmitir la paz y curar las enfermedades.

¿Qué es la actividad apostólica? El mensaje que el Señor quiere que trasmitamos es “su mensaje”, y esto es lo primero que se debe tener en cuenta; que hay que recibir el mensaje de Jesús, para trasmitirlo. El problema es que como lo hacemos nosotros, y el mensaje debe estar en nosotros y partir de nuestra propia palabra, sin querer podemos estar trasmitiendo nuestras ideas, más que el mensaje de Jesús. Lo adornamos con nuestras palabras, y a veces queda oculta detrás de nuestros adornos y de nuestras ocurrencias. Por otra parte para que salga como se necesita, debe salir del corazón. Nuestros mensajes personales con frecuencia salen de nuestra cabeza y esos mensajes naturalmente llegan a la cabeza de nuestro interlocutor. Pero si se quiere la conversión de alguien hay que conmover su corazón, y sólo un corazón conmueve a otro corazón.

Además es Dios el dueño del mensaje y el que quiere trasmitirlo y el que puede conmover el corazón de los oyentes. Sólo Dios tiene eficacia para trasformar una vida. Entonces se trata de que Dios, que está en nuestros corazones, sea el que hable a través de nuestras palabras; nuestra boca debe estar conectada a nuestro corazón, y nuestro corazón conectado a Dios. Así saldrá el mensaje de Dios a través de nuestras palabras. Estar en contacto con Dios en nuestro ser más íntimo, y que sea lo que hay en nuestro corazón lo que trasmitimos. Así estará Dios hablando con nuestras palabras y llegando al corazón de nuestros hermanos.

Por eso Jesús les dice a los setenta y dos, y nos dice a nosotros, que oremos al Dueño de la Mies que envíe operarios a su campo. O sea que vayamos pero enviados por Dios, y que ésa sea nuestra petición. No sólo que mande más operarios, sino que nos mande a nosotros: ir enviados por El, no a título personal. Sin oración el mensaje puede quizá ser bonito, pero no eficaz; podrán decir ¡qué bonito!, pero no trasformará por dentro al oyente del mensaje. Hay que predicar como quien está orando.

Por eso hay que saber que el mensaje enfrentará dificultades. Pero debemos ser como la oveja que se acerca a los oyentes: no como lobos agresivos, que convierten a sus oyentes por el miedo, sino con toda humildad, desarmados. Y aceptando que a pesar de ir con modestia y humildad y sencillez, como las ovejas, trasformaremos a los lobos. Que la bondad y el amor de la oveja podrán dominar la ferocidad de cualquier lobo. La bondad y la humildad son esenciales al predicador del mensaje. No llega (y menos en nombre de Dios) un trabajo apostólico violento y lleno de amenazas.

Y manda que el mensajero no lleve ninguna clase de riquezas, ni mucho equipaje. De hecho hay que dejarlo todo. ¿De qué pobreza se trata? Ciertamente de un corazón libre de todo materialismo, libre de preocupaciones económicas, sin ninguna voluntad de sacar ventaja personal del mensaje. Fiarse de sólo Dios, de la eficacia que El da a la palabra auténtica dicha en su nombre. Muchas veces nos fiamos excesivamente de nuestra agudeza, de nuestra contundencia verbal, de nuestra brillantez, de nuestra imaginación llena de colorido; nuestros preparativos con los que recubrimos el mensaje ponen de manifiesto que nosotros somos los que pensamos que vamos a dar eficacia al mensaje de Jesús. Hay que desnudar el mensaje de todas esas consideraciones. Y además desnudarnos a nosotros de todo interés personal, y de todo deseo de poseer el éxito de la empresa. Esa purificación del mensajero es algo sumamente importante, para que hablemos en nombre de Dios, y demos su mensaje.
Nuestro mayor orgullo debería ser,  como decía San Francisco de Asís ser siempre “Instrumento de la paz”.

Y el contenido del mensaje es muy simple: la paz y la curación de las enfermedades. O sea hablar del amor de Dios que es la fuente única de la paz que todos necesitamos y buscamos. Y que además es lo que nos cura de todas las enfermedades, las que nos dañan más hondamente. Esas enfermedades se curan con el toque del amor, y este toque sólo lo da Dios. Pero el Señor no quiere que haya otro mensaje, o mejor que en cualquier mensaje que trasmitamos se anuncie muy claro el amor (la paz de Dios) y la salvación (la que nos cura de las enfermedades más malignas).
En la paz de Jesús les deseo una linda semana.

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana



jueves, 23 de junio de 2016

Un camino de vida...



Reflexión domingo 26 junio 2016
Un camino de vida…
Lucas 9, 51-62

En el evangelio de éste día, el Señor nos invita nuevamente a poner la mirada en él. A poner nuestra confianza en él, ya que el evangelio, tiene que ver claramente con el llamado al seguimiento. El llamado que implica la renuncia. Este llamado implica, cargar con la cruz de cada día y, sobre todo, ir a ese lugar donde el Señor nos envíe. Cada uno de nosotros, seguramente hoy está cumpliendo una misión en algún lugar particular. Y es desde allí, donde el Señor quiere hacer su obra, y es desde allí quiere el Señor anunciar su Buena Noticia. Esa alegría que nos ofrece en su evangelio. 

Jesús percibe que su propuesta de un proyecto nuevo de vida y de sociedad, que él anuncia como “Reino de Dios”, va encontrando siempre mayor resistencia, y la incomprensión de sus mismos discípulos. Ya se proyecta en su horizonte la sombra de la cruz: “estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo”. Entonces decide de enfrentarse firmemente con el centro de la oposición religiosa, el santuario del poder, representado por la ciudad de Jerusalén: “se encaminó decididamente hacia Jerusalén”. Será un camino largo, según el evangelio de Lucas, durante el cual Jesús entrega muchas enseñanzas, para indicar qué significa caminar con él como discípulos, compartiendo su misión y su mismo destino. Tiene que pasar por Samaría, región entre Galilea y Judea, y envía mensajeros para preparar el alojamiento en el pueblo adónde iba a llegar.

Los samaritanos de ese pueblo no lo reciben...
No quieren colaborar con un grupo que parece dirigirse a Jerusalén con un proyecto mesiánico, para conquistar el poder y luego dominar todo el país. Son muy celosos de su autonomía, siempre en conflicto con la capital. En la visión de Lucas, representan también a todos los que se oponen al mensaje de Jesús, incapaces de acogida y escucha.

La reacción de los discípulos Santiago y Juan...
Dos hermanos violentos y ansiosos de poder, deseosos de ocupar los primeros puestos al lado de Jesús, es de la misma naturaleza: al rechazo de los samaritanos quieren responder quemando el pueblito: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?”. Para ellos, Jesús no puede ser inferior al profeta Elías, que hizo bajar fuego del cielo, que quemó el novillo de la ofrenda, y a los oficiales de Ocozías, rey de Samaría, con sus soldados. Es la lógica de la venganza y del castigo, del poder contra otro poder. No es la lógica de la tolerancia y la misericordia, del servicio y del perdón que Jesús va enseñando: no caminan con Jesús, aunque estén con él físicamente.


Jesús responde duramente...
Como lo hacía con los demonios: “Él se dio vuelta y los reprendió”. Y simplemente cambia el itinerario: “se fueron a otro pueblo”. Habrá otro lugar que le dará hospitalidad, otras personas que le acogerán. Entre los mismos samaritanos aparecen nuevos discípulos, a los cuales Jesús manifiesta las condiciones para caminar con él.

Un primero le promete: 
“¡Te seguiré adonde vayas!”. Frente a tanto entusiasmo, Jesús le aclara la condición de precariedad y fatiga que comporta esa opción: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

Jesús mismo invita a un segundo: 
“Sígueme”. Pero a él le cuesta liberarse de la identidad cultural y religiosa que representa el padre. Es un mundo de muertos, mientras que Jesús le ofrece un camino de vida: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”.

Seguir a Jesús exige determinación y perseverancia. Ni la familia y los afectos pueden constituir una dificultad o un obstáculo para el discípulo: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Es la respuesta de Jesús a otro discípulo que todavía no es capaz de hacer como los primeros que Jesús llamó desde la actividad de la pesca en el mar de Galilea: “Inmediatamente, dejándolo todo, lo siguieron”. De estas vocaciones, que van descubriendo con fatiga las exigencias del discipulado, nacen los nuevos evangelizadores que Jesús enviará para la grande misión a los pueblos.

Por eso, queridos jóvenes, anímense a decirle sí al Señor. En lo cotidiano, en lo simple. Él nunca nos pedirá algo que no podamos superar, ya que su gracia y su bondad permanecen siempre con nosotros. Y la meta del Señor, es que podamos alcanzar la felicidad para la cual hemos sido creados. Felicidad que se traduce en vida. 

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
            Fraternidad Eclesial Franciscana

Soy una voz...



24 de junio  2016
Soy  una  voz…
Lucas 1,57-66.80
La Iglesia hoy celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Jesús.

Juan nace de una anciana estéril; Jesús, de una joven virgen. Zacarías el futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo. Esto es, en resumen, lo que intentare reflexionar. Mejor nos instruirá aquel que habla en nuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es la esencia de nuestros sensibles pensamientos, aquel que hemos recibido en nuestro corazón y del cual hemos sido hechos templo, el Espíritu Santo.

Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda libre la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado.

Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Jesús, y en este momento se abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Jesús, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado pero muy patente. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Jesús en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Jesús era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Jesús la Palabra eterna desde el principio.
La pregunta que le hacen no puede ser más simple: “¿Tú quién eres?"

En aquel momento circulaban varias figuras en las que el pueblo tenía puestas las expectativas mesiánicas. La figura principal era el Mesías, pero también se hablaba de un profeta escatológico (como Moisés). Y de Elías que volvería a preparar el camino al Mesías. Es lógico que las autoridades religiosas se interesa­ran por la actividad del Bautista. Según parece, Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo.

La pregunta quería decir. ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también muy sencilla: Con ninguna: “No soy el Mesías ni Elías ni el Profeta”.

No se dan por satisfechos, porque tenían que volver con una respuesta. Le exigen que defina su papel como alterna­tiva a las negaciones anteriores. La respuesta es simple: "Soy una voz".

“Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni el Profeta?” No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado por Dios.

La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran el bautismo de Juan como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era el símbolo de una liberación de las autoridades.

 Yo bautizo con agua”. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y Espíritu parece típicamente cristiana, seguramente para dejar, una vez más, bien clara la diferencia entre el bautismo de Juan y el cristiano.

"Entre ustedes hay uno que no conocen…" El bautista habla de una presencia que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús.

Esa dificultad permanece hoy. En algunos cristianos, que repiten  como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una seguridad eterna.

Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo primero que hemos aprendido de Jesús, es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús.

Este juicio previo (prejuicio) distorsiona todo lo que el evangelio narra.  Lucas dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres. Pablo nos dice que pasó por uno de tantos, y que actuó como un hombre cualquiera.

Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir dónde estaba la verdadera salvación del ser humano y entró, el primero, por ese camino de liberación.

Si no entendemos que Jesús fue plenamente hombre, es que no aceptamos la encarnación. Que Jesús es el Hijo de Dios, no debe ser el punto de partida para acercarnos a su figura, sino el punto de llegada, después de analizar su trayectoria humana.

Desde esta perspectiva comprenderemos cómo tuvo que impactar en Jesús la figura de Juan Bautista. ¡Un profeta! Hacía varios siglos que no había habido profetas en Israel. Se sintió atraído e impresionado por su figura y por su mensaje. La prueba está en que aceptó su bautismo. No podemos pensar en una puesta en escena por parte de Jesús. Su bautismo fue una sincera aceptación de la predicación y de la actitud vital que llevaba consigo. No fue el bautismo de Cristo, sino el bautismo de Jesús... Trata de comprender bien esto.

Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la influencia de Juan Bautista en la persona de Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que anuncia.
  
En una cosa están de acuerdo: no basta la pertenencia a un pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria la actitud interior fundamental de apertura a Dios que tiene que traducirse en las obras.

Pero hay también diferencias sustanciales. Juan predicaba una conversión para escapar de la ira de Dios. No predicaba una buena noticia, sino una estrategia para escapar del castigo inminente. La salvación sería para unos pocos; los que aceptasen su predicación y su bautismo. Jesús predica una Buena Noticia para todos. No enseña la manera de escapar de la ira de Dios, sino la manera de entrar en la dinámica de su amor.

También encontramos un gran contraste entre la austeridad de Juan, como medio de salvación, y la invitación a la alegría y a disfrutar de la vida que hace Jesús.

Siempre la acción de Dios como base de la verdadera alegría. Cualquier otra alegría es engañosa. En ninguna otra alegría se puede confiar. La Buena Noticia, el verdadero evangelio es que Dios viene y salva.

Naturalmente Juan no está haciendo un reportaje periodístico de un encuentro que tuvo lugar un día determinado a una hora determinada, entre los enviados y el Bautista. Juan está haciendo teología para aquellos cristianos de finales del siglo I, que ya habían avanzado en el conocimiento de Jesús.

Es muy poco probable que el Bautista fuese capaz de adivinar todo lo que encerraba la figura de Jesús en el momento en que empezaba su andadura mesiánica. No tiene mucho sentido que el Bautista anduviera diciendo que no era el Mesías, ni que Jesús proclamara que lo era.

Juan desarrolla este relato desde la perspectiva de una defensa a favor de Jesús que pone en boca de Juan Bautista. Se quiere dejar claro que el Bautista reconoce que él no es más que una señal que anuncia al verdadero Mesías.
Para ver un poquito más allá del evangelio  Lucas hice un paseo por los evangelios de Marco y Juan.


Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana