Reflexión domingo 5 de junio 2016
Dios
sale a nuestro encuentro…
Lucas 7,11-17
Hermanos: es bueno que antes
hagamos memoria de algo muy importante en la vida de Jesús para poder entender
y comprender mejor el texto de este domingo, y es que: Jesús revive a tres muertos durante
su vida pública. En dos de los casos
Jesús había sido solicitado con urgencia para atenderlos mientras aún estaban enfermos: la
hija de Jairo y su amigo Lázaro. Y por
una razón u otra, se retrasa en llegar.
Cuando Jesús
al fin llega a la casa de Jairo, la niña acababa de fallecer. Y cuando llega a Betania, ya Lázaro tenía
tanto tiempo sepultado que el cadáver hedía.
¿Por qué se
retrasó Jesús en llegar? Parecería como
si hubiera querido dejar que murieran.
¿Por qué? Puede ser para mostrar
aún más la Omnipotencia que poseía por ser Dios: más difícil era revivir un
muerto, que curar un enfermo.
En ambos
casos, por supuesto, Jesús actuó compadecido del dolor, tanto así que El mismo
lloró ante el sepulcro de Lázaro.
Pero en el
caso del tercer muerto traído a la vida, nadie le pidió ayuda a Jesús. Nos dice el Evangelio (Lc 7, 11-17) que Jesús
iba entrando a una población llamada Naím y se topa con un cortejo fúnebre de
un joven muerto, hijo único de una viuda.
Cuando Jesús la vio se compadeció de ella y le dijo que no llorara más.
¡Cómo no iba a llorar! ¡Era su
único hijo!
Acto
seguido, Jesús hace parar la procesión. ¿Por qué este forastero, no conocido
aquí en Naím, que tampoco es parte del evento fúnebre detiene este
cortejo? Debe haber parado la procesión
con mucha autoridad, porque nadie se lo impidió. Y los que llevaban el cadáver, le
obedecieron. ¿Qué pretenderá? Sus discípulos y un poco más de gente que
venía acompañándolo, deben haber pensado lo que Jesús iba a hacer. Imaginemos el suspenso…
Se dirige, entonces,
al muerto. Por cierto, no dice el
Evangelio que en voz baja, así que deben haber sido muy audibles estas palabras:
¡Joven, Yo te lo mando: levántate! Y ¡qué impresión ver al muerto levantarse de
su ataúd y comenzar a hablar! Igual que
hizo Elías, Jesús se lo entregó a su madre.
El Evangelio
no nos dice la reacción de la madre.
Pero, a pesar de haberse alegrado, la alegría debe haber estado mezclada
con una tremenda impresión.
Impresionados también estaban los presentes. Todos se llenaron de temor, dice el Evangelio.
¡Claro! Un evento así tiene que abrumar
a quien lo ve suceder ante sus ojos: un muerto que se sale de su ataúd a la
orden de un extraño.
Dos milagros
de hijos únicos de dos viudas vueltos a la vida,(en ele AT Elías es enviado a Sarepta
donde una viuda y en el NT este caso dela viuda de Naim) milagros que muestran
el poder de Dios y su compasión para dos mujeres que sufren. A veces Dios hace esos prodigios. A veces no.
Pero, hayan prodigios o no, Dios siempre está ahí con su poder y su
misericordia.
Revivir muertos es muestra imponente
del poder de Dios. Pero hay algo más impresionante
que esto. Si los cuerpos muertos vueltos
a la vida impresionan, mayor muestra del poder divino son las almas muertas por
el pecado que vuelven a la vida por el perdón de Dios. No lo ven nuestros ojos, pero si lo
pudiéramos ver, nos quedaríamos impresionados de lo que es un alma muerta y
luego revivida por la misericordia divina en el Sacramento de la Confesión.
Dios mismo que, después de buscar y buscar la forma de llegar al hombre, se
le ocurrió nacer entre nosotros, vivir y morir entre nosotros. Dios que sale al
encuentro del hombre en la gran historia como en esta pequeña historia. Dios
sale al encuentro de aquel cortejo fúnebre, Dios ve la necesidad de aquella
mujer que quedaba sola, Dios resucita a aquel joven… Dios, una vez más sale al
encuentro del hombre.
Certezas que nos quedan. También en la vida, Dios sale a nuestro encuentro,
quizás esa sea la diferencia grande con otras religiones donde el hombre va al
encuentro de Dios.
Hoy, también sale al encuentro nuestro, nos busca, para sanarnos, para
liberarnos. Nos quiere sanos y vivos, nos quiere plenos y dignos. No quiere
para nosotros la muerte, quiere nuestra sonrisa y nuestra paz interior. Hoy
sale dispuesto a resucitar nuestra alma ( si es necesario), muchas veces a la
que dejamos morir por voluntad propia, no alimentándola como corresponde,
haciendo “almacidio” , si el término lo vale, por pereza, por indiferencia, o
porque nos dejamos ganar muchas veces por el mal, por lo relativo, por la
desesperanza.
Hoy a muchos nos dirá: "Joven,
yo te lo ordeno, levántate". Vamos, hay mucho por hacer.
A los jóvenes mismos, les dirá una y otra vez esta frase. “levántate, hasta
de la muerte misma del corazón”, no te mueras en la sin razón, en la vida sin
ideales, en la diversión que ciega, en la droga o el alcohol, y si estás muerto
por todo ello, ¡vamos levántate!, tu madre, tus hermanos, tus amigos,, tu
Iglesia, te necesitan. No es tiempo de morir, es tiempo de dar, de brindar toda
tu potencia juvenil en beneficio de los demás, es tiempo de sembrar para el
futuro, es tiempo de cimentar la propia felicidad y de los que vendrán
gracias a ti.
A los adultos, nos dirá: ¡vamos , te lo ordeno: levántate!. Y esto que no
es un: si quieres, si te sientes bien, sino una orden, nos estimula a
mover nuestra vida y darle sentido, a servir que es la forma de vivir, a crecer
aunque creamos que ya es tarde, a volver a empezar todos los días, con decisión
y optimismo, a dar y mejor darnos a nosotros mismos, buscando también nosotros
, como Jesús, salir al encuentro del que lo necesita y no esperar que nos pidan
ayuda.
Y valga aquí una mención a la viudez
y a las viudas, a quienes
a veces se les trata con compasión, pero muchas veces también con cierta lentitud. Todos –o casi todos los casados- son
candidatos a la viudez. Porque “quien da el sí al matrimonio, también da el
sí a la viudez.
La viudez también es una vocación, digamos que una vocación forzada, pero aún así, un llamado de Dios a una situación especial que también es camino de santidad. De esta manera lo ha reconocido la Iglesia. Tanto así que menciona el estado de viudez en tres documentos diferentes del Concilio Vaticano II:
El Concilio
pone ante las viudas un camino de santidad (LG 41) que es una continuación de
la vocación al matrimonio (GS 48), y espera de ellas un servicio especial (AA
4).
Dios bendiga
nuestra semana.
Paz y bien.
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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