24 de junio
2016
Soy
una voz…
Lucas 1,57-66.80
La Iglesia hoy celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado y él es
el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de
Juan y el de Jesús.
Juan nace de una anciana estéril; Jesús, de una joven virgen. Zacarías el
futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo. Esto
es, en resumen, lo que intentare reflexionar. Mejor nos instruirá aquel que
habla en nuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es la esencia de
nuestros sensibles pensamientos, aquel que hemos recibido en nuestro corazón y
del cual hemos sido hechos templo, el Espíritu Santo.
Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el
antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los
profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo
antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres
ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre.
Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de
su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda
demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas
pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana
pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda libre la lengua de su
padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su
significado.
Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del
Jesús, y en este momento se abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba
que, antes de la predicación de Jesús, el sentido de las profecías estaba en
cierto modo latente, oculto, encerrado pero muy patente. Con el advenimiento de
aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que
en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado
que el rasgarse el velo al morir Jesús en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado
a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua
es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su
misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy
la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero
el Jesús era la Palabra que en el principio ya existía.
Juan era una voz pasajera, Jesús la Palabra eterna desde el principio.
La pregunta que
le hacen no puede ser más simple: “¿Tú quién eres?"
En aquel
momento circulaban varias figuras en las que el pueblo tenía puestas las
expectativas mesiánicas. La figura principal era el Mesías, pero
también se hablaba de un profeta escatológico (como Moisés). Y
de Elías que volvería a preparar el camino al Mesías. Es
lógico que las autoridades religiosas se interesaran por la actividad del
Bautista. Según parece, Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a
participar en su bautismo.
La pregunta quería decir. ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te
identificas? La respuesta es también muy sencilla: Con ninguna: “No soy el
Mesías ni Elías ni el Profeta”.
No se dan por satisfechos, porque tenían que volver con una respuesta.
Le exigen que defina su papel como alternativa a las negaciones anteriores. La
respuesta es simple: "Soy una voz".
“Entonces,
¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni el Profeta?” No se
identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado
por Dios.
La pregunta
lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba
asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran el bautismo de Juan
como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era el símbolo
de una liberación de las autoridades.
“Yo bautizo con agua”. La justificación de
su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de
venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y
Espíritu parece típicamente cristiana, seguramente para dejar, una vez más,
bien clara la diferencia entre el bautismo de Juan y el cristiano.
"Entre
ustedes hay uno que no conocen…" El bautista habla de una presencia
que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a
Jesús.
Esa
dificultad permanece hoy. En algunos cristianos, que repiten como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no
tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente
ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos
interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una
seguridad eterna.
Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es
imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros,
esto no es nada fácil, porque lo primero que hemos aprendido de Jesús, es que
era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos
entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús.
Este juicio previo (prejuicio) distorsiona todo lo que el evangelio
narra. Lucas dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en
gracia ante Dios y los hombres. Pablo nos dice que pasó por uno de tantos, y
que actuó como un hombre cualquiera.
Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como
hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los
recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida
buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su
experiencia personal le llevó a descubrir dónde estaba la verdadera salvación
del ser humano y entró, el primero, por ese camino de liberación.
Si
no entendemos que Jesús fue plenamente hombre, es que no aceptamos la
encarnación. Que Jesús es el
Hijo de Dios, no debe ser el punto de partida para acercarnos a su figura, sino
el punto de llegada,
después de analizar su trayectoria humana.
Desde esta perspectiva comprenderemos cómo tuvo que impactar en Jesús la
figura de Juan Bautista. ¡Un profeta! Hacía varios siglos que no había habido
profetas en Israel. Se sintió atraído e impresionado por su figura y por su
mensaje. La prueba está en que aceptó su bautismo. No podemos pensar en una
puesta en escena por parte de Jesús. Su bautismo fue una sincera aceptación de
la predicación y de la actitud vital que llevaba consigo. No fue el bautismo de
Cristo, sino el bautismo de Jesús... Trata de comprender bien esto.
Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos
al admitir la influencia de Juan Bautista en la persona de Jesús. Esta es la
razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al
precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que
anuncia.
En una cosa están de acuerdo: no basta la pertenencia a un pueblo ni los
rituales externos para salvarse. Es necesaria la actitud interior fundamental
de apertura a Dios que tiene que traducirse en las obras.
Pero hay también diferencias sustanciales. Juan predicaba una conversión
para escapar de la ira de Dios. No predicaba una buena noticia, sino una estrategia
para escapar del castigo inminente. La salvación sería para unos pocos; los
que aceptasen su predicación y su bautismo. Jesús predica una Buena Noticia para
todos. No enseña la manera de escapar de la ira de Dios, sino la manera de
entrar en la dinámica de su amor.
También
encontramos un gran contraste entre la austeridad de Juan,
como medio de salvación, y la invitación a la alegría y a
disfrutar de la vida que hace Jesús.
Siempre la
acción de Dios como base de la verdadera alegría. Cualquier otra alegría es
engañosa. En ninguna otra alegría se puede confiar. La Buena Noticia, el
verdadero evangelio es que Dios viene y salva.
Naturalmente
Juan no está haciendo un reportaje periodístico de un encuentro que tuvo lugar
un día determinado a una hora determinada, entre los enviados y el Bautista.
Juan está haciendo teología para aquellos cristianos de finales del siglo I,
que ya habían avanzado en el conocimiento de Jesús.
Es muy poco
probable que el Bautista fuese capaz de adivinar todo lo que encerraba la
figura de Jesús en el momento en que empezaba su andadura mesiánica. No tiene
mucho sentido que el Bautista anduviera diciendo que no era el Mesías, ni que
Jesús proclamara que lo era.
Juan
desarrolla este relato desde la perspectiva de una defensa a favor de Jesús que
pone en boca de Juan Bautista. Se quiere dejar claro que el Bautista reconoce
que él no es más que una señal que anuncia al verdadero Mesías.
Para ver un poquito más allá del evangelio Lucas hice un paseo por los evangelios de
Marco y Juan.
Paz y Bien
Hna. Esthela
Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial
Franciscana
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