Reflexión domingo 31 de diciembre 2017
Unidos en el amor…
Lucas 2,22-40
La Navidad se centra en el niño que nace en
Belén. Pero la fiesta de hoy nos invita a levantar la vista y mirar a su
alrededor, a los que le rodean. Son María y José. Pero también habría en el
pueblo una nube de primos y primas, tíos y tías. Son la familia de Jesús. Son
los que se encargaron de cuidar de él desde el primer momento. En momentos de
alegría y en momentos de dificultad. Compartieron todo. Así es como Dios se
hizo hombre del todo.
Porque en la
encarnación no se trata sólo de nacer, de hacerse carne. Dios se hizo carne
humana, se humanizó en todos los sentidos. Eso implicaba hacerse miembro de una
familia concreta. Con toda esa nube de relaciones, conflictos, amores, cariños,
cuidados, olvidos, rencores, desconfianzas y gozos que hay en toda familia
humana. Ahí, en ese contexto, fue donde Jesús creció y se hizo verdaderamente
hombre. Ahí, en esa escuela de vida que es la familia, fue aprendiendo lo que
significa ser persona, querer, perdonar, acoger, tomar decisiones, contar con
los demás. Ahí conoció sin duda el poder de la enfermedad y la muerte, capaz de
llevarse lejos a los que más queremos. Ahí aprendió a relacionarse con otras
familias, con otras personas, con su pueblo, que también se fue convirtiendo en
su familia, en esa familia grande que son los conocidos. No hay que dudarlo:
fue en el seno de su familia donde tuvo lugar la verdadera encarnación de Dios.
Allí fue donde Dios asumió totalmente la condición humana.
La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de
quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a
compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal.
Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas.
Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan
separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es
el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que
Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso
que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el
Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que
entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él
nuestro Padre.
Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras
familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para
construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad
fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de
la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a
Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir
la familia de Dios aquí y ahora.
¿Valoro
la familia como el mayor tesoro que tengo en mi vida? ¿Hago todo lo posible por
cuidarla y cuidar a sus miembros con amor y cariño? ¿Qué más puedo hacer?
Paz
y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana