viernes, 28 de abril de 2017

"...Entró, pues, para quedarse con ellos..."

Reflexión domingo 30 de abril 2017
“… Entró, pues, para quedarse con ellos…”
Lucas 24,13-35
AQUEL mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traen mientras van de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes son para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del señor.

Este  pasaje de los discípulos que iban por el camino hacia la aldea de Emaús, recordando tal escena del Evangelio, reconocí interiormente que esta historia también es mi historia… claro, también es tú historia y la de muchos cristianos. Qué bien nos hace en esta época volver nuestro corazón hacia la profundidad de este pasaje tan peculiar y único que el evangelista San Lucas quiso transmitirnos a todos los cristianos de todas las épocas, con especial atención a aquellos que han olvidado la alegría del encuentro con Cristo.
Este será un artículo diferente, en el que meditaremos juntos el contenido de uno de los pasajes de la Palabra de Dios. Sabes, siempre he pensado que para comprender el mensaje de Jesús, escrito según San Lucas debe prestarse atención a los detalles (San Lucas, como buen médico, es cuidadoso en los detalles); en este pasaje, cada palabra, cada escena y descripción es un susurro de corazón a corazón por parte de Dios. Así, siguiendo la dinámica de reflexión previamente propuesta, escudriñemos el Evangelio de la forma siguiente:
“Aquel mismo día dos discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús…”
El Evangelio inicia presentándonos nuestra vida misma, es el día a día de todos, es nuestro caminar constante y es también el regresar a las realidades temporales: Dirigirnos al trabajo, a la escuela, universidad e inclusive a nuestra misma casa, nuestros propios “Emaús”. Estos discípulos habían presenciado atónitos los acontecimientos de la pasión y aunque les había sido anunciada ya la Resurrección de Jesús, ellos simplemente decidieron regresar a su aldea de Emaús; ante esa Buena Nueva, no buscaron al Señor como María Magdalena en el sepulcro, pareciese que el anuncio de la Resurrección no les causo alegría como a las mujeres, tampoco sintieron la curiosidad de averiguar sobre lo ocurrido, más bien fue indiferencia y nada detuvo su regreso.
¿No te suena? ¿Cuántas veces nosotros “los que conocemos al Señor” preferimos “regresar” a nuestras “aldeas”? ¿Cuántas veces hemos decidido caminar sin Jesús? La indiferencia parece invadir nuestra vida toda y tal pareciese, incluso, que el Señor nos interpela nuevamente en el silencio “ya no me amas como me amabas antes” (Apocalipsis2, 4). El caminar del cristiano, ese es el punto de inicio de este pasaje del Evangelio, tenemos que caminar, claro que sí, es la misión del discípulo, ir adelante, no quedarse estancado, pero no indiferentes y sin propósito de vida, el cómo caminamos o con quién caminamos, es lo que debemos evaluar hoy.
“… Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos…”
Y es que muchas veces nos olvidamos de caminar con el Señor, pero Él no se olvida de caminar con nosotros; caminamos solos o caminamos con amigos (buenos o malos), pero no invitamos al recorrido al “Amigo que nunca falla”… y cuando ya hemos avanzado algún trecho, el Señor Jesús aligera el paso y se pone a caminar con nosotros. ¿Curioso no? El Señor “en persona” se acercó a aquellos discípulos y se puso a caminar con ellos, sin importar el ánimo con el que estos iban o si estos le reconocían o no.
Hoy también Jesús aligera el paso porque quiere caminar con nosotros, no importa si corremos o si desviamos el camino, igual Él quiere caminar con nosotros y acompañarnos “en persona”, como a aquellos discípulos, de forma total y no a medias; no importan nuestros ánimos, aunque si nuestra actitud, dejemos que Él nos acompañe y nos guíe siempre, porque, al final de cuentas, Él es “el camino, la verdad y la vida” (San Juan 14, 6).
“… pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.”
¿Qué nos impide reconocer a Jesús como compañero de camino? ¿Por qué no queremos dejar que Él camine junto a nosotros? Algo impide que nuestros ojos de discípulos le reconozcan, aunque lo tengamos cara a cara, no le vemos, más bien, no le queremos ver… en realidad es nuestro corazón el que está cerrado (cegado) por el pecado, por el odio y los resentimientos, por el vacío de Dios. A veces nos pasa como a los discípulos de Emaús, que estaban más enfocados en el problema o en las “malas noticias” de lo sucedido en aquellos días, que en la “Buena Nueva” de la resurrección de Cristo que les había sido anunciada y de su salvación misma.
No cerremos nuestro corazón, quitemos nuestros propios impedimentos, abramos sus puertas de par en par para reconocer a Cristo que camina con nosotros; y si, no obstante esto, no le vemos, pidámosle a Él más fe para verle y para reconocerle. Hoy Jesús pasa en el camino de nuestras vidas, va con nosotros y parece preguntarnos “en qué te puedo ayudar”, más bien, “¿qué quieres que yo haga por ti?”… como el ciego Bartimeo, digámosle hoy también a Jesús “Maestro, quiero ver” (San Marcos 10, 51), es decir, quiero reconocerte en mi vida, para también recuperar la vista y seguir en el camino (San Marcos 10, 52).
“Él les dijo: «¿De qué van discutiendo por el camino?» Se detuvieron, y parecían muy desanimados…”
Cualquier encuentro con Cristo implica un nuevo comenzar; de cualquier forma que esto ocurra, el encuentro con Jesús siempre causa una pausa en nuestras vidas. Nos detenemos y nos presentamos ante Él tal y como somos, tal y como estamos en ese momento, discutiendo, desanimados, sucios, cansados… Estos discípulos, como nosotros, conocían a Jesús y le amaban, pero cuando las “cosas no ocurrieron como ellos querían”, en vez de buscar reencontrarse con su Maestro, decidieron alejarse de la comunidad cristiana, regresar a sus vidas anteriores y simplemente pasar la página. La Cruz no era de su agrado y la Resurrección les parecía algo tan increíble como para verdaderamente ser cierto.
¡Qué fácil es desanimarse ante la prueba! ¡Qué fácil es huir del dolor!… Pero ese no es el propósito del cristiano, estamos llamados a ser extraordinarios, a ser valientes, a ser auténticos, a tener coraje… A no huir ni desanimarnos en la prueba, porque “¿Adónde iremos lejos de su espíritu, a dónde huiremos lejos de su rostro?”(Salmo 139 7-10). No podemos huir del amor y de la misericordia de Dios, el encuentro con Cristo hoy a través de su Palabra también nos interpela.
“… «¿Qué pasó?»… «¡Todo el asunto de Jesús Nazareno!» Era un profeta poderoso en obras y palabras, reconocido por Dios y por todo el pueblo… Nosotros pensábamos que Él sería el que debía liberar a Israel…”
¿Cómo estimamos a Cristo? ¿Qué tanto nos importa en nuestra vida? ¿Cómo le conocimos y le recordamos?… Los discípulos de Emaús recordaban perfectamente a Jesús, sus obras y palabras, le reconocían como un profeta ungido por Dios y sabían de su “popularidad” ante el pueblo, pero no le reconocían aún como EL SEÑOR. Aún siendo testigos de su propia salvación, Jesús seguía siendo para ellos un “profeta poderoso”, más no el Señor de sus vidas… Esto sucede en la vida del discípulo cuando el primer encuentro con Jesús parece eclipsarse por las formas vacías, los problemas cotidianos, cuánto más por cuestiones vanas.
¿Es Jesús verdaderamente nuestro Señor? A veces pasa que sabemos mucho de Dios, de Jesús, de la Biblia y de la Iglesia, le decimos “Señor”, más no le reconocemos como tal en nuestras vidas; inclusive, lastimosamente, para muchos cristianos, Jesús es: Un personaje importante, respondemos “sí”; que cambio la historia de la humanidad, decimos “también”; un revolucionario de su época, pensamos “puede ser”… si existe Él, es de vez en cuando y solo en los templos o en el lugar en que yo decida ponerlo para invocarlo. En fin, creemos en Cristo, conocemos sus palabras, nos maravillamos con su obra, más no vivimos como sus discípulos. Por eso San Pablo nos pide “confesar con la boca y creer con el corazón que Jesús es el Señor” (Romanos 10, 9); por eso, lo que Jesús quiere de nosotros, los nuevos discípulos de Emaús, es que cambiemos de rumbo, no que regresemos, sino que le reconozcamos como NUESTRO SEÑOR es decir, que recorramos el camino de la CONVERSIÓN.
“… Y les explicó lo que se decía de Él en todas las Escrituras…”
La Palabra de Dios es viva, actual, eterna y tiene poder; Jesús sabía que debía (en cierta forma) comenzar desde cero, ellos no le habían reconocido, no podía simplemente decir “aquí estoy y ya resucité”, porque no era una noticia que ellos habrían aceptado tan fácilmente. Aprovecha el caminar, para explicarles las escrituras, el “camino de la salvación”; imagínate esa escena, el Divino Maestro explicando mientras caminaban, ellos escuchando atentamente, sobre Moisés, los profetas, el pueblo de Israel… Su propia vida.
La Palabra de Dios siempre está en el caminar del cristiano, aún y cuando tratemos de apartarla de nuestra cotidianidad. Hoy como siempre, Dios “desciende” para hablar con el hombre a través de su Palabra, por eso su efecto no es una lectura histórica, poética o intelectiva, más bien viva, que toca el corazón, transforma, renueva y convierte. En tal sentido, hasta las formas más sencillas de revelación de Su Palabra no son desapercibidas por el corazón humano, sino, recordemos, aún en nuestra época, aquel momento en que nosotros también sentimos desánimo y vimos publicada una imagen con algún versículo bíblico en el muro de Facebook y nos sentimos reconfortados; cuando tu hermano(a) te compartieron el “Evangelio del Día” o qué tal cuando un amigo nos consoló con algún Salmo en medio de una situación triste; o aquella vez que acudiste a la Misa dominical y el párroco cito un versículo de las lecturas con el que te sentiste identificado…
Es Jesús en realidad quien en ese momento se puso a caminar a nuestro lado y lo sigue haciendo, nos explica las Escrituras, como a los discípulos de Emaús; nosotros debemos escucharle atentamente, porque es Palabra de Dios, misma que es Palabra de vida y Palabra de Salvación; en todo caso, a quién podríamos ir “solo Él tiene palabras de vida eterna” (San Juan 6, 68).

“… Quédate con nosotros, ya está cayendo la tarde y se termina el día…”
¿No te ha pasado que cuando disfrutas de una buena conversación con un amigo, el tiempo se alarga y no quisieras que terminara? Pues algo similar les ocurrió a los discípulos que, llegando a su destino no querían dejar ir a un gran compañero de camino. ¿Qué había ocurrido en ese caminar tan inesperado que, aquellos que iban “discutiendo” y estaban “desanimados”, aún no pudiendo reconocer del todo a tan singular caminante, en su interior sabían que era alguien especial? Y, todos sabemos que, cuando estás con alguien especial, no quieres separarte de él o de ella.
“Quédate con nosotros Señor” (San Lucas 24, 29), esta es la frase que cada cristiano guarda en su corazón como respuesta eterna al encuentro con Cristo; es como el desahogo del alma que se siente amada y salvada por Dios, como primera aceptación de su misericordia en la vida misma. Cuando estamos con Dios, cuando caminamos con Él, cuando estamos frente a Cristo, el alma se siente atraída a su unión perfecta en la santidad con Él, aún y cuando humanamente no comprendamos su amor y no le reconozcamos por completo, somos del Señor, porque “hemos sido comprados con Su Sangre” (Efesios 1, 7), a un precio muy alto y desde la Cruz.

“… Entró, pues, para quedarse con ellos…”

Si invitamos a Jesús a quedarse, Él nos toma la palabra, entra en nuestra vida y se queda verdaderamente con nosotros, por eso es el Emmanuel, el Dios con nosotros (San Mateo 1, 23). Fijémonos bien en las palabras del Evangelio de San Lucas, no dice que Jesús se asomó o simplemente “entró” un rato y ya, más bien dice “entró para quedarse con ellos”ojo, Jesús no quiere ser un invitado cualquiera, sino un eterno compañero. No quiere hacerte visita de vecino o de vendedor, más bien es amigo, familia… es el Señor y quiere que lo hagas Señor de tu vida. Por eso, a pesar de las épocas y los lugares, Él sigue diciéndonos hoy como siempre “mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).
Jesús quiere que le entregues todo, no solo lo aparente o lo más visible, quiere entrar en toda tu existencia: Familia, amigos, trabajo, estudios, diversiones, descanso… absolutamente todo. Es difícil esa entrega total e incondicional hacia Jesús, pero no es imposible de lograrla, sino, mira el testimonio de tantos Santos cuyo sí a Dios fue total hasta la eternidad. Piensa que esta invitación de Jesús a tu vida, en contrapartida, también es una invitación de Él hacia la eternidad en el Reino de los cielos. Deja que Jesús entre a tu casa, a tu vida, que arregle lo que tenga que arreglar, que te ayude a limpiar y sanar aquellos huecos hasta dónde tú por tus propios medios no has podido llegar y veras como sí podrás sentarte a la mesa con el Maestro y compartir su banquete eterno.
“… Mientras estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio, y en ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron…”

El encuentro con Cristo por excelencia siempre será la Eucaristía y esta es verdadero signo de comunión del discípulo con su Señor. Los discípulos de Emaús invitaron a su compañero de camino a la mesa para compartir su pan, más no sabían que sería Jesús mismo el que iba a compartir su “Pan de Vida” con ellos. Y precisamente le reconocieron en la fracción del pan. Es que no se puede decir que se ha encontrado a Jesús sin haberle encontrado en la Eucaristía; Palabra y Eucaristía, ambos, no solos, son presencia eterna de Dios que quiere permanecer con nosotros “todos los días, hasta el fin de los tiempos” (San Mateo 28, 20).
Así, hoy también nosotros somos invitados por Jesús a la mesa de nuestros Templos para que, en el caminar de nuestra vida, Él nos parta y comparta el pan, para que Él sea nuestro alimento. Para que permanezca con nosotros y para que abra nuestros ojos ante su presencia, para que le podamos reconocer cuando se ponga a nuestro lado a caminar, para que podamos llenarnos de su Palabra, para que podamos compartir con el hermano. Hoy como siempre los cristianos somos invitados al Banquete del Altar de Cristo, cada vez que vayas a Misa no seas espectador, se adorador y testigo, se discípulo, allí está Jesús, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (San Juan 1, 29), el “Pan vivo que ha bajado del cielo” (San Juan 6, 51), su cuerpo y su sangre son “verdadera comida, verdadera bebida” (San Juan 6, 55).
Si estamos alejados de Jesús Eucaristía en este momento, es una buena oportunidad para tomar la decisión de acudir a su encuentro en la Santa Misa y/o en las Capillas de Adoración Perpetua, allí, postrados ante Él reconocernos necesitados de su alimento; recuerda que Jesús está allí siempre en el Sagrario de cada Templo por pequeño que sea, porque así lo prometió (San Mateo 28, 20) y porque hace unos miles de años unos discípulos caminantes le pidieron que se quedara con ellos y pues ¡EL QUISO QUEDARSE CON NOSOTROS REAL Y VERDADERO!

“… ¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?..”
Ya lo decíamos un par de líneas antes, cualquier encuentro con Cristo no es indiferente al corazón humano y sí, le hace arder porque enciende la fe, inflama la caridad y calienta la esperanza del cristiano. Muertos con Cristo, nos ha sido dada la Vida Nueva en su Resurrección, por eso el cristiano predica la vida, transmite vida con su ser entero, transmite a Cristo para que los corazones de otros también se inflamen como sucedió a los discípulos de Emaús.
Arde nuestro corazón porque Él “nos habla al corazón” (Oseas 2, 16) y porqué es en el corazón que se obra la conversión. Dejemos que Dios haga arder nuestro corazón con su Palabra eterna, el verbo encarnado, su Palabra de Amor porque Él es el AMOR. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (San Juan 3, 16), su don más preciado, como mensaje de amor a toda la humanidad; porque Jesús nos ha acompañado en nuestro camino para decirnos luego que salgamos a otros caminos a donde Él también quiere llegar (San Mateo 28, 19). Nosotros que hemos sentido arder nuestro corazón ante el encuentro con Cristo, debemos ser mensajeros de su amor al mundo, buscar a los que andan por el camino errado y llevarlos al encuentro de Jesús para que también haga arder sus corazones; buscar aquellas esquinas oscuras de nuestra existencia y poner la Palabra Eterna del Padre como lámpara que alumbra la existencia con el fuego de su amor… Y así, que cada camino, cada metro o milla recorrida, quede impregnada de la alegría de sentirse amados por Dios.

“De inmediato se levantaron y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a los de su grupo…”
Ardiendo nuestro corazón con el amor de Dios, llenos de fe, ahora debemos hacer que ese fuego no se extinga; Benedicto XVI decía a los jóvenes que “la fe crece cuando es compartida”, pues bien, ese es el efecto del Camino de Emaús, compartir la fe para que no se apague, para que siga creciendo en nosotros, para que nuestro corazón siga ardiendo. Y no hablamos acá únicamente del sentido misionero de testimoniar la fe y anunciar el Evangelio a otros para que crean también en Jesús, sino también, no menos importante, la fe vivida y compartida en la comunidad cristiana, a través de la oración, la Palabra y los sacramentos, a través del caminar juntos como Pueblo de Dios.
Necesariamente, tarde o temprano, el encuentro con Cristo siempre nos impulsará al encuentro con los hermanos en la comunidad; no somos islas de fe, porque tenemos una misma identidad, somos “UN SOLO CUERPO, UN SOLO ESPÍRITU, UNA SOLA ESPERANZA… UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE, UN SOLO BAUTISMO, UN SOLO DIOS Y PADRE…” (Efesios 4, 4-6). Porque Jesús no quería que camináramos solos, sino en comunidad, para apoyarnos, levantarnos los unos a los otros ante cada caída, darnos aliento cuando estamos desanimados y hacernos crecer también a partir de la experiencia cristiana de otros. Esto es lo hermoso de la fe cristiana, por eso, si estamos alejados de nuestras parroquias y comunidades, hoy también como aquellos discípulos, regresemos a nuestras propias “Jerusalén” donde encontraremos la riqueza de la comunidad cristiana: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma…” (Hechos 4, 32).

“… Ellos, por su parte, contaron lo sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
Dar testimonio. El propósito del cristiano es testimoniar el Amor eterno de Dios al mundo, que entrego a su hijo único, “para que todo aquel que crea, no se pierda, más bien tenga vida eterna” (San Juan 3, 16); debemos de ser capaces de compartir las maravillas de Dios con otros, contagiarles la alegría de ser cristianos, ser embajadores de Cristo y misioneros de su misericordia (2ª Corintios 5, 18-20). Capaces y dispuestos por el Bautismo a “ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio, haciendo que todos sean Sus discípulos” (San Mateo 28, 19).

No tengamos miedo de compartir con otros cómo nos encontramos con Cristo cada día a través de su Palabra y de que, verdaderamente le reconocemos en la Eucaristía. No tengamos miedo de mostrar al mundo como el amor de Dios ha hecho arder nuestros corazones, que Él es nuestro Señor y de que mi vida es diferente porque Jesús camina a mi lado siempre.
Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazón
Fraternidad Eclesial Franciscana


sábado, 22 de abril de 2017

A unos les basta con ver para creer, a otros les hace falta tocar...

Reflexión domingo 23 de abril 2017
A unos les basta con ver para creer, a otros les hace falta tocar…
Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz este con ustedes.” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz este con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.” Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen  los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.”
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz este con ustedes.” Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. Palabra del Señor.


La estructura del texto contiene varios elementos:

Abarca un tiempo de ocho días, que van de la noche de la resurrección (el primero de la semana) hasta la segunda aparición ocho días después, y que encajan perfecto con la celebración la octava de Pascua.
Se pronuncia tres veces el saludo de paz: La paz esté con ustedes. 
El don del espíritu y la encomienda de perdonar los pecados.
La actitud de Tomás y su reacción ante el Señor.
La respuesta de Jesús a Tomás, que es para todos nosotros.
La finalidad de lo que se narra y se escribe en el texto: para qué…

Una vez resucitado, Jesús se hace presente (se aparece), porque está vivo (no puede ser de otra manera), a un grupo de discípulos que vive aterrado, con miedo y sin esperanza; llega y saluda diciendo: “La paz esté con ustedes”. La paz que ellos ya no tienen, la que han perdido después de lo acontecido, por la fe que se debilita, Jesús la recupera con su presencia, pero sólo se convierte en paz verdadera cuando los discípulos, al ver las manos y el costado, creen: cuando vieron al Señor, se llenaron de alegría. No sólo Tomás dudó de que Él había resucitado, también el resto.
Pero Jesús va más allá y reitera: la paz esté con ustedes; porque un discípulo suyo es un enviado y tiene que estar en paz consigo mismo para estar en paz con los demás. Por eso, sopla sobre ellos para que reciban el Espíritu Santo. El Espíritu es garantía de esa paz, pero es también la fuerza que capacita al hombre para trabajar por el Reino, para perdonar los pecados, o para no perdonarlos.

Después, la figura de Tomás es clave: él no cree porque no ha visto y no ha tocado, como si la fe dependiera de los sentidos. Nuevamente Jesús se hace presente (visible) en medio de ellos, no obstante las puertas cerradas, y saluda por tercera vez: la paz esté con ustedes. Allí está Tomás, incrédulo e inseguro, como sus compañeros la vez anterior; también a él, como a los otros, le muestra las manos y el costado para que toque y no siga dudando. Jesús es condescendiente y comprensivo, sabiendo que si a unos les basta con ver para creer, a otros les hace falta tocar; el proceso es distinto, pero al final la confesión de fe es la misma: ¡Señor mío y Dios mío!. La respuesta que Jesús da a Tomás, está dirigida también al resto de los discípulos y a todos nosotros: dichosos los que creen sin haber visto. Jesús se pronuncia en contra de las idolatrías, de la fe que depende de las imágenes, como la del pueblo hebreo al pie del Sinaí que necesitó de una imagen material para sentirse seguro y “creer” en algo…; creer en Él y en su resurrección depende de una escucha libre de su Palabra y de una fe desnuda. La resurrección no se ve, se cree, y para anunciarla a los demás hay que creerla.


San Juan de la Cruz nos dice que debemos dejarnos invadir por la presencia del Señor, dejarlo entrar en nuestra vida sin condiciones, dudas, o preguntas:
¿Para qué ha sido narrado el evangelio de esa forma?: para que habiendo escuchado, sin haber tenido que ver, creamos que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios, y para que, creyendo, tengamos vida en su nombre.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana



miércoles, 12 de abril de 2017

¡Cristo ha resucitado!

Reflexión domingo de pascua 16 abril 2017
¡CRISTO HA RESUCITADO!  
Juan 20,1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.  Echo a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.  Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.  Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró.  Llegó también Simón Pedro detrás de él y entro en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.  Entonces entro también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.  Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.


¡CRISTO HA RESUCITADO!  El primer día de la semana. Hoy es el primer día del resto de nuestra vida. Tiempo de superación de muchas cosas. Hoy tienen que triunfar el amor, la generosidad, la fraternidad, la alegría, la hermandad, la gracia, el perdón, la misericordia, la espereza, la justicia… Depende de nosotros. Cristo ha hecho su parte y ahora nos deja actuar. Con la fuerza de la Eucaristía, con el alimento de su Palabra, con la respiración de la oración, con el acompañamiento de los sacramentos.
           
Cristo ha resucitado. Que se rompan las cadenas del pecado. Que triunfe el milagro de la conversión.  Que se ilumine definitivamente la oscuridad.
           
Cristo ha resucitado. Que dejemos a un lado los pesimismos existenciales. Que creamos de una vez por todas que el ser humano es Templo del Espíritu Santo.
           
Cristo ha resucitado. Que renazca en nuestros hogares el prodigio permanente de la ternura y de la unidad. Que disfrutemos todos de la aventura de ser familia.
           
Cristo ha resucitado. Que los hombres y mujeres volvamos a ser hermanos, solidarios y acogedores. Que a nadie le falte el pan del amor y el alimento del cuerpo.
           
Cristo ha resucitado. Que se acaben las guerras, que desaparezca el terrorismo, que se apaguen los fuegos de las armas. Que se encienda la hoguera de la paz.
           
Cristo ha resucitado. Que la violencia doméstica pase a ser simple recuerdo del pasado. Que el amor matrimonial resurja de sus cenizas y que los hijos vuelvan a disfrutar del amor desprendido de sus padres.
           
Cristo ha resucitado. Que nuestra fe se despierte de su letargo. Que nuestros compromisos se revitalicen. Que sepamos dar testimonio de que es verdad que Cristo vive, libera y salva.
           
Cristo ha resucitado. Que se eleven por todo el mundo cantos de gracias. Que todos los pueblos proclamen la victoria de nuestro Dios.
           
Cristo ha resucitado. Que resuene en nuestro corazón la música festiva de la felicidad ya que no estamos destinados al abismo, sino que caminamos con paso decidido por las sendas de la salvación. Amén.
           
Juntos catemos ALELUYA. Celebremos la fiesta gozosa. Preparémonos con gozo para la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Vamos de fiesta en fiestas, bailamos la melodía  de la alegría. Es que en nuestro corazón rebosa la victoria de nuestro Dios, que es nuestra victoria. 


Dice San Agustín: “En el cielo dicen Aleluya cuando en la tierra decimos Amén”.
 De poco serviría a los creyentes de esta hora, realizar grandes celebraciones festivas, recordar maravillosos acontecimientos de pasado, si todo ello no se manifiesta en una profunda conversión, en un cambio significativo de vida. Resucitar a una vida nueva supone asumir las grandes lecciones del dolor, recordar las funestas consecuencias del pecado y adoptar el compromiso de hacer un mundo mejor y más solidario.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana



La tumba vacía es señal de esperanza...

Vigilia pascual – Sábado santo - 2017
La tumba vacía es señal de esperanza…

Mateo 28,1-10

Mis amigos hoy la vigilia tiene muchos momentos importantes: se inicia con el fuego afuera del templo luego se canta el pregón pascual, a continuación vienen las lecturas que son varias cada una acompañada de un salmo…luego después del evangelio viene las letanías delos santos, bendición del agua…
pregón pascual



Este es el evangelio que nos convoca esta noche santa

Pasado el sábado, al aclarar el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro. De repente se produjo un violento temblor: el Ángel del Señor bajó del cielo, se dirigió al sepulcro, hizo rodar la piedra de la entrada y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el relámpago y sus ropas blancas como la nieve. Al ver al Ángel, los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: «Ustedes no tienen por qué temer. Yo sé que buscan a Jesús, que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, tal como lo había anunciado. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto, pero vuelvan en seguida y digan a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y ya se les adelanta camino a Galilea. Allí lo verán ustedes. Con esto ya se lo dije todo.» Ellas se fueron al instante del sepulcro, con temor, pero con una alegría inmensa a la vez, y corrieron a llevar la noticia a los discípulos. En eso Jesús les salió al encuentro en el camino y les dijo: «Paz a ustedes.» Las mujeres se acercaron, se abrazaron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo en seguida: «No tengan miedo. Vayan ahora y digan a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allí me verán.»" 


Las mujeres se encaminan a la tumba del Maestro al aclarar, un aclarar  que aunque aún no lo sepan, es anuncio de un nuevo día, y de un día definitivo, un amanecer que quiebra el mero transcurrir del tiempo.

Son mujeres, y tal vez por ello nadie les da demasiada importancia a lo que hagan o digan. Ellas van hacia el sepulcro a expresar sus afectos a su Maestro que allí reposa, vestidas de la tristeza inexorable de la muerte; en cambio, los discípulos se han dispersado y escondidos, ateridos de miedo y desconsuelo. Los soldados de custodia permanecen cumpliendo órdenes, afirmados en la aparente legitimidad de sus lanzas y espadas.
Ellas no han comprendido del todo la enseñanza de ese Jesús que amaban, y de allí su humilde tristeza. Aun así, como buenas mujeres que son, prevalece en ellas la intuición, una intuición que les dicta, corazón adentro, que cuando todo se pierde es menester afirmarse en el amor, causa de todos los milagros.

No es tarea menor ni, aunque casi clandestina, está exenta de riesgos. Los que clamaron por la muerte de ese inocente están atentos y a la pesca de sus seguidores. Pero ellas igualmente van, porque las puede el afecto, porque un fermento extraño las moviliza, aunque no lleguen a razonarlo.

La pesada piedra que obtura la entrada está corrida. Hay un ángel por allí que no puede ser obviado. La escena del Mensajero sentado sobre la piedra-puerta es señal divina: la tumba ya no es hogar de la muerte, la tumba vacía es señal de esperanza, de que los imposibles han caducado, de que la luz prevalece sobre cualquier tiniebla, por invasiva que se asome. La transparencia y la blancura del Mensajero indica que no hay nada oculto que ya no permanecerá así, que será revelado, porque el amor de Dios se ha rebelado contra el dolor y la injusticia, porque el amor de Dios levanta a Cristo de la muerte.

Ese terremoto que estremece las entrañas de la tierra es otra señal estruendosa del acontecimiento cósmico de la Resurrección. Toda la creación ha contenido el aliento con su muerte, toda la creación sonríe y celebra con su vida resucitada.

El Señor ha resucitado, y no descansa. Ha sido un muerto inquieto y peligroso, y ahora amorosamente continúa su misión creadora de Salvación.
Por ello les dice con voz clara Alégrense! y nos lo repite ahora a nosotros, porque la presencia de Dios, los sueños eternos de Dios son la alegría de todas las gentes que le aman. 

las mujeres tienen un encargo apostólico y sacerdotal: avisar que es tiempo de despojarse de resignaciones y lutos, pues el Crucificado es ahora el Resucitado para siempre, vivo y fiel, caminante y presente entre los suyos.

Con ellas, Señor, iremos a encontrarte en Galilea, allí donde están tus hermanos, allí donde todo comenzó. 
Allí, en las Galileas de todo tiempo y lugar, de la periferia y la pequeñez, de donde poco se espera, Galileas de sospecha y de invisibilidad, allí te encontraremos nuevamente vivo, joven, para el abrazo de una esperanza que llevas encendida en esa mirada que vuelve a convocarnos en esta noche que empuja el día total, grano de trigo frutal que devino en pan santo de Salvación.



Muy Feliz Pascua de Resurrección

Paz y Bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana




Tiempo para la espera y despojo

                                                                                           Sábado Santo - 2017


 TIEMPO  PARA LA ESPERA Y EL DESPOJO

El Sábado Santo no hay liturgia, por eso no hay lecturas…luego porla noche se realiza la vigilia pascual…

Hoy es un día en el cual estamos llamados a la espera, una espera que no las tiene todas consigo, a ver qué pasa. 
De todo lo sucedido nos queda su palabra, una cruz vacía y el sepulcro.
Todo  terminó como muy deprisa, casi no nos da tiempo hacernos a la idea de que ha muerto.

El dijo que resucitaría, recordamos en medio del aturdimiento que nos embarga y con el pulso tembloroso nos atrevemos, tímidamente, a  tensar el arco de la esperanza: La iglesia  junto a María espera. 
Un día para la reflexión ante la cruz, con la cruz en el corazón, con la cruz como norte y guia.
Nuestros ojos puestos en esa cruz, aún con la sangre fresca del que murió en ella, meditamos, contemplamos, rezamos, recordamos y esperamos la respuesta de Dios a lo acontecido.
Sábado Santo, nuestro sábado Santo también. Nuestro día de despojo y de muerte a todo lo que nos aparte de Dios. Desde lo vivido ya no nos vale ninguna excusa. Invitados  a morir con Cristo para poder levantarnos resucitados junto con El, para poder cantar el aleluya del despertar de nuestro sepulcro, por la acción de Dios en nosotros. Mujeres y hombres nuevos que han pasado por su propia muerte habiéndonos abandonado en las manos del Padre de forma total y confiada. 
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana


La vuelta hacia el Padre...

Reflexión viernes santo -2017
La vuelta hacia el Padre
Juan 18,1-19,42

Jn 18,1 Cuando terminó de hablar, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había allí un huerto, y Jesús entró en él con sus discípulos.
Jn 18,2 Judas, el que lo entregaba, conocía también ese lugar, pues Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. 3 Judas hizo de guía a los soldados romanos y a los guardias enviados por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, que llegaron allí con linternas, antorchas y armas.
Jn 18,4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?” 5 Contestaron: “A Jesús el Nazareno.” Jesús dijo: “Yo soy.” Y Judas, que lo entregaba, estaba allí con ellos.
Jn 18,6 Cuando Jesús les dijo: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron al suelo. 7 Les preguntó de nuevo: “¿A quién buscan?” Dijeron: “A Jesús el Nazareno.” 8 Jesús les respondió: “Ya les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan.” 9 Así se cumplía lo que Jesús había dicho: “No he perdido a ninguno de los que tú me diste.”
Jn 18,10 Simón Pedro tenía una espada, la sacó e hirió a Malco, siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. 11 Jesús dijo a Pedro: “Coloca la espada en su lugar. ¿Acaso no voy a beber la copa que el Padre me ha dado?”
Jn 18,12 Entonces los soldados, con el comandante y los guardias de los judíos, prendieron a Jesús, lo ataron 13 y lo llevaron primero a casa de Anás. Este Anás era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. 14 Caifás era el que había dicho a los judíos: “Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo.”
Jn 18,15 Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Como este otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, pudo entrar con Jesús en el patio de la casa del sumo sacerdote, 16 mientras que Pedro se quedó fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, y habló con la portera, que dejó entrar a Pedro. 17 La muchacha que atendía la puerta dijo a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre.” Pedro le respondió: “No lo soy”.
Jn 18,18 Los sirvientes y los guardias tenían unas brasas encendidas y se calentaban, pues hacía frío. También Pedro estaba con ellos y se calentaba.
Jn 18,19 El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su enseñanza. Jesús le contestó: 20 “Yo he hablado abiertamente al mundo. He enseñado constantemente en los lugares donde los judíos se reúnen, tanto en las sinagogas como en el Templo, y no he enseñado nada en secreto. 21 ¿Por qué me preguntas a mí? Interroga a los que escucharon lo que he dicho.”
Jn 18,22 Al oír esto, uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?” 23 Jesús le dijo: “Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?”
Jn 18,24 Entonces Anás lo envió atado al sumo sacerdote Caifás.
Jn 18,25 Simón Pedro estaba calentándose al fuego en el patio, y le dijeron: “Seguramente tú también eres uno de sus discípulos.” El lo negó diciendo: “No lo soy.” 26 Entonces uno de los servidores del sumo sacerdote, pariente del hombre al que Pedro le había cortado la oreja, le dijo: “¿No te vi yo con él en el huerto?” 27 De nuevo Pedro lo negó y al instante cantó un gallo.
Jesús ante Pilato
Jn 18,28 Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al tribunal del gobernador romano. Los judíos no entraron para no quedar impuros, pues ese era un lugar pagano, y querían participar en la comida de la Pascua. 29 Entonces Pilato salió fuera, donde estaban ellos, y les dijo: “¿De qué acusan a este hombre?”
Jn 18,30 Le contestaron: “Si éste no fuera un malhechor, no lo habríamos traído ante ti.” 31 Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo según su ley.” Los judíos contestaron: “Nosotros no tenemos la facultad para aplicar la pena de muerte.”
Jn 18,32 Con esto se iba a cumplir la palabra de Jesús dando a entender qué tipo de muerte iba a sufrir.
Jn 18,33 Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” 34 Jesús le contestó: “¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?” 35 Pilato respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”
Jn 18,36 Jesús contestó: “Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá.”
Jn 18,37 Pilato le preguntó: “Entonces, ¿tú eres rey?” Jesús respondió: “Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.” 38 Pilato dijo: “¿Y qué es la verdad?”
Dicho esto, salió de nuevo donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre. 39 Es costumbre entre ustedes que en la Pascua yo les devuelva a un prisionero. ¿Quieren ustedes que ponga en libertad al Rey de los Judíos?” 40 Ellos empezaron a gritar: “¡A ése no! Suelta a Barrabás.” Barrabás era un bandido.
Jn 19,1 Entonces Pilato tomó a Jesús y ordenó que fuera azotado. 2 Los soldados hicieron una corona con espinas y se la pusieron en la cabeza, le echaron sobre los hombros una capa de color rojo púrpura 3 y, acercándose a él, le decían: “¡Viva el rey de los judíos!” Y le golpeaban en la cara.
Jn 19,4 Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, se lo traigo de nuevo fuera; sepan que no encuentro ningún delito en él.” 5 Entonces salió Jesús fuera llevando la corona de espinos y el manto rojo. Pilato les dijo: “Aquí está el hombre.”
Jn 19,6 Al verlo, los jefes de los sacerdotes y los guardias del Templo comenzaron a gritar: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” Pilato contestó: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, pues yo no encuentro motivo para condenarlo.” 7 Los judíos contestaron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, pues se ha proclamado Hijo de Dios.”
Jn 19,8 Cuando Pilato escuchó esto, tuvo más miedo. 9 Volvió a entrar en el palacio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le contestó palabra. 10 Entonces Pilato le dijo: “¿No me quieres hablar a mí? ¿No sabes que tengo poder tanto para dejarte libre como para crucificarte?” 11 Jesús respondió: “No tendrías ningún poder sobre mí si no lo hubieras recibido de lo alto. Por esta razón, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado que tú.”
Jn 19,12 Pilato todavía buscaba la manera de dejarlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo dejas en libertad, no eres amigo del César; el que se proclama rey se rebela contra el César.” 13 Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús al lugar llamado el Enlosado, en hebreo Gábbata, y lo hizo sentar en la sede del tribunal.
Jn 19,14 Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tienen a su rey.” 15 Ellos gritaron: “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!” Pilato replicó: “¿He de crucificar a su Rey?” Los jefes de los sacerdotes contestaron: “No tenemos más rey que el César.” 16 Entonces Pilato les entregó a Jesús y lo condenó a la cruz.
Jesús es crucificado
Jn 19,17 Así fue como se llevaron a Jesús. Cargando con su propia cruz, salió de la ciudad hacia el lugar llamado Calvario (o de la Calavera), que en hebreo se dice Gólgota. 18 Allí lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado y en el medio a Jesús.
Jn 19,19 Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo sobre la cruz. Estaba escrito: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos.” 20 Muchos judíos leyeron este letrero, pues el lugar donde Jesús fue crucificado estaba muy cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, latín y griego. 21 Los jefes de los sacerdotes dijeron a Pilato: “No escribas: “Rey de los Judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos”.” 22 Pilato contestó: “Lo escrito, escrito está.”
Jn 19,23 Después de clavar a Jesús en la cruz, los soldados tomaron sus vestidos y los dividieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. En cuanto a la túnica, tejida de una sola pieza de arriba abajo sin costura alguna, se dijeron: 24 “No la rompamos, echémosla más bien a suertes, a ver a quién le toca.” Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mi ropa y echaron a suertes mi túnica. Esto es lo que hicieron los soldados.
Últimas palabras de Jesús
Jn 19,25 Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María de Magdala. 26 Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” 27 Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.
Jn 19,28 Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, dijo: “Tengo sed”, y con esto también se cumplió la Escritura. 29 Había allí un jarro lleno de vino agrio. Pusieron en una caña una esponja empapada en aquella bebida y la acercaron a sus labios. 30 Jesús probó el vino y dijo: “Todo está cumplido.” Después inclinó la cabeza y entregó el espíritu.
Le abrió el costado y salió sangre y agua
Jn 19,31 Como era el día de la Preparación de la Pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz durante el sábado, pues aquel sábado era un día muy solemne. Pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas a los crucificados y retiraran los cuerpos. 32 Fueron los soldados y quebraron las piernas de los dos que habían sido crucificados con Jesús. 33 Pero al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto, y no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua.
Jn 19,35 El que lo vio da testimonio. Su testimonio es verdadero, y Aquél sabe que dice la verdad. Y da este testimonio para que también ustedes crean. 36 Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ni un solo hueso. 37 Y en otro texto dice: Contemplarán al que traspasaron.
Jn 19,38 Después de esto, José de Arimatea se presentó a Pilato. Era discípulo de Jesús, pero no lo decía por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el cuerpo de Jesús y Pilato se la concedió. Fue y retiró el cuerpo.
Jn 19,39 También fue Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús, llevando unas cien libras de mirra perfumada y áloe. 40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, según la costumbre de enterrar de los judíos.
Jn 19,41 En el lugar donde había sido crucificado Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie todavía había sido enterrado. 42 Como el sepulcro estaba muy cerca y debían respetar el Día de la Preparación de los judíos, enterraron allí a Jesús.

En el largo evangelio de hoy, sucede aquello que el narrador ya nos ha anunciado en distintas ocasiones. Todos somos conscientes del final de Jesús, de su muerte en cruz. Pero su muerte no es el final trágico, sino que debe entenderse como la vuelta hacia el Padre. ¿Cómo comprender esta diferencia?
Es obvio que la muerte de una persona es algo lamentable. El asesinato es repudiable y condenable desde cualquier punto de vista. Nadie quiere que otro sufra o que unos le provoquen daño, tortura o castigo a otro ser humano, en especial si esa persona es inocente.
Pero en el evangelio de Juan, el final de Jesús y su muerte en cruz no debemos entenderla como humillación sino como elevación. Verlo en la cruz no es el final, sino el inicio de un largo proceso discipular donde verlo elevado en cruz debe significar el acto más grande de amor desde el cual podemos comprender todas las palabras y acciones de Jesús.
Es verdad que la liturgia de hoy nos invita a detenernos y contemplar la cruz, la cual, como instrumento de tortura de los romanos, se hace signo visible que efectivamente requiere de revertir su significado; de instrumento de tortura a signo de salvación. Por eso llevamos una cruz en el pecho, por eso hacemos la señal de la cruz al inicio y al final de la eucaristía y de todo rito. Pues el cristiano es alguien que cree y que tiene esperanza en un final distinto al de la aparente frustración o fracaso. Que ante la muerte en cruz no podemos más que esperar convencidos de que el mal y las tinieblas no tienen la última palabra.
En el relato del evangelista Juan, Jesús, como protagonista, relaciona su pasión, es decir, el camino hacia la cruz, con lo que realizó en su actuación pública. En momentos claves aparece la figura de Pedro quien se convierte en el representante de todos aquellos que abandonan al Maestro en el momento en que necesitaba más los necesitaba.
Y así se enfrenta Jesús a los juicios de Anás, el sumo sacerdote, y de Pilato, prefecto de la provincia romana en Judea.
Permítanme profundizar en el juicio de Jesús ante Poncio Pilato.
Posterior al interrogatorio de Anás en casa de Caifás, Jesús es llevado al Pretorio a primera hora de la mañana. El episodio se desarrolla en dos escenarios: dentro del Pretorio y fuera del Pretorio, los cuales adquieren un gran valor simbólico pues los que niegan a Jesús se encuentran fuera del Pretorio, en tanto Pilato que entra y sale del Pretorio, es decir, de donde tenían a Jesús, entiende y comprende la identidad del acusado de blasfemo y malhechor.
§  Capítulo 18, v 28, llevaron a Jesús al pretorio (Jesús entra al pretorio), es decir al tribunal, pero los judíos no entraron. Por lo tanto, dentro del pretorio se encuentra únicamente Jesús.
§  V 29 Pilato sale y tras preguntarle a los judíos la acusación contra Jesús, ellos responden: Es un malhechor y queremos condenarlo a muerte.
§  V 33 Pilato entra al palacio, ante Jesús, y tras un breve intercambio de preguntas y respuestas, Pilato le pregunta, ¿tú eres rey?, y Jesús responde: “tú lo has dicho: yo soy Rey”. Aquí tenemos que sentir y notar que Pilato le cree a Jesús, que al estar en su presencia ha comprendido que, efectivamente, es Rey y que en su voz está la verdad.
§  V 38b Pilato sale y le dice a los judíos que no encuentra crimen para condenar a Jesús. Le propone a los judíos, es decir, a los que están fuera o lejos de la presencia de Jesús, que decidan a quién liberar; si a Jesús, Rey de los Judíos, o a Barrabás (que según el texto de Juan era un bandido). La muchedumbre pide que liberen a Barrabás, que contradictoriamente y para nuestra sorpresa, el primer crimen con el cual presentan a Jesús ante Pilato es precisamente el de ser malhechor (bandido). Y piden que suelten al bandido. ¡Vaya forma de solicitar con mentiras la muerte del justo!
§  En el capítulo 19, versículo 4, Pilato sale nuevamente ante la multitud y les presenta a Jesús azotado, con una corona de espinas en la cabeza, con una capa color púrpura, insultado y golpeado por los soldados romanos. Pilato dice –nuevamente- que no encuentra en Jesús ningún delito, y lo presenta ante todos diciendo: ¡Aquí está el hombre!
§  En el versículo 8 Pilato, al escuchar de los sumos sacerdotes que pedían crucificar a Jesús, dice el texto que “tuvo más miedo”. Y en el versículo 9, entró nuevamente en el palacio y –desconcertado- le pregunta a Jesús, ¿De dónde eres tú? Jesús, haciendo gala de la dignidad ante su retorno al Padre, provoca que en el versículo 12 Pilato busque todavía la manera de dejarlo en libertad.
§  La multitud sigue gritando que lo crucifiquen, y en el versículo 14 Pilato presenta a la muchedumbre a “su Rey”. En el versículo 15 todavía les pregunta ¿He de crucificar a su Rey? Y ante la insistencia de los sumos sacerdotes, Pilato no tiene más opción que entregarlo y condenarlo a la cruz.
§  Imaginemos por un momento la angustia de Pilato que condena a Jesús a pesar de no encontrar en él ningún delito. ¿Por qué Pilato sí comprendió la identidad de Jesús y la muchedumbre no? Para conocer a Jesús tenemos que estar ante él; hablarle, preguntarle, dialogar y comprender sus signos, su encarnación.
§  Pilato en el versículo 19 mandó a escribir un letrero para colocarlo sobre la cruz, el cual decía: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos”. Y para Pilato, “lo escrito, escrito está”.
El relato continúa con varias escenas. Jesús es consciente de que todo se ha cumplido y por ello entrega su Espíritu; el hecho de brotar de su costado sangre y agua; y la aparición de José de Arimatea y Nicodemo quienes dan sepultura al cuerpo de Jesús.
Veamos a estos dos personajes como representación de los discípulos que ante la pasión y muerte de Jesús, son capaces de vencer el temor ante los judíos y romanos.
En fin. El viernes Santo no se comprende sin los signos del Sábado en la vigilia Pascual.
Además de la Cruz, signo visible, tenemos otro elemento que debemos tomar en consideración: El Silencio.
El silencio que nos propone la liturgia frente a la cruz cobra sentido pues ante la tumba de Jesús nosotros, los creyentes, hemos de escuchar la voz de Dios, que nos dice una y otra vez que la muerte no tiene la última palabra.

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon

Fraternidad Eclesial Franciscana