sábado, 1 de abril de 2017

Quien ha encontrado la amistad de Jesús ya ha resucitado...

Reflexión domingo 2 de abril 2017
Quien ha encontrado la amistad de Jesús ya ha resucitado…
Juan. 11,3-7.17.20-27.33b-45

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. 
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo han enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una piedra.
Dice Jesús: «Quiten la piedra.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. 
Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

            Después de la curación del ciego de nacimiento del domingo pasado, símbolo de la luz de la fe que el Espíritu Santo nos infundió en el bautismo, hoy nos presenta el evangelio de San Juan el más formidable y espectacular signo realizado por Jesús durante su vida mortal: la resurrección de Lázaro, símbolo de la vida que viene del Padre por medio del Hijo.
            
 La tradición sinóptica conoce dos resurrecciones: la de la hija de Jairo y la del hijo de la viuda de Naín. El cuarto evangelio cierra la serie con el impresionante relato de la resurrección de Lázaro. Juan se detiene a detallar el impresionante acontecimiento y las circunstancias concretas. Una idea domina: Jesús vence la muerte y da vida. Hay una información sobre la enfermedad de Lázaro: «Tu amigo está enfermo». Le sigue un diálogo de Jesús con sus discípulos: «Nuestro amigo Lázaro está dormido». Encuentro de Jesús con Marta: «tu hermano resucitará». Diálogo de Jesús con María: «Si hubieras estado aquí ...». Reacción de los judíos: «¿No pudo impedir que éste muriera»? Resurrección de Lázaro: «Lázaro, sal fuera». Finalmente, reacción ante el signo de Jesús: «Muchos creyeron en Él. Pero....».
             Si leemos en evangelio completo Juan 11.1-45  podemos hilvanar el argumento: Jesús es informado de la enfermedad de Lázaro, pero se queda fuera de Judea, retrasando su ida a Betania. Jesús llega a Betania, pero se queda fuera, retrasando su ida a la tumba. Jesús llega a la tumba y resucita a Lázaro. El signo se retrasa hasta el final, caso único en el cuarto Evangelio. Este retraso es un recurso para hacer del milagro un esplendor  del relato. Los personajes salen de donde están y van a donde está Jesús.
               Es un milagro contado con maestría. El séptimo y el último de los que comenzaron en Caná. Recordemos que en Caná de Galilea Jesús realiza su primer milagro convirtiendo el agua en vino y en Betania de Judea realiza su ultimo milagro convirtiendo la muerte en vida.  Victoria sobre el último enemigo, la muerte, su resurrección prefigura la de Jesús: tres días, sepulcro, vendas. El gesto y el grito «Sal fuera» va acompañado de una declaración: «Yo soy la resurrección y la vida».
               «Si hubieras estado aquí». Cuando Jesús se encuentra en Betania con Marta, su hermano ya llevaba cuatro días enterrado. Las palabras de la hermana contienen un cariñoso reproche pero al mismo tiempo muestran una fe ilimitada en el poder de Jesús. Jesús le hace una promesa con lo más notable del relato: «Tu hermano resucitará»... «Yo soy la resurrección y la vida». Es un desafío para Marta. Ésta no sólo es una mujer creyente, sino confesante: «Sí, Señor...»
               «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado...». Jesús reza emocionado. Es una oración de acción de gracias, es el modelo de la oración cristiana. Su grito potente es su voz, realizadora de milagros que llama al muerto para que salga del sepulcro y resucite a la vida. Sale del sepulcro sin ayuda de nadie; su resurrección no es aparente, sino real. Sus manos y sus pies conservan las vendas, mostrando la identidad entre el muerto y el vuelto a la vida, como las vendas y el sudario del resucitado.
                La victoria de la muerte no llega por los avances de la ciencia o del progreso, sino por el carisma de una persona que se atrevió a decir: «Yo soy la resurrección y la vida». Las palabras más esperanzadoras que se han pronunciado y que tenían que venir de Dios, pero que lloró ante la muerte de su amigo.
                La grandeza sobrehumana de esta acción aparece reflejada en las palabras entrecortadas de Marta, la hermana del muerto, que dijo a Jesús al pie de la tumba: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días” enterrado, y en la sobrecogedora descripción del acontecimiento: “El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario”. Pero por muy espectacular que sea la resurrección de un muerto que lleva cuatro días enterrado, no debe ser eso el centro de nuestra atención. El evangelista nos quiere llevar a otra parte, no a Lázaro redivivo, sino a Cristo, autor y señor de la vida.
                 Lázaro murió porque ... su amigo estaba lejos. Ciertas ausencias prolongadas hacen morir de frío el corazón. Jesús, al enterarse se echó a llorar. Todos notaron que lo quería. ¡Qué suerte la de Lázaro ¡Que alguien lo quiera, que alguien lo llore y que ese alguien sea Jesús! Aunque Jesús no hubiera dicho nada a lo largo de su vida, aunque no hubiera después resucitado a Lázaro, estas lágrimas serían suficientes. Dios es nuestro amigo. Quien ha encontrado la amistad de Jesús ya ha resucitado. La demostración más evidente es levantarse y andar.
                  Y ¿cuál es, en concreto, el contenido de la fe en Cristo que el evangelio de hoy quiere reafirmar? No es necesario divagar mucho para encontrarlo: “Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor-: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”. La resurrección de Lázaro es la demostración de la verdad de esta palabra de Jesús: él mismo es la resurrección, él es la vida de los hombres. ¿Cómo puede realizarse también en nosotros un prodigio semejante? Sólo hay un camino: a través de la fe. Se vence la muerte por medio de la fe; se alcanza la vida, que es Cristo mismo, por medio de la fe. Dice san Agustín: “Si dentro de ti hay fe, dentro de ti está Cristo: la presencia de Cristo en tu corazón está ligada a la fe que tienes en él”.
             Que Dios, nuestro Padre, nos conceda escuchar, como Lázaro, la voz de Jesús: “Sal fuera”, sal de la fosa de tus pecados, sal del sepulcro de tu indiferencia, de tu cobardía. Te lo dice el que va a la muerte por ti, para que tú tengas vida y la tengas en abundancia. Es la vida divina que brota de la cruz y que ahora se nos ofrece en la mesa de la Eucaristía.
                  Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico Suizo  más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana


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